Dicho de otro modo: el Dios de la Alianza influye en la
historia. No sólo se cree en Dios como una verdad teorética sino que, sobre
todo, se confía en Él como fuerza providente y se cree (con seguridad absoluta)
que Él salvará a su pueblo y a todos los hombres, porque su Palabra es
omnipotente y creadora: "Dijo Dios: haya luz. Y hubo luz" (Gen 1,3).
Dios es Alguien de quien puede uno fiarse siempre. Su Palabra es eficaz: "La Palabra
que sale de mi boca no volverá a Mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero, y
realizará la misión que le haya confiado" (Is 55,11)
La Biblia va narrando la intervención de Dios en la
historia y va señalando los atributos divinos que se revelan en esas
actuaciones : Dios es Uno y no hay otro fuera de Él; ha creado todo
cuanto existe; es Eterno, Inmutable,
Inmenso y Todopoderoso. Infinitamente Sabio y Rey del Universo; Presente
en todas partes. Es la Verdad, la Bondad y la Belleza, la suma Perfección, la
Vida misma. Y no se desentiende de sus criaturas: Providente, Supremo Legislador, Justo y Misericordioso;
es nuestro Salvador y nos ama: somos importantes para Él, cada uno, de un modo
personal, singularísimo y único. Sumamente respetuoso con la libertad que nos
ha dado (libertad real), espera una respuesta amorosa por nuestra parte.
Conviene no olvidar que todos estos atributos divinos de los que
habla la Sagrada Escritura son realmente idénticos a la esencia divina
(Dios no sólo es bueno, es la Bondad; no solo es bello, es la Belleza; etc.);
y, además, dada la simplicidad divina,
son idénticos entre sí: la verdad de Dios es su fidelidad, su bondad, su
justicia y su misericordia. Todas las
perfecciones que vemos en Dios se identifican realmente con Dios.
Ahora bien: el hombre sólo
posee un conocimiento analógico de Dios: "por la grandeza y hermosura de las criaturas, se puede
contemplar, por analogía, al que las
engendró" (Sab 13,5). De modo que no tiene otro camino para
hablar de cómo es Dios si no es enumerando sus perfecciones y usando conceptos
humanos limitados; perfecciones que, así concebidas, no pueden ser idénticas al
ser divino, ni en nuestro pensamiento ni en su significado objetivo. De ahí la importancia de respetar la ley de
la analogía para no convertir los atributos divinos en fórmulas que pretendan
explicar qué cosa es Dios. Por ejemplo: es legítimo decir que Dios es infinito, pero la realidad infinita de
Dios no es la misma infinitud de los números; y así con todas las demás
perfecciones. Dice Santo Tomás de Aquino que de Dios "no podemos saber lo
que es, sino más bien lo que no es". (Las ideas expuestas en algunos de
los apartados anteriores han sido sacadas del libro Dios Uno y Trino, de Lucas F. Mateo-Seco, págs 67 y 68; en
adelante, op. cit)
Pues bien: la Revelación
que Dios hace de Sí Mismo tiene un carácter progresivo, al igual que lo tiene la
historia de la salvación. Aunque los atributos con que se describe a Dios en el
Nuevo Testamento son los mismos con que lo hemos visto descrito en el Antiguo, el Nuevo Testamento va mucho más allá
de una simple evolución o desarrollo del concepto de Dios que tienen los
judíos. Implica una novedad radical
que supera infinitamente todas las revelaciones anteriores, como pronto
veremos: "En
diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres
por medio de los profetas. En estos
últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó
heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo" ( Heb 1,
1-2). Y estas otras: "Al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo
la Ley..." (Gal 4, 4)
Estamos ya situados en el
Nuevo Testamento y estas palabras del apóstol San Pablo a los hebreos se
refieren a Jesús, el hijo de María. Y no se trata de un Dios nuevo. Hay una
continuidad, aunque también una novedad radical, como ya se ha dicho, en la que
ahondaremos más adelante. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios, se
está pensando en Yavéh, es decir, en el Dios único y Creador, bendito por los
siglos, que se manifestó a Moisés y que habló por medio de los profetas: "Desde la
creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios -su eterno poder y su
divinidad- se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas
creadas" (Rom 1, 20). Véase el parecido con el versículo citado
más arriba del libro de la Sabiduría (Sab 13, 5).
Cuando Jesús habla de su
Padre, y lo hace en infinidad de ocasiones, como veremos, se refiere siempre al
Dios en quien Israel cree y adora, es decir, " el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y
el Dios de Jacob" (Mt 22, 32), un Dios al que se dirige de un
modo tal que nadie lo había hecho hasta entonces: "Abba, Padre, todo te es posible..."
(Mc 14,36), pues abba
puede traducirse como "papaíto", indica una profunda intimidad. Leemos en los Hechos de
los apóstoles: "El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús"
(Hch 3,13). El concepto de Hijo de Dios, aplicado a Jesús, tiene un
profundo significado, que iremos desgranando.
(Continuará)