Mi tiempo es mi vida. Perder o ganar el tiempo viene a ser, pues, equivalente a perder o ganar la vida. Pero, ¿qué es perder o ganar el tiempo, en realidad? La expresión: "No me hagas perder el tiempo" es bastante usual. Y está claro que, al usarla, no nos estamos refiriendo al tiempo que marca el reloj.
Normalmente, el ganar el tiempo (lo que se llama aprovechamiento del tiempo) está relacionado con la tarea que se lleva entre manos en ese momento, y que no se quiere interrumpir. En principio, pues, el aprovechar el tiempo estaría referido a la realización de una tarea determinada. Y aprovechar el tiempo equivaldría, por tanto, a realizar bien una tarea concreta.
Pero, ¿qué significa realizar bien una tarea? Significa varias cosas, todas las cuales se dan simultáneamente y de un modo natural: Lo primero de todo, estar en lo que se está: la mente está ocupada, única y exclusivamente, en aquello que se lleva entre manos, por muy simple o elemental que parezca. Esto, que a primera vista puede parecer sencillo, requiere una fuerte dosis de disciplina intelectual que, a base de actos repetidos, consciente y libremente, se convierta en un hábito, como una segunda naturaleza, de modo que se actúa siempre así, de un modo natural y casi automático. Eso sí, se trataría de un automatismo adquirido a base de fuertes dosis de voluntad y de actuaciones enérgicas, que suponen la opción firme y decidida por la verdad, o sea, por lo real tal y como es.O, si se quiere, por un aspecto de lo real, el que se refiere a su carácter de presente: aquí y ahora. En este lugar y en este momento. Se puede pensar en el pasado y en el futuro, pero siempre en presente:
Del pasado se toma nota y se aprende, pero no se siente nostalgia. Fue, pero ya no es: ha sido asimilado, sin rebelión estéril contra uno mismo por no haber sabido dar siempre la talla que se debería haber dado: eso sería una rabieta improductiva, que ancla en el pasado y que impide vivir bien el presente, que es lo único que existe. Cuando se reflexiona correctamente acerca del pasado, los fallos son reconocidos como tales fallos. Se admite que ha sido uno mismo quien los ha cometido. Y punto. Han sido experiencias negativas que se han vivido; pero de ellas se puede y se debe sacar algo positivo y es aprender. Saber (para que no se vuelva a repetir en el futuro) adónde conducen ciertos modos de actuar que no se adecúan a la realidad y que conducen a la destrucción de la propia vida, son autodestructivos.
Para el futuro se hacen proyectos, que sean realistas, adecuados a las propias posibilidades y con la intención firme de llevarlos a cabo: Un llevar a cabo que tiene lugar en el presente: no debe olvidarse. Si se va posponiendo la tarea para el futuro, ésta acaba no haciéndose nunca realidad. Ya conocemos el dicho: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Es preciso ocuparse en el presente, con vistas al futuro. Pero eso sí: no hay que preocuparse por el futuro, en el sentido de inquietarse, de angustiarse.Eso no sirve para nada. Sólo para inmovilizar y bloquearse. Impide vivir con tranquilidad: un no vivir, en definitiva; lo que ocurre cuando uno no acaba de creerse las palabras de Jesús (creer en el sentido de dar vida, de llevar a cabo en la propia vida): "No os inquietéis por el mañana, porque el mañana traerá sus propias inquietudes. A cada día le basta su propio afán" (Mt 6,34).
No es suficiente, sin embargo, estar en lo que se está. Esto nos indica lo que hay que hacer, pero no cómo hay que hacerlo. Y este punto del cómo es muy importante: "No comimos gratis el pan de nadie, sino que trabajamos día y noche, con esfuerzo y fatiga, para no ser gravosos a ninguno. No porque no tuviéramos derecho, sino para mostrarnos ante vosotros como modelo que imitar" (2 Tes 3, 7-9) "Sed diligentes en el deber" (Rom 12,11). "Todavía os exhortamos, hermanos, a progresar más y a que os esforcéis en vivir con sosiego" (1 Tes 4, 10-11).
No se trata sólo de hacer, y de hacer en el presente (por supuesto). Es preciso ( y necesario) trabajar con afán, con interés, volcándose de lleno en lo que se hace, para hacerlo lo mejor posible; y poner entusiasmo en todo, independientemente del estado de ánimo que se tenga, puesto que de lo que aquí se trata es de un movimiento de la voluntad (de querer) y no del sentimiento (éste no siempre acompaña y no depende de nosotros). Apreciar lo que se está haciendo como lo más importante que puede hacerse.
Y luego trabajar con sosiego: calma, tranquilidad, confianza, apertura a los demás, al mundo y a Dios, intentando ver las cosas como son, es decir, como Dios las ve: "¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir un solo codo a su estatura?" (Mt 6, 27). Un sosiego que proviene de la afirmación radical de uno mismo, tal y como es (como Dios lo ha creado) y afirmación, igualmente, de los demás tal y como son. Una afirmación que es amor, en definitiva, y que tiene su consistencia, única y exclusivamente, en Dios, en quien hemos depositado toda nuestra esperanza y toda nuestra vida, que le pertenece sólo a Él. Y Dios no defrauda jamás: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,33)