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sábado, 26 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (7)


El gran Cisma de Occidente (1378 a 1417), cuya raíz se encuentra en Aviñón. En la historia de la Iglesia Católica, el llamado Papado de Aviñón fue el periodo comprendido entre 1309 y 1377, durante el cual siete Papas residieron en Aviñón. 

[La ciudad de Aviñón eran un enclave del condado Venaissin. Durante el siglo XIII, el condado perteneció a Alfonso, conde de Poitiers quien lo donó en herencia a la Santa Sede tras su muerte en 1274, convirtiéndose en un Territorio papal. Aviñón fue vendida al Papado por la condesa Jeanne de Provenza en 1348, con lo cual los dos condados se unieron para formar un enclave papal unificado.  (El condado Venaissin se conoce en la actualidad como condado de Venasque, anexionado a Francia en 1791, aunque no fue reconocida tal adhesión por el Papado hasta el año 1814)]

Estos fueron los siete Papas de Aviñon:

- Clemente V (5 junio 1305- 20 abril 1314)
- Juan XXII (7 agosto 1316-4 diciembre 1334)
- Benedicto XII (20 diciembre 1334-25 abril 1342)
- Clemente VI (7 mayo 1342- 6 diciembre 1352)
- Inocencio VI (18 diciembre 1352 - 12 septiembre 1362)
- Urbano V, beato ( 28 septiembre 1362 - 19 diciembre 1370)
- Gregorio XI (30 diciembre 1370 - 27 marzo 1378).



Ya en Roma fue proclamado como Papa legítimo Urbano VI (8 abril 1378 - 15 octubre 1389). Sin embargo, como los cardenales franceses estaban descontentos con el Papa (por motivos egoístas, la mayoría de ellos), aunque éste había  sido reconocido por ellos mismos durante más de tres meses, declararon nula su elección y en el mismo desdichado año de 1378 nombraron antipapa a Clemente VII (1378-1394), emparentado con la casa real francesa. Nombró nuevos cardenales y algunos cardenales más se separaron de Roma y se pusieron a su lado, surgiendo así la nueva curia de Aviñón. 

A su muerte ambos Papas tuvieron sucesoresLa cristiandad se dividió en dos obediencias papales, prácticamente iguales, una de Roma y otra de Aviñón. La confusión fue indescriptible y hubo no pocas dudas de conciencia, porque al final apenas nadie sabía quién era el Papa legítimo. La Iglesia parecía que iba a partirse en dos. Jamás había tenido que soportar tan pesada carga, pues la unidad es la vida de la Iglesia.

Urbano VI le sucedió Bonifacio IX (2 noviembre 1389- 1 octubre 1404), aunque los franceses ya había elegido como sucesor de Clemente VII a Benedicto XIII (el llamado papa Luna (1394-1417). Después de Bonifacio IX vinieron Inocencio VII (17 octubre 1404 - 6 noviembre 1406) y Gregorio XII (30 noviembre 1406-4 julio 1415). 

Cuando la situación se hizo insoportable y la obstinación de los dos papas era cada vez mayor (especialmente con Benedicto XIII), se reunieron los dos partidos de los cardenales y decretaron un Concilio General en Pisa (1409). En este concilio deponen como cismáticos y herejes a los dos papas reinantes, Gregorio XII y Benedicto XIII, y eligen a un nuevo papa: Alejandro V (26 junio 1409-3 mayo 1410). 

Si nos detenemos un momento a pensar, nos daremos cuenta de la monstruosidad que supone este hecho: un concilio que depone al papa y al antipapa y que elige un tercer papa. Pues bien: ninguno de los papas cedió, y en vez de dos papas hubo tres (residentes en Roma, Aviñon y Bolonia). 

Muerto el papa Alejandro V, por recomendación de Luis II, los cardenales eligieron a Baldassare Cossa, que tomó el nombre de Juan XXIII: obligado por las circunstancias políticas, Juan XXIII entabló negociaciones con Segismundo, rey de Alemania quien logró arrancar al papa el consentimiento para un concilio general en la ciudad de Constanza. A Segismundo corresponde el mérito de que la Iglesia recuperase la unidad

El Concilio de Constanza (1414-1418) depuso a Juan XXIII (de la serie de Pisa) y a Benedicto XIII (de Aviñón). Gregorio XII (de Roma) se retiró voluntariamente, después de que el concilio accediese a ser convocado nuevamente en su nombre. Tenía ya noventa años. Abdicó y vivió dos años más como cardenal-obispo de Porto. Murió el 18 de octubre de 1417. Fue elegido nuevo Papa el cardenal Otón Colonna, que tomó el nombre de Martín V (1417-1431)

Por cierto, pese a haber sido depuesto, Benedicto XIII se empeño en seguir siendo papa. La deposición de Benedicto XIII como culpable de perjurio (al haber incumplido la promesa de abdicar), de cisma y de herejía contra la Unam Sanctam tuvo lugar el 26 de julio de 1417. 

Benedicto XIII mantuvo su condición de papa, sin ser molestado, en la pequeña villa de Peñíscola, rodeado por un minúsculo grupo de fieles seguidores hasta su muerte en 1423, cuando contaba 95 años de edad. Tres cardenales le sobrevivieron y eligieron entonces a Gil Sánchez Muñoz, arcipreste de Teruel, que tomó el nombre de Clemente VIII. Éste abdicó en una solemne ceremonia el 28 de julio de 1429, haciendo que los cardenales que dependían de él proclamasen también a Martín V como legítimo Papa. Gil Sánchez murió  en 1446, siendo obispo de Mallorca.
(Continuará)

miércoles, 23 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (6)

Una vez que hemos repasado, brevemente, los comienzos de la Iglesia Católica, antes de continuar, debemos recordar que la Iglesia, en sentido estricto,  es el Cuerpo Místico de Cristo (místico en el sentido de misterioso) y es, por lo tanto, invisible. Esta realidad sólo puede ser captada por la fe. Por eso se dice que la Iglesia es santa"Sin mancha ni arruga o cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27). Y es que la santidad de la Iglesia es la santidad del mismo Cristo: esta santidad objetiva de la Iglesia no puede ser empañada por la sombra del error o del pecado de sus miembros, pues eso somos los cristianos, por pura gracia: miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia"Vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (1 Cor 12, 27). 

Esta realidad es muy importante, porque al formar todos un solo cuerpo con Cristo (un verdadero cuerpo, aunque misterioso), unidos a Él mediante la savia de su Espíritu, que es el Espíritu Santo, resulta que "si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los demás comparten su gozo" (1 Cor 12, 26). Así se explica el misterio de la Comunión de los santos (dogma de fe). Y así se explica también que seamos realmente hijos de Dios, hijos en el Hijo: "Mirad qué amor tan grande nos ha tenido el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!" (1 Jn 3,1). "Y porque sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama:'¡Abba, Padre'" (Gal 4,6). Esto explica, entre otras cosas, la razón del sufrimiento de un cristiano: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24). Sufriendo, nos hacemos corredentores con Cristo, redimimos también nosotros al mundo de sus pecados: ¡Gran misterio es éste y digno de ser meditado en silencio delante del Señor!


En el Catecismo Mayor de San Pío X podemos leer, hablando del Papa:

El Papa, a quien llamamos asimismo Sumo Pontífice o también Romano Pontífice, es el sucesor de San Pedro en la Cátedra de Roma, Vicario de Jesucristo y cabeza visible de la IglesiaEl Romano Pontífice es Vicario de Jesucristo porque le representa en la tierra y hace sus veces en el gobierno de la IglesiaEl Romano Pontífice es cabeza visible de la Iglesia porque él la rige visiblemente con la misma autoridad de Jesucristo, que es cabeza invisible.

Con relación a la infalibilidad del Papa, se dice que:


El Papa no puede errar, es decir, es infalible en las definiciones que atañen a la fe y a las costumbres. El Papa es infalible por la promesa de Jesucristo y por la continua asistencia del Espíritu Santo. El Papa es infalible sólo cuando, en calidad de Pastor y Maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema y apostólica autoridad, define que una doctrina acerca de la fe o de las costumbres debe ser abrazada por la Iglesia universalDios ha otorgado al Papa el don de la infalibilidad para que todos estemos ciertos y seguros de la verdad que la Iglesia nos enseña.

La Iglesia no ha establecido ninguna nueva verdad de fe al definir que el Papa es infalible, sino solamente ha definido, para oponerse a los nuevos errores, que la infalibilidad del Papa, contenida ya en la Sagrada Escritura y en la Tradición, es una verdad revelada por Dios, y, por consiguiente, que ha de creerse como dogma o artículo de feEl que no creyese las solemnes definiciones del Papa, o aunque sólo dudase de ellas, pecaría contra la fe, y si persistiese obstinadamente en esa incredulidad, ya no sería católico, sino hereje. La Iglesia definió en el Concilio Vaticano I que el Papa es infalible, y si alguien presumiese contradecir a esta definición, sería hereje y excomulgado.

El conocimiento de la Historia de la Iglesia, de una Iglesia de dos mil años, de la que formamos parte, nos puede ser muy útil para entender bastantes de los acontecimientos que están ocurriendo hoy en el seno de la propia Iglesia. Ha habido situaciones gravísimas. Como las más significativas podemos citar:



La crisis arriana de finales del siglo III y comienzos del IV: la herejía de Arrio consistía en que negaba la divinidad de Jesucristo; y fue excomulgado y exiliado a raíz del primer concilio ecuménico,  convocado por el emperador Constantino, el llamado Concilio de Nicea (año 325). Pese a ello,  el arrianismo siguió teniendo muchísimos partidarios en la Iglesia, debido en gran parte, al apoyo de los emperadores, entre ellos el propio Constantino. Hubo un momento en que prácticamente toda la cristiandad se había vuelto arriana. San Atanasio (296- 373) fue, en aquel momento histórico, el alma de la oposición contra el arrianismo. Muerto ya San Atanasio,  fue convocado por el emperador Teodosio, el segundo concilio ecuménico, llamado Concilio I de Constantinopla (año 381), en el que confirmó solemnemente el símbolo de Nicea: el Hijo es engendrado, no creado, consustancial (homoousiosal Padre. 
(Continuará)

domingo, 20 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (5)

En el artículo anterior se insistía sobre la idea de que no puede haber salvación si no es en el seno de la verdadera Iglesia, que es la Iglesia Católica: ésta es la única que, a pesar de todo tipo de dificultades, ha mantenido en todo lo esencial la línea de desarrollo establecida por Cristo y los apóstoles, lo que se conoce como el depósito de la fe, lo que constituye una prueba directa de esta verdad. Y si aplicamos el método de reducción al absurdo,  la argumentación sería más o menos como sigue: Si se supone, como hipótesis, que la Iglesia católica no es la Iglesia fundada por Jesucristo, de ahí se deduce que tendrían que serlo entonces las demás Iglesias cristianas no católicas. 

Pero, a poco que pensemos, enseguida se vería que tal aserto conduciría a: (1) La negación de la unidad de la Iglesia, en contra de la voluntad de su Fundador: "Que todos sean uno: como tú, Padre, en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17 21). (2) Que en la Iglesia podrían darse situaciones completamente contradictorias: por ejemplo, diversas opiniones sobre Jesús, sobre si es o no es Dios, sobre su nacimiento virginal, sobre su Presencia real en la Eucaristía, etc. (3) Que la Iglesia fundada por Jesús habría caído en errores sustanciales, inmediatamente después de su partida, en contra de su promesa: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán"  (Mt 24, 35). "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) (4) La cristiandad entera habría estado equivocada en lo esencial durante quince siglos, desde los años 50-60, aproximadamente, hasta 1517, fecha en la que tuvo lugar la Reforma de Lutero, y su nuevo concepto de Iglesia.

O sea: resulta que nuestra "hipótesis" de partida nos ha conducido a contradicciones de tal calibre que nos llevan a la conclusión de que es imposible sostener tal hipótesis. Y si esa hipótesis es falsa, debe necesariamente ser cierta la contraria, a saber: sólo hay una Iglesia Verdadera y ésta es la Iglesia Católica; una Iglesia a la que pertenecemos, por pura gracia divina, y de cuya pertenencia debemos estar inmensamente agradecidos a Dios, todos los días, en cada instante.

Jesús nos advierte de las dificultades que tendrán todos aquellos que quieran seguirlo, como se ha ido viendo a lo largo de la Historia de la Iglesia y como se está viendo hoy, de un modo muy especial, del que luego hablaremos, pero eso no debe ser ningún motivo para abandonar y para dejar de seguir luchando. Sabemos que Él está con nosotros y eso nos basta. Recordemos sus Palabras: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28)

En inmensidad de ocasiones, Jesús advirtió a sus discípulos acerca de cómo sería su estancia en esta tierra: "En el mundo tendréis tribulación(Jn 16,33a). "Os envío como ovejas en medio de lobos... (Mt 10, 16 a) " ...Os entregarán a los tribunales y os azotarán ...  por mi causa seréis conducidos ante gobernadores y reyes, para dar testimonio ante ellos y los gentiles" (Mt 10, 17-18). "... seréis odiados por todos a causa de mi Nombre" (Mt 10, 22a), etc... Por supuesto que sí. Y eso será motivo de gloria para nosotros, porque nos pareceremos así más a nuestro Maestro, a quien amamos: "Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20a)

Claro que no podemos quedarnos sólo con la primera parte del mensaje en las expresiones anteriores. Hay que completar el mensaje: "...Pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33b). "Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (Mt 10, 16 b)  "Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar, porque se os dará en aquella hora lo que habéis de decir. Pues no seréis vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10,20). "... Pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará" (Mt 10,22b). "...Y si guardaron mi Palabra, también guardarán la vuestra" (Jn 15,20b) 

El camino de un cristiano no es ni ha sido nunca un camino fácil. Se supone que esto deberíamos ya saberlo, pues el Señor siempre ha sido claro cuando nos ha hablado. "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame " (Lc 9, 23) 

Si repasamos, aunque sea muy por encima, la Historia de la Iglesia, podemos leer, en los Hechos de los Apóstoles, cómo ya desde sus primeros comienzos, los apóstoles fueron perseguidos por proclamar el Nombre de Jesús. Esteban, primer mártir cristiano (o protomártir) fue apedreado por dar testimonio de Jesús ante el Sanedrín, y "puesto de rodillas, gritó con gran voz: 'Señor, no les tengas en cuenta este pecado'. Y dicho esto se durmió" (Hech 7,60). "Ese día se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia en Jerusalén" (Hech 8,1)

Es difícil de explicar la rapidez con la que el cristianismo se fue difundiendo en sus inicios, en situaciones no precisamente fáciles. Según el historiador de la Iglesia, Joseph Lortz, el joven cristianismo, en su difusión durante los primeros siglos, tuvo que enfrentarse y confrontarse con tres culturas diferentes: judaísmo, cultura griega y cultura romana. El mundo judío aparece como eminentemente religioso, el griego como filosófico  y el romano como político. Cada una de estas tres culturas planteaba al cristianismo problemas específicos. Pero en todos los casos se hace patente la misma cosa: la clara conciencia que tiene la Iglesia de su unidad esencial, dentro de la diversidad.  
(Continuará)

martes, 15 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (4)

Por supuesto que es necesario estar bautizado para pertenecer a la Iglesia, pero no es suficiente para salvarse: sólo siendo un miembro 'vivo' del Cuerpo de Cristo (es decir, en estado de gracia) es posible la salvación . Respecto a los no bautizados, en concreto aquellos a los que no ha llegado el mensaje del Evangelio, y no han podido conocer a Jesucristo, pero viven con honradez y buscan la verdad con todas sus fuerzas, la Iglesia habla de "los caminos extraordinarios de la gracia" y de una pertenencia, de hecho, a la única Iglesia católica. De algún modo se podría decir que participarían del bautismo de deseo y que podrían salvarse; en otras palabras, que serían 'católicos sin saberlo' (tal vez una expresión poco afortunada. Véase, a este respecto, la nota 1 a pie de página) y pertenecientes, por lo tanto, a la única Iglesia de Jesucristo, pues sigue siendo cierto que "fuera de la Iglesia no hay salvación"

Con relación a este tema nos dice el Catecismo Mayor de San Pío X:


Quién sin culpa, es decir, de buena fe, se hallase fuera de la Iglesia y hubiese recibido el bautismo o, a lo menos, tuviese el deseo implícito de recibirlo y buscase, además, sinceramente la verdad y cumpliese la voluntad de Dios lo mejor que pudiese, este tal, aunque separado del cuerpo de la Iglesia, estaría unido al alma de ella y, por consiguiente, en camino de salvación.


En todo caso, se trata de situaciones muy concretas, que sólo Dios conoce. De ahí la obligación que tenemos los cristianos de conocer y amar a Jesús con todas nuestras fuerzas; y de rezar por toda esa gente que aún no conoce a Jesucristo. Aquí vendría a cuento hablar de la importancia de las misiones y de la predicación del Evangelio para que el mensaje de Cristo llegue a todos los habitantes de la Tierra. Este punto se deja para otra ocasión.
(Continuará)
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(1) La idea de "católicos sin saberlo" no se refiere, evidentemente, a todos los hombres (como hay mucha gente que así piensa, de modo erróneo): sólo a aquellos que, por ignorancia invencible, no han conocido a Jesucristo; pero que han vivido íntegramente, conforme a la ley natural impresa por Dios en su corazón: "Haz el bien y evita el mal". Pienso, por ejemplo, en Platón, en Aristóteles, en Virgilio, etc..., así como en tanta gente de hoy, gente buena y de buen corazón, que buscan sinceramente la verdad con todas sus fuerzas, pero a quienes no ha llegado la noticia del Evangelio, gente a la que si se les hablara de Jesucristo (del auténtico Jesucristo) lo seguirían de todas, todas. Al fin y al cabo, Jesús dijo de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).  Puesto que en lo más hondo de su alma han optado por Dios, aun sin conocerlo suficientemente; y puesto que Dios se deja encontrar siempre de aquellos que le buscan con sincero corazón, no habiendo en él acepción de personas, tengo el convencimiento de que esa gente participa del bautismo de deseo. En todo caso eso nadie puede saberlo con seguridad.  Es Dios, y sólo Dios, quien tiene todos los datos y quien conoce las profundidades del ser de cada uno y el único que puede emitir un juicio justo en cada caso. De lo que no cabe ninguna duda, es de que si se salvan, esa salvación tendría lugar, con toda seguridad, a través de Jesucristo, pues "ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos"  (Hech, 4,12).


Por desgracia, y en contraposición a lo anterior, es una realidad evidente, para quien quiera verla, la existencia en la actualidad de un enorme número de cristianos que son "no católicos, sin saberlo".  Esto es altamente preocupante, pues se cuentan por miles e incluso millones, los "católicos" que dicen serlo, pero que no lo son: no pueden serlo, aunque ellos digan otra cosa, desde el momento en que aceptan como normales e incluso buenas una serie de cosas que son auténticas herejías y que están condenadas por la Iglesia de siempre. Y puesto que no se arrepienten de ello, sino todo lo contrario, esa gente, aunque esté bautizada, no puede pertenecer a la Iglesia, de ninguna de las maneras, por más que repitan hasta la saciedad que son católicos.  No lo son ... y ellos lo saben. Es cierto que posiblemente hayan sido engañados por aquellos que debían guiarlos, falsos pastores que "ni entran ni dejan entrar" (Mt 23,13). Pero es cierto también que, en realidad, sólo puede ser engañado aquel que quiere ser engañado. No obstante, cabe pensar también en una ignorancia invencible. Eso es Dios quien lo sabe; cada caso es único. Sobre este tema ya escribí en otro momento. Remito a él a quien esté interesado en ello, para lo cual puede pinchar aquí 

domingo, 13 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (3)


Jesucristo vive: la Iglesia es un organismo vivo. En este organismo Cristo es la cabeza y nosotros somos sus miembros: "Vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (1Cor 12, 27). Por eso decimos que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Y tal como es la Cabeza así estamos llamados a ser sus miembros, haciendo realidad la Vida de Jesús en nuestra propia vida, de modo que "si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los demás comparten su gozo" (1 Cor 12, 26)

Como todo organismo vivo, la Iglesia no permanece anquilosada en su estado originario, sino que se desarrolla, manteniéndose "idéntica a sí misma dentro de ese desarrollo". En realidad, todo esto comenzó cuando "el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Y es de este hecho fundamental de la Encarnación, un hecho que nos ha sido revelado (no debemos olvidarlo), de donde debe partir toda "verdadera" historia de la Iglesia. Viene aquí a colación aquello que dijo Jesús de que "el cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). Y también aquello de que su Reino se extendería por todos los pueblos de la tierra. Esta misión se la encomendó a sus discípulos (a Pedro y a los demás apóstoles): "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19)

Debemos tener también muy presente, en nuestra mente y en nuestro corazón, que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos" (Heb 13,8). Y si nos fijamos un poco, caeremos enseguida en la cuenta de que toda la enseñanza del Nuevo Testamento exige, de modo inequívoco, la unidad de la Iglesia, como puede verse, por ejemplo, en la oración sacerdotal de Jesús, en la que ruega a su Padre: "Que todos sean uno; como Tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, para que así ellos estén en nosotros y el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Y San Pablo a los efesios les habla de que hay "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos: el que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,5).

La verdad prometida a la Iglesia por su fundador sólo puede estar de modo pleno y objetivo en UNA Iglesia. El católico cree y afirma que esa Iglesia es la Iglesia católica, apostólica y romana. Debemos aquí distinguir entre lo que sería la posesión objetiva de la verdad por parte de la Iglesia católica y la apropiación subjetiva de esa verdad por parte de sus miembros de una manera perfecta. Decía San Agustín: "¡Cuántos de aquellos que no están con nosotros son, sin embargo, nuestros! ¡Y cuántos de los nuestros se hallan fuera!"
(Continuará)

Dios es católico (Fray Gerundio)

Seguimos con el numerito de las entrevistas. La de esta pasada semana ante el ateo Scalfari tiene tantas respuestas problemáticas y probablemente graves en boca de un Pontífice, que se han disparado las interpretaciones de los que no quieren decir que están preocupados, pero en el fondo les preocupa que un Papa diga estas cosas. Unos que por su parte esconden la cabeza y niegan la existencia del problema; otros que dicen que no quiso decir lo que dijo; otros que dicen que la transcripción no es exacta. Mientras que el propio portavoz Padre Lombardi admite que lo publicado de la entrevista responde a lo que dijo Francisco, otros empiezan a hacer circular la voz de que no hubo transcripción y por tanto no hay palabras exactas en las respuestas. Bla, bla, bla.
Yo soy un pobre fraile que no entiende de nada, pero aplicando la pura lógica, yo digo una cosa: En esta semana que ha transcurrido desde la desgraciada entrevista, si el Papa no ha desmentido sus palabras y si la Oficina de Prensa del Papa no ha dicho con energía que se trata de una burda mentira del ateo de turno, que ha puesto en boca del Papa palabras inexactas, es que lo dicho se puede tomar como dicho. Ni más ni menos. Dejémonos de echarle la culpa al mensajero. Y realmente, como se desprende de las diversas reacciones de muchos cristianos que no quieren ser avestruces, mucho de lo dicho y expresado es grave. Intencionalmente o no (eso no lo puedo saber), pero es grave. Y en boca de un Sumo Pontífice, infinitamente grave.
No se puede decir a la ligera y de forma tan superficial, que Dios no es católico. Estas palabras, tomadas así, tienen tanto tufillo populista, deseoso de agradar a ciertos lectores y oyentes, un guiño de complicidad al progresismo más anti-católico, que resultan extremadamente dañinas para el catolicismo en general. Es inaudito que un Papa diga esto. Y es obligación de los fieles advertirlo. Aunque sea tachado por los avestruces de turno de no amar al papado o de no ser buen cristiano.
Yo digo que Dios sí es católico. Y lo digo utilizando el argumento en sentido contrario.
Vamos a ver: A Dios no se le puede añadir ningún calificativo en sí mismo, porque nada hay que se pueda añadir a Dios como distinto de Él. Dios es el Ser por Esencia, y fuera de esto no podríamos ni siquiera pensar en definir a Dios. Pero conocemos a Dios como es, precisamente, porque ha querido revelarse. Y resulta que en la Iglesia Católica, garante de la Revelación Divina, Dios tiene unos atributos, una propiedades, que no tiene en absoluto en las demás religiones.
Por lo tanto, puedo decir con toda propiedad que:
Dios no es budista: porque para el budismo, no existe una entidad creadora o causa primera que se pueda llamar dios. El budismo es ateo e incompatible con la mera noción de dios.
Dios no es animista: porque para los animistas la divinidad está en las cosas inanimadas y no se refiere en modo alguno a un dios personal.
Dios no es panteísta: porque para el panteísmo, dios es toda la naturaleza que está confundida en la divinidad.
Dios no es Madre: Porque Dios se ha revelado como Padre y así lo ha transmitido la Iglesia Católica.
Dios no es musulmán: Porque Dios se ha encarnado en su Hijo Jesucristo, al que Mahoma no reconoce como verdadero Dios y porque Dios es Trinitario, lo cual tampoco reconoce Mahoma. Por muy religión “del Libro” que sea.
Dios no es judío (aunque algunos lo quisieran): Porque el judaísmo no reconoce a Jesucristo como Mesías y como Hijo de Dios. Y si es religión del Libro (majadería que se escucha constantemente), lo será del libro del Antiguo Testamento, porque no reconocen el Nuevo Testamento que la Iglesia Católica transmite como auténtica Palabra de Dios revelada.
Dios no es protestante: porque el protestantismo no reconoce la gracia sacramental, ni el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia. Ni la Tradición Sagrada de la Iglesia. Ni la necesidad de las obras, junto con la fe, para salvarse. Ni el sacrificio de la Misa, ni el Orden Sacerdotal.
Dios no es ortodoxo: Porque la Iglesia ortodoxa no reconoce el Primado de Pedro y rechaza los Concilios posteriores a los siete primeros; porque no acepta el Filioque, porque no acepta la Inmaculada Concepción de María.
Dios no es el Pachamama: Porque entre otras cosas eso es una solemne estupidez para pazguatos neo-conversos a la Madre Tierra.
Dios no es kantiano, ni hegeliano, ni leonardoboffiano, ni de la new age, ni…
Por el contrario: Dios es católico. Sí. Porque Dios tal como es, se ha revelado exclusivamente en la Iglesia Católica, Única Verdadera, que profesa las verdades de fe en el Credo Niceno-Constantinopolitano. Por eso es la Única que lo ha revelado con toda Verdad. Y porque todo el que niega alguna de las verdades de Fe expresadas en este Credo, Credo Católico, no está hablando del Verdadero Dios.
Vamos a dejarnos de tonterías y de cuentos. O se reconoce al verdadero Dios como el predicado y enseñado por la Iglesia Católica, o por el contrario estamos hablando de un Dios FALSO.
Y a mí no me van a mover de aquí ni la prensa religioso-avestruz, ni los hermenéuticos asustadizos, ni nadie. Si el Papa no ha dicho esta frase, que la desmienta. Sería muy hermoso comprobar que para el Papa el verdadero Dios es el Dios católico. Como siempre lo ha sido.
Claro que con los amigos que se frecuenta, no me extraña que al final, como decían en mi pueblo: el que se junta con un cojo, si al año no cojea, renquea. A lo mejor, resulta que Dios es Judío.
Artículo de Fray Gerundio (9 de octubre de 2013)
(Nota: La entrevista con el ateo Scalfari fue eliminada de la página web del Vaticano el 15 de Noviembre de 2013) 

sábado, 12 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (2)


La Iglesia, fundada por Jesucristo, se mantiene aún viva después de dos mil años de todo tipo de vicisitudes. La evolución de la Iglesia no ha seguido siempre una línea recta. También en la historia de la Iglesia "Dios escribe recto con renglones torcidos". Una de las cosas más impresionantes de la historia de la Iglesia es el hecho de haber permanecido fiel a su esencia,  pues habiéndose dado grandes progresos, innegables, ha habido también innumerables deficiencias por parte de algunos de los miembros de la Iglesia Jerárquica.

Cristo sigue hoy viviendo en sus miembros. Y no sólo en sentido metafórico. No tenemos más que leer el Evangelio y el Nuevo Testamento: "Quien a vosotros oye, a Mí me oye; quien a vosotros desprecia, a Mí me desprecia; y quien me desprecia a Mí desprecia al que me ha enviado" (Lc 10, 16). Y en otro lugar: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Y cuando San Pablo se acercaba a Damasco, con la idea de detener a todos los que creyeran en Jesucristo, de repente le envolvió un resplandor, "cayó al suelo y oyó una voz que le decía: 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Respondió: '¿Quién eres tú, Señor?'. 'Yo soy Jesús, a quien tú persigues' (Hech 9, 4-5).


Si queremos escuchar a Jesucristo (y así es como debemos proceder), el mejor modo de hacerlo es a través de sus palabras, contenidas en el Evangelio y en el Nuevo Testamento. No son palabras cualesquiera: "Las palabras que os he hablado son Espíritu y son Vida" (Jn 6,63), decía Jesús. Dice el apóstol Pablo que "la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón" (Heb 4,12), de modo parecido a lo que decía San Juan en el Apocalipsis, hablando de Jesucristo: "De su boca salía una espada afilada de dos filos" (Ap 1, 16).


Por otra parte, sabemos que Jesucristo es Dios, el único Dios verdadero"Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) y que ha fundado su Iglesia"Yo te digo a tí que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18), poniendo a Pedro al frente"Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17), una Iglesia a la que ama (¡y de qué manera!): "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella" (Ef 5,25), por la que se preocupa"Padre, guarda en tu Nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno, como nosotros" (Jn 17, 11); "Padre, quiero que los que me diste estén también conmigo, donde Yo estoy... " (Jn 17,24). "... que el Amor con el que Tú me amaste esté en ellos y Yo en ellos" (Jn 17,26). El amor de Jesús a cada uno de sus miembros, que forman la Iglesia, es tal que podemos atribuirle a Él las palabras que, en el Cantar, el Esposo dirige a la esposa:

¡Levántate, ven, amada mía,
hermosa mía, vente!
Paloma mía,
en los huecos de las peñas,
en los escondites de los riscos,
muéstrame tu cara,
hazme escuchar tu voz:
porque tu voz es dulce,
y tu cara muy bella!  (CC, 2, 13-14)



Y esto no es algo del pasado. La Palabra de Dios siempre es actual. Hace referencia a los hombres de todos los lugares y de todas las épocas, tanto en lo relativo a sus problemas y dificultades como en la solución que les da. Ésta es la única Palabra que puede salvarnos, en este momento crítico de la Iglesia. Jesús sigue estando con nosotros; no nos ha dejado solos: "YO SOY el primero y el último, EL QUE VIVE; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17).
(Continuará)

miércoles, 9 de octubre de 2013

Acerca de la Iglesia Católica y su historia (1)


Bien, vaya por delante, antes de nada, mi fidelidad, cariño, respeto y obediencia, al legítimo Magisterio y a la legítima Jerarquía de la Iglesia: Ubi Petrus, Ibi Ecclesia (Donde está Pedro está la Iglesia). De modo que el que se aparta de Pedro se aparta de la Iglesia. Y fuera de la Iglesia no hay salvación: "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y cuanto ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 18-19). En estas palabras dirigidas por Jesús a Pedro se aprecian varias cosas:  primero que Jesús quiere fundar una Iglesia (su Iglesia); segundo, que va a ser Él quien la edifique; tercero, promete que dejará a Pedro el poder de hacer y deshacer con vistas a la entrada en su Reino, o sea, el poder de perdonar los pecados o de retenerlos ( su propio Poder, en definitiva) y finalmente, la seguridad de que esta Iglesia, que Él fundará, perdurará por los siglos.

Esta promesa de Jesús sobre el primado de Pedro se hizo realidad, una vez resucitado Jesús: " 'Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?' Él le responde: 'Sí, Señor, Tú sabes que te amo'. Le dice: 'Apacienta mis corderos'. Vuelve a decirle por segunda vez: 'Simón, hijo de Juan, ¿me amas?. Le responde: 'Sí, Señor, Tú sabes que te amo'. Le dice: 'Apacienta mis ovejas'. Por tercera vez le dice: 'Simón, hijo de Juan, ¿me amas?' Pedro se entristeció porque por tercera vez le dijo: '¿me amas?', y le respondió: 'Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo'. Le dice: 'Apacienta mis ovejas' " (Jn 21, 15-17). Jesús, que es el buen Pastor, deja a Pedro el encargo y la tarea de apacentar a sus ovejas.


 Junto a Pedro, también al resto de los apóstoles, poco antes de su Ascensión a los Cielos, les dijo: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28, 18, 20a). El Colegio de los apóstoles, unido a su Cabeza, recibe también la función de atar y desatar dada a Pedro (C.I.C. 1444). 

Los Papas son los sucesores de Pedro, y los obispos, en comunión con el Papa, son los sucesores de los apóstoles. La tarea recibida, una tarea que es sobrenatural, pues está en juego la salvación de las personas, de sus cuerpos y de sus almas, excede las posibilidades humanas. Se trata de una tarea imposible para cualquier hombre. Claro está: Tenemos de por medio lo que nos ha dicho Jesús: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). Contamos, además, con su Presencia real en la Eucaristía y con sus palabras: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). No nos ha dejado solos. "No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros" (Jn 14, 18). Y poco más adelante dice: "Estas cosas os las he dicho estando con vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará  todas las cosas que Yo os he dicho" (Jn 14,25-26). "Él dará testimonio de Mí" (Jn 15, 26) y  "... os guiará hacia la verdad completa" (Jn 16,13).

Ya resucitado les dijo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la Tierra" (Hech 1, 8). Sólo Jesús pudo decir al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mc 2,5), ante lo cual unos escribas que estaban sentados por allí pensaron para sí: "¡Éste blasfema! "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Y así era, en efecto. Tenían razón. Pero es que Jesús era Dios. Además, Jesús confiere este poder a sus apóstoles y a sus sucesores, para que lo ejerzan en su Nombre. Y recién resucitado, aun antes de que viniera el Espíritu sobre ellos en forma de lenguas de fuego, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Jn 20, 22-23). 

Tenemos pastores (el Papa, los obispos y los sacerdotes) que se encargan de proporcionar a sus ovejas (que somos todos los fieles) el "pasto" que necesitan, o sea, el "buen olor" de Cristo (2 Cor 15). Ellos han recibido la fortaleza necesaria para llevar a cabo esta misión que sobrepasa toda fuerza humana, pues han recibido el Espíritu Santo, que les capacita para ello. 


En el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles se narra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María, en forma de lenguas de fuego, así como los efectos que produjo sobre ellos y las primeras conversiones, que se contaban por miles de personas. Desde entonces han pasado ya unos dos mil años. Y la barca de la Iglesia, fundada por Jesucristo, sigue manteniéndose firme, a pesar de todas las persecuciones. No debemos tener miedo ni asustarnos: "Subiendo después a una barca, le acompañaron sus discípulos. De pronto se agitó el mar, tanto que las olas cubrían la barca, pero Él dormía. Se acercaron los discípulos y le despertaron diciendo: 'Señor, sálvanos'. Les dijo: '¿Por qué teméis, hombres de poca fe?' Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran calma"  (Mt 8, 23-26); como diciéndoles: Si Yo estoy con vosotros no os puede pasar nada malo. No tenéis ninguna razón para asustaros. Y así es. 

Se quiera o no, lo cierto es que la situación normal de un cristiano, que viva o intente vivir como tal, es el odio del mundo. Así lo decía San Pablo: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones" (2 Tim 3,12). Pero, por encima de todo eso, tenemos las palabras del Señor, que nos proporcionan un gran consuelo: "En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).  

 (Continuará)

martes, 1 de octubre de 2013

Entrevista de Scalfari al Papa Francisco


Por su interés, ofrecemos la traducción al español del diálogo que mantuvieron el Papa Francisco y el fundador del diario italiano La Repubblica el pasado martes 24 de septiembre de 2013 en la Casa Santa Marta del Vaticano tras su intercambio de cartas, tal como hoy, 1 de Octubre, lo publica La Repubblica (en su versión original en italiano)
 

Me dice el Papa Francisco: “El mal más grave que afecta al mundo en estos años es el paro juvenil y la soledad de los ancianos. Los mayores necesitan atención y compañía, los jóvenes trabajo y esperanza, pero no tienen ni el uno ni la otra; lo peor: que ya no los buscan más. Les han aplastado el presente. Dígame usted : ¿se puede vivir aplastado en el presente?¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un futuro, una familia? ¿Es posible continuar así? Este, en mi opinión, es el problema más urgente que la Iglesia tiene que enfrentar”.

Santidad, le digo, es un problema sobre todo político y económico, relacionado con los estados, los gobiernos, los partidos, las asociaciones sindicales.

“Cierto, tiene razón, pero también está relacionado con la Iglesia, incluso, sobre todo con ella, porque esta situación no hiere solo a los cuerpos sino a las almas. La Iglesia debe sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos”.

Santidad, usted dice que la Iglesia debe sentirse responsable. ¿Debo deducir que la Iglesia no es consciente y que la incita a ir en esa dirección?

“En gran medida esta conciencia existe, pero no basta. Yo quisiera que fuera más grande. No es el único problema que tenemos por delante pero es el más urgente y el más dramático”.

El encuentro con el Papa Francisco se dio el pasado martes en su residencia de Santa Marta, en una pequeña habitación vacía, solo con una mesa y cinco o seis sillas y un cuadro en la pared. Este encuentro fue precedido por una llamada telefónica que no olvidaré en mi vida. Eran las dos y media de la tarde. Sonó mi teléfono y se oyó la voz nerviosa de mi secretaria que me dice: “Tengo al Papa en línea, se lo paso inmediatamente”.

Me quedé estupefacto, mientras la voz de Su Santidad se escuchaba al otro lado del hilo telefónico diciendo: “Buenos días, soy el Papa Francisco”. Buenos días, Santidad –digo yo y después-. Estoy conmocionado, no me esperaba que me llamase. “¿Por qué conmocionado? Usted me escribió una carta pidiéndome conocerme en persona. Yo tenía el mismo deseo y por tanto le llamo para fijar una cita. Veamos mi agenda: el miércoles no puedo, el lunes tampoco ¿le vendría bien el martes?”. Respondí: ¡Perfecto!
“El horario es un poco incómodo, ¿a las 15 le va bien? Si no, cambiamos el día”. Santidad, a esa hora me va fenomenal. “Entonces estamos de acuerdo, el martes 24 a las 15. En Santa Marta. Debe entrar por la puerta del Santo Oficio”.
No sé como terminar la conversación y me dejo llevar diciéndole: ¿le puedo abrazar por teléfono? “Claro, le abrazo también yo. Ya lo haremos en persona. Hasta luego”.

Ya estoy aquí. El Papa entra y me da la mano, nos sentamos. El Papa sonríe y me dice: “Alguno de mis colaboradores que lo conoce me ha dicho que usted intentará convertirme”.

Es un chiste le respondo. También mis amigos piensan que usted querrá convertirme.

Sonríe de nuevo y responde: “El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me pasa que después de un encuentro quiero tener otro porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante, conocerse, escuchar, ampliar el cerco de los pensamientos. El mundo está lleno de caminos que se acercan y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el “Bien”.

Santidad, ¿existe una visión única del Bien? ¿Quién la establece?

“Cada uno de nosotros tiene una visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos animar a dirigirse a lo que uno piensa que es el Bien”.

Usted, Santidad, ya lo escribió en la carta que me mandó. La conciencia es autónoma, dijo, y cada uno debe obedecer a la propia conciencia. Creo que esta es una de las frases más valientes dichas por un Papa.

“Y lo repito. Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo”.

¿La Iglesia lo está haciendo?

“Sí, nuestras misiones tienen ese objetivo: individualizar las necesidades materiales e inmateriales de las personas y tratar de satisfacer como podamos. ¿Usted sabe lo que es el agape?”

Sí, lo sé.

“Es el amor por los otros, como nuestro Señor predicó. No es proselitismo, es amor. Amor al prójimo, levadura que sirve al bien común”.

Ama al prójimo como a ti mismo.

“Es exactamente así”.

Jesús en su predicación dice que el agape, el amor a los demás, es el único modo de amar a Dios. Corríjame si me equivoco.

“No se equivoca. El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de hermandad. Todos somos hermanos e hijos de Dios. Abba, como Él llama al Padre. "Yo marqué el camino", dijo, "Seguidme y encontraréis al Padre y seréis sus hijos y se complacerá en vosotros". El agape, el amor, de cada uno de nosotros hacia los demás, desde el más cercano al más lejano, es el único modo que Jesús nos indicó para encontrar el camino de la salvación y de las bienaventuranzas”.

Sin embargo, la exhortación de Jesús, la recordamos antes, es que el amor por el prójimo sea igual al que sentimos por nosotros mismos. Por tanto lo que muchos llaman narcisismo se reconoce como válido, positivo, en la misma medida del otro. Hemos discutido mucho sobre este aspecto.

“A mí –decía el Papa- la palabra narcisismo no me gusta, indica un amor desmesurado hacia uno mismo y esto no va bien, puede producir daños en el alma de quien lo sufre y también en la relación con los demás, incluso en la sociedad en la que vive. El verdadero mal es que los más afectados por esto que en realidad es un tipo de desorden mental, son personas que tienen mucho poder. A menudo los jefes son narcisistas”.

También muchos jefes de la Iglesia.

“¿Sabe qué opino sobre esto? Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, halagados y exaltados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado”

La lepra del papado, ha dicho exactamente esto. ¿Pero qué corte? ¿Se refiere a la curia? Pregunto.

“No, en la curia puede haber cortesanos, pero en su concepción es otra cosa. Es lo que en los ejércitos se llama intendencia, gestiona los servicios que sirven a la Santa Sede. Pero tiene un defecto: Es vaticano-céntrica. Ve y atiende los intereses del Vaticano, que son todavía, en gran parte, intereses temporales. Esta visión Vaticano-céntrica se traslada al mundo que le rodea. No comparto esta visión y haré todo lo que pueda para cambiarla. La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del Pueblo de Dios y los presbíteros, los párrocos, los obispos que tienen a su cargo muchas almas, están al servicio del Pueblo de Dios. La Iglesia es esto, una palabra distinta, no por casualidad, de la Santa Sede que tiene una función importante pero está al servicio de la Iglesia. Yo no podría tener total fe en Dios y en su Hijo si no me hubiese formado en la Iglesia, y tuve la fortuna de encontrarme en Argentina, en una comunidad sin la cual yo no hubiera tomado conciencia de mí mismo y de mi fe”.

¿Usted sintió su vocación desde joven?

“No, no muy joven. Tendría que haber tenido otra ocupación según mi familia, trabajar, ganar algún dinero. Fui a la universidad. Tuve una profesora de la que aprendí el respeto y la amistad, era una comunista ferviente. A menudo me leía o me daba a leer textos del Partido Comunista. Así conocí también aquella concepción tan materialista. Me acuerdo que me dio el comunicado de los comunistas americanos en defensa de los Rosenberg que fueron condenados a muerte. La mujer de la que le hablo fue después arrestada, torturada y asesinada por el régimen dictatorial que entonces gobernaba en Argentina”.

¿El comunismo lo sedujo?

“Su materialismo no tuvo ninguna influencia sobre mí. Pero conocerlo, a través de una persona valiente y honesta me fue útil, entendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que después encontré en la Doctrina Social de la Iglesia”.

La teología de la liberación, que el Papa Wojtyla excomulgó, estaba bastante presente en América Latina.

“Sí, muchos de sus exponentes eran argentinos”.

¿Usted piensa que fue justo que el Papa la combatiese?

“Ciertamente daban un seguimiento político a su teología, pero muchos de ellos eran creyentes y con un alto concepto de humanidad”.

Santidad, ¿me permite contarle algo sobre mi formación cultural? Fui educado por una madre muy católica. Con 12 años gané un concurso de catecismo entre todas las parroquias de Roma y recibí un premio del Vicariado, comulgaba el primer viernes de cada mes, en fin, practicaba la liturgia y creía. Pero todo cambió cuando entré en el Liceo. Leí, entre otros textos de filosofía que estudiábamos, el “Discurso del Método” de Descartes, y me afectó mucho la frase que hoy se ha convertido en un icono: “Pienso, luego existo”, el yo se convirtió en la base de la existencia humana, la sede autónoma del pensamiento.

“Descartes, sin embargo, nunca renegó de la fe en el Dios trascendente”.

Es verdad, pero puso la base de una visión totalmente distinta, y a mi me encaminó a otro camino que, corroborado por otras lecturas, me llevó al otro lado.

“Usted, por lo que he entendido, no es creyente pero no es anticlerical. Son dos cosas muy distintas”.

Es verdad, no soy anticlerical. Pero me convierto en eso cuando me encuentro con un clerical.

Sonríe y me dice: “Me pasa a mí también, cuando tengo enfrente a un clerical, me convierto en anticlerical de repente. El clericalismo no tiene nada que ver con el cristianismo. San Pablo fue el primero en hablarle a los Gentiles, a los paganos, a los creyentes de otras religiones, fue el primero que nos lo enseñó”.

¿Puedo preguntarle, Santidad, cuáles son los santos que usted siente más cercanos a su alma y sobre los que se formó su experiencia religiosa?

“San Pablo fue el que puso los puntos cardinales de nuestra religión y de nuestro credo. No se puede ser un cristiano consciente sin San Pablo. Tradujo la predicación de Cristo a una estructura doctrinaria que, ya sea con las actualizaciones de una inmensa cantidad de pensadores, teólogos, pastores de almas, resistió y resiste después de dos mil años. Después Agustín, Benito, Tomás e Ignacio. Y naturalmente Francisco. ¿Debo explicarle el porqué?”

Francisco -me sea permitido llamar al Papa así porque es él mismo el que te lo sugiere por como habla, como sonríe, por sus exclamaciones de sorpresa o de corroboración- me mira como para animarme a plantearle las preguntas más escabrosas o más embarazosas relacionadas con la Iglesia. Así que le pregunto: De Pablo me ha explicado la importancia del papel que desarrolló, pero quisiera saber entre los que ha nombrado a quien siente más cercano a su alma.

“Me pide una clasificación, pero las clasificaciones se pueden hacer si se habla de deportes o de cosas parecidas. Podría decirle el nombre de los mejores futbolistas de Argentina. Pero los santos…”

Se dice que se “bromea con los bribones” ¿Conoce el dicho?

“Exacto. Sin embargo, no quiero evitar la pregunta porque usted no me ha pedido una lista sobre la importancia cultural o religiosa sino quién está más cerca de mi alma. Le contesto: Agustín y Francisco”.

¿No Ignacio, de cuya orden proviene?

“Ignacio, por comprensibles razones, es el que conozco mejor que los demás. Fundó nuestra orden. Le recuerdo que de esa orden venía también Carlo María Martini, muy querido para usted y para mí. Los jesuitas fueron, y siguen siendo todavía, la levadura –no la única pero quizás la más eficaz- de la catolicidad: cultura, enseñanza, testimonio misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio que fundó la Compañía era también un reformador y un místico. Sobre todo un místico”.

¿Piensa que los místicos son importantes en la Iglesia?

“Han sido fundamentales. Una religión sin místicos es una filosofía”.

¿Usted tiene una vocación mística?

“¿A usted qué le parece?”

Me parece que no.

“Probablemente tenga razón. Adoro a los místicos; también Francisco por muchos aspectos de su vida lo fue, pero no creo tener esa vocación, y después es necesario comprender bien el significado profundo de la palabra. El místico consigue despojarse del hacer, de los hechos, de los objetivos y hasta de la pastoralidad misionera y se alza para alcanzar la comunión con las bienaventuranzas. Breves momentos pero que llenan toda la vida”.

¿A usted le ha sucedido alguna vez?

“Raramente. Por ejemplo, cuando el cónclave me eligió Papa. Antes de la aceptación pedí poder retirarme algún minuto en la sala que está al lado de la del balcón sobre la plaza. Mi cabeza estaba vacía completamente y me había invadido una gran inquietud. Para hacerla pasar y relajarme cerré los ojos y desapareció todo pensamiento, también el de rechazar esta carga, como además el procedimiento litúrgico permite. Cerré los ojos y ya no sentí ningún ansia o emotividad. En un cierto punto me invadió una gran luz, duró un segundo pero me pareció larguísimo. Después la luz se disipó y me levanté de repente y me dirigí a toda prisa a la estancia donde me esperaban los cardenales y hacia la mesa donde me esperaba el acta de aceptación. Lo firmé, el cardenal Camarlengo también y después en el balcón se dio el ‘Habemus Papam’”.

Permanecemos un poco en silencio, después dije: hablábamos de los santos que usted siente como más cercanos a su alma y nos quedamos en Agustín. ¿Quiere decirme por qué lo siente cercano?

“También mi predecesor tiene a Agustín como punto de referencia. Ese santo pasó por muchas cosas en su vida y cambió muchas veces su posición doctrinal. Tuvo también palabras fuertes contra los judíos, que nunca compartí. Escribió muchos libros y el que me parece más revelador de su intimidad intelectual y espiritual son las “Confesiones”; contienen algunas manifestaciones de misticismo pero no es, como opinan muchos, el continuador de Pablo. Incluso, diría que vio la fe y la Iglesia de una forma profundamente distinta a la de Pablo, quizás porque pasaron cuatro siglos entre uno y otro”.

¿Cuál es la diferencia, Santidad?

“Para mí dos aspectos fundamentales. Agustín se siente impotente frente a la inmensidad de Dios y a los deberes que un cristiano y un obispo deben afrontar. Sin embargo él no lo fue en absoluto, pero su alma se sentía siempre por debajo de todo lo que habría querido y debido. Es la gracia dispensada por el Señor como elemento fundamental de la fe. De la vida. Del sentido de la vida. Quien no es tocado por la gracia puede ser una persona sin mancha y sin miedo, como se dice, pero no será nunca como una persona a la que la gracia ha tocado. Esta es la intuición de Agustín”.

¿Usted se siente tocado por la gracia?

“Esto no puede saberlo nadie. La gracia no forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no la de sabiduría o de razón. También usted, sin su conocimiento, puede ser tocado por la gracia”.

¿Sin fe? ¿sin creer?

“La gracia está relacionada con el alma”.

Yo no creo en el alma.

“No cree pero la tiene”.

Santidad, se ha dicho que usted no tiene intención de convertirme y creo que no lo conseguiría.

“Esto no se sabe, pero no tengo ninguna intención”.

¿Y Francisco?

“Es grandísimo porque es todo. Un hombre que quiere hacer, quiere construir, funda una orden y sus reglas, es itinerante misionero, es poeta y profeta, es místico, se dio cuenta de su propio mal y salió de él, ama la naturaleza, los animales, la brizna de hierba del prado y los pájaros que vuelan en el cielo, pero sobre todo, ama a las personas, a los niños, a los viejos, a las mujeres. Es el ejemplo más luminoso delagape del que hablábamos antes”.

Tiene razón, Santidad, la descripción es perfecta. ¿Pero por qué ninguno de sus predecesores eligió su nombre? Y yo creo que, después de usted, ningún otro lo hará.

“Esto no lo sabemos, no hipotequemos sobre el futuro. Es verdad, nadie antes que yo lo eligió. Aquí afrontamos el problema de los problemas. ¿Quiere beber algo?”

Gracias, quizás un vaso de agua.

Se levanta, abre la puerta y le pide a un colaborador que está en la entrada que le traiga dos vasos de agua. Me pide si prefiero un café, respondo que no. Llega el agua. Al final de nuestra conversación mi vaso está vacío pero el suyo continúa lleno. Se aclara la garganta y comienza.

“Francisco quería una orden mendicante y también itinerante. Misioneros en busca de encontrar, escuchar, dialogar, ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo amor. Y quería una Iglesia pobre que atendiese a los demás, que recibiese ayuda material y lo usase para sostener a los demás. Han pasado 800 años desde entonces y los tiempos han cambiado mucho, pero el ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo válido. Esta es, por tanto, la Iglesia que predicaron Jesús y sus discípulos”.

Vosotros los cristianos sois una minoría ahora. Incluso en Italia, que se define como el jardín del Papa, los católicos practicantes están, según algunos sondeos, entre el 8 y el 15%. Los católicos que dicen serlo pero que de hecho lo son poco son un 20%. En el mundo existe un billón de católicos y con las otras Iglesias cristianas superan el billón y medio, pero el planeta tiene entre 6 y 7 mil millones de personas. Son muchos ciertamente, especialmente en África y en América Latina, pero siguen siendo minoría.

“Lo hemos sido siempre pero este no es el tema que nos ocupa. Personalmente creo que esto de ser una minoría es además, una fuerza. Debemos ser semilla de vida y de amor, la semilla es una cantidad infinitamente más pequeña que la cantidad de frutos, flores y árboles que nacen de ella. Me parece haber dicho antes que nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de los deseos, de las desilusiones, de la desesperación, de la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz. El Vaticano II, inspirado por el papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de entonces, se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo”.

También porque –me permito añadir- la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un momento de crisis profunda y no solo económica sino social y espiritual. Usted, al comienzo de nuestro encuentro describió una generación aplastada por el presente. También los no creyentes sentimos este sufrimiento casi antropológico. Por esto nosotros queremos dialogar con los creyentes y con los que mejor les representan.

“Yo no sé si soy el que mejor les representa, pero la Providencia me ha puesto en la guía de la Iglesia y de la diócesis de Pedro. Haré todo lo posible para cumplir el mandato que se me ha confiado”.

Jesús, como usted ha recordado, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que esto se ha hecho realidad?

“Por desgracia no. El egoísmo ha aumentado y el amor hacia los demás ha disminuido”.

Este es el objetivo que nos une: al menos igualar estos dos tipos de amor. ¿Su Iglesia está preparada para aceptar este reto?

“¿Usted que cree?".

Creo que el amor por el poder temporal es todavía muy fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional de toda la Iglesia. Creo que la Institución predomina sobre la Iglesia pobre y misionera que usted quiere.

“Las cosas están así, de hecho, y en este tema no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco en su época tuvo que negociar largamente con la jerarquía romana y con el Papa para que se reconociesen las reglas de su orden. Al final obtuvo la aprobación pero con profundos cambios y compromisos”.

¿Usted deberá seguir el mismo camino?

“No soy Francisco de Asís, ni tengo su fuerza y su santidad. Pero soy el obispo de Roma y el Papa de la catolicidad. He decidido como primera cosa nombrar a un grupo de ocho cardenales que constituyan mi consejo. No cortesanos sino personas sabias y animadas por mis mismos sentimientos. Este es el inicio de esa Iglesia con una organización no vertical sino horizontal. Cuando el cardenal Martini hablaba poniendo el acento en los Concilios y en los Sínodos, sabía que largo y difícil fue el camino que hay que recorrer en esa dirección. Con prudencia, pero con firmeza y tenacidad”.

¿Y la política?

“¿Por qué me lo pregunta? Ya le he dicho que la Iglesia no se ocupará de política”.

Pero hace poco usted hizo un llamamiento a los católicos a comprometerse civil y políticamente.

“No me dirigí solo a los católicos sino a todos los hombres de buena voluntad. Dije que la política es la primera de las actividades civiles y que tiene un propio campo de acción que no es el de la religión. Las instituciones políticas son laicas por definición y obran en esferas independientes. Esto lo han dicho todos mis predecesores, al menos desde muchos años hasta ahora, aunque sea con matices distintos. Creo que los católicos comprometidos en la política tienen dentro valores de la religión pero también una conciencia madura y una competencia para llevarlos a cabo. La Iglesia no irá nunca más allá de expresar y defender sus valores, al menos hasta que yo esté aquí”.

Pero no siempre ha sido así la Iglesia.

“No, casi nunca ha sido así. Muy a menudo, la Iglesia como institución ha sido dominada por el temporalismo y muchos miembros y altos exponentes católicos tienen todavía esta forma de pensar. Pero ahora, déjeme que le haga una pregunta: Usted, laico no creyente en Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor y pensador. Creerá en algo, tendrá algún valor dominante. No me responda con palabras como honestidad, la búsqueda, la visión del bien común; todos principios y valores importantes, pero no es esto lo que le pregunto. Le pregunto qué piensa de la esencia del mundo, del universo. Se preguntará ciertamente, todos lo hacemos, de dónde venimos, a dónde vamos. Se las plantea hasta un niño ¿Y usted?"

Le agradezco esta pregunta, la respuesta es esta: Creo en el Ser, es decir en el tejido del cual surgen las formas, los Entes.

“Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este es mi Ser. ¿le parece que estamos muy lejos?”.

Estamos lejos en el pensamiento, pero similares como personas humanas, animadas por nuestros instintos que se transforman en pulsiones, sentimientos, voluntad, pensamiento y razón. En esto somos parecidos.

“Pero lo que ustedes llaman el Ser, ¿lo define como lo piensa?”.

El Ser es un tejido de energía. Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De esa energía emergen las formas cuando la energía llega al punto de explosión. Las formas tienen sus leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que se combinan casualmente, evolucionan, finalmente se apagan pero su energía no se destruye. El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento, al menos en nuestro planeta y sistema solar. He dicho que está animado por instintos y deseos pero añado que tiene dentro de sí una resonancia, un eco, una vocación de caos.

“Bien. No quería que me hiciese un resumen de su filosofía y me ha dicho bastante. Observo por mi parte que Dios es luz que ilumina las tinieblas y que aunque no las disuelva hay una chispa de esa luz divina dentro de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie termine, no terminará la luz de Dios que en ese punto invadirá todas las almas y será todo en todos”.

Sí, lo recuerdo bien, dijo “toda la luz será en todas las almas”, lo que, si puedo permitirme decir, da más una imagen de inmanencia que de trascendencia.

“La trascendencia permanece porque esa luz, toda en todos, trasciende el universo y las especies que en esa fase lo pueblen. Pero volvamos al presente. Hemos dado un paso adelante en nuestro diálogo. Hemos constatado que en la sociedad y en el mundo en el que vivimos el egoísmo ha aumentado más que el amor por los demás, y que los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su propia fuerza y competencia, para hacer que el amor por los demás aumente hasta igualarse e incluso superar el amor por nosotros mismos”.

Por tanto también la política está llamada a la causa.

“Seguramente. Personalmente pienso que el llamado capitalismo salvaje no hace sino volver más fuertes a los fuertes, más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Hace falta gran libertad, ninguna discriminación, nada de demagogia y mucho amor. Hacen falta reglas de comportamiento y también, si fuera necesario, intervenciones directas del Estado para corregir las desigualdades más intolerables”.

Santidad, usted ciertamente es una persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la voluntad de relanzar una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y no apegada a los tiempos. Pero según habla y yo le entiendo, usted es y será un papa revolucionario. Mitad jesuita, mitad hombre de Francisco, un maridaje que quizás nunca se había visto. Y después, le gustan “Los Novios” de Manzoni, Holderlin, Leopardi y sobre todo Dostoyevski, el film “La Strada” y “Prova d’orchestra” de Fellini, “Roma cittá aperta” de Rossellini y también las películas de Aldo Fabrizi.

“Esas me gustan porque las veía con mis padres cuando era un niño”.

Así es. ¿Puedo sugerirle que vea dos películas estrenadas hace poco? “Viva la libertad” y las películas sobre Fellini de Ettore Scola. Estoy seguro de que le gustarán. Sobre el poder le digo: ¿sabe que a los veinte años hice un mes y medio de ejercicios espirituales con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado del reclutamiento militar. Podríamos ser castigados con la pena de muerte. Los jesuitas nos acogieron con la condición de que hiciéramos los ejercicios espirituales durante todo el tiempo que estuvimos escondidos en su casa, y así fue.

“Pero es imposible resistir un mes y medio de ejercicios espirituales”, dice él estupefacto y divertido. Lo contaré la próxima vez.

Nos abrazamos. Subimos la breve escalera que nos separa del portón. Pido al Papa que no me acompañe pero él lo rechaza con un gesto. “Hablaremos también del papel de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina”.

Y hablaremos si usted quiere también de Pascal. Me gustaría saber qué piensa usted de esta gran alma.

“Lleve a todos sus familiares mi bendición y pídales que recen por mi. Piense en mí, piense a menudo en mí”.

Nos estrechamos la mano y él se queda quieto con los dos dedos en alto en signo de bendición. Yo lo saludo desde la ventanilla.

Este es el Papa Francisco. Si la Iglesia se vuelve como él la piensa y la quiere habrá cambiado una época.

Fuente: La Repubblica