Desde el comienzo de su
misión, el amor del Padre hacia su Hijo se manifiesta abiertamente. Esto
ocurrió cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, pues nada más salir
del agua , "...
mientras estaba en oración, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo
sobre Él en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: 'TÚ ERES MI HIJO AMADO; en Tí me he
complacido' " (Lc 3, 21-22). Este pasaje evangélico se
encuentra también descrito en Mt 3, 16-17 y Mc 1, 10-11; un pasaje que nos
recuerda aquel otro en el que Jesús se manifestó en su Gloria, ante sus tres
apóstoles predilectos, Pedro, Santiago y Juan, en el monte Tabor; lo que se
conoce como la Transfiguración del Señor: "Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: 'Señor,
qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Tí, otra
para Moisés y otra para Elías'. Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz
los cubrió y una voz desde la nube dijo: 'ÉSTE
ES MI HIJO AMADO, en quien me he complacido: ESCUCHADLE' " (Mt 17,
4-5). Este episodio de la Transfiguración puede leerse también en Mc
9,7 y Lc 9,35. San Pedro se referirá también más adelante a este evento, en su
segunda carta: "...
Hemos sido testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él fue honrado y
glorificado por Dios Padre, cuando la suprema gloria le dirigió esta voz: 'ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien tengo mis
complacencias'. Y esta voz venida del cielo la oímos nosotros, estando con
Él en el monte santo" (2 Pet 1, 16-18).
Como vemos, el Padre se complace en el Hijo, tiene
en Él toda su alegría, todo su agrado, toda su satisfacción: es su Hijo amado.
Es este episodio de la Transfiguración el único en el cual el Padre nos interpela directamente a nosotros. No sólo habla de su
Hijo, el Amado, en quien tiene todas sus complacencias, sino que, además, se
dirige expresamente a nosotros y nos dice (con un verbo que está en imperativo
y, que es, por lo tanto, un mandato): ¡Escuchadle!
Dios Padre nos habla por su Hijo. No sé si fue San Juan de la Cruz quien dijo
aquello de: Una sola Palabra nos dijo
Dios. Y con ella nos lo dijo todo. Se dijo a Sí Mismo. Esta Palabra es su Hijo.
Y así es. Esta REALIDAD (así, con mayúsculas) se nos debería grabar, a fuego,
en la mente y en el corazón: La Palabra
del Padre es el Hijo. Si queremos saber lo que el Padre quiere, tenemos que
escuchar al Hijo. Y no hay otro camino. Por eso Jesús pudo decir: "Quien cree en
Mí, no cree en Mí, sino en Aquel que me ha enviado; y quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 44-45). Y también: "Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida. NADIE VA AL
PADRE SI NO ES A TRAVÉS DE MÍ" (Jn 14,6).
En repetidas ocasiones, Jesús habla del Amor que su Padre
le profesa: "Por
eso EL PADRE ME AMA, porque Yo doy
mi Vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo la doy
libremente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el
mandato que de mi Padre he recibido" (Jn 10, 17-18). San Pablo, en
su epístola a los Filipenses, después de recomendarnos que tuviésemos los
mismos sentimientos que tuvo Cristo
Jesús quien "...siendo
de condición divina...se humilló a Sí Mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte y muerte de cruz" (Fil 2,6.8), continúa diciendo: "Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que
está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble,
en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: 'Jesucristo es el Señor', para gloria
de Dios Padre" (Fil 2, 9-11).
Las citas podrían multiplicarse y nunca acabaríamos. Valga alguna más
como muestra de este Amor que el Padre tiene por su Hijo, en correspondencia
plena y total al Amor que el Hijo le profesa, un Amor que se hace también
extensivo a todos nosotros. Así, refiriéndose a Sí Mismo, por ejemplo, dice Jesús: "He bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado"
(Jn 6,38); y refiriéndose a Su Padre: "El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada"
(Jn 8,29). O: "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32). Finalmente,
refiriéndose a nosotros, en su
oración sacerdotal de la última Cena, le dice a su Padre: "Yo les he dado la gloria que Tú me
diste, para que sean uno como Nosotros
somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a Mi" (Jn 17, 22-23)
Nos estamos acercando ya
al Corazón del mismo Dios, a su Espíritu; pero de esto continuaremos hablando en
el siguiente post.
(Continuará)