De modo que nadie, absolutamente nadie, ni siquiera el Papa, puede arrogarse el cambiar el depósito de la Revelación, contenido en la Sagrada Escritura, sobre todo en el Nuevo Testamento. La Revelación acaba con la muerte del último de los apóstoles, que es San Juan. El mismo San Juan insiste en esta idea, sumamente importante, refiriéndose, en este caso al libro del Apocalipsis: "Si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro; y alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19).
Al fin y al cabo, la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios: el Espíritu Santo es su autor. Los que la escribieron fueron instrumentos libres de los que Dios se valió para que lo conociéramos (cada uno con su estilo y su personalidad, pero diciendo siempre aquello que Dios quería que fuera dicho para nuestra salvación). La Palabra de Dios debe ser mantenida íntegra hasta el fin de los tiempos, sin quitarle ni añadirle nada, pues "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13,8).
Por otra parte, Jesús instituyó su Iglesia, primero mediante una promesa: "TÚ ERES PEDRO y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos y cuanto ates en los tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos" (Mt 16,18-19). Y luego, cuando resucitó, confirmó a Pedro en su cargo, preguntándole por tres veces: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" a lo que Pedro, entristecido de que se lo preguntara por tres veces, le contestó: "Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo" . Y tras cada respuesta le contestaba: "APACIENTA MIS OVEJAS" (Jn 21, 15-17). Y mientras esperamos su segunda venida, tenemos sus palabras en nuestra mente y en nuestro corazón: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos" (Mt 16,20). Y vivimos así de esperanza con la seguridad y la confianza que nos dan las palabras del Señor: "El Cielo y la Tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35).
El primado de Pedro es fundamental. La Iglesia tiene una estructura jerárquica, por voluntad expresa de Jesucristo, su fundador. LA DEMOCRACIA EN EL SENO DE LA PROPIA IGLESIA ES INCONCEBIBLE. Pedro tiene el poder y la autoridad que de Cristo ha recibido; sólo de Él la ha recibido. Esto es muy importante. Pedro no ha sido elegido por consenso entre los apóstoles, ni representa a la comunidad eclesial. Su misión fundamental es la de transmitir el depósito recibido a todas las generaciones que le van sucediendo y así hasta el final de los tiempos, en que tendrá lugar la segunda venida de Jesucristo, para el Juicio Final.
El Papa, por lo tanto, sucesor legítimo de Pedro, tiene que cuidar de las ovejas que le han sido encomendadas (que somos todos los cristianos) dándoles el buen pasto que necesitan. Este pasto es la Palabra de Dios, íntegra, no adulterada, ni falsificada, ni ocultada. Las siguientes palabras que San Pablo dirige a los Corintios, deben hacerse vida en todos los cristianos pero, de una manera muy especial, en el Papa, que es quien va delante de las ovejas: "Somos-dice- para Dios el buen olor de Cristo, para los que se salvan y para los que se pierden: para éstos olor de muerte para la muerte; para aquellos, olor de vida para la vida" (2 Cor 2, 15-16). Y continúa: "Pues no somos como la mayoría, traficantes de la palabra de Dios, sino que con sinceridad y como viniendo de Dios, en presencia de Dios, hablamos en Cristo" (2 Cor 2,17).
(Continuará)