Vengo insistiendo desde hace meses, en que no se da un solo
paso en el Pontificado de Francisco, que no esté calculado, medido y tasado
hasta el milímetro. Vaya usted a saber con qué malévolas intenciones, esta
situación ha estado preparada desde algún tiempo anterior a la renuncia de
Benedicto XVI, de tal forma que ahora podemos percibir con claridad que se
trata de un asalto a las más fundamentales creencias de la Iglesia. Eso sí, por
medio de instrumentos inusuales y sin utilizar los caminos oficiales de la
enseñanza papal. Son sermoncillos en Santa Marta, entrevistas multicolores,
pequeños discursos dominicales y sobre todo rumores, muchos rumores, que se
presentan como llamadas telefónicas, respuestas a cartas personales,
confidencias a amiguetes de la infancia, etcétera. Pero claro está, viniendo
del Papa, producen desconcierto en muchos, desazón en otros y extrañeza en
todos.
Cada día tenemos a la vista nuevas formas de llevar a cabo
este tsunami arrasador. Esta semana ha sido la entrevista que un jesuita hace a
Francisco y que ha sido publicada a la vez en varias revistas de la Compañía.
Ya se sabe lo que son las revistas teológicas de la Sociedad de Jesús desde
hace 40 años. Siempre han enredado los jesuítas, pero ahora lo hacen con pompa
y solemnidad. Toda esta enorme cantidad de disparates, una vez encendido el
ventilador, se han difundido con la rapidez con que se difunde el mal olor
cuando se abre la puerta de la cloaca.
No hay más que echar un breve vistazo a la prensa laica,
atea, mundana y enemiga secular de la Iglesia, para ver la alegría con que ha
sido acogida la entrevista de marras. Todos están felices y se puede resumir su
alegría en algunos de los titulares más repetidos: “La Iglesia empieza a
comprender los verdaderos problemas del mundo”. “Por fin la Iglesia abre la
mano”. “La Iglesia acepta la homosexualidad”. “Histórica apertura del Papa
sobre divorcio, aborto y gays”.
En el otro lado del proscenio, la prensa religiosa, llamada
informativa, insiste en que las palabras del Papa son interpretadas fuera de
contexto, en que el Papa no quiso decir tal cosa, en que la maldad de los
medios esconde las verdaderas, sabias y ortodoxas palabras de Francisco. Hay
incluso alguna página web católico-informativa que lo único que selecciona de
dicha entrevista es el siguiente titular: “Yo soy un pecador”.
Pues muy bien. Pero se aprecia en estos medios una cierta
preocupación, un desengaño descomunal, una tristeza disimulada. Y en este caso,
los titulares de la prensa son verdaderos. Desgraciadamente, al Papa Francisco
no hay que re-interpretarlo porque dice lo que dice. Con la claridad suficiente
para que los malos se froten las manos y con la claridad suficiente para que
los hijos de la Iglesia (los que nunca antes hubieran dudado lo más mínimo de
lo dicho por el Papa, los que nunca antes se cuestionaron su obediencia ciega
al Sumo Pontífice), observen con estupor lo que sucede a su alrededor.
Sí. El Papa habla clarísimamente con su lenguaje ambiguo y
populista. Las verdades de la fe no se atacan directamente (faltaría más), pero
se expresa todo con una duda metódica tal, que sólo Dios sabrá el daño que
hace a las almas católicas, las mismas que observan con verdadero pavor que
tales palabras han sido dichas por el Sumo Pontífice. Qué casualidad: en estos
casos de palabras de destrucción masiva, sí que se habla para toda la
Cristiandad. Aunque luego él insista tanto en llamarse Obispo de Roma.
Nos queda mucho por ver y mucho por sufrir. Aunque desde
luego Dios se reserva siempre la última palabra. De ahí que la Esperanza de
tantos católicos no deba nunca desaparecer. Dios actúa con sus plazos y sus
tiempos.
Confiemos en Él.
Fray Gerundio, 22 de Septiembre de 2013