No sé qué pasa, pero en este mundo en que vivimos, parece
que las cosas no son lo que son, sino lo que cada cual quiere que sean y según
como quiera interpretarlas. Ya dije hace unos días que parece que la
prensa laica (un modo muy moderno de llamar a la prensa atea y anticatólica),
anda interpretando bastante bien las palabras de Francisco en la ya famosamente
enredadora entrevista, mientras que la prensa catolicona se ha dedicado a
demostrar, que lo que interpretó la prensa atea no es lo que quiso decir Francisco. Es
una pena, porque si hubiera hablado con total claridad, no tendríamos estos
epílogos a la tan cacareada entrevista.
La Iglesia, que siempre ha sido sabia, hasta que los sabios actuales han
decidido convertirla en tontorrona y ambigua, utilizó en todo momento en sus
exposiciones doctrinales, condenas, aclaraciones y declaraciones un lenguaje
claro, conciso, sin dejar lugar a la menor duda, sin dar posibilidad a las
torcidas y/o interesadas lecturas. Incluso los herejes, se expresaban con
claridad. Y de esta forma, claridad de unos por claridad de otros, las condenas
quedaban bien claras y los herejes o se retractaban o permanecían claramente en
su error.Precisamente por eso, la Iglesia condenaba las proposiciones
de Lutero, de Bayo, de Quesnel, del Modernismo y de tantos otros, utilizando el
lenguaje y las expresiones que ellos mismos habían utilizado...Lo mismo ocurrió siempre con las proposiciones emanadas de
los Concilios. De un lado se determina lo que se quiere decir, la doctrina que
establece el Concilio. Pero para que no haya dudas, por otra parte (en los
cánones correspondientes) se declara anatema, a quien no acepte la susodicha
proposición.
Veamos un ejemplo del Concilio de Trento: Si quis dixerit, baptismum liberi esse, hoc est non
necessarium ad salutem, anatema sit. (Si alguno dijere que el Bautismo es
libre, es decir, que no es necesario para la salvación, sea anatema). [DS,
1618]
Todavía más. Ya en el siglo XX, las preguntas que se
remitían a la Pontificia Comisión Bíblica (a quien León XIII confirió carácter
magisterial), se contestaban también en el mismo sentido en que se había hecho
la pregunta. De esta forma la respuesta era SÍ (positivo) o NO (Negativo).
No había tampoco lugar a dudas... Luego, más adelante, vinieron las frases ambiguas, las
expresiones de doble sentido, las interpretaciones torcidas, el deseo de no
condenar, la necesidad de comprender el punto de vista del hereje de turno… y
un etcétera tan largo, tan largo, que llega hasta nuestros días.
Recuerdo los días de mi noviciado, cuando mi Maestro de
Novicios afirmaba con una seguridad sorprendente, que cuando la Iglesia
abandonara de facto a Santo Tomás de Aquino, el desastre se cebaría sobre ella.
Y así parece ser. Mientras se sigue diciendo que hay que seguir el magisterio
del Aquinate, se niega de hecho su importancia y entonces es cuando las
palabras no dicen lo que quieren decir, sino lo que cada cual quiera
interpretar. El abandono de la filosofía del ser, tiene que pagar
necesariamente un alto precio. Aunque no se reconozca del todo, así es en
verdad.
En este sentido hay algo en la entrevista (entre otras
muchas cosas) que me perturba. Cuando el Papa dice: La nuestra no es una
fe laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica. Dios se ha revelado como
historia, no como un conjunto de verdades abstractas. ¿Qué quiere decir
con esto? ¿No hay verdades abstractas en el catolicismo? ¿Qué entiende por
verdades abstractas? ¿Es verdad abstracta el dogma cristológico de Calcedonia,
que tantos ahora se empeñan en negar bajo el paraguas de las
“cristologías no calcedonianas”? ¿es histórico el concepto de persona
de Calcedonia referido a Jesucristo? ¿es verdad abstracta la
transustanciación? ¿Es verdad abstracta la virginidad de María?
Así que, aunque no soy jesuita, voy a proponerle al Santo
Padre que me conteste a una nueva entrevista que le voy a preparar. Pero
solamente a base de respuestas sí/no. Sin matices. Sin hermenéuticas. Como los
catecismos antiguos. Seguro que eso tranquilizará a todos los católicos fieles
que andan excesivamente preocupados por las expresiones papales. Aunque como no
soy jesuita, probablemente no pueda haber ese feeling entre
entrevistador y entrevistado del que hemos podido disfrutar con La Civilttá
Católica.
Seguro que resultará sumamente interesante y fácil de leer.
Y por supuesto, los medios “laicos” no podrán interpretarla a su antojo. Y los
católicos fieles no quedarán sumergidos en la duda.