Entre las muchas advertencias que Jesús dio a sus discípulo en el sermón de despedida de la Última Cena señalamos aquí algunas: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí primero" (Jn 15,18). "...Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20b). "... Más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios. Esto lo harán porque no conocieron a mi Padre ni a Mí tampoco" (Jn 16, 2-3), etc... Y luego: "Por haberos dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza vuestro corazón. Pero os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16,6-7).
Jesús les promete el Espíritu Santo a sus apóstoles e intenta hacerles ver la importancia fundamental que tendrá para ellos la venida del Paráclito: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-14). Y añade: "Todo lo que el Padre tiene es Mío; por eso os dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16,15). Y en otro lugar: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)."...Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26b).
Esa es la misión del Espíritu Santo: conducirnos hasta Jesús y a través de Jesús (y en Jesús) llevarnos también hasta el Padre. Sólo si el Hijo asciende a los Cielos entonces, junto al Padre, podrá enviarnos su Espíritu... si bien es cierto que "...al atardecer de aquel día, el primero de la semana (Jn 20,19)" (o sea, el día que resucitó), se presentó Jesús en medio de ellos y después de saludarles con la paz "... sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados y a quienes se los retengáis les son retenidos" (Jn 20, 21-23). Hay aquí un adelanto de Pentecostés (en mi opinión) pero que, al parecer, era necesario, porque proviene directamente de Jesucristo, son palabras que salen de su boca, lo cual no ocurrirá en Pentecostés, "en que se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos" (Hech 2, 3). Los apóstoles adquieren así el poder divino de perdonar los pecados, que es el que poseen todos los sucesores de los apóstoles, es decir, el Papa, los obispos y los sacerdotes (y sólo ellos).
Cuando todavía no había muerto, Jesús ya les había dicho a sus discípulos: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Ahora tal acontecimiento está a punto de producirse: es lo que conocemos como Ascensión del Señor a los Cielos. Es curioso que cuando Jesús resucita de entre los muertos no asciende a los Cielos inmediatamente, sino que permanece aún en la tierra durante cuarenta días con su mismo cuerpo (aunque glorioso) y conservando las señales de su Pasión. Durante ese tiempo se apareció varias veces a sus discípulos para confirmarlos en la fe. El número de veces que se apareció podría ser mayor que el que viene reflejado en los textos evangélicos, pues no todas las cosas están escritas, como dice San Juan al final de su Evangelio: "Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25). De hecho en 1 Cor 15, 6-7 se dice que "se apareció a más de quinientos hermanos a la vez´...; después se apareció a Santiago..."; apariciones que no menciona el Evangelio.
Poco antes de ascender a los Cielos dijo a sus discípulos (lo que es un anuncio de Pentecostés): "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la Tierra" (Hech 1,8). "Después de haber dicho esto, y mientras ellos miraban, se elevó y una nube le ocultó a su vista" (Hech 1,9). Sobre la ascensión del Señor hay escrita una oda de Fray Luis de León (1527-1591), que es preciosa y que paso a reflejar aquí:
Jesús les promete el Espíritu Santo a sus apóstoles e intenta hacerles ver la importancia fundamental que tendrá para ellos la venida del Paráclito: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-14). Y añade: "Todo lo que el Padre tiene es Mío; por eso os dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16,15). Y en otro lugar: "Cuando venga el Paráclito que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)."...Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26b).
Esa es la misión del Espíritu Santo: conducirnos hasta Jesús y a través de Jesús (y en Jesús) llevarnos también hasta el Padre. Sólo si el Hijo asciende a los Cielos entonces, junto al Padre, podrá enviarnos su Espíritu... si bien es cierto que "...al atardecer de aquel día, el primero de la semana (Jn 20,19)" (o sea, el día que resucitó), se presentó Jesús en medio de ellos y después de saludarles con la paz "... sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados y a quienes se los retengáis les son retenidos" (Jn 20, 21-23). Hay aquí un adelanto de Pentecostés (en mi opinión) pero que, al parecer, era necesario, porque proviene directamente de Jesucristo, son palabras que salen de su boca, lo cual no ocurrirá en Pentecostés, "en que se les aparecieron lenguas como de fuego, que se distribuían y se posaban sobre cada uno de ellos" (Hech 2, 3). Los apóstoles adquieren así el poder divino de perdonar los pecados, que es el que poseen todos los sucesores de los apóstoles, es decir, el Papa, los obispos y los sacerdotes (y sólo ellos).
Cuando todavía no había muerto, Jesús ya les había dicho a sus discípulos: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). Ahora tal acontecimiento está a punto de producirse: es lo que conocemos como Ascensión del Señor a los Cielos. Es curioso que cuando Jesús resucita de entre los muertos no asciende a los Cielos inmediatamente, sino que permanece aún en la tierra durante cuarenta días con su mismo cuerpo (aunque glorioso) y conservando las señales de su Pasión. Durante ese tiempo se apareció varias veces a sus discípulos para confirmarlos en la fe. El número de veces que se apareció podría ser mayor que el que viene reflejado en los textos evangélicos, pues no todas las cosas están escritas, como dice San Juan al final de su Evangelio: "Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25). De hecho en 1 Cor 15, 6-7 se dice que "se apareció a más de quinientos hermanos a la vez´...; después se apareció a Santiago..."; apariciones que no menciona el Evangelio.
Poco antes de ascender a los Cielos dijo a sus discípulos (lo que es un anuncio de Pentecostés): "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la Tierra" (Hech 1,8). "Después de haber dicho esto, y mientras ellos miraban, se elevó y una nube le ocultó a su vista" (Hech 1,9). Sobre la ascensión del Señor hay escrita una oda de Fray Luis de León (1527-1591), que es preciosa y que paso a reflejar aquí:
ODA XVIII
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!