Según Santo Tomás de Aquino dos son las componentes del
pecado: aversio a Deo et conversio ad creaturas (apartamiento de Dios y apego desordenado a las
criaturas). Cuando el alma peca se adhiere a algunas cosas que van
contra la luz de la razón o de la ley divina. Y en ese sentido queda manchada (metafóricamente
hablando) por el pecado. El alma pierde su esplendor.
Si yo me arrepiento de mis pecados, en lo más hondo de mi
corazón; y me propongo con toda firmeza no volver a pecar; y me confieso de
ellos con un sacerdote, sé que esos pecados quedan perdonados, en el
sentido de destruidos, aniquilados: no hay mancha del pecado
cometido porque ha sido borrada, eliminada.
Para los protestantes, en cambio, el pecado no
desaparece. Diríamos simplemente, que Dios mira para otro lado, pero el pecado
sigue estando ahí.
Por otra parte, y siguiendo a Santo Tomás, resulta que si yo
he pecado en el pasado, ni siquiera Dios puede convertir una acción que tuvo
lugar en una acción que no tuvo lugar, pues eso sería una contradicción.
Pudiera parecer, entonces, que los protestantes tienen razón. Si ha habido
pecado, no se puede decir que no ha habido pecado. Luego el pecado está ahí, no
desaparece: ni siquiera Dios mismo puede decir que tal pecado no ha ocurrido.
"Mi" razonamiento para resolver esta cuestión es
el siguiente:
Lo primero de todo, debe distinguirse entre la acción de
cometer un pecado y el pecado cometido.
Con relación a la acción de pecar, esta bien claro que si ésta ha ocurrido, es
imposible afirmar que no ha ocurrido. Ahora bien: la acción de pecar
conlleva que la persona que comete esa acción está en pecado. El pecado es un alejamiento de Dios. Jesucristo, con su
muerte en la Cruz por Amor, tomó sobre sí el pecado de toda la humanidad
destruyendo, en Sí mismo, ese pecado. Se presentó ante su Padre
como "pecador", no habiendo Él cometido ningún pecado.
Toda la humanidad está representada en Cristo. La
ofensa del hombre a Dios era infinita y sólo un ser infinito podía
repararla. El hombre no lo es, de modo que esta reparación hubiera sido
imposible... pero Dios se hace hombre en la Persona de su Hijo y como hombre
ofrece el sacrificio agradable a Dios que puede reparar la ofensa cometida,
puesto que también es Dios y su sacrificio tiene un valor expiatorio
infinito. El hombre (unido a Jesucristo) se puede presentar ahora puro y sin pecado ante el Padre (pues vuelve a ser amigo de Dios y el pecado es enemistad con Dios).
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[Hago aquí un paréntesis, porque viene a cuento hablar de ello, aunque se trate de otro tema, pues lo considero de una importancia fundamental. Y es que aunque la
salvación teóricamente es ya posible para todo hombre, sin embargo sólo en la
unión con Jesucristo se hace efectiva esa salvación; unión en la que cada uno
tiene que poner de su parte. Dicho de otro modo: La Salvación SE OFRECE a
todo hombre, pero éste tiene que aceptarla. Hay una REDENCIÓN OBJETIVA, que
está ahí para quien la quiera aceptar. Y hay una REDENCIÓN SUBJETIVA que, si se
rechaza, no puede actuar. De ahí la importancia del PRO MULTIS en la
Consagración del vino. La traducción correcta de las palabras de Jesús es:
"Ésta es mi sangre de la nueva Alianza que es derramada POR MUCHOS para
remisión de los pecados" (Mt 26,28). No dice "por todos los
hombres" como puede leerse en algunas traducciones erróneas, pues eso daría lugar a pensar que todos los hombres se salvan, lo sepan o no lo sepan, lo quieran o no lo quieran... No es ésa la Redención cristiana, para la cual Jesús cuenta con nosotros. Al fin y al cabo, se trata de un misterio de Amor; y el amor no puede imponerse; o dejaría de ser amor. El hombre, ahora, tiene la posibilidad de salvarse ... si quiere (antes no tenía esa posibilidad). Esa es la idea correcta acerca de la salvación.]
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Concluyendo: aunque el hombre comete pecados, y éstos han
sido cometidos para toda la eternidad; y nunca se podrá decir que no fueron
cometidos, sin embargo, a través del bautismo (primero) y de la confesión
después (a lo largo de la vida) dichos pecados son realmente perdonados
"como si" nunca hubieran existido, pues el hombre sin pecado es una
"nueva criatura" en Cristo Jesús (Gal 6,15). Esos pecados han
desaparecido verdaderamente, pues no hay en el hombre ningún resquicio de
enemistad con Dios. Dios puede mirar al hombre y "verlo" realmente
puro (pues es a su propio Hijo a quien ve: misterio del Cuerpo Místico), lo que
sería imposible si hubiese pecado en él (1).
De modo que no es que Dios mire para otra parte para no ver
el pecado del hombre, sino que realmente cuando mira al hombre (redimido por
Jesucristo) lo ve puro y sin pecado. Dios ve a su Hijo que ha
asumido el pecado de toda la humanidad, acepta su sacrificio (actualizado en la
Misa constantemente) y perdona a los hombres.
Como he dicho al principio, a esta solución he llegado partiendo de la distinción entre la
acción de pecar (como tal acción, que es un hecho que, al haber ocurrido, no se
puede decir que no ha ocurrido) y el propio pecado, al que queda esclavizado el
hombre que peca: de éste sí que puede ser liberado, si quiere, y pasar de la enemistad a la
amistad con Dios, en Jesucristo.
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(1) En realidad, queda lo que se conoce como reato de culpa.
Para entenderlo puede valer el ejemplo de un clavo en la pared. Aunque yo quite
el clavo, queda el raspón de la pared; y éste lo tengo que reparar. Pero el
clavo ya no existe. En la analogía el clavo sería el pecado, que desaparece, y
el raspón en la pared sería el reato de culpa, que se refiere a la obligación
de satisfacer por la culpa y repararla, restituyendo a Dios el honor
quebrantado, mediante un voluntario abrazarse al dolor, buscado o aceptado,
bien durante la vida presente o bien en el purgatorio. Esos sufrimientos,
voluntariamente aceptados, además de servir para purificarnos, son
importantísimos para unirnos a Jesús y ser, de algún modo, corredentores con
Él, en conformidad con lo que decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis
padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los
sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col
1,24)
José Martí