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sábado, 28 de junio de 2014

La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos (5); Amor y "dependencia"

(véase nota de aclaración al final de este post)





Recordemos de nuevo lo que aparece ya en el Antiguo Testamento: "Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1,26). Esa fue la intención de Dios al crearnos, pues añade: "Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1,31). Y situados en el Nuevo Testamento leemos lo que Pablo escribe a Timoteo:  "Todo lo creado por Dios es bueno y no hay que rechazar nada si se toma con agradecimiento" (1 Tim 4, 4). Y también: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1 Cor 6,19) Dios está satisfecho de su obra y, en particular, de su obra más preciada y hermosa, que es el hombre que, no sólo ha sido creado, sino que, estando perdido, ha sido redimido por la sangre de Cristo: "Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Cor 6,20).  De este modo, el ser humano, hombre o mujer, llega a ser tanto más "él mismo" cuanto más se parece a Dios, su Creador, a cuya imagen ha sido creado ... pero, sobre todo, cuanto más se parece a Jesucristo, en quien Dios se ha manifestado de un modo definitivo para que, en su humanidad podamos amarlo, amando también en Él su divinidad, pues no se entienden la una sin la otra.

De aquí se deriva la importancia de conocer cada día más y mejor al Señor, para poder así conformarnos con Él. Es muy importante que cobremos conciencia de que en la medida en que nos alejemos de Dios, manifestado en Jesucristo, en esa misma medida perdemos nuestra propia identidad. Lo que nos hace ser más "nosotros mismos", lo que nos embellece, es el acercamiento a Dios. La proximidad de Dios deja su impronta en nuestro ser que se hace, de este modo, luminoso. Es necesario abrir bien los ojos, despertar de nuestro sueño para darnos cuenta de la verdad de nuestra existencia, que se queda vacía si no dejamos que Jesucristo entre en nuestra vida. 


Cuando, haciendo uso del libre albedrío que Él nos dio al crearnos, elegimos estar "atados a Él", esta atadura nos libera: "Tomad sobre vosotros Mi yugo ... porque Mi yugo es suave y Mi carga es ligera" (Mt 11, 29-30), porque vemos las cosas con la propia mirada de Jesucristo; es decir, las vemos como son en realidad. Y entonces -si Dios nos lo concede- se nos pueden aplicar estas hermosas y maravillosas palabras de nuestro Maestro, cuando decía: "Si tu ojo es puro todo tu cuerpo estará iluminado" (Lc 11, 34).  


No es la "independencia" o la "autonomía", entendidas como ausencia de ataduras, lo que nos va a hacer "libres". Pensar así es estar en la mentira y no ver la realidad tal y como es. Cuando alguien elige algo, de alguna manera queda atado a aquello que elige. En ese sentido toda elección supone una pérdida de "libertad", o sea, una pérdida de "autonomía"... lo que es cierto, pero es incompleto ... Absolutamente hablando hay, efectivamente, una esclavitud con relación al objeto elegido cuando elegimos lo que nos perjudica (desde un punto de vista objetivo, aunque subjetivamente pensemos haber elegido lo mejor). 
La consecuencia de la elección, en estos casos, no sólo no produce una  mayor "autonomía" en nosotros sino que nos hace más esclavos. Los casos más llamativos, aunque no los únicos, son el sexo y las drogas; y, por supuesto el dinero, el poder, la fama, etc... Enferma el cuerpo y enferma también el alma: enferma la persona entera que comete pecado, según las palabras de Jesús que nunca fallan: "Todo el que comete pecado esclavo es del pecado" (Jn 8,34). 


En cambio, el que se deja elegir por Jesús, y no le pone obstáculos, aunque también queda ligado a Él .... se trata, sin embargo, de una ligadura de amor, una ligadura que se desea intensamente; y de la que no se quiere prescindir bajo ningún concepto, porque sabemos que sin ella seríamos verdaderamente desgraciados. Este sentimiento se corresponde con el verdadero amor. La opción por Jesús es la opción por la verdad, pues Él es la Verdad (Jn 14, 6); y es la opción por la libertad, pues sólo la verdad puede hacernos libres (Jn 8, 32). Si optamos por Jesús es porque lo amamos, lo que sólo es posible si tenemos su Espíritu; y ya sabemos que ... "donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3,17) 




La gran verdad de la vida, lo único que nos puede hacer felices, porque  para eso hemos sido creados, es el amor. Pero el amor entendido como Dios lo entiende, empezando por caer en la cuenta de algo tan simple como que el amor es siempre cosa de dos: se ama a alguien y se es amado por él.  El amor no piensa en sí mismo, no es egoísta. El que ama está dispuesto a todo por la persona amada. Sin ella su vida pierde el norte y se queda solo y triste. El que ama no desea ser "independiente", sino que estriba su felicidad en su dependencia de la persona amada. En el amor no hay servidumbre del uno hacia el otro; y aunque cada uno procura hacer la voluntad del otro y no la suya propia, esto no le hace ser esclavo (en el sentido peyorativo de esta palabra) porque eso es, precisamente, lo que desea, lo que quiereLibremente desea esa "atadura", ese "yugo". Nada teme más que quedarse solo: "Si uno cae su compañero lo levanta, pero ¡ay del que está solo y se cae! No tiene a nadie que lo levante" (Ec 4,10)


Necesitamos de los demás, aunque sea sólo para amarlos y para ser amados por ellos; eso está inscrito en nuestra naturaleza como seres creados por Dios a su imagen y semejanza (Gen 1,26) un Dios que es todo Amor (1 Jn 4,8). Hemos sido creados para amar y para ser amados. Cuando se entiende así la vida, entonces la mirada se aclara y todo encaja, todo adquiere su verdadera consistencia y es valorado en su verdadera dimensión. Aprendemos a ver las cosas y a las personas como lo que son, que es como Dios las ve"Y vio Dios que todo era muy bueno" (Gen 1,31). Y al hablar de Dios no hablamos de una idea subjetiva de Dios, donde cada uno puede tener la que le parezca. Al hablar de Dios estamos hablando del 
único y verdadero Dios quien, en la Persona del Hijo, se ha hecho un hombre como nosotros, sin dejar de ser Dios. Estamos hablando de Jesucristo


La Verdad que tanto anhelamos todos los hombres, hace referencia siempre al Amor de Dios, pero este Amor sólo se puede encontrar en Jesucristo. El caer en la cuenta de esto es fundamental, porque no sólo nos va en en ello el sentido de nuestra vida terrena, sino que, además, está en juego nuestra salvación eterna:  "En ningún otro hay salvación" (Hech 4,12). San Juan habla con toda claridad y con expresiones terminantes, que no admiten ningún tipo de ambigüedad (justo todo lo contrario de lo que hoy suele ocurrir): "¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre" (1 Jn 2, 22-23)


Aunque se utilice la palabra amor cuando se habla de la relación entre las personas que se quieren, es importantísimo tener las ideas claras: ¡si ese amor -hacia los demás- no proviene, no es consecuencia del amor y de la amistad con Jesús, entonces no cabe hablar de amor auténtico! pues "en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5,2). Se podría hablar, tal vez, de filantropía, de "solidaridad", etc... Sin embargo, ése no es el amor que Jesucristo vino a traernos, ése no es el amor cristiano. Estará todo lo bien que se quiera- yo no lo pongo en duda- ... ¡pero se trata de algo muy diferente!


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NOTA: El posible lector que haya sido capaz de llegar hasta aquí estará preguntándose -y con razón- qué relación existe entre el título de estas entradas y lo que yo escribo en ellas. Entono el "mea culpa" (¡a mí me ocurriría lo mismo si estuviera en su lugar!). Me veo, por lo tanto, en la obligación de explicar por qué he procedido así pues ... ¡no era ésta mi intención inicial! ... y a darle una "solución":


Al poco de empezar a escribir, se me pasó por la mente la siguiente pregunta:  ¿Cómo voy a hablar -y a explicar- que la Iglesia Católica es la verdadera si primeramente no tengo claro qué se entiende por verdad? De modo que (para ordenar -yo mismo- mis ideas) se me ocurrió decir algo primero sobre los conceptos de verdad, libertad, autoridad, diálogo, autonomía, amor, etc... porque, visto cómo está el mundo y visto que el sentido común escasea bastante, podría fácilmente ocurrir que el lector diera a mis palabras un sentido diferente de aquel que yo pretendo transmitirle. Así que pensé que, antes de comenzar el tema, propiamente dicho, al que titulé "La Iglesia Católica es la verdadera", era conveniente explicar primero el sentido con que utilizo determinados términos. Y ésta y no otra es la razón por la que he cambiado el título, siendo el nuevo título "La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos" (sólo para las cinco primeras entradas). En la próxima entrada y siguientes, continuaremos con el título inicial, procurando ir ya directamente al grano, sin más rodeos ... ¡Bueno, eso espero! En las cuatro entradas anteriores pondré un link especial para dirigir así al lector a esta nota de aclaración. Siento haber sido motivo de confusión para algunos ... aunque espero que lo comprendan después de esta explicación. Gracias.


(Continuará)

viernes, 27 de junio de 2014

No juzguéis y no seréis juzgados (por Fray Gerundio)


[Al artículo original se accede pinchando aquí]

Esta enjundiosa sentencia ["No juzguéis y no seréis juzgados"] fue pronunciada por el Señor. Aparece concretamente en el evangelio de san Mateo -capítulo 7-, y también en otros evangelistas. Parece evidente que con ella nos quiere decir Jesús que no nos precipitemos en juzgar a los demás porque, al fin y al cabo, todos vamos a terminar siendo juzgados por Dios. Y en la misma medida que seamos jueces exigentes y abruptos con el prójimo, nos estamos labrando el que Dios lo sea también con nosotros. Paralelamente dejó dicho también el Maestro: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36). Me parece que hasta un niño de catequesis (de las de antes), puede entender esto con toda claridad.

La teología moral de siempre (no la de ahora, que lo pone todo en duda), nos decía al hablar del octavo mandamiento, que los juicios temerarios son aquellos que se emiten sin el suficiente fundamento, queriendo voluntariamente hacer daño, o bien teniendo la imprudencia y la excesiva ligereza por consejeras. Son pecado grave contra la justicia. Y nos dice Santo Tomás, que más vale engañarse muchas veces teniendo un buen concepto de un hombre malo, que hacerlo pensando mal de un hombre bueno (S. Th. II-II, 60, 4 ad 1).

Sobre algo de esto ha predicado el Papa esta semana. A propósito del pasaje de la pajita en el ojo ajeno o la viga en el propio, ha hecho un discurso de los suyos sobre el tema en cuestión. Pero habría que hacer algunas aclaraciones, siempre necesarias en el batiburrillo dialéctico de Francisco, dicho sea con todos los respetos. No sé si esto le suele pasar porque no estudia (dicen algunos que nunca estudió), o porque predica según le va insuflando “el espíritu”, pero claro está que, con tanta homilía espontánea en Santa Marta, es difícil tener la precisión del Aquinate. Aun así, se puede vislumbrar por dónde van los tiros.

Veamos algunas de las felices expresiones [del Papa], entresacadas del texto del noticioso vaticano:

Por eso, quien juzga se equivoca, simplemente porque toma un lugar que no es para él. Pero no sólo se equivoca, también se confunde (…) Confunde la realidad, es un fantasioso. Y quien juzga acaba derrotado, termina mal, porque la misma medida será usada para juzgarlo a él.

Jesús, delante del Padre, ¡nunca acusa! Al contrario: ¡defiende! Es el primer Paráclito. Después nos envía al segundo, que es el Espíritu Santo. Él es el defensor: está delante del Padre para defendernos de las acusaciones. ¿Y quién es el acusador?

En la Biblia, se llama ‘acusador’ al demonio, a Satanás. Jesús juzgará, sí: al final del mundo, pero mientras tanto intercede, defiende…En definitiva, quien juzga es un imitador del Príncipe de este mundo, que va siempre detrás de las personas para acusarlas delante del Padre.


Aparte de que me hace cierta gracia esta definición de primer paráclito y segundo paráclito, tan modernista ella (Raymond Brown la espetó en sus libros), he de confesar que mis neuronas frailunas no alcanzan a comprender estas palabras, que rezuman una vez más ambigüedad y falta de claridad doctrinal, rozando la falsedad -si es que se analiza el texto con cuidado-.

Todo el mundo sabe que un juicio verdadero es el que coincide con la realidad objetiva. Tan fácil como esto. Y la realidad objetiva del pecado la pone el pecado mismo, que ha sido además declarado como tal por Dios. Si yo veo a Pepito robando y digo: “Pepito está robando”, no estoy haciendo ningún juicio temerario, sino que estoy exponiendo un hecho que se puede ver. Vamos, lo que siempre se expresó en el castellano clásico diciendo pillar a uno con las manos en la masa. Entonces, puedo decir con toda tranquilidad y veracidad: “El que roba está en pecado, porque está transgrediendo el séptimo mandamiento”.

De modo similar, si la homosexualidad ha sido condenada como pecado en la Sagrada Escritura, el que comete ese pecado objetivamente, el que se enorgullece de ese pecado públicamente, el que practica ese pecado ante todos y se jacta de ello, es pecador. Si lo acuso de pecador, no estoy faltando a la caridad. Por supuesto que no habrá que juzgar de sus intenciones, porque esas solamente las conoce Dios, pero habrá que denunciar como pecado esas acciones concretas.

Cualquiera podría hacer esto, aunque es evidente que no a todo el mundo le corresponde la labor de denuncia sistemática del pecado. Lo tendrá que hacer de modo especial el Pastor de almas, si es que quiere llevarlas a buenos pastos y no darles gato por liebre. Y no digamos en el caso del Papa, que se supone que es Pastor de toda la Cristiandad (no sólo de Roma), y tiene el mandato específico de confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22,32). El Papa no podrá decir en público que Fulanito es homosexual. Por prudencia y caridad. Pero sí que podrá –y deberá– denunciar que la homosexualidad es pecado. Y que todo el que esté en esa situación está en pecado y debe arrepentirse y dejar de pasear sus vergüenzas en el Orgullo Gay de turno.

Resulta extraño que diga el Papa que Jesucristo no acusa, cuando el mismo Señor se propone como acusador de todos aquellos que le nieguen delante de los hombres: "A quien me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante mi Padre que está en los cielos" (Mt 11,33). Lógico: Por que el que niega a Jesucristo delante de los hombres lo está negando objetivamente, y el mismo Señor no hace distingos de si tenía o no buena voluntad al negarle.

Resulta extraño que diga el Papa que no podemos acusar de ninguna de las maneras, cuando vemos que el mismo San Pablo dice a los Corintios esta frase tan singular:

"Os escribí en mi carta que no tuvieseis trato con los fornicarios. Pero no me refería, ciertamente, a los fornicarios de este mundo, o a los avaros o a los ladrones, o a los idólatras, porque entonces tendríais que salir de este mundo. Lo que os escribí es que no os mezclaseis con ninguno que, llamándose hermano, fuese fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho o ladrón; con ese tal, ni siquiera toméis bocado. Pues ¿por qué voy yo a juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes habéis de juzgar? A los fuera los juzgará Dios. Echad de entre vosotros al malvado" (1 Cor. 5, 9-13)

Claro que San Pablo no había leído al cardenal Kasper. Ni parece que tenía excesiva misericordia. Aunque me cuesta creer que el Apóstol de los Gentiles sea un imitador del Príncipe de este mundo, si atendemos a lo que dice Francisco.

De todos modos, en modo alguno me encaja que el Santo Padre utilice con tanta misericordia la ausencia de juicio para los homosexuales –¿quién soy yo para juzgar a un homosexual si tiene buena voluntad?– … … y al mismo tiempo juzgue con tanta violencia –incluso verbal–, a los mafiosos. Véanlo si no, en las palabras pronunciadas en el viaje a Calabria esta misma semana:

“Los que en su vida tienen el camino del mal, como son los mafiosos, no están en comunión con Dios, ¡están excomulgados!”

Uno de mis novicios, entusiasmado con estas acusaciones del Papa a los mafiosos, me quiso tomar el pelo diciendo que si yo estaba de acuerdo con ellas. Yo le respondí: ¿Y quién soy yo para juzgar a un mafioso, si tiene buena voluntad y busca a Dios? De hecho, muchos mafiosos seguro que colaboran en las obras de la Iglesia y bautizan a sus hijos, y se relacionan con cardenales, y reciben condecoraciones de la Iglesia. Justamente como los homosexuales de las parroquias gays de California o de Nueva York… ¿Por qué no condenar a unos y, extrañamente, por el contrario, sí condenar a otros? ¿No puede ser que haya cierto populismo y cierto oportunismo en estas diferentes actitudes?

Definitivamente, no lo entiendo. Yo creo que el Papa debe condenar tanto a homosexuales como a mafiosos. De no ser así, se expone a que su magisterio doctrinal quede al albur de las simpatías personales. Y si es que quiere repartir misericordina, entonces que la reparta para todos.


Mafioso "de buena voluntad"

jueves, 26 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (4); Pecado y "libertad"

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]


Y, sin embargo, "si alguno piensa ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo" (Gal 6,3), pues "nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3,5). Nadie puede vanagloriarse de sí mismo porque podría oír cómo el apóstol Pablo le recrimina: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4,7). "El que se gloría, que se gloríe en el Señor" (2 Cor 10,17). Hagamos un poco de historia para situarnos luego, de nuevo, en el momento actual. Y veremos que, en el fondo, no hay tanta diferencia entre lo que ocurrió entonces y lo que está ocurriendo ahora, aunque hoy la culpa es mayor: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado -decía Jesús- , no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22). Repasemos brevemente nuestros orígenes.
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Cuando Dios creó al hombre "lo colocó en el jardín del Edén para que lo trabajara y lo guardara; y el Señor Dios impuso al hombre este mandamiento: De todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás" (Gen 2, 15-17). Luego creó a la mujer. "Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, y no sentían vergüenza" (Gen 2,25).  Y los bendijo y les dijo: "Creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra" (Gen 1,28)

La situación del ser humano, antes del pecado, era realmente buena: gozaba de inocencia y de la amistad de Dios, en cuya presencia vivía, pues todos los días "se paseaba por el jardín a la hora de la brisa" (Gen 3,8); esta situación se hubiera transmitido a toda su descendencia. [Obsérvese, de paso, que la misión de trabajar es connatural al hombre: el trabajo no fue un castigo de Dios (sólo la pena que, a partir de entonces -no antes-, fue inherente al trabajo). También lo es la misión de procrear, transformándose así, hombre y mujer, en colaboradores de Dios en la hermosa tarea de traer nuevos seres humanos a este mundo. ¡Todo todo esto ocurrió antes del pecado! ... de modo que ni el trabajo ni la procreación son castigos de Dios sino realidades inherentes a la naturaleza del ser humano]




Sin embargo, tanto la mujer como el hombre se dejaron engañar. Echaron en olvido el mandato de Dios, y se dejaron seducir por el Diablo, que en forma de serpiente, los predispuso contra Dios: "No moriréis en modo alguno; es que Dios sabe que el día que comáis de él [del fruto del árbol que está en medio del jardín] se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 5). 


Hicieron caso de la serpiente y desoyeron la voz de su Creador  y amigo. Prefirieron la "libertad" antes que estar sometidos a ningún tipo de mandato por parte de Dios: la propuesta de la serpiente les pareció "apetitosa": si desobedecían a Dios, entonces serían ellos mismos  los que decidirían lo que estaba bien y lo que estaba mal, sin que hubiese una autoridad exterior a ellos (aunque fuese su Creador y su Señor) que les advirtiera acerca de lo bueno y de lo malo. A sabiendas de que estaban siendo engañados hicieron caso a la serpiente, es decir, al Diablo. Conocemos las consecuencias: el pecado original se transmitió a toda su descendenciaTodos nacemos con este pecado, que no es un pecado personal [en el caso de Adán y Eva sí lo fue] puesto que no somos responsables de él: nosotros no lo cometimos ... pero sí lo hemos heredado:  "Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así la muerte ha pasado a todos los hombrespor cuanto [en Adán] todos pecaron..." (Rom 5,12). 


En Adán estaba representada toda la humanidad que existía en aquel tiempo, reducida a dos personas: nuestros primeros padres. Su pecado personal, que les acarreó la muerte, se transmitió a toda su descendencia, que nace en pecado [pecado original, pecado de naturaleza, no personal] y que sufre también sus consecuencias, entre ellas el dolor y la  muerte. Por este pecado las puertas del Cielo están cerradas para nosotros, cuando nacemos; este pecado imposibilita la visión de Dios. Como sabemos, con la venida de Jesucristo, nuevo Adán, tenemos -de nuevo- la posibilidad de ver a Dios y de salvarnosEL REMEDIO [para ser librados de ese pecado y poder formar parte de la gran familia de los hijos de Dios; y convertirnos en miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, con posibilidad de salvarnos] ES EL BAUTISMO. Por eso es tan importante que los niños sean bautizados cuanto antes, pues de morir sin bautizar irían al Limbo, un lugar en donde serían felices, pero sólo con una felicidad natural. Les habríamos privado, por nuestra negligencia, de la visión de Dios (Sobre el limbo ya he hablado en este blog).


En la raíz, en el origen de cualquier pecado personal hay siempre, de una manera u otra, un pecado de soberbia. Si lo pensamos, cada vez que pecamos tenemos tendencia a justificar nuestras acciones. ¿y esto por qué? Pues porque, en el fondo, lo que se busca, al pecar, es "liberarse" de la autoridad de Dios.  Ésta es considerada como una ataque a nuestra "libertad". 


Así les ocurrió a nuestros primeros padres: "pensaron" que si le hacían caso a la "serpiente" llegarían a ser, no solo iguales a Dios, sino incluso más que Dios; pues, en adelante, serían ellos (y no Dios, cuyo lugar ocuparían) los que decidirían lo que está bien y lo que está mal: afán de poder, de dominio, de ser "ellos mismos", sin que nadie les diga lo que tienen que hacer:  la autoridad  es considerada como algo que "oprime"; y ellos quieren ser "libres" y no estar oprimidos.  El engaño que permitieron, al ceder a la tentación y pecar, fue tremendo: hasta tal punto llegaron a creer que eso era así, que transmitieron esa creencia -ese engaño- a toda su descendencia; y sigue siendo así en la actualidad: en el origen de todo pecado está el rechazo a Dios, a quien se considera como un opresor de nuestra conciencia, y a quien, por lo tanto, hay que eliminar de la faz de la tierra. Un objetivo diabólico, como se puede ver. 

Aunque, claro está: "De Dios nadie se burla. Y lo que el hombre siembre eso mismo cosechará" (Gal 6,7). Si hay algo que estamos comprobando a diario, en nuestro propio cuerpo, es que "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Esa aparente "libertad" (nacida de la mentira 'libremente' consentida) nos esclavizaSÓLO LA VERDAD LIBERA. Pero no cualquier verdad, sino una verdad muy concreta. Oigamos a Jesús: "Si permanecéis en mi palabra seréis en verdad discípulos míos; y conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32). 




Con bastante frecuencia se nos pasa por la mente la famosa frase de Pilato: "¿Y qué es la verdad?" (Jn 18,38). Pero conocemos muy bien la respuesta a esa pregunta; una respuesta que, como siempre, proviene de Jesús:  "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Por lo tanto, la verdad a la que Jesús se refiere es Él mismo. [No es una verdad matemática ni conceptual: es una Persona]. Si le tenemos a Él estamos en la verdad y [junto a Él -y en Él-] somos auténticamente libres. Y lo somos porque si Él está en nosotros, es que su Espíritu está en nosotros, pues "donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3,17). El Espíritu de Jesucristo, como sabemos, es el Espíritu Santo, ese Gran Desconocido que se identifica con el Amor que Padre e Hijo se tienen mutuamente en el seno de la Trinidad; y del que somos hechos partícipes, por pura gracia. "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" 

(Rom 5, 5) 

De donde la Verdad se nos revela como Amor en Jesucristo. Y eso es lo único que produce en nosotros la verdadera liberación, que es la liberación del pecado y la unión con Dios. La libertad se nos ha dado para que lo elijamos a Él sin ningún tipo de coacción. Pero esa libertad alcanza su perfección cuando la elección que hacemos viene motivada por el Amor, cuando no concebimos nuestra vida si no es unidos a Jesucristo, mediante su Espíritu. 

No es el egoísmo sino el amor, y el amor entendido como Dios lo entiende,  lo único que nos puede liberar de verdad. Todo lo que nos aparte de Jesucristo (verdadero Dios y verdadero hombre) nos aparta de la Verdad, nos aparta de una vida con sentido, nos aparta del amor y nos hace desgraciados, porque el pecado siempre esclaviza, por más que se crea libre quien lo comete. Éste es el gran engaño del Diablo, el "Príncipe de este mundo" (Jn 12,31), que está consiguiendo su propósito de que los hombres renieguen de Dios y se transformen en unos auténticos monstruos. 



(Continuará)

lunes, 23 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (3) Verdad y libertad

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]

Continuemos con nuestro razonamiento: en primer lugar, hemos dicho que la verdad acerca de las cosas no depende de que las comprendamos o no. Lo real se nos impone. Y esto lo queramos o no, lo comprendamos o no. Esta realidad puede ser evidente, puede ser demostrada científicamente o puede que, aun siendo razonable, se encuentre en un ámbito tal que, no siendo contradictoria en sí misma, supere todas nuestras posibilidades de razonamiento: en este último caso nos adentramos en lo sobrenatural, en el terreno del misterio. En los tres casos considerados hay algo en común: la realidad. El hombre no crea la realidad, sino que está sometido a ella. Y este sometimiento a lo real, cuando se admite libremente, nos hace libres, porque nos sitúa en la verdad (no importando ya si ésta es o no evidente, si se puede o no se puede demostrar; o incluso si no hay manera humana de demostrarla y sólo se puede acceder a ella a través de la fe). 



El amor a la verdad es la actitud normal en un hombre normal (normalidad que, todo hay que decirlo, no abunda demasiado).  El que ama la mentira (y son muchos los que entran en este grupo "anormal") sólo se dejará conducir por sus propios intereses. Asentirá a lo que le interese y negará lo que no le interese. La opción por la mentira lleva al hombre a negar incluso lo que es evidente.  Y no tendrá ningún problema en negar aquello que haya sido demostrado científicamente, si tal demostración, por lo que sea, contraría sus "intereses" (lo hemos podido ver en el caso del aborto). Y, por supuesto, ... negará siempre, y esto de modo sistemático, todo aquello que perciba como sobrenatural. Admitirlo equivaldría a admitir una autoridad por encima de él, lo que sería un atentado a su "libertad".  

El hombre de hoy no está por la labor de que nadie le diga o le recuerde lo que es bueno y lo que no lo es: nadie tiene derecho a decidir por él acerca de la bondad o la maldad de las cosas. Sólo él puede decidirlo, conforme a su conciencia. Y lo que decida siempre será "lo correcto". Dios, por lo tanto, aparece como una amenaza a su "libertad". Esa es la razón última por la que el hombre quiere desterrar a Dios del horizonte proclamándose dios a sí mismo: Dios ha muerto y el hombre ha ocupado su lugar. ¡No hay otro dios que el propio hombre!  Volvemos de nuevo a la vieja tentación del  "Seréis como dioses" (Gen 3,5), que vuelve a surgir hoy con una fuerza insospechada.

(Continuará)

La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos (2); verdad y soberbia

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]



La fe no es evidente para nadie, ni es algo que podamos conseguir con nuestras solas fuerzas, a base de razonamientos o de posesión de conocimientos.  Es un puro Don de Dios ... pero Dios [que nos ha manifestado su Amor de un modo pleno en su Hijo], nos la concederá si se la pedimos ... y lo hará sin tardar, porque lo está deseando, mucho más que nosotros. De modo que todos podemos jugar con ventaja ... si queremos.  Si no tenemos fe es porque no ponemos de nuestra parte, o sea, porque no queremos, puesto que la voluntad de Dios es muy clara, en este sentido


Pues bien: si a alguiencomo digo, por pura gracia, se le ha concedido el don de la fe, entonces la seguridad que posee es infinitamente superior a la que pueden proporcionarle la ciencia o incluso la misma evidencia"La fe es una convicción de las cosas que se esperan, argumento de las realidades que no se ven" (Heb 11,1). 


Antes de continuar, es necesario no olvidar que si algo es verdad lo seguirá siendo independientemente de que lo comprendamos o no, independientemente de lo que opinemos o dejemos de opinar


Eso por una parte. Y por otra, debemos de tener muy claro que, por desgracia, el hombre es capaz de negar incluso lo que es evidente para todos (y por muy demostrado que esté). Esto no es un invento mío. Pondré sólo un ejemplo de gran actualidad. Reflexionemos sobre la siguiente afirmación: "El aborto es un crimen". Cualquier persona, en su sano juicio, sabe que se trata de una verdad evidente por sí misma (esto siempre se ha sabido y es de sentido común). Pero, por si alguien aún tuviera alguna duda, está demostrado científicamente que hay vida humana real desde el momento mismo de la concepción. Muy bien: pues aun así, hay muchas personas que niegan esa afirmación ...  y dicen que el aborto no es ningún crimen ... ¡y no sólo no es ningún crimen, sino que, según estas personas, el aborto es un derecho que tiene la mujer! ... [¿derecho a matar al hijo de sus entrañas?] y se quedan tan panchos: argumentan de modo irracional [en un atentado a la propia razón], queriendo justificar lo injustificable sin ningún tipo de argumento plausible ni lógico: el único "argumento" es su propio egoísmo y lo que llaman "atentado contra la "libertad" de las mujeres que desean abortar" [¿"libertad" para matar?]  ... ¡Parece que eso les tiene sin cuidado! ... O sea, que no tienen ningún argumento racional, porque no lo hay. Por increíble que esto parezca es, sin embargo, lo que está sucediendo: a los hechos me remito. ¿Cómo explicar, si no, la existencia de un lobby pro-abortista?


¿Existe algún modo de entender esta barbaridad? ... Si algo está claro es que la defensa del aborto es algo irracional, bárbaro y cruel; y no es, en absoluto, "razonable". No tiene una explicación "humana". Porque, ¿cómo es posible defender un crimen -asesinato de una criatura humana inocente e indefensa- y quedarse como si nada? La defensa del aborto, que hoy se está produciendo por doquier, es estremecedora y la gente vive tan tranquila ...  ¡Es verdad que ha sido engañada, pero también lo es que se ha dejado engañar: ambas cosas! 


El verdadero problema tiene una profundidad tal que se nos escapa, pues de lo que se trata [por lo que parece y por lo que se ve, para el que quiera ver] es de la consecución del siguiente OBJETIVOnada ni nadie, ni siquiera los hechos evidentes y demostrados, puede estar por encima de la "libertad" del hombre que es quien decide, como un nuevo dios (como el único dios, pues no hay otro) lo que es y lo que no es, lo que está bien y lo que no lo está.  En el caso concreto del aborto, no hay más que cambiarle el nombre. En adelante no se va a llamar aborto sino "interrupción voluntaria del embarazo" (IVE). No se mata a nadie. Lo que lleva dentro una mujer embarazada no es ninguna persona humana, etc... Mentiras y mentiras, repetidas hasta la saciedad. Debido al gran poder de los mass-media y del Sistema -un Sistema que se opone a Dios- se está llegando a una situación en la que todo aquello que siempre ha sido considerado como aberrante (¡porque lo es!) se está viendo ya como algo "normal".  Y quien disienta de ello es considerado como un retrógrado, que se opone al progreso. Al imperar la mentira (¡ya sabemos quien es el padre de la mentira y de todos los mentirosos!), la gente está llegando hasta unos extremos inimaginables de maldad y de perversidad

Me viene a la mente la conocida máxima atribuida a Lenin, comunista ruso que murió hace noventa años, en 1924, responsable de la muerte de millones de personas (junto con Stalin): "Si los hechos están en nuestra contra ... peor para los hechos".  ¡Tremendo misterio de iniquidad es éste del pecado, que nos lleva a querer cambiar la realidad tal como ha sido creada por Dios y sustituirla por la que nosotros nos vayamos forjando! La soberbia del ser humano, que no permite que nadie (ni siquiera Dios, y Dios menos que nadie, porque él ha decidido que Dios no existe) le diga cómo son las cosas.  La Historia es maestra de vida[aunque, por desgracia, apenas se conoce la historia y lo poco que se conoce suele estar, con muchísima frecuencia, falseado]. Y los hechos son los hechos, por más que se los niegue o se los ignore ... como lo muestra la Historia. Pero quien sale perdiendo siempre, cuando se prefiere la mentira, es el ser humano... ¡No, no es peor para los hechos ... es peor para nosotros, cuando negamos los hechos! El que niega la verdad se aparta de la luz, porque no quiere que se conozca el mal que hace. La consecuencia es que no aprende de sus errores y queda sumido en la miseria, arrastrando consigo  a muchos otros. La mentira, consentida y promovida, daña y conduce siempre a la autodestrucción, de modo inevitable ... es cuestión de tiempo ... y, además, de poco tiempo.  



(Continuará)

sábado, 21 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (1) Fe y "diálogo"

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente, pinchando aquí]
El título de esta entrada -y la entrada misma- está motivado por un e-mail que recibí de un amigo quien, después de leer la vía de los hechos (16), se sorprendió de lo allí dije. Éstas fueron sus palabras, entre otras: "... el hecho de que la Iglesia católica no pueda establecer ningún diálogo con otras religiones, por ser ella la única verdadera (¿?) ... Bueno, no lo he podido evitar, pero me ha venido a la cabeza la frase del famoso “Tiramillas” cuando decía que no creía en la Religión Católica ... ¡y eso que era la única verdadera! ... ¿cómo iba a creer, entonces, en las demás? ". 

Aprovecho la contestación que le di y la completo mediante este artículo. A mí me sirve para ordenar ideas y pienso que puede ser útil también para otras personas. A ellas va dedicado. 

Básicamente, con algún ligero retoque, el contenido del e-mail está escrito en letra Times, fácilmente distinguible. El resto son ideas añadidas "a posteriori" (sobre lo mismo). En esta entrada aparece sólo la primera parte del e-mail. La segunda se puede leer pinchando aquí. (Nota: este párrafo ha sido introducido con posterioridad; concretamente, cuando escribí la segunda parte del e-mail) 
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El problema que tenemos (y yo el primero) -le dije-, es la falta de fe. La fe ilumina la inteligencia más aún que la razón. Podría escribir infinidad de citas a este respecto. Pero basta un simple razonamiento. O Jesucristo es Dios, el Mesías esperado por los judíos, en quien se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de Él, o no lo es (y esto independientemente de lo que nosotros podamos pensar o creer). 

Si Jesucristo no es Dios y no ha resucitado, entonces, con toda razón, los cristianos podríamos decir, perfectamente, con san Pablo: "si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,19).  

Pero si Jesucristo es Dios [de lo que san Pablo mismo es testigo, pues también a él se le apareció Jesucristo, después de haberse aparecido a todos los apóstoles. Así nos lo cuenta: "En último lugar, como a un abortivo, se me apareció también a mí" (1 Cor 15,8)] también nosotros, con san Pablo, podemos afirmar, con toda seguridad, fiándonos de su testimonio y del testimonio de todos los apóstoles y de los primeros cristianos que "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que durmieron" (1 Cor 15,20), lo que supone una transformación radical de toda nuestra existencia.

Y al afirmar la divinidad de Jesucristo, no puede caber ninguna duda en mi mente respecto a esa afirmación; se posee una seguridad total, que proviene de la fe;  entonces sólo Él merece todo el respeto, obediencia, cariño, gratitud, adoración y credibilidad posibles ...  Insisto: sólo Él. Y si Él ha dicho que somos sus amigos (si hacemos lo que nos manda), [Jn 15,14] es que efectivamente lo somos. Y por un amigo se está dispuesto a dar la vida, igual que Él la dio por nosotros, para salvarnos. Esa seguridad en que Él es Dios y que no hay otro Dios más que Él; y en que, además, es mi amigo, no puede ser una seguridad a medias, sino un convencimiento real por el cual me jugaría la vida, si fuera preciso: se trata de una seguridad absoluta (y de no ser así, no puede hablarse de fe, propiamente dicha). 


La fe se presupone en los cristianos y, con mucha mayor razón, en sus pastores, pues "sin fe es imposible agradar a Dios porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe y que premia a los que le buscan" (Heb 11,6). Insistamos en esto:  tanto un verdadero cristiano como un buen pastor deben de tener esa seguridad absoluta, consecuencia de la fe.




 ¿O es que existe acaso
alguien dispuesto a dar su vida por algo en lo que no cree, por algo de lo que no está seguro o  acerca de lo cual tiene algún género de duda? No tendría ningún sentido. Y si esto es así, ¿cómo es posible que un cristiano -y no digamos ya un pastor- hable de "diálogo" con otras religiones? Es un completo sinsentido, a menos que el cristiano o el pastor en cuestión hayan perdido la fe y hayan perdido, por lo tanto, su seguridad en la Palabra de Dios,  que es Jesucristo

[Palabra que podemos conocer a través de la lectura meditada del Nuevo Testamento, rectamente interpretado por la institución papal de casi 2000 años, y contando -por supuesto- con la ayuda del Espíritu Santo, que debemos implorar siempre antes de cada lectura, pues sin esa ayuda no entenderíamos absolutamente nada].

Téngase en cuenta que estoy usando la palabra "diálogo" dándole el sentido que se le da a dicha palabra en la actualidad [aunque no sea su auténtico sentido. Hablaré de ello más adelante]. Me explico. Cuando hoy se habla de diálogo en realidad se quiere decir: Yo cedo en esto y tú cedes en esto otro, hasta llegar a un acuerdo; esto es lo que los políticos llaman consenso. Alguien me dirá: Yo no veo nada malo en ese "diálogo".  Y, en principio, tendría toda la razón del mundo, pero ... ¡y esto es muy importante!: tal "diálogo", entendido como "consenso", está bien SÓLO si se refiere a cuestiones opinables y sobre las que caben opciones distintas, igualmente buenas

Lógicamente, y esto no puede haber nadie mentalmente "sano" que lo ponga en duda,  tal "diálogo", entendido  como consenso, es un absurdo si hace referencia a lo que podríamos llamar  cuestiones "incuestionables" (por llamarlas de alguna manera).  Por ejemplo,  nadie "dialoga" acerca de si  2 +2 = 4, porque todos los "dialogantes" están seguros de que eso es así ... ¡no hay que llegar a ningún "consenso"!, existe completa unanimidad; es más: plantear esa cuestión es, como mínimo, una pérdida de tiempo, pues todos tienen la seguridad absoluta de que dicha proposición 2 + 2 = 4, no admite ningún tipo de discusión.


Resumiendo:  cuando se está completamente seguro de que algo es verdad y, además, no cabe la menor duda acerca de que eso es así y no de otra manera, entonces el diálogo, entendido como "consenso", [que, insisto, es tal como hoy lo entiende todo el mundo], no tiene ningún sentido. Entender esta idea es fundamental.

La objeción surge espontánea: ¡Pues claro que 2 + 2 = 4 (se me dirá), pero es que eso es algo que es evidente para todos! ... y la fe no es, precisamente, evidente.  [Nos estamos refiriendo aquí a la fe en Jesucristo, como verdadero Dios y como verdadero hombre, cuya doctrina se encuentra en el Nuevo Testamento y está fielmente interpretada por la Tradición de veinte siglos de historia].  Porque además, según dice san Pablo, "la fe no es de todos" (2 Tes 3, 2b) ¡... luego el que tiene fe juega con ventaja!  Y tienen mucha razón los que así razonan, pues la seguridad que posee quien tiene fe es superior, incluso, a la que se tiene mediante la evidencia, como después diremos ... Ahora bien: Dios siempre concede esa fe a todos los que lo buscan sinceramente y se la piden de modo insistente: "Pedid y se os dará" (Mt 7,7).  Dios no niega su gracia a nadie. Y nadie puede gloriarse en sí mismo, ni puede presumir de tener fe: "Dios, nuestro Salvador ... nos salvó no por las obras justas que hubiéramos hecho nosotros, sino por su misericordia, por medio del baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros, por Jesucristo, nuestro Salvador" (Tit 3, 5-6) 


(Continuará)

jueves, 19 de junio de 2014

El Papa, a la vanguardia (por Fray Gerundio)

Como sabemos, el papa Francisco estuvo indispuesto unos días y fue entrevistado el viernes, 13 de junio de este año de 2014 por el periodista portugués Henrique Cymerman que trabaja como corresponsal en Oriente Medio para SIC, la Vanguardia y Antena 3. Su contenido, prácticamente completo, se puede leer aquí. Fray Gerundio ha realizado un comentario a esa entrevista. Para leerlo completo pinchar aquí. Selecciono algunos párrafos de dicho comentario. (Los subrayados, cursivas y negritas son míos)


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Este título [el Papa, a la vanguardia] es evidentemente ambiguo y de doble sentido. Nos podemos referir con él a la entrevista que el Papa ha concedido al periódico catalán del mismo nombre, pero también a esa divinización popular del Pontífice que lo ha presentado ante la Cristiandad como el que va delante de todos los procesos, progresos e intentos de acelerar lo que se ha llamado la modernización de la Iglesia. 

Ya se sabe lo que esto quiere decir: modernizar la Iglesia supone que hay que dar por terminada la funesta etapa en la que se denunciaba el pecado personal. Gracias a Dios, ahora han descubierto los sabios exegetas y moralistas que hoy en día todos los pecados son sociales, y sobre todo, los cometen los demás. [Nótese la ironía del autor] Basta con echar un vistazo a los sermones diarios para comprobar que la corrupción (de los otros, claro), el capitalismo, la inmigración, el paro… y un largo etcétera son los auténticos pecados contra los que hay que luchar desde la Sede de Pedro. El aborto, la homosexualidad, la impureza, el adulterio son peccata minuta, nunca mejor dicho. Y como ya se sabe (según Francisco) lo que dice la Iglesia sobre eso, pues no hay que insistir más en ello.

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Cada nueva entrevista lleva aparejada una nueva equivocidad, de tal modo que quien la lee suele interpretarla según sus intereses ...Pero bueno, a lo que voy.

El caso es que entre tantos melindres y chucherías de la entrevista, hay algo que me ha llamado poderosamente la atención [...] Es un intento de parecer que no se habla de uno mismo, cuando las palabras denuncian perfectamente las maniobras que dejan adivinar la presuntuosidad e inmodestia del entrevistado. Esto sucede en muchas entrevistas y no va a ser menos en la que ahora nos ocupa.

Cuando al final de la entrevista (el final siempre es interesante porque sale a colación alguna chorrada de fin de fiesta), el periodista pregunta: Usted está cambiando muchas cosas. ¿Hacia qué futuro llevan estos cambios?, la contestación es de lo más sugerente:

No soy ningún iluminado. No tengo ningún proyecto personal que me traje debajo del brazo, simplemente porque nunca pensé que me iban a dejar acá, en el Vaticano. Lo sabe todo el mundo.

Bueno, la verdad es que esto me parece algo, humm… digamos … que no se corresponde con la verdad .

Vamos a ver: Todo el mundo sabe que el cardenal Bergoglio, a punto ya de retirarse, estaba dando clases de italiano un par de meses antes de la renuncia de Benedicto XVI. Y ya se va conociendo más a fondo que todo estaba programado, a falta solamente de que el Espíritu Santo diera su conformidad, o al menos dejara actuar a los picarones de la comedia. Eso por un lado.

Por otra parte, si uno llega a una Institución sin un proyecto personal, lo primero que hace es respetar lo establecido. Y una Institución tan venerable como la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, merecía que se la hubiera tratado con algo más de respeto y de veneración por sus ancestrales costumbres. Es cierto que el Papado llevará siempre una cierta huella de la personalidad de quien lo sustenta: supongo que así ha ocurrido a lo largo de los siglos. Pero desde luego, la sistemática y atropellada desconsideración hacia costumbres, modales,  formas, procedimientos, conductas y opiniones de todo lo anterior, es sin duda un proyecto personal, así como suena. Porque si no lo hubiera, al menos habría permanecido algo en pie.

Fue el francés Luis XIV quien dijo la famosa frase El Estado soy yo. No se cortó un pelo al pronunciarla y no tuvo que disimular. Y desde luego el Papado es monárquico y absoluto, aunque ahora, con disimulada careta democrática, se ha convertido en absolutista en sentido negativo: para hacer un cambio radical de todo lo anterior, para poner la doctrina moral patas arriba, y para hacer ver que la Iglesia ha estado actuando mal hasta ahora. Si esto no es un proyecto personal, que venga Dios y lo vea.

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Como digo, transcribo sólo algunos párrafos del artículo de Fray Gerundio. Yo pienso básicamente igual, aunque el estilo de este autor es más mordaz e irónico que el mío. He leído otros artículos de Fray Gerundio (de hecho he copiado bastantes de ellos en este blog) y me parece que, en todo lo que habla, va animado de un sincero amor a la Iglesia y a la Verdad. Ciertamente su estilo suele ser muy directo (no tiene pelos en la lengua) ... pero es bueno que haya gente así. 



No obstante, si viera que en alguna de sus expresiones existiera alguna falta de respeto hacia la persona del santo Padre (no hacia sus ideas discutibles), o si viera que pusiera en duda la legitimidad de su Pontificado, sólo en esos casos desaconsejaría su lectura (o mejor, la aconsejaría tan solo a personas con las ideas lo suficientemente claras como para saber discernir lo que está bien de lo que no lo está). 

De momento, yo no he detectado nada de ello, en ese sentido: sí he notado indignación, pero es una indignación tal que me recuerda, salvadas las distancias, la ira de Jesús en el Templo cuando éste fue profanado por vendedores y cambistas, o sea, por ladrones. Se trataría, por lo tanto, de una "santa indignación"... ¡y necesaria, además, en determinados contextos!.