Es éste un tema que ha sido muy estudiado a lo largo del tiempo por científicos y filósofos de gran prestigio y renombre universal, por lo que es prácticamente imposible abordarlo en profundidad en unas pocas páginas.
Consciente de ello, y a pesar de mis limitaciones, intentaré decir lo esencial del mismo, basándome en las siguientes palabras del Papa Juan Pablo II a los universitarios de México y de América latina el 15 de febrero de 1979: "Si la investigación científica procede de acuerdo con métodos de rigor absoluto, y permanece fiel a su objeto propio; y si la Escritura se lee según las sabias directrices de la Iglesia... no puede haber oposición entre la fe y la ciencia. En los casos en que la historia señala una oposición así, derivaba siempre de posiciones erróneas que el Concilio ha rechazado abiertamente... "
Es decir, el objeto de la fe y el objeto de la ciencia son distintos. La incompatibilidad, muchas veces "voceada", entre Ciencia y Religión, se debe a que no se conoce con exactitud en qué consiste la Ciencia o en qué consiste la Religión, o quizás en ambas cosas. Aunque, de todos modos, es preciso decir que, por encima de las diferencias que distinguen Ciencia y Fe, existe una profunda semejanza entre ambas: la búsqueda de la verdad, apoyada en el ejercicio de la libertad.
La investigación científica, llevada a cabo con honradez y hasta sus últimas consecuencias, tiene conciencia clara de las limitaciones del conocimiento y de los métodos de las ciencias experimentales: de toda la realidad, estas ciencias sólo consideran el mundo de la materia, y de éste sólo su aspecto cuantitativo. La certeza de las conclusiones científicas se refiere sólo a la utilidad de las mismas para describir un determinado fenómeno o para preverlo. Por eso, la ciencia experimental tiene casi siempre un cierto carácter de provisionalidad y es mudable: nuevos datos o nuevos dispositivos experimentales hacen no sólo rectificar teorías y conclusiones científicas, sino, a veces, cambiarlas totalmente.
La Religión es el conocimiento y la inteligencia de que no somos lo último, ni somos el Origen: el Origen es Dios. El hombre es criatura de Dios: el hombre, como ser creado por Dios, se reconoce esencialmente dependiente de Dios.
Puede decirse que entre Ciencia y Religión, objetivamente consideradas, no hay posibilidad de encuentro. El encuentro es subjetivo en el interior de la persona que las conoce.
La Religión cristiana, en concreto, tiene como base un hecho histórico fundamental, que la diferencia del resto de las demás religiones: en ella no hay tanto -aunque también- una búsqueda de Dios por parte del hombre, cuanto una manifestación de Dios al hombre: Dios mismo se hace hombre. Y este Hombre-Dios, que es Jesucristo, nos descubre el tremendo misterio de Dios, como Trinidad de Personas en una sola Naturaleza divina -un solo Dios-, de las cuales la Segunda Persona, el Hijo, ha tomado sobre sí la naturaleza humana- se ha hecho verdaderamente hombre- sin dejar de ser Dios: misterio sublime de la Encarnación. Y todo esto por una sola razón, incomprensible a la pura razón razonadora de la persona humana: por puro Amor desinteresado.
Al hecho histórico de la Revelación debe seguir, en la persona humana, una vez que ha conocido suficientemente este hecho, una respuesta: O bien de no aceptación, o bien de aceptación de esta Revelación, y del contenido de la misma, mediante la fe. Respuesta que no sólo es de tipo intelectual, sino de todo el ser humano: respuesta vital.
Para que se dé la fe no es suficiente-aunque sí es indispensable la "buena voluntad", el "querer creer". Es necesaria la gracia de Dios. Ésta dispone a la voluntad y capacita al entendimiento para dar un sí a verdades y realidades que le sobrepasan. No debe olvidarse que Dios siempre está dispuesto a conceder su gracia a todas las personas de "buena voluntad", a todos aquellos que tienen un buen corazón: el que quiera creer, y lo quiera de verdad, puede tener la seguridad de que acabará creyendo, porque la gracia de Dios no le va a faltar.
La recta comprensión, pues, de lo que es la Ciencia experimental y de lo que es la Religión, pone de manifiesto la imposibilidad de los pretendidos conflictos o incompatibilidades entre ambas: Ciencia y Religión están en planos distintos. La Religión nos habla de la naturaleza y del ser de Dios, por una parte y, por otra, de las cosas creadas, en cuanto relacionadas con El.
La Ciencia profundiza en los fenómenos del mundo material y amplía la visión de esa maravilla del Universo, el cual refleja así la omnipotencia y la sabiduría de su Creador. Y de un modo particular, la Ciencia moderna ha contribuido y está contribuyendo notablemente a profundizar en ese asombro que produce la contemplación de la Naturaleza, poniendo de manifiesto, una vez más, el carácter "sinfónico" de la realidad creada.
No se puede rechazar a Dios en nombre de la Ciencia. Si se produce tal rechazo será por otras razones, pero no porque exista ningún tipo de contradicción entre Ciencia y Religión. Y, no sólo no disienten entre si Religión y Ciencia, Fe y Razón, sino que, por el contrario, se prestan mutua ayuda.
Las verdades del universo, que las Ciencias investigan y descubren, y las verdades reveladas, recibidas por la fe, tienen el mismo origen: Dios. Es el mismo Dios el que ha puesto en la persona humana la luz de la razón y la luz de la fe. Y Dios no puede negarse a sí mismo. La verdad no puede contradecir jamás a la verdad. Ambas verdades se orientan, en sus diversos planos, a la perfección de la persona humana. Concurren, por lo tanto, al mismo fin. Y no se coartan en sus propias investigaciones, sino que se sirven de mutuo estimulo.
Como colofón a este pequeño artículo, se hace preciso recordar que los progresos en la verdad, de cualquier tipo que ésta sea, aunque es cierto que contribuyen al progreso del ser humano, no bastan, por sí solos, para realizar este progreso. Surge así, ante nosotros un nuevo tema, en el que no vamos a ahondar, de momento: el tema de la libertad humana. El ser humano ha de tomar decisiones personales para vivir en conformidad con la verdad. Y sólo entonces mejora y se perfecciona.
En definitiva: el progreso científico, para ser auténtico progreso, ha de ir acompañado del perfeccionamiento moral de la persona. De no ocurrir así, el progreso de las ciencias -aunque por sí mismo es bueno- puede contribuir- y, de hecho, así ocurre muchas veces-, a hacer peor a la persona humana, hombre o mujer, al darle más medios para hacer el mal.