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sábado, 28 de junio de 2014

La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos (5); Amor y "dependencia"

(véase nota de aclaración al final de este post)





Recordemos de nuevo lo que aparece ya en el Antiguo Testamento: "Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1,26). Esa fue la intención de Dios al crearnos, pues añade: "Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1,31). Y situados en el Nuevo Testamento leemos lo que Pablo escribe a Timoteo:  "Todo lo creado por Dios es bueno y no hay que rechazar nada si se toma con agradecimiento" (1 Tim 4, 4). Y también: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1 Cor 6,19) Dios está satisfecho de su obra y, en particular, de su obra más preciada y hermosa, que es el hombre que, no sólo ha sido creado, sino que, estando perdido, ha sido redimido por la sangre de Cristo: "Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Cor 6,20).  De este modo, el ser humano, hombre o mujer, llega a ser tanto más "él mismo" cuanto más se parece a Dios, su Creador, a cuya imagen ha sido creado ... pero, sobre todo, cuanto más se parece a Jesucristo, en quien Dios se ha manifestado de un modo definitivo para que, en su humanidad podamos amarlo, amando también en Él su divinidad, pues no se entienden la una sin la otra.

De aquí se deriva la importancia de conocer cada día más y mejor al Señor, para poder así conformarnos con Él. Es muy importante que cobremos conciencia de que en la medida en que nos alejemos de Dios, manifestado en Jesucristo, en esa misma medida perdemos nuestra propia identidad. Lo que nos hace ser más "nosotros mismos", lo que nos embellece, es el acercamiento a Dios. La proximidad de Dios deja su impronta en nuestro ser que se hace, de este modo, luminoso. Es necesario abrir bien los ojos, despertar de nuestro sueño para darnos cuenta de la verdad de nuestra existencia, que se queda vacía si no dejamos que Jesucristo entre en nuestra vida. 


Cuando, haciendo uso del libre albedrío que Él nos dio al crearnos, elegimos estar "atados a Él", esta atadura nos libera: "Tomad sobre vosotros Mi yugo ... porque Mi yugo es suave y Mi carga es ligera" (Mt 11, 29-30), porque vemos las cosas con la propia mirada de Jesucristo; es decir, las vemos como son en realidad. Y entonces -si Dios nos lo concede- se nos pueden aplicar estas hermosas y maravillosas palabras de nuestro Maestro, cuando decía: "Si tu ojo es puro todo tu cuerpo estará iluminado" (Lc 11, 34).  


No es la "independencia" o la "autonomía", entendidas como ausencia de ataduras, lo que nos va a hacer "libres". Pensar así es estar en la mentira y no ver la realidad tal y como es. Cuando alguien elige algo, de alguna manera queda atado a aquello que elige. En ese sentido toda elección supone una pérdida de "libertad", o sea, una pérdida de "autonomía"... lo que es cierto, pero es incompleto ... Absolutamente hablando hay, efectivamente, una esclavitud con relación al objeto elegido cuando elegimos lo que nos perjudica (desde un punto de vista objetivo, aunque subjetivamente pensemos haber elegido lo mejor). 
La consecuencia de la elección, en estos casos, no sólo no produce una  mayor "autonomía" en nosotros sino que nos hace más esclavos. Los casos más llamativos, aunque no los únicos, son el sexo y las drogas; y, por supuesto el dinero, el poder, la fama, etc... Enferma el cuerpo y enferma también el alma: enferma la persona entera que comete pecado, según las palabras de Jesús que nunca fallan: "Todo el que comete pecado esclavo es del pecado" (Jn 8,34). 


En cambio, el que se deja elegir por Jesús, y no le pone obstáculos, aunque también queda ligado a Él .... se trata, sin embargo, de una ligadura de amor, una ligadura que se desea intensamente; y de la que no se quiere prescindir bajo ningún concepto, porque sabemos que sin ella seríamos verdaderamente desgraciados. Este sentimiento se corresponde con el verdadero amor. La opción por Jesús es la opción por la verdad, pues Él es la Verdad (Jn 14, 6); y es la opción por la libertad, pues sólo la verdad puede hacernos libres (Jn 8, 32). Si optamos por Jesús es porque lo amamos, lo que sólo es posible si tenemos su Espíritu; y ya sabemos que ... "donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3,17) 




La gran verdad de la vida, lo único que nos puede hacer felices, porque  para eso hemos sido creados, es el amor. Pero el amor entendido como Dios lo entiende, empezando por caer en la cuenta de algo tan simple como que el amor es siempre cosa de dos: se ama a alguien y se es amado por él.  El amor no piensa en sí mismo, no es egoísta. El que ama está dispuesto a todo por la persona amada. Sin ella su vida pierde el norte y se queda solo y triste. El que ama no desea ser "independiente", sino que estriba su felicidad en su dependencia de la persona amada. En el amor no hay servidumbre del uno hacia el otro; y aunque cada uno procura hacer la voluntad del otro y no la suya propia, esto no le hace ser esclavo (en el sentido peyorativo de esta palabra) porque eso es, precisamente, lo que desea, lo que quiereLibremente desea esa "atadura", ese "yugo". Nada teme más que quedarse solo: "Si uno cae su compañero lo levanta, pero ¡ay del que está solo y se cae! No tiene a nadie que lo levante" (Ec 4,10)


Necesitamos de los demás, aunque sea sólo para amarlos y para ser amados por ellos; eso está inscrito en nuestra naturaleza como seres creados por Dios a su imagen y semejanza (Gen 1,26) un Dios que es todo Amor (1 Jn 4,8). Hemos sido creados para amar y para ser amados. Cuando se entiende así la vida, entonces la mirada se aclara y todo encaja, todo adquiere su verdadera consistencia y es valorado en su verdadera dimensión. Aprendemos a ver las cosas y a las personas como lo que son, que es como Dios las ve"Y vio Dios que todo era muy bueno" (Gen 1,31). Y al hablar de Dios no hablamos de una idea subjetiva de Dios, donde cada uno puede tener la que le parezca. Al hablar de Dios estamos hablando del 
único y verdadero Dios quien, en la Persona del Hijo, se ha hecho un hombre como nosotros, sin dejar de ser Dios. Estamos hablando de Jesucristo


La Verdad que tanto anhelamos todos los hombres, hace referencia siempre al Amor de Dios, pero este Amor sólo se puede encontrar en Jesucristo. El caer en la cuenta de esto es fundamental, porque no sólo nos va en en ello el sentido de nuestra vida terrena, sino que, además, está en juego nuestra salvación eterna:  "En ningún otro hay salvación" (Hech 4,12). San Juan habla con toda claridad y con expresiones terminantes, que no admiten ningún tipo de ambigüedad (justo todo lo contrario de lo que hoy suele ocurrir): "¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre" (1 Jn 2, 22-23)


Aunque se utilice la palabra amor cuando se habla de la relación entre las personas que se quieren, es importantísimo tener las ideas claras: ¡si ese amor -hacia los demás- no proviene, no es consecuencia del amor y de la amistad con Jesús, entonces no cabe hablar de amor auténtico! pues "en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5,2). Se podría hablar, tal vez, de filantropía, de "solidaridad", etc... Sin embargo, ése no es el amor que Jesucristo vino a traernos, ése no es el amor cristiano. Estará todo lo bien que se quiera- yo no lo pongo en duda- ... ¡pero se trata de algo muy diferente!


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NOTA: El posible lector que haya sido capaz de llegar hasta aquí estará preguntándose -y con razón- qué relación existe entre el título de estas entradas y lo que yo escribo en ellas. Entono el "mea culpa" (¡a mí me ocurriría lo mismo si estuviera en su lugar!). Me veo, por lo tanto, en la obligación de explicar por qué he procedido así pues ... ¡no era ésta mi intención inicial! ... y a darle una "solución":


Al poco de empezar a escribir, se me pasó por la mente la siguiente pregunta:  ¿Cómo voy a hablar -y a explicar- que la Iglesia Católica es la verdadera si primeramente no tengo claro qué se entiende por verdad? De modo que (para ordenar -yo mismo- mis ideas) se me ocurrió decir algo primero sobre los conceptos de verdad, libertad, autoridad, diálogo, autonomía, amor, etc... porque, visto cómo está el mundo y visto que el sentido común escasea bastante, podría fácilmente ocurrir que el lector diera a mis palabras un sentido diferente de aquel que yo pretendo transmitirle. Así que pensé que, antes de comenzar el tema, propiamente dicho, al que titulé "La Iglesia Católica es la verdadera", era conveniente explicar primero el sentido con que utilizo determinados términos. Y ésta y no otra es la razón por la que he cambiado el título, siendo el nuevo título "La Iglesia católica es la verdadera: Prolegómenos" (sólo para las cinco primeras entradas). En la próxima entrada y siguientes, continuaremos con el título inicial, procurando ir ya directamente al grano, sin más rodeos ... ¡Bueno, eso espero! En las cuatro entradas anteriores pondré un link especial para dirigir así al lector a esta nota de aclaración. Siento haber sido motivo de confusión para algunos ... aunque espero que lo comprendan después de esta explicación. Gracias.


(Continuará)