Es de notar que cuando se dice que Dios se ama a Sí mismo
como lo más alto que hay, no se puede sacar de ahí la conclusión de que Dios es
un ser solitario, a quien nada le importa que no sea Él mismo. Esta manera de
razonar sería blasfema o mejor, señal de no haber entendido nada del misterio
de Dios, de su intimidad divina.En el Evangelio no hay ninguna expresión en la que se hable
de que el Padre se ama a Sí mismo como Padre ni de que el Hijo se ame a Sí mismo
como Hijo.
Nada hay en el Hijo que no haga referencia a su Padre:
"¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre"
(Lc 2,49). "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4,34). Su Vida entera es un testimonio perfecto de la Vida de su Padre: "Mi Padre
vive y Yo vivo por mi Padre" (Jn 6,57). Cuando Jesús decía: "Aún no ha
llegado mi hora" (Jn 2,5) se refería a la hora que el Padre le había señalado.
Tanto les había hablado a sus discípulos de su Padre que Felipe, en una ocasión,
le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8).
Por eso el Padre, desde la nube, manifestó: "Éste es mi
Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle" (Mt 17,5), ya que el Padre tampoco hace referencia a Sí mismo como Padre. El Padre ama al Hijo: sus palabras van siempre referidas a su Hijo;
o mejor aún, el Hijo es la Palabra del Padre. En el Hijo el Padre se nos
ha revelado a Sí mismo. Nos lo ha dicho todo y nada le ha quedado por decir, como dijo Jesús a Felipe: "El
que me ha visto a Mí ve al Padre" (Jn 14,9). Y en otra ocasión: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10,30).
El Hijo (que es Dios) ama al Padre (que es Dios) y es amado por Él. En
ese sentido se puede decir que Dios ama a Dios o que Dios se ama a Sí mismo. Y esta Unión amorosa entre Padre e Hijo,
Unión absolutamente Perfecta, es igualmente Dios, sin confundirse ni con el
Padre ni con el Hijo. Es la tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, nexus duorum, nexus Patris et Filii, consustancial al Padre y al Hijo, de los cuales procede. Es el mismo y único
Dios, pero una Persona diferente.
Dondequiera que esté el Espíritu de Dios ahí está Dios mismo
como Trinidad. No es posible hablar del Espíritu Santo sin hablar del Padre y
del Hijo. Refiriéndose al Espíritu se dice que "no hablará de Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16,13).
Esto tiene para nosotros una importancia fundamental, vital,
pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Según San Pablo somos
templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros (1Cor 3,16): "¿No
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y
habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19). El Señor lo decía con gran claridad: "Si alguno me ama guardará mi Palabra. Y mi
Padre lo amará. Y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). En este sentido podemos decir, con San Pablo, que "somos ciudadanos del cielo, de donde
esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará
nuestro cuerpo de bajeza en un cuerpo glorioso como el suyo" (Fil 3,
20-21)
En la primera carta de San Juan podemos leer que "Dios
es Amor" (1 Jn 4,8), palabras reveladas acerca de lo que es Dios que sólo el misterio intratrinitario es capaz de explicar plenamente (aun dentro del misterio, que no deja de serlo).
Dios, al revelarse como Uno y Trino, se nos ha revelado como Amor. Y
el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede ahora comprenderse a si
mismo; ahora sabe que ha sido creado por el Amor (que es Dios)... para amar y para ser amado. Esa es su vocación,
la vocación de toda persona que viene a este mundo, lo que da sentido a la existencia: sólo el amor y siempre el amor; entendido, claro está, como
Dios lo entiende, es decir, como unión de vidas mediante la entrega total, en
reciprocidad, de las personas que se aman. Por eso nadie es más plenamente él mismo que cuando ama, cuando vive conforme al Espíritu y a las enseñanzas de Jesús, asemejándose así al
Hijo, en quien el Padre ha querido dárnoslo todo.