No deja de ser curioso -y preocupante- que estos cristianos "tristes" a los que se refiere el papa Francisco son precisamente aquellos mismos cristianos de los que habla cuando dice en su entrevista que hay también grupos cristianos fundamentalistas. Estos "fundamentalistas" serían los que podríamos llamar "malos católicos" (mundanos, espiritualmente hablando, según el papa Francisco; y muy peligrosos). Como claro ejemplo de malos católicos-desde esta perspectiva- estarían los Franciscanos de la Inmaculada y todos aquellos que siguen manteniéndose fieles a la Tradición multisecular de la Iglesia, aquellos que hacen oración ante el Sagrario y participan en el santo sacrificio de la Misa y creen que Jesús está realmente presente en la hostia consagrada; en fin los "malos católicos" serían aquellos que, contra viento y marea, han permanecido fieles, durante toda su vida, a las verdades establecidas como dogmas en la Iglesia de siempre, porque han visto en ello la voluntad de su Fundador, Jesucristo, a quien aman sobre todas las cosas.
Y los "buenos católicos", siempre según esta "ideología", serían aquellos que dicen amén a todo lo que el Papa diga o le parece que ha querido decir, simplemente porque son palabras del Papa, como si el Papa fuese Dios. Esto es lo que podríamos llamar "papolatría". Se olvida así algo que es esencial y que todo cristiano debe de conocer, a saber: no pertenecemos a la Iglesia de un determinado Papa sino a la Iglesia fundada por Jesucristo. [El Papa, como persona humana que es, cuando no habla ex cathedra, puede equivocarse. Y hasta ahora nunca ha hablado ex cathedra]. Un cristiano tiene la obligación de conocer bien los fundamentos de su fe. Y no olvidar que, sea quien sea el que lo diga, si alguien (aunque fuera un ángel del cielo) predica un Evangelio distinto del que se nos ha transmitido en la Sagrada Escritura, debe ser considerado como anatema (o sea, maldito), según nos dice el apóstol Pablo en la epístola a los Gálatas, capítulo 1, versículos del 6 al 10
Así pues: se diga lo que se diga, la opción por la Verdad, o sea, la opción por Jesucristo, es lo único que tiene que preocupar verdaderamente a un católico que se precie de tal. ¡Eso sí, no por un Cristo a la carta, sino por Jesucristo fielmente interpretado por la Tradición de la Iglesia de veinte siglos! Nadie se puede permitir el lujo de interpretar a su gusto el Evangelio [como ocurre en el caso de los protestantes, para quienes cuenta la sola Escritura]. La institución del Papado es un dogma de fe y nos da una seguridad absoluta acerca de la correcta interpretación de las Sagradas Escrituras, en lo que tienen de esencial con vistas a nuestra salvación. Si perdemos esto de vista, entonces lo hemos perdido todo.
[¡No debemos confundir el Papado con lo que un determinado Papa diga en un determinado momento, por muy Papa que sea! Un Papa que negara, "de alguna manera", algo de lo establecido anteriormente como doctrina segura, tendría que ser cuestionado en su fe por el conjunto de obispos y cardenales que componen la Iglesia ... pues se trataría de un Papa "hereje", lo que es una contradicción; en ese caso tendría que ser depuesto. No estoy diciendo que ése sea el caso del papa Francisco [tampoco estoy diciendo que no lo sea]. Es un tema muy delicado, porque habría que demostrar de un modo que no diera lugar a dudas de que eso es así. E incluso, supuesto el caso de que se demostrase, el Papa siempre podría decir que no se había interpretado bien lo que dijo; o podría perfectamente retractarse de ello. En ambos casos no perdería su cargo. En fin, este tema merecería un estudio aparte].
Curiosamente se sigue diciendo, usando la expresión hermenéutica de la continuidad, debida al anterior Papa Benedicto XVI que, con las reformas que se están haciendo hoy en la Iglesia - y con las que se pretenden hacer - no se quiere romper con el pasado, sino que hay continuidad. La Iglesia sigue siendo la misma pero adaptada a los tiempos modernos. Esto es la teoría. La realidad lo desmiente. Los hechos que hoy en día se están produciendo indican más bien ruptura que continuidad, con relación a la estructura de la Iglesia de veinte siglos ... ¡como si la Iglesia hubiera comenzado hace cincuenta años, a raíz del Concilio Vaticano II!. Siempre se habla del Concilio, como sinónimo del Concilio Vaticano II (y sólo de ese Concilio y no de los veinte Concilios anteriores), y del espíritu del Concilio (que nadie sabe en qué consiste), porque un espíritu puede ser bueno y puede ser malo [excepto, claro está, si estamos hablando del Espíritu Santo, pero éste "sopla donde quiere y oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni adónde va" (Jn 3,8)]. Queda claro que ese Espíritu no se deja agarrar por nadie, sino que es libre y siempre va unido a Jesús: "El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3, 17). Recordemos también que Jesucristo dijo de sí mismo: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6) y también: "La Verdad os hará libres" (Jn 8,32). En la unión con el Señor Jesús (que es la Verdad) unión posible por el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, encontramos nuestra auténtica libertad: una libertad que va unida siempre a la Verdad, que es Jesús, y una libertad que nos es dada porque estando con Jesús tenemos su mismo Espíritu en nosotros, por pura gracia.
Y, sin embargo, parece como que si se contradice algo (¡no estoy diciendo que se contradiga todo, tan solo algunos puntos!) de lo que fue aprobado en el Concilio, se estuviese, por ello mismo, actuando en contra de la Iglesia, lo que es absolutamente falso. El Espíritu Santo va siempre de la mano de Jesús. Todo lo que nos oculta a Jesús, nos oculta también su Espíritu. Y nos hace esclavos (aun cuando sea el mismo Concilio Vaticano II)
Y de hecho ocurre que dicho Concilio, que pretende imponerse como si fuese Palabra de Dios, inspirada directamente por el Espíritu Santo, contiene -sin embargo- una serie de puntos de dudosa ortodoxia [entre ellos la colegialidad, la libertad religiosa, el ecumenismo y el diálogo interreligioso; aunque no son los únicos]. Por eso mismo no podía nacer con vistas a dar definiciones de tipo dogmático, lo que sí ocurrió con los veinte Concilios anteriores. En teoría nació como un concilio meramente pastoral, en sus intenciones. Y efectivamente no ha definido nada de modo dogmático. Lo extraño del caso es que siendo eso así, como lo es, ¿a cuento de qué esa obsesión en querer imponer a los cristianos una visión tan estrecha de lo que es la Iglesia, reduciéndola a lo que se dice en el Concilio Vaticano II? [máxime cuando dicho Concilio, como digo, tiene algunos puntos muy discutibles desde un punto de vista ortodoxo] La Iglesia es mucho más que eso. Y es el Espíritu Santo (el auténtico, el Espíritu de Jesús) el que la anima y no el "espíritu" del Concilio.
Del Concilio Vaticano II hay que tomar como absolutamente cierto aquello que está en conformidad con lo que se dijo en los Concilios anteriores, que sí nacieron como dogmáticos. Y, ante la menor duda, un católico debe ir a lo seguro, o sea, a lo definido dogmáticamente por la Iglesia de siempre. De ese modo, aunque sea tachado de "fundamentalista" o de "cristiano triste", puede tener la conciencia tranquila de que está cumpliendo con lo que Dios quiere. Su único "fundamentalismo" (del que puede sentirse orgulloso) consiste en que intenta hacer realidad en su vida las palabras de la Escritura que dicen que: "en cuanto al FUNDAMENTO nadie puede poner otro distinto del que está puesto, que es JESUCRISTO" (1 Cor 3, 11). Bendito fundamentalismo éste, que no se caracteriza precisamente por ningún tipo de violencia contra los demás, ni ideológica ni física, (en contra de las afirmaciones del Papa Francisco, en este sentido)
Estamos llegando a una situación límite, en la cual serán muy pocos los católicos que lo sean de verdad ... y desde luego, no lo serán aquellos que siguiendo doctrinas "oficiales" de la Iglesia, se dejen engañar [Digo con toda idea, "se dejen engañar" porque no debemos olvidar que sólo será engañado el que quiera serlo]- por los dichos y retóricas de una inmensidad de "falsos pastores" que surgirán apareciendo como portadores de la auténtica palabra de Dios, cuando serán, en verdad, "lobos disfrazados de ovejas", "ladrones y salteadores", a quienes no les importan en absoluto las ovejas: el "mensaje" que "prediquen" será meramente humano y la figura y la realidad de Jesús quedará relegada a su mínima expresión.
En esa "nueva doctrina" ya no habrá lugar para nuestro gran Amigo y nuestro Único verdadero Amigo, que es Jesucristo. Las palabras que oiremos serán palabras de hombres, pensadas por hombres y para los hombres. Para dar impresión de continuidad nos encontraremos con el nombre de Jesucristo, pronunciado de vez en cuando, pero este Cristo no será ahora el Cristo real, aquél que formó parte de nuestra historia y que se manifestó como verdadero hombre, y también como verdadero Dios. Será simplemente un Cristo simbólico y lo esencial, en esta "nueva religión" (por llamarla de algún modo) será la solidaridad (¿?) entre los hombres. Cualquier viso de sobrenaturalidad será considerado como peligroso y tachado como sospechoso de "mundanidad espiritual".
Me viene a la mente la escena en la que María Magdalena fue al sepulcro, muy temprano, en la madrugada del domingo, y se encontró con que la piedra del sepulcro estaba quitada. Se quedó fuera, llorando junto al sepulcro. Y cuando dos ángeles, vestidos de blanco, le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?", ella contestó: "Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20, 13). La situación actual por la que atravesamos es muy parecida: Nos han quitado al Señor y no sabemos dónde se encuentra.
Pues bien: ante tantas pruebas como nos esperan, es fundamental tener las ideas muy claras, y pedirle a Dios que nos conceda una fe sincera y auténtica pues, como dijo el mismo Jesús: "llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios" (Jn 16,2). Los católicos auténticos serán considerados como "malos", "retrógrados", etc... y serán perseguidos por los que se considerarán a sí mismos "buenos católicos, "progres", "puestos al día", "en conformidad con los tiempos actuales", etc... y, además, como poseyendo la verdad, engañando así a miles y miles de católicos, que prestarán oído a sus fábulas, ... pues la "verdad" que prediquen no será la Verdad (con mayúsculas), que es Cristo. El número de los que conozcan de veras a Jesús será muy limitado, reducido a unos pocos, muy pocos, aquellos que no se avergüencen del Nombre de Jesús, como Dios y hombre verdadero.
Cuando eso ocurra -y ya está ocurriendo en algunos lugares- hagámonos el propósito de grabar en nuestra mente y en nuestro corazón estas hermosas palabras de Jesús, que están dirigidas a cada uno de nosotros, para que no tengamos miedo. Decía Jesús [y sus palabras tienen siempre actualidad]: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y LEVANTAD LA CABEZA porque está cerca vuestra redención" (Lc 21, 28). Y estas otras: "Vosotros ahora tenéis tristeza, pero OS VOLVERÉ A VER Y SE OS ALEGRARÁ EL CORAZÓN Y NADIE PODRÁ QUITAROS VUESTRA ALEGRÍA" (Jn 16,22)
(Continuará)