En todas sus formas y maneras el aborto está prohibido gravemente por la Ley Divina. El aborto es un pecado gravísimo, merecedor (siempre lo ha sido) de excomunión. Los que practican abortos o los que colaboran para que éstos se produzcan, están excomulgados, fuera de la Iglesia. Y si se mantienen en esa postura su condenación es segura y, como es siempre la condenación, eterna. ¿Quiénes somos los hombres para regular una cosa que está absolutamente prohibida (sin excepción alguna) por la Ley Divina? ¿Es que sabemos más que Dios? Entonces, ¿qué hay que discutir?
Además, las razones que se suelen poner para justificar lo injustificable son mentirosas y todos saben que son mentirosas. Sin embargo, todos disimulan, hipócritamente... Por ejemplo, cuando se dice que la razón que legitima el aborto es el peligro psíquico de la madre. ¡Qué hipocresía! Ese peligro psíquico puede ser real o no, pero aunque lo fuera, durante miles de años las mujeres han dado a luz a sus hijos y habrán pasado más o menos miedo... cierto que hay un riesgo, pero con ese riesgo hay que contar, forma parte de la existencia humana. Porque cualquier mujer, o cualquier ATS o cualquier medicucho puede decir que la madre se va a asustar o que va a sufrir un poquito, ..., ¡Y como eso no se puede demostrar...! Pues ya está: cualquiera de las leyes que regulan el aborto es suficiente coladero para que el aborto sea lícito y legal.
Las leyes humanas, cuando se oponen a las leyes divinas, dejan de ser legítimas, no son legales.¿Hasta qué punto (mentiroso) la ley humana se puede oponer a la ley natural? La ley natural es la que está impresa en nuestra naturaleza humana, puesta por Dios. Dios es el Señor, el único que está legitimado para dar leyes éticas o morales valederas y obligatorias para toda la humanidad. Y nosotros, sin embargo, nos permitimos el lujo de transformar esas leyes a nuestra manera.
Cuando el hombre rechaza a Dios, se vuelve inhumano. Hay leyes objetivas impresas en la naturaleza humana, que no son opinables, porque son así, son como son. Las cosas -y las personas- son como Dios las ha creado. Podremos rebelarnos contra la ley natural, haciendo mal uso de nuestra libertad, pero no podremos nunca cambiar la Ley establecida por Dios. Podremos legalizar el aborto, la homosexualidad, el divorcio, etc... pero no podremos cambiar los hechos (¡y lo sabemos!): el aborto seguirá siendo un crimen horrendo contra un ser humano inocente e indefenso, por mucho que los políticos escriban en el Boletín Oficial que "es un derecho (¿?) de la mujer"; la homosexualidad seguirá siendo una aberración "contra natura", por más que la ley la eleve al rango de matrimonio (¿?) y todos los mass media proclamen que se trata de un gran progreso (¿?); el divorcio, propiamente dicho, como ruptura del vínculo entre dos esposos, seguirá siendo una farsa, aunque se vea como algo "normal" en esta sociedad ... y por más leyes que dicte el hombre, en sentido contrario, a favor del divorcio: todas son falsas y mentirosas, pues no se puede cambiar el hecho, "inventado" por Dios, de que cuando un hombre y una mujer se casan, con voluntad libre, se comprometen de por vida y se hacen "una sola carne", de manera que -así lo decía Jesús- "lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre" (Mc 10, 8-9), etc. A este respecto es muy significativo el diálogo entre Jesús y la samaritana, cuando Jesús le dice: "Anda, llama a tu marido y vuelve aquí". Respondió la mujer y le dijo: "No tengo marido". Le dice Jesús: "Bien has dicho 'no tengo marido', porque tuviste cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido. En esto has dicho la verdad" (Jn 4, 16-18)
El pecado actual del hombre es el mismo, básicamente, que el de nuestros primeros padres quienes cedieron a la tentación del diablo: "No moriréis en modo alguno; es que Dios sabe que el día que comáis de él [se refiere al fruto del árbol que está en medio del jardín] se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5) Traducido al lenguaje actual: nadie tendrá que deciros lo que habéis de hacer, porque seréis vosotros mismos los que estableceréis lo que está bien y lo que está mal.
En realidad, fueron engañados, porque prefirieron ser engañados (ellos sabían muy bien lo que hacían). Se fiaron del diablo, en lugar de fiarse de Dios. Ese rechazo de Dios, esa desobediencia a Dios, fue un grave pecado de soberbia, al no reconocer la soberanía de Dios sobre todo lo creado. Dios los puso a prueba y ellos, desagradecidos, prefirieron escuchar las palabras engañosas del diablo, que les habló como si Dios fuese su enemigo. Al dar pie al Diablo y escuchar sus palabras, se revolvieron contra Dios, haciéndole embustero. Rechazaron el amor que Dios les ofrecía y se prefirieron a sí mismos, considerando que lo que Satanás les decía era la verdad (¡ellos sabían perfectamente que no era así!).
[Recordemos aquí lo que decía Jesús del Diablo: "él era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla la mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira"; y también lo que decía de los que lo siguen: "Vosotros tenéis por padre al Diablo y queréis cumplir las apetencias de vuestro padre" (Jn 8,44) ]
En esencia éste fue el pecado original, con el que nacen todos los seres humanos que vienen a este mundo. Sin embargo, "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo" (Ef 2, 4-5)... somos importantes para Dios, "pues hechura suya somos, creados en Cristo Jesús para las obras buenas, que Dios preparó para que por ellas caminemos" (Ef 2,10).
Pero... ¡atención! ... pues se dice en la Biblia, hablando de Jesucristo, que "en ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4,12): Tenemos una absoluta necesidad de vivir según el Espíritu de Jesús ... y no debemos avergonzarnos nunca de Él: "Sufro, pero no me avergüenzo, -decía San Pablo- porque sé de quién me he fiado" (2 Tim 1,12).
Por eso, aun sabiendo que es cierto que "todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim 3,12), no nos asustamos, persuadidos como estamos de la verdad de las palabras de Jesús: "Confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Y así es, en realidad: pese a las apariencias, tenemos la seguridad de la victoria pues Él, que dijo de Sí mismo: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6) no nos engaña, ni puede engañarnos. Aunque sea a través de la fe contamos con su Presencia; no estamos solos: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20)