Jesucristo vive: la Iglesia es un
organismo vivo. En este
organismo Cristo es la cabeza y nosotros
somos sus miembros: "Vosotros sois
cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (1Cor
12, 27). Por eso decimos que la Iglesia
es el Cuerpo Místico de Cristo. Y tal como es la Cabeza así estamos
llamados a ser sus miembros, haciendo realidad la Vida de Jesús en nuestra propia
vida, de modo que "si un miembro sufre, todos los miembros
sufren con él; si un miembro es honrado, todos los demás comparten su gozo"
(1 Cor 12, 26)
Como todo organismo vivo, la Iglesia no permanece anquilosada en su estado originario, sino
que se desarrolla, manteniéndose "idéntica a sí misma dentro de ese desarrollo". En realidad, todo esto comenzó
cuando "el Verbo se hizo carne. Y habitó entre
nosotros" (Jn 1, 14). Y es de este
hecho fundamental de la Encarnación, un hecho que nos ha sido revelado (no
debemos olvidarlo), de donde debe partir
toda "verdadera" historia de la Iglesia. Viene aquí a colación aquello que
dijo Jesús de que "el cielo y la tierra pasarán, pero Mis
palabras no pasarán" (Mt 24,35). Y también aquello de que su Reino se
extendería por todos los pueblos de la tierra. Esta misión se la encomendó a
sus discípulos (a Pedro y a los demás apóstoles): "Id
y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19)
Debemos tener también muy presente, en nuestra mente y en
nuestro corazón, que "Jesucristo es
el mismo ayer y hoy, y por los siglos" (Heb 13,8). Y si nos
fijamos un poco, caeremos enseguida en la cuenta de que toda la enseñanza del Nuevo Testamento exige, de modo inequívoco, la unidad
de la Iglesia, como puede verse, por ejemplo, en la oración sacerdotal de
Jesús, en la que ruega a su Padre: "Que todos sean
uno; como Tú, Padre, en Mí y Yo en
Tí, para que así ellos estén en nosotros y el mundo crea que Tú me has
enviado" (Jn 17, 21). Y San Pablo a los efesios les habla de que hay "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo
Dios y Padre de todos: el que está sobre todos, por todos y en todos"
(Ef 4,5).
La verdad prometida a
la Iglesia por su fundador sólo puede estar de modo pleno y objetivo en UNA Iglesia. El católico cree y afirma que esa Iglesia es la Iglesia católica,
apostólica y romana. Debemos aquí distinguir entre lo que
sería la posesión objetiva de la verdad
por parte de la Iglesia católica y la apropiación subjetiva de esa verdad
por parte de sus miembros de una manera perfecta. Decía San Agustín: "¡Cuántos
de aquellos que no están con nosotros son, sin embargo, nuestros! ¡Y cuántos de
los nuestros se hallan fuera!".
(Continuará)