No lo debemos olvidar: "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5,4), pues "¿quién es el vencedor del mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5,5).
Lo que atrae al mundo (y a todos los hombres de buena voluntad) es lo que viene de Dios y no lo que es invención de los hombres. Jesús arremetió duramente contra los fariseos, porque querían cambiar el mensaje de Dios por preceptos que son invenciones humanas: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En vano me dan culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres' " (Mc 7, 6-7). Hoy en día -incluso en las altas capas de la Jerarquía eclesiástica- por lo que se conoce como "razones pastorales", se quiere cambiar la doctrina católica por doctrinas que son invenciones de hombres.
Se pueden poner muchos ejemplos. Valga uno de muestra: el mero hecho de plantear la posibilidad de la comunión de los que están divorciados y vueltos a casar (a fin de evitar que sufran) conlleva, además de minusvalorar el mandamiento de Dios, que no hay ningún problema en plantear dudas sobre temas que son de fe y que, por lo tanto, no son cuestionables. El gran peligro es que si algo se pone en tela de juicio es porque no debe ser muy importante o porque no está tan claro que tenga que ser así, que es lo que la gente acabará pensando... con lo que se estaría cambiando la doctrina dada por Dios acerca de este tema ... ¡y esto es muy grave! Además de estar en contra de la voluntad de Dios, según la cual el matrimonio es indisoluble ["Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mc 10,9)], "misericordiar" para que no sufran no les hace ningún bien, porque se les está mintiendo. La verdad es que "cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 10-12). Y ya sabemos que "los adúlteros... no poseerán el reino de Dios" (1 Cor 6,9). El adulterio es un pecado grave. Siendo esto así, si se llegara a admitir que los divorciados y vueltos a casar pueden recibir la comunión, nos estaríamos encontrando con que es posible recibir la comunión en estado de pecado grave, en contra de lo que leemos en la Sagrada Escritura: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor" (1 Cor 11,27).
¿Que está ocurriendo? A mi entender, todo hace pensar que en el fondo de estas cuestiones late una falta de fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, por nombrar sólo lo más importante. ¡Tales cuestiones ni siquiera deberían llegar a plantearse! Si hay algo claro, en cuestión de misericordia es que, como decía San Agustín, es preciso amar al pecador y ayudarle, pero nunca engañarle. El pecado sigue siéndolo y, como tal, ha de ser odiado porque aparta de Dios, que es el Sumo Bien. La persona que pasa por situaciones tan difíciles debe ser ayudada y comprendida y sufrir con ella, pero no merece ser engañada y que se le diga que está bien aquello que no está bien.
Miremos por donde lo miremos, lo mejor y lo único que nos puede salvar es, ha sido y será siempre el vivir conforme a la voluntad de Dios, manifestada en Jesucristo. No hay otro camino. Y, además, es el mejor. ¿O es que nosotros somos más listos y más buenos que Dios?