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lunes, 28 de enero de 2013

CIENCIA Y VERDAD (I)

Reproduzco aquí, con el mismo título, un artículo que publiqué hace años en una revista científica, con ligeros retoques de forma, dejando prácticamente intacto el contenido, aunque actualizado.
Es cierto que estoy escribiendo en un blog cuya temática principal concierne a todo lo relacionado con la religión católica, lo que no obsta, sin embargo, para que pueda permitirme el hablar también de otro tipo de cuestiones que, de alguna manera, hagan referencia a la Religión Católica. El caso que nos ocupa ahora es el de la relación entre ciencia y verdad. Dado que Jesucristo dijo de Sí Mismo que Él era el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), creo que está más que justificada esta "injerencia" científica. Un científico honesto, con un gran amor hacia la verdad, en el caso de que no fuera creyente, es lo más probable que acabase creyendo en Dios: la historia nos muestra bastantes ejemplos en este sentido, lo que no es de extrañar y está en perfecta consonancia con lo que dijo Jesús:  todo el que es de la verdad escucha mi voz (Jn 18,37). Quede claro, no obstante, que aquí no se está emitiendo juicio, de ningún tipo, sobre aquellos científicos que, por lo que sea, no creen en Dios. El juicio acerca de las personas es algo que no nos compete a nosotros: sólo a Dios. Así lo decía el apóstol Pablo: "En cuanto a mí, ni siquiera yo mismo me juzgo...Quien me juzga es el Señor" ( 1 Cor 4, 3.4)

Todo acercamiento a la verdad supone, pues, o debe suponer, un acercamiento a Dios, que es lo que definitivamente importa, en realidad. La razón y la Fe están perfectamente conjuntadas y en plena armonía.Y es lógico que así sea, puesto que Una es la Luz de la que ambas proceden: la Sabiduría Divina. De modo que no puede haber entre ellas ningún tipo de contradicción, como enseguida vamos a ver. 

OBJETO DE LA CIENCIA

El fin último de toda ciencia es la verdad, entendida ésta como un acuerdo del pensamiento con las cosas. Es decir: las cosas están ahí y de lo que se trata es de conocerlas. La inteligencia necesita aprender a acercarse a las cosas, para que éstas se le manifiesten cada vez más y mejor.

El acercamiento a la realidad, para hacerse con ella intelectualmente, supone una cierta manera, un modo concreto de preguntarse por ella, un método, que en este caso sería un método de interrogación. Mediante un sistema de preguntas previas la inteligencia afronta la realidad. Sólo entonces las cosas dan la respuesta que permite conocerlas que tal es, precisamente, el objeto de la ciencia.

Son las cosas las que imponen su esfuerzo al científico. El hecho de que haya rectificaciones no confirma el escepticismo de que no se puede conocer nada. Es todo lo contrario: si se rectifica es precisamente porque hay algo "ahí fuera" que nos está diciendo: "Aquí estoy siendo, no como tú pensabas, sino como realmente soy". La verdad no es algo subjetivo, sino que es inherente a las cosas, las cuales son su fundamento. El posible error, caso de haberlo, no estaría nunca en las cosas sino en el juicio acerca de ellas.


HACIA UNA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS

Es tan compleja y tan variada la realidad que una sola ciencia no puede abarcarla, de ninguna de las maneras. Según la clase de realidad (o el aspecto de ella que se considere), se tendrán las diversas clases de ciencia. No existe una única ciencia de la realidad. Además, por otra parte, como dice acertadamente Zubiri, debe de tenerse en cuenta que "las ciencias no se hallan yuxtapuestas, sino que se exigen mutuamente para captar diversas facetas y planos de diversa profundidad de un mismo objeto real". Un objeto se conocerá tanto mejor cuanto mayor sea el número de ciencias que lo consideren, estudiándolo con el mayor número de métodos posible.

La palabra método procede del término griego methodos, que significa camino o sendero. En términos genéricos, un método es el camino o procedimiento que se sigue para conseguir algo. En lo que concierne a una determinada ciencia el método se refiere al modo que tiene dicha ciencia de acercarse a la realidad que pretende conocer. El que se utilice, para ello, un método u otro, va a depender, entre otras cosas, del tipo de realidad en estudio. Es evidente que no se pueden estudiar con el mismo método la naturaleza de la libertad y la naturaleza del agua, por poner algún ejemplo.

De modo que el primer gran problema que se nos plantea es el de la clasificación de las ciencias. No es una tarea fácil. Se han dado muchas y muy buenas clasificaciones. Intentando ser sistemáticos, podríamos distinguir, al menos, en principio, dos clases de ciencias: las ciencias positivas o categoriales (llamadas comúnmente experimentales) y las ciencias filosóficas (o trascendentes).

Las ciencias experimentales proporcionan un conocimiento sólo de la realidad material y desde un determinado aspecto (o categoría) de la misma. Es el caso de la Física, la Química, la Biología, la Matemática, etc.


Las ciencias filosóficas no son experimentales, en el sentido propio de esa palabra, pero no son tampoco puras construcciones teóricas al margen de la realidad. Se basan también en la experiencia, pero entendida ésta en un sentido más completo, proporcionando un conocimiento de toda la realidad (y no sólo de la realidad material).

Si distinguimos entre el Ser, en tanto que es, y el Conocimiento del Ser, tenemos dos grandes capítulos de la filosofía, a saber, la Ontología (o teoría del ser) y la Gnoseología (o teoría del conocimiento): los demás saberes filosóficos son modos imperfectos, secundarios, de la noción de filosofía. Se suele hablar de filosofía segunda: tal es el caso de la Ética, la Estética, la Psicología, la Sociología, la Filosofía de la Naturaleza, etc. Estas disciplinas aún no se han salido de la filosofía porque los objetos a los que se refieren están íntimamente enlazados con lo que los objetos son. Esta idea es fundamental pues las soluciones que se dan a los problemas, propiamente filosóficos, de la Ontología y la Gnoseología, repercuten profundamente en esas otras elucubraciones que llamamos Ética, Estética, etc...

No obstante lo dicho, es cierto que en el campo de las ciencias filosóficas es más fácil deslizarse hacia el "camelo" que en las ciencias experimentales. Y esa es, básicamente, la razón por la que no puede decirse de toda filosofía que sea ciencia filosófica: lo será únicamente en la medida en que se acerque a la realidad. Y sólo en esa medida. La realidad es la piedra de toque a la que se debe acudir siempre, como fundamento que es de toda ciencia, entendiendo por realidad la totalidad de lo que es, de lo que tiene ser.

En lo que concierne al mundo exterior, éste es percibido de modo inmediato a través de los sentidos (intuición sensible). Su evidencia es manifiesta; no se precisa de ningún tipo de demostración. Éste es el primer paso: la percepción de lo real concreto. Sobre esta base, y utilizando la razón adecuadamente, el pensamiento se va enriqueciendo a medida que va aumentando el conocimiento de lo real, que no otro es el sentido del pensar. Se piensa para conocer, para conocer cosas. Pero las cosas ya estaban ahí antes de que yo las pensara. Y pensando acerca de ellas, yo no las modifico en su ser: mi pensamiento no las altera.


La famosa expresión de Descartes: "Cogito, ergo sum" ("pienso, luego existo"), debería ser sustituida por alguna otra como, por ejemplo, la que utiliza Etiénne Gilson en su libro El Realismo metódico, a saber: "Res sunt, ergo cogito" ("las cosas son, luego pienso"). Dice textualmente este autor:" 'Pienso' es una evidencia, pero no la evidencia primera, y por eso no llegaremos a nada basándonos en ella. 'Las cosas son' es otra evidencia; y ésta sí que es la primera de todas y la que conduce, por una parte, a la ciencia, y por otra, a la metafísica; por consiguiente es un método sano tomarla como punto de partida". Y continúa diciendo, más adelante, en el mismo libro: "No tenemos más que dos caminos: o sujetarnos a los hechos y ser libres de nuestro pensamiento. O, liberándonos de los hechos, caer en la esclavitud de nuestro pensamiento". Es evidente que sólo el primer camino es el que conduce a la ciencia.

(Continuará)