Yo he tomado como referencia, en principio, el Catecismo Mayor de San Pío X, por razones de tipo didáctico y de brevedad; y cuando nos refiramos a él se escribirá directamente el punto del catecismo que corresponda, cambiando el tipo de letra. De todos modos, al ser doctrina común de la Iglesia, esta misma enseñanza se recoge también en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992. En el caso de que haya algún matiz que pueda dar lugar a algún tipo de confusión, intentaré explicar el motivo.
Como bien sabemos, Dios creó al hombre para hacerlo partícipe de su Vida divina. Adán y Eva fueron creados con una naturaleza perfectamente sana, dotados de la gracia santificante, con la que podrían gozar de la visión beatífica, y de otros dones preternaturales, que ellos transmitirían, junto con la gracia santificante, a sus descendientes. Pues bien:
Tales dones eran la integridad o perfecta sujeción de la sensualidad a la razón, la inmortalidad; la inmunidad (de todo dolor y miseria), y la ciencia proporcionada a su estado (ver nº 58).
Pero Adán y Eva pecaron...
El pecado de Adán fue pecado de soberbia y grave desobediencia (nº 59). Al pecar, Adán y Eva perdieron la gracia de Dios y el derecho al Cielo; fueron lanzados del Paraíso terrenal, sujetos a muchas miserias, en el alma y en el cuerpo y condenados a morir (nº 60). Si Adán y Eva no hubiesen pecado, tras una feliz estancia en este mundo, hubieran sido trasladados por Dios al cielo, sin morir, para gozar una vida eterna y gloriosa (nº 61).
...y privaron de estos dones también a sus descendientes:
Puesto que estos dones no eran debidos al hombre, sino absolutamente gratuitos y sobrenaturales, por eso, desobedeciendo Adán el divino mandamiento, pudo Dios, sin injusticia, privar de ellos a Adán y a toda su posteridad (nº 62).
Así lo decía San Pablo: "Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios" (Rom 3,23), de modo que:
Este pecado no es propio únicamente de Adán, sino que también es nuestro, aunque de diverso modo. Es propio de Adán, porque él lo cometió con un acto de su voluntad, y por esto en él fue personal. Es propio nuestro porque, habiendo pecado Adán en calidad de cabeza y fuente de todo el linaje humano, viene transfundiéndose por natural generación a todos sus descendientes, y por esto es para nosotros pecado original. (nº 63)
El pecado original se transfunde a todos los hombres porque, habiendo conferido Dios al género humano, en Adán, la gracia santificante y los otros dones sobrenaturales, a condición de que Adán no desobedeciese, y habiendo éste desobedecido, en su calidad de cabeza y padre de humano linaje, tornó la naturaleza humana rebelde a Dios. Por esta causa, la naturaleza humana se transfunde a todos los hombres descendientes de Adán en estado de rebelión a Dios, privada de la gracia divina y de los otros dones ( nº 64).
El pecado es, en realidad, la causa de todos los males que padecemos:
Los daños que nos ha causado el pecado original son la privación de la gracia, la pérdida de la bienaventuranza, la ignorancia, la inclinación al mal, todas las miserias de esta vida y, en fin, la muerte (nº 65)
Y todos nacemos con el pecado original; bueno...
Las puertas del Cielo estaban cerradas para todos los hombres, como consecuencia del pecado original:
Después del pecado de Adán, los hombres no podían salvarse, a no usar Dios la misericordia con ellos (nº 67).
Y eso es precisamente lo que hizo Dios, cuando dirigiéndose a la serpiente (es decir, al Diablo), le dijo: "Pondré enemistad entre tí y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón" (Gen 3,15). La mujer hace referencia a la Virgen María y su linaje es Jesucristo.
La misericordia que usó Dios con el linaje humano fue prometer a Adán el Redentor divino o Mesías, y enviarlo después a su tiempo para librar a los hombres de la esclavitud del demonio y del pecado (nº 68). Y este Mesías prometido es Jesucristo, como nos enseña el segundo artículo del Credo (nº 69).
Con relación a la salvación, esto es lo que hay:
Jesucristo murió por la salvación de todos los hombres y por todos ellos satisfizo (nº 113). Jesucristo murió por todos; pero no todos se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó (nº 114). Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo (nº 115)
La Iglesia Católica es la sociedad o congregación de todos los bautizados que, viviendo en la tierra, profesan la misma fe y ley de Cristo, participan en los mismos Sacramentos y obedecen a los legítimos Pastores, principalmente al Romano Pontífice (nº 151). Para ser miembro de la Iglesia es necesario estar bautizado, creer y profesar la doctrina de Jesucristo, participar de los mismos Sacramentos, reconocer al Papa y a los otros Pastores legítimos de la Iglesia (nº 152). Todos los que no reconocen al Romano Pontífice por cabeza no pertenecen a la Iglesia de Jesucristo (nº 155).
Entre tantas sociedades o sectas fundadas por los hombres, que se dicen cristianas, puédese fácilmente distinguir la verdadera Iglesia de Jesucristo por cuatro notas, porque sólo ella es UNA, SANTA, CATÓLICA y APOSTÓLICA (nº 156) . No basta para salvarse ser como quiera miembro de la Iglesia Católica, sino que es necesario ser miembro vivo (nº 167). Los miembros vivos de la Iglesia son todos y solamente los justos; a saber, los que están actualmente en gracia de Dios (nº 168). Miembros muertos de la Iglesia son los fieles que se hallan en pecado mortal nº 169).
Pues bien: Fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia (nº 170). Ahora bien, quien sin culpa, es decir, de buena fe, se hallase fuera de la Iglesia y hubiese recibido el bautismo o, a lo menos, tuviese el deseo implícito de recibirlo y buscase, además, sinceramente la verdad y cumpliese la voluntad de Dios lo mejor que pudiese, este tal, aunque separado del cuerpo de la Iglesia, estaría unido al alma de ella y, por consiguiente, en camino de salvación (nº 172). Y, por supuesto, quien, siendo miembro de la Iglesia Católica, no practicase sus enseñanzas, sería miembro muerto y, por tanto, no se salvaría, pues para la salvación de un adulto se requiere no sólo el bautismo y la fe, sino también obras conformes a la fe (nº 173)
La existencia y universalidad del pecado original es dogma de fe. De modo que quien no lo admitiera incurriría en herejía y quedaría excluido de la comunión de los santos y fuera de la verdadera Iglesia. Jesucristo instituyó la Iglesia y los sacramentos para que pudiéramos salvarnos; entre ellos el Bautismo:
El Bautismo es un sacramento por el cual renacemos a la gracia de Dios y nos hacemos cristianos (nº 552). El Sacramento del Bautismo confiere la primera gracia santificante, por la que se perdona el pecado original, y también los actuales, si los hay; remite toda la pena por ellos debida; imprime el carácter de cristianos; nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia y herederos de la gloria y nos habilita para recibir los demás sacramentos (nº 553)
De ahí la gran importancia de que los niños reciban el bautismo lo más pronto posible. Esa es la razón por la que...
los padres y madres que por negligencia dejan morir a los hijos sin Bautismo, pecan gravemente porque les privan de la vida eterna, y pecan también gravemente dilatando mucho el Bautismo, porque los exponen al peligro de morir sin haberlo recibido (nº 564)
Y es que el bautismo es necesario para la salvación:
El Bautismo es absolutamente necesario para salvarse, habiendo dicho expresamente el Señor: El que no renaciere en el agua y en el Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de los cielos (Jn 3,5) (nº 567). La falta del Bautismo puede suplirse con el martirio, que se llama Bautismo de sangre, o con un acto de perfecto amor de Dios o de contrición que vaya junto con el deseo al menos implícito del Bautismo, y este se llama Bautismo de deseo (nº 568)
[este último sólo se podría dar en el caso de los adultos, por razones obvias]
Y es bueno recordar que no se ha dicho nada que no sea doctrina constante de la Iglesia, lo que puede verse reflejado también en el Catecismo de la Iglesia Católica. Así, en lo que se refiere al tema de la Iglesia están los puntos 846, 847 y 848. Y en lo concerniente al Bautismo pueden leerse los puntos 1250, 1251, 1252, 1257, 1258 y 1260 (básicamente).
(continuará)