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lunes, 31 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO IX)


Recordemos la oración sacerdotal de la Última Cena, en donde Jesús, dirigiéndose a su Padre le dice: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17, 4-5).

Ya ha quedado suficientemente claro, en lo que hemos venido diciendo, que toda la Vida de Jesús fue glorificar a su Padre, llevando a cabo la misión para la que había sido enviado. El Amor de Jesús hacia su Padre ha quedado más que evidente: "Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). "Yo nada hago por Mï Mismo, sino que hablo lo que me enseñó mi Padre" (Jn 8,28). "Yo hablo lo que he visto en mi Padre"(Jn 8,38)."Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió"(Jn 5,30), etc...

Nos preguntamos ahora si el Padre ama al Hijo de la misma manera. Por supuesto que sí. Tenemos abundantes citas del Nuevo Testamento que nos lo revelan: "El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos" (Jn 3,35). "Dios nos ha dado la vida eterna, y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida. Quien no tiene al Hijo, no tiene la Vida de Dios" (1 Jn 5, 11-12). Y en otro lugar: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna" (Jn 6,40). Por eso, "todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre"(1 Jn 2,23). Y "el que no honra al Hijo, no honra al Padre, que lo ha enviado" (Jn 5,23). En cambio, "quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2,23). Esa es la razón por la que el Hijo puede decir: "Si me conocierais a Mí conoceríais también a mi Padre" (Jn 8, 19).

Todo esto está en consonancia con lo que Jesús ha dicho en frecuentes ocasiones: "El Padre está en Mí y Yo en el Padre" (Jn 10,38). Por ejemplo, cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta", Jesús le responde: "Felipe, tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? (Jn 14, 8-10).  Y prosigue: "Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en Mï" (Jn 14,11). ¿Hay mayor modo de amar a otro que estar en él? : el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo.

Observamos, por una parte, una distinción de Personas: el Padre, que está en el Hijo, y el Hijo, que está en el Padre: Padre e Hijo se relacionan mutuamente y se conocen: "Como el Padre me conoce a Mï, así Yo conozco al Padre" (Jn 10, 15). Es más: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo..." (Mt 11,27; Lc 10,22). Esta relación Padre-Hijo aparece como eterna, anterior al nacimiento de Jesús según la carne: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios" (Jn 1,1). De hecho, "a Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo nos la ha dado a conocer" (Jn 1,18). Por eso pudo decir a los judíos: "Antes de que Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y en la oración sacerdotal: "Ahora, Padre, glorifícame Tú, a tu lado, con la gloria que tuve junto a Tí, antes de que el mundo existiera" (Jn 17,5).

Por otra parte, esta igualdad de conocimiento existente entre Padre e Hijo, esta intimidad tan perfecta entre ambos, nos está hablando, de alguna manera, de un modo misterioso, pero real, de la igualdad de naturaleza de ambas Personas. Así dice San Juan en el prólogo de su Evangelio, refiriéndose al Hijo, el Verbo, que no sólo estaba junto a Dios sino que también  "... el Verbo era Dios" (Jn 1,1). El mismo Jesús así lo expresó cuando dijo: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).

[¿Cabe amor mayor entre dos personas que la unidad entre ellas? En el lenguaje ordinario cuando dos personas se aman se dicen cosas como: "Me gustaría fundirme contigo y que fuéramos uno". Estos bellos deseos se quedan, ciertamente, sólo en deseos. El amor humano no puede llegar hasta ese extremo. En Dios no sucede así. Realmente el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo; y realmente son Uno. Eso sí, sin confusión de Personas: la Persona del Padre es distinta de la Persona del Hijo; y la Persona del Hijo es distinta de la Persona del Padre. Se trata de Personas diferentes, en cuanto Personas. De no ser así, ¿cómo podría darse el Amor en Dios? ... un Amor, por otra parte, que es tan perfecto que, aunque nuestro Dios es único, no es, sin embargo, un Dios solitario. El amor se da siempre entre dos personas. Si en Dios no hubiese una pluralidad de Personas, no podría entenderse cómo es posible que Dios sea Amor, tal y como conocemos por la Revelación. Más adelante iremos ahondando en esta idea (más que idea, Realidad), que es de una importancia vital para todos nosotros, como veremos]

(Continuará)

jueves, 27 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VIII)


[Nota: Cuando comencé a escribir acerca de este tema trascendental y fundamento de toda la vida cristiana, no sabía exactamente el tiempo que me iba a llevar. Pero lo cierto es que, a medida que he ido escribiendo, se me abrían nuevos horizontes. Y me doy cuenta de que hablar de estas cosas me supera, como no podría ser de otra manera... sólo que ahora me doy más cuenta de que eso es así. Eso no significa que no vaya a continuar escribiendo. Lo que quiero decir con esto es que, para no cansar demasiado al posible lector, hablaré paralelamente de otros temas, como en realidad he venido haciendo hasta ahora. El trasfondo seguirá siendo, como en un cuadro, la Santísima Trinidad. Eso sí, sin prisas: son muchas las citas bíblicas; y lleva mucho tiempo escribir sobre este tema. Pero el esfuerzo está más que compensado. Merece la pena estudiar y meditar todo lo que lleve a un mejor conocimiento y amor de Dios, tanto para mí mismo como, así lo espero, también para aquellos que llegaran a leer lo que aquí escribo].

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Efectivamente, los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is 55,8). ¿Quién hubiera sido capaz de imaginar jamás que, en obediencia perfecta a la voluntad de su Padre, el Hijo de Dios iba a entrar en la historia humana, haciéndose uno de nosotros, un niño pequeñito, un bebé, completamente desprotegido y dependiente absolutamente de sus padres, como cualquier otro bebé humano lo es? Tremendo misterio es éste: que el Dios Único, Todopoderoso y Eterno, se nos haya manifestado del modo en que lo hizo, tomando nuestra naturaleza humana y haciéndose realmente un hombre como nosotros, "semejante en todo a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4,15).

Un misterio que, como tal, es inexplicable. Si quisiéramos encontrarle alguna "explicación" sólo existe una: el Amor. Su Amor hacia nosotros le llevó a hacer lo que hizo. Esta "explicación", sin embargo, también es incomprensible. ¿Qué necesidad tenía Él de actuar así? La respuesta es: Ninguna. Y, entonces, ¿Por qué actuó del modo en que lo hizo?. Y la respuesta es: Porque así lo decidió libremente, porque quiso, porque le dio la gana, vamos. El Amor tiene sus "razones" que la razón desconoce. En realidad, no hay ninguna razón para el Amor que no sea el Amor mismo. Esto se nos escapa. Y así debe ser. ¿Dónde estaría, si no, el misterio?

Nosotros pensamos en términos de grandeza, de poder, de dinero, de influencias, de fama, de ser reconocidos, etc... En cambio, Jesucristo, que vino con una misión muy clara, de parte de su Padre, nos dijo, hablando de Sí Mismo: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos" (Mt 20,28). Ya hemos dicho esto antes, en repetidas ocasiones, pero nunca acabamos de entenderlo del todo, si es que llegamos a entender algo. Decía Jesús:  "Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió" (Jn 5, 30). "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me ha enviado" ( Jn 6, 38).

Hasta ahora hemos hablado, básicamente, de la relación de Jesús con su Padre. Toda la vida de Jesús hace referencia al Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y acabar su obra" (Jn 4,34). "Yo hablo lo que he visto en mi Padre" (Jn 8, 38). Y en otra ocasión: "Yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre, que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es Vida Eterna; por tanto, lo que Yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo" (Jn 12, 49-50).

Y con relación a la misión que del Padre ha recibido nos dice: "Todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer" (Jn 15,15). "El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó" (Jn 14,31). Por eso les dice a sus discípulos: "Como el Padre me envió así os envío Yo" (Jn 20,21). La obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre fue hasta el extremo, como decía San Pablo: "Fue obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8). O, como el mismo Jesús decía: "¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado" (Jn 18,12). Y sus últimas palabras en la cruz,  refiriéndose a la misión recibida por parte de su Padre, fueron: "Todo está consumado" (Jn 19,30). "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu" (Lc 23,46)

Por eso, en la oración sacerdotal de la Última Cena, pudo decirle a su Padre: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17, 4-5)
(Continuará)

viernes, 7 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VII)


Recapitulemos brevemente lo dicho hasta ahora, y continuemos con nuestra reflexión en torno a este maravilloso misterio de la Santísima Trinidad. Como ya sabemos…

“En el principio existía el Verbo; y el Verbo estaba con Dios; y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). “Todo fue hecho por Él; y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho” (Jn 1, 3-4a). Y este Verbo, que es Dios (el Único) y que existe desde el principio y por quien fueron hechas todas las cosas, “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesucristo es el Verbo de Dios, encarnado; y “siendo de condición divina… se hizo semejante a los hombres…, haciéndose obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).

Por eso pudo decir, por una parte: “El Padre y Yo somos uno” (Jn 10,30) y “Antes de que Abraham existiese, Yo soy” (Jn 8,58). Jesucristo, Hijo de Dios Padre, es de la misma naturaleza divina que el Padre y, por lo tanto, es verdaderamente Dios. Pero, por otra parte, tomó también nuestra naturaleza humana como propia, realmente propia, y se hizo verdaderamente hombre, uno de nosotros, “probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,15). Ambas cosas se dan en Jesús: es verdadero Dios y es verdadero hombre.

La unicidad de Dios no queda mermada en modo alguno, aunque así pudiera parecer a una mirada superficial. Sigue habiendo un único Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Ex 3,15). Pero hay una novedad sumamente importante: es la comprensión de este único Dios la que Jesucristo ha venido a traernos, en obediencia a la voluntad de su Padre. Nuestro conocimiento de Dios se enriquece gracias a la venida de Jesús; y de un modo tal que ninguna mente humana sería capaz de imaginar, puesto que Jesús no es que nos hable de Dios, sin más, sino que Él mismo es Dios: “Felipe, el que me ve a Mí ve al Padre” (Jn 14,9). Así lo afirma también San Juan, quien dice que aunque “a Dios nadie lo ha visto jamás, Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, … nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

Decididamente, quedan patentes en Jesucristo las palabras bíblicas, palabras de Dios, en definitiva, cuando dice: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Jamás persona humana alguna hubiera sido capaz de concebir algo tan sublime, tan grande, tan inefable, tan extraordinario… No cabe en la mente humana que Dios se haga hombre sin dejar de ser Dios, que siendo un solo Dios, se trate, sin embargo, de Personas distintas, una de las cuales, el Hijo, es enviado por la otra, el Padre, con una misión, que a nosotros nos sobrepasa y que conlleva que el propio Hijo tome nuestra naturaleza humana, haciéndose realmente hombre, en cumplimiento de la Voluntad de Su Padre, una Voluntad que es también la Suya propia, porque el Hijo hace siempre aquello que agrada a su Padre (Jn 8,29).

La grandeza de Dios se manifiesta en la debilidad: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… y lleva por nombre Consejero maravilloso, Dios fuerte,…”(Is 9,5). “Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel” (Is 7,14), que significa “Dios con nosotros”. Esta profecía de Isaías se cumplió en Jesús, de quien dice el Ángel a María: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo… reinará eternamente… y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33).

¡Imposible, absolutamente imposible la comprensión de este proceder de Dios por ningún ser humano! ¡¿Que Dios, creador de todo cuanto existe, se haga un niño pequeño e indefenso?!... ¡Vamos, eso no se le pasa a nadie por la cabeza, ni se le puede pasar! ¡Eso es una locura! Y, sin embargo, así ocurrió: ¡es la locura de Dios! Lo sabemos porque así nos lo ha revelado el mismo Dios, en la Persona de su Hijo, Jesucristo. Tremendo misterio éste, en el que nos iremos adentrando, poco a poco, …, e iremos descubriendo que se trata, en realidad, de un Misterio de Amor; y descubriremos también que es precisamente este Amor, y sólo este Amor, el Único capaz de dar sentido a nuestras pobres vidas que, ahora, han venido a ser enormemente valiosas porque, para Él, somos importantes.

(Continuará)