Me tomo la libertad de escribir algunos de los párrafos de
dicho artículo. En concreto, aquéllos que se refieren a la salvación (o no) de los niños muertos sin bautismo, y a otros graves errores que existen
en ese sentido. Dice así este autor (la negrita es mía):
Al decir que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha
unido, en cierto modo, con todo hombre”, la dificultad radica en que la fórmula
usada por el Concilio es tan poco explícita y se prescinde del inciso con tanta
facilidad, que se acaba equiparando ambas uniones: la genérica (por el mero
hecho de la Encarnación) y la real (por la gracia).
Por eso, en la
práctica se acaba concluyendo en la idea de una “Redención Universal” concebida
en términos que extiende la relación de la gracia tal como existe entre Cristo
y su Iglesia, a todo hombre y, con ello, a toda la humanidad.
Por el contrario, según
la doctrina católica la aplicación de los frutos de la redención a cada hombre
en la obra de la justificación está ligada a la fe y al Bautismo.
[Ciertamente esto es muy grave]. A la luz de la nueva teología -continúa diciendo nuestro autor- estas
realidades se convierten en superfluas y, por eso, carece de sentido la necesidad de la salvación a través del Bautismo, de la fe
y de la Iglesia. Y a partir de ahí todas las fantasías son posibles.
Por eso, es necesario recordar que los adultos pueden suplir
el Bautismo con el acto de caridad o deseo del Bautismo, y con el martirio. En
cambio, los niños que no son capaces de formular un voto o deseo, no tienen
otro medio que no sea el Bautismo de agua o el martirio.
Esta última afirmación
se entiende no cuando hablamos de algún caso particular (Dios puede, si quiere,
otorgar la salvación eterna sin los Sacramentos), sino como ley general.
Hay también una afirmación interesante, en la que no siempre caemos en la cuenta y es que nadie tiene derecho a la gracia. Más aún, el don de la
perseverancia es totalmente gratuito así como la predestinación misma. Este don
Dios se lo concede a quienes quiere y como quiere.
En conclusión, Dios con su voluntad libérrima puede, del
modo que Él quiera, subvenir a los niños para que no perezcan. Sin
embargo, de estos casos no consta y las opiniones acerca de la situación eterna
de los niños que mueren sin haber recibido el Bautismo carecen en verdad de
fundamento sólido.
Hasta aquí el autor. La conclusión final, a mi entender, que coincide con lo que yo ya he escrito sobre este tema, es que hay que mantener la doctrina de siempre, porque peligra el pecado original y la necesidad del bautismo para la salvación.
Pero, por otra parte, y esto sería de modo excepcional, hay que tener en cuenta siempre que los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is 55, 8) y que Dios distribuye su gracia a quien quiere y como quiere; y tiene en cuenta todas las circunstancias, que nosotros desconocemos. Dios es más sabio y más bueno y más justo y misericordioso de lo que ninguno de nosotros podría ser nunca. Y no cabe duda de que, en su infinita Sabiduría, Bondad y Misericordia, actuará siempre bien; y lo que haga será siempre lo mejor.
Pero, por otra parte, y esto sería de modo excepcional, hay que tener en cuenta siempre que los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is 55, 8) y que Dios distribuye su gracia a quien quiere y como quiere; y tiene en cuenta todas las circunstancias, que nosotros desconocemos. Dios es más sabio y más bueno y más justo y misericordioso de lo que ninguno de nosotros podría ser nunca. Y no cabe duda de que, en su infinita Sabiduría, Bondad y Misericordia, actuará siempre bien; y lo que haga será siempre lo mejor.
Pero puesto que este asunto sólo Dios lo conoce y se trata de un tema tan serio, sería una grave imprudencia y temeridad arriesgarse a no bautizar a un niño, pensando en que Dios lo va a salvar de todas maneras. Eso no es así. Ya sabemos que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is 55,8). Se impone ser sencillos y actuar con seguridad. Y lo seguro, y en lo que no caben elucubraciones de ninguna clase, es el bautismo. No le demos ya más vueltas.