Si los lectores de este blog han leído los post anteriores sobre el modernismo, se darán cuenta de que esos errores son los mismos que se dan en la actualidad, pero ampliados y llevados a situaciones sumamente graves para desconcierto de muchos fieles católicos.
Por lo difuso de la herejía modernista, la lucha contra ella fue (y sigue siendo) muy difícil, razón por la que el papa Pío X (posteriormente canonizado) estableció el Juramento antimodernista el 1 de Septiembre de 1910. Mandó que, de forma pública, "todo el clero, los pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores de filosofía y teología en seminarios" debían prestar dicho juramento, el cual se mantuvo vigente desde esa fecha hasta el 17 de julio de 1967 cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe, en tiempos del papa Pablo VI, lo suprimió.
En ese juramento se rechazan solemnemente los principales puntos de la herejía modernista. Dado que el modernismo vuelve a imperar en estos tiempos actuales "pos-modernistas" escribo en este blog dicho juramento, al que me adhiero expresamente de todo corazón, junto a otros blogueros que ya lo han hecho, comenzando por Bruno Moreno, de Infocatólica, el 29 de junio de este año 2012.
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“Yo, José Martí Florenciano, abrazo y recibo firmemente todas y
cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar,
ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que
van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.
- En primer lugar, profeso
que Dios, principio y fin de
todas las cosas puede ser conocido y por
tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón,
por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de
la creación, como la causa por su efecto.
- En segundo lugar, admito y
reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos
divinos, entre los cuales en primer lugar, los milagros y las
profecías, como signos
muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos
argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de
todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.
- En tercer lugar, creo
también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de
la palabra revelada, ha sido instituida
de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e
histórico, durante su vida entre nosotros, y
creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro,
jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.
- En cuarto lugar, recibo
sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido
de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación.
Por esto rechazo absolutamente la
suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas
cambiarían de sentido para
recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio.
- Igualmente, repruebo todo error que
consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a
su vigilante custodia, por una ficción
filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a
poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.
- En quinto lugar: mantengo
con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades del
subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad
moralmente informada, sino que es un
verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente,
asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo
que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador
y nuestro Señor.
- Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.
- Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.
- Rechazo asimismo el error de
aquellos que dicen que la fe sostenida por la Iglesia contradice a la
historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que
ahora se entienden, son irreconciliables con una visión más realista de los
orígenes de la religión cristiana.
- Condeno y rechazo la opinión
de aquellos que dicen que un cristiano bien educado asume una doble
personalidad, la de un creyente y al mismo tiempo la de un historiador, como si fuera
permisible para una historiador sostener cosas que contradigan la fe del
creyente, o establecer premisas las cuales,
provisto que no haya una negación directa de los dogmas, llevarían a la
conclusión de que los dogmas son o bien falsos, o bien dudosos.
- Repruebo también el método de
juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que,
apartándose de la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe, y las normas
de la Sede Apostólica, abraza los
errores de los racionalistas y licenciosamiente y sin prudencia abrazan la crítica
textual como la única y suprema norma.
- Rechazo también la opinión de
aquellos que sostienen que un profesor enseñando o escribiendo acerca de una
materia histórico-teológica debiera primero poner a un costado cualquier
opinión preconcebida acerca del origen sobrenatural de la tradición católica o
acerca de la promesa divina de preservar por siempre toda la verdad revelada; y
de que deberían interpretar los escritos
de cada uno de los Padres solamente por medio de principios científicos, excluyendo toda autoridad sagrada, y con la misma libertad de juicio que es
común en la investigación de todos los documentos históricos ordinarios.
- Declaro estar completamente opuesto al error de
los modernistas que sostienen que no hay nada divino en la sagrada tradición; o,
lo que es mucho peor, decir que la hay, pero en un sentido panteísta, con el
resultado de que no quedaría nada más que este simple hecho—uno a ser puesto a
la par con los hechos ordinarios de la historia, a saber, el hecho de que un
grupo de hombres por su propia labor, capacidad y talento han continuado
durante las edades subsecuentes una escuela comenzada por Cristo y sus
apóstoles.
- Prometo que he de sostener todos estos
artículos fiel, entera y sinceramente, y que he de guardarlos inviolados,
sin desviarme de ellos en la enseñanza o en ninguna otra manera de escrito o de
palabra. Esto prometo, esto juro, así me
ayude Dios, y estos santos Evangelios [que toco con mi mano]".
José Martí