Son muchos los problemas que la vida nos depara. Para saber afrontarlos bien es preciso prepararse, de alguna manera, ejercitarse... comenzando con los problemas más nimios y más triviales ... en apariencia. Si somos capaces de afrontar los pequeños problemas, nos estamos preparando ya para cuando esos problemas sean mayores: El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho (Lc 16,10).
Se podrían poner infinidad de ejemplos. Se me ocurre ahora uno: el caso de las distracciones. Es muy importante saber reaccionar bien ante ellas, pues suelen ser motivo de turbación. Ante una distracción muy simple, debida a un ruido, un grito, un movimiento, etc... se pierde, a veces, el control de la situación; el mismo silencio puede ser motivo de distracción... si no hay silencio interior.
¿Cómo atajar los problemas, en general? A modo de remedio inicial a mí se me ocurre lo siguiente: Lo primero que se debe hacer es tomar conciencia de lo que a uno le está ocurriendo, ser conscientes de que existe una contrariedad. Darse cuenta de que tenemos un problema y que ese problema está ahí, se quiera o no se quiera. No es bueno engañarse y cerrar los ojos como el avestruz: la realidad, por penosa que sea, debe ser admitida. Si se quiere sobrevivir, si se quiere vivir, vivir bien, vivir feliz... en la medida en la que esto es posible en este mundo, es preciso admitir que lo que es, es, con independencia de lo que a mí me gustaría que fuera.
Una vez que esto se ha admitido (y admitir significa llamar a cada cosa por su nombre: a lo blanco se le llama blanco; y negro a lo negro), la reacción inmediata, lógica y natural es la de reconocer que esa situación no es precisamente agradable. Hay algo que no funciona en nuestra vida y hay que poner un remedio adecuado a esa situación, hay que intentar encontrar una solución, poniendo todos los medios a nuestro alcance: moverse, actuar, buscar... Pienso que sería bueno asesorarse bien, con buenas lecturas y, sobre todo, con buenos consejeros; a ser posible, que nos conozcan bien y que sepamos que son realmente buenos amigos. En todo caso, si esta situación no se da, pues se busca a otras personas. Lo que no debe hacerse es quedarse estancado o ensimismado. Esto nos haría un gran daño. "Buscad y encontraréis" (Mt 7,7). En el mismo movimiento de búsqueda ya se encuentra parte de la solución a nuestro problema. Y seguro que se encontrará siempre alguna persona experta que sea capaz de ayudarnos, si nosotros ponemos de nuestra parte. Eso sí: debemos ser prudentes, pues los realmente expertos son pocos, aunque los hay. De eso no hay duda.
Por otra parte, y mientras tanto, es conveniente que indaguemos, con tranquilidad, cuál puede ser la causa de lo que nos está ocurriendo (sabemos que tenemos un problema, o tal vez varios, pero no sabemos identificarlos ni, por lo tanto, atacarlos como se debería, pues se trata de problemas que verdaderamente tenemos, pero no estamos haciendo nada especial para tener esos problemas).
Así que lo más importante en esos casos es tener paciencia, mucha paciencia. No consentir que la tristeza se apodere de nuestro corazón. Eso es lo que más daño nos haría. Uno no debe responsabilizarse de aquello que no depende de él: tal es el caso de las enfermedades, en general. ¿Y quién sabe si ese o esos problemas no son, en cierto modo, enfermedades, al menos enfermedades del ánimo o de la psique? Sea de ello lo que fuere, no desanimarse y seguir peleando. No tirar la toalla. Como digo, si se reacciona así ya habríamos empezando a curarnos, de alguna manera.
Y luego, no tener prisa, pues es cierto que no siempre se descubre aquello que nos perturba, o al menos no con la rapidez con la que a nosotros nos gustaría que ocurriese. La prisa nunca es una buena consejera y no resuelve nada. Todo lo contrario: la precipitación en el obrar no es aconsejable.
Por lo tanto, ¿qué hacer entonces sino aceptar -saboreándolo- que se está como se está (mientras se esté)? Esto es lo que se conoce como hacer de la necesidad virtud. Nada podemos hacer para salir de esa situación (llámese ésta como se llame). El remedio, en el caso en el que eso ocurra, no depende de nuestra voluntad. Pues bien: en lugar de lamentarse o de engañarse a uno mismo, diciéndose que no ocurre nada, aceptación plena de ese sufrimiento (¡que no resignación!). Tened presente en nuestro corazón las palabras del Señor: "Por la paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21,19). Desde una perspectiva cristiana de la vida nuestro sufrimiento, en esas situaciones, es un sufrimiento redentor, unido al sufrimiento de Jesús; y es, por lo tanto, meritorio, tiene un sentido. No deberíamos olvidarlo.
Paciencia alegre, pues, en la medida en que seamos capaces de ello. Además, como digo, en la aceptación -de corazón- de lo que a uno le ocurre, ya se encuentra el comienzo de la solución del problema que tanto nos preocupa y nos inquieta. Y, una vez hecho esto, actuar como si tal problema no existiera, rechazar cualquier pensamiento que nos pueda turbar con relación al mismo. Y, por supuesto, trabajar, trabajar mucho, tener la mente ocupada. A veces se trata, sencillamente, de problemas fantasma que desaparecen solos, cuando uno aprende a reírse de sí mismo y a no tomarse demasiado en serio: ¡En verdad, no merece la pena!