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lunes, 15 de julio de 2013

Consideraciones sobre el pecado (José Martí)

Según Santo Tomás de Aquino dos son las componentes del pecado: aversio a  Deo et conversio ad creaturas (apartamiento de Dios y apego desordenado a las criaturas). Cuando el alma peca se adhiere  a algunas cosas que van contra la luz de la razón o de la ley divina. Y en ese sentido queda manchada (metafóricamente hablando) por el pecado. El alma pierde su esplendor.

Si yo me arrepiento de mis pecados, en lo más hondo de mi corazón; y me propongo con toda firmeza no volver a pecar; y me confieso de ellos con un sacerdote, sé que esos  pecados quedan perdonados, en el sentido de destruidos, aniquilados: no hay mancha del pecado cometido porque ha sido borrada, eliminada.


Para los protestantes, en cambio, el pecado no desaparece. Diríamos simplemente, que Dios mira para otro lado, pero el pecado sigue estando ahí.

Por otra parte, y siguiendo a Santo Tomás, resulta que si yo he pecado en el pasado, ni siquiera Dios puede convertir una acción que tuvo lugar en una acción que no tuvo lugar, pues eso sería una contradicción. Pudiera parecer, entonces, que los protestantes tienen razón. Si ha habido pecado, no se puede decir que no ha habido pecado. Luego el pecado está ahí, no desaparece: ni siquiera Dios mismo puede decir que tal pecado no ha ocurrido.

"Mi" razonamiento para resolver esta cuestión es el siguiente:

Lo primero de todo, debe distinguirse entre la acción de cometer un pecado y el pecado cometido.

Con relación a la acción de pecar, esta bien claro que si ésta ha ocurrido, es imposible afirmar que no ha ocurrido. Ahora bien: la acción de pecar conlleva que la persona que comete esa acción está en pecado. El pecado es un alejamiento de Dios. Jesucristo, con su muerte en la Cruz por Amor, tomó sobre sí el pecado de toda la humanidad destruyendo, en Sí mismo, ese pecado. Se presentó ante su Padre como "pecador", no habiendo Él cometido ningún pecado. 

Toda la humanidad está representada en Cristo. La ofensa del hombre a Dios era infinita y sólo un ser infinito podía repararla. El hombre no lo es, de modo que esta reparación hubiera sido imposible... pero Dios se hace hombre en la Persona de su Hijo y como hombre ofrece el sacrificio agradable a Dios que puede reparar la ofensa cometida, puesto que también es Dios y su sacrificio tiene un valor expiatorio infinito. El hombre (unido a Jesucristo) se puede presentar ahora puro y sin pecado ante el Padre (pues vuelve a ser amigo de Dios y el pecado es enemistad con Dios). 

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[Hago aquí un paréntesis, porque viene a cuento hablar de ello, aunque se trate de otro tema, pues lo considero de una importancia fundamental. Y es que aunque la salvación teóricamente es ya posible para todo hombre, sin embargo sólo en la unión con Jesucristo se hace efectiva esa salvación; unión en la que cada uno tiene que poner de su parte. Dicho de otro modo: La Salvación SE OFRECE a todo hombre, pero éste tiene que aceptarla. Hay una REDENCIÓN OBJETIVA, que está ahí para quien la quiera aceptar. Y hay una REDENCIÓN SUBJETIVA que, si se rechaza, no puede actuar. De ahí la importancia del PRO MULTIS  en la Consagración del vino. La traducción correcta de las palabras de Jesús es: "Ésta es mi sangre de la nueva Alianza que es derramada POR MUCHOS para remisión de los pecados" (Mt 26,28). No dice "por todos los hombres" como puede leerse en algunas traducciones erróneas, pues eso daría lugar a pensar que todos los hombres se salvan, lo sepan o no lo sepan, lo quieran o no lo quieran... No es ésa la Redención cristiana, para la cual Jesús cuenta con nosotros. Al fin y al cabo, se trata de un misterio de Amor; y el amor no puede imponerse; o dejaría de ser amor. El hombre, ahora, tiene la posibilidad de salvarse ... si quiere (antes no tenía esa posibilidad). Esa es la idea correcta acerca de la salvación.]
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Concluyendo: aunque el hombre comete pecados, y éstos han sido cometidos para toda la eternidad; y nunca se podrá decir que no fueron cometidos, sin embargo, a través del bautismo (primero) y de la confesión después (a lo largo de la vida) dichos pecados son realmente perdonados "como si" nunca hubieran existido, pues el hombre sin pecado es una "nueva criatura" en Cristo Jesús (Gal 6,15). Esos pecados han desaparecido verdaderamente, pues no hay en el hombre ningún resquicio de enemistad con Dios. Dios puede mirar al hombre y "verlo" realmente puro (pues es a su propio Hijo a quien ve: misterio del Cuerpo Místico), lo que sería imposible si hubiese pecado en él (1).

De modo que no es que Dios mire para otra parte para no ver el pecado del hombre, sino que realmente cuando mira al hombre (redimido por Jesucristo) lo ve  puro y sin pecado. Dios ve a su Hijo que ha asumido el pecado de toda la humanidad, acepta su sacrificio (actualizado en la Misa constantemente) y perdona a los hombres.

Como he dicho al principio, a esta solución he llegado partiendo de la distinción entre la acción de pecar (como tal acción, que es un hecho que, al haber ocurrido, no se puede decir que no ha ocurrido) y el propio pecado, al que queda esclavizado el hombre que peca: de éste sí que puede ser liberado, si quiere,  y pasar de la enemistad a la amistad con Dios, en Jesucristo.

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(1) En realidad, queda lo que se conoce como reato de culpa. Para entenderlo puede valer el ejemplo de un clavo en la pared. Aunque yo quite el clavo, queda el raspón de la pared; y éste lo tengo que reparar. Pero el clavo ya no existe. En la analogía el clavo sería el pecado, que desaparece, y el raspón en la pared sería el reato de culpa, que se refiere a la obligación de satisfacer por la culpa y repararla, restituyendo a Dios el honor quebrantado, mediante un voluntario abrazarse al dolor, buscado o aceptado, bien durante la vida presente o bien en el purgatorio. Esos sufrimientos, voluntariamente aceptados, además de servir para purificarnos, son importantísimos para unirnos a Jesús y ser, de algún modo, corredentores con Él, en conformidad con lo que decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24)

José Martí

Secuencia de Pentecostés



Ven, Espíritu divino, 
manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre; 
don, en tus dones espléndido; 
luz que penetra las almas; 
fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma, 
divina luz, y enriquécenos. 
Mira el vacío del hombre 
si tú le faltas por dentro; 
mira el poder del pecado 
cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, 
infunde calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones 
según la fe de tus siervos; 
por tu bondad y tu gracia 
dale al esfuerzo su mérito; 
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Amén.