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Ellos son del mundo. Por eso el mundo hablan cosas mundanas, y el mundo los escucha (1 Jn 4, 5)
Se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios (Jn 16, 2)
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[De todo ello se ha hablado ya en este blog en varias entradas; por ejemplo, en la que se titula "Mundanidad espiritual" Fundamentalismo cristiano (21) "Evangelii gaudium" Fundamentalismo cristiano (12) Una religión sin Dios Fundamentalismo cristiano (22) Hechos Fundamentalismo cristiano (8) Análisis de los hechos, etc]
Todo ha quedado reducido al pecado "social" hasta el punto de decir que "la corrupción es el peor de los pecados", siendo así que el pecado es la causa de todos los males, también de la corrupción.
Lo que más llama la atención, sin embargo, es que apenas se habla de Jesucristo: sólo ecumenismo y más ecumenismo, diálogo interreligioso, libertad religiosa, "misericordia", etc... Y los que hablan de Jesucristo y de la fidelidad a la Iglesia de siempre son tachados de "fundamentalistas" y "violentos", por el propio Papa, en la mayoría de sus homilías en Santa Marta.
Pero si esto es así, como lo es, y puestos a ser sinceros y a llamarle a las cosas por su nombre, ¿quiénes son, en realidad, los violentos contra los demás? Porque, desde luego, por más que el papa Francisco diga otra cosa, la violencia no es practicada [en ninguno de los sentidos, ni siquiera mentalmente], por aquellos a los que se ha dado en llamar cristianos tradicionalistas ("fundamentalistas", en interpretación papal). Véase, como referencia, el caso de los Franciscanos de la Inmaculada, que se han limitado a obedecer. Y punto. No se han sublevado, aun a sabiendas de que el proceder del Papa, con relación a ellos, no ha estado cargado de misericordia, sino todo lo contrario, como si hubieran cometido un grandísimo delito por el mero hecho de su fidelidad a la Tradición multisecular de la Iglesia. Aunque parezca increíble, eso es lo que está sucediendo.
Estos cristianos "fundamentalistas" actúan, sencillamente, imitando a su Maestro quien "aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer" (Heb 5, 8). Su "violencia" se limita a una lucha contra el pecado, contra las malas tendencias que tiene toda persona que viene a este mundo; una lucha que no usa las armas del mundo, sino que se manifiesta poniendo los medios que siempre ha recomendado la Iglesia: oración, penitencia y confianza en Dios, aunque sean tachados -con mentira- de "intolerantes", "antiguos", "no adaptados a los tiempos modernos", etc..., por parte de aquellos que tienen la obligación de ayudarles y defenderles. Actúan así porque saben que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8). Y quieren hacer de sus vidas un testimonio de la vida de Jesús, no olvidando -y haciéndoselo recordar también al mundo- la importancia fundamental de lo sobrenatural en la vida cristiana y siendo conscientes de las palabras del apóstol san Juan: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Intentan hacer realidad en su vida estas palabras de la carta de san Pablo a los hebreos: "Aún no habéis resistido hasta derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4); unas palabras que nos recuerdan hasta qué punto tienen que estar dispuestos los cristianos a luchar contra la causa de todos los males que afectan a este mundo, que es el pecado.
Es increíble -pero así es- que habiendo producido estos frailes tantísimo fruto de numerosas y auténticas vocaciones, de personas enamoradas de Jesús, algo tan necesario hoy en día, son, sin embargo, perseguidos por sus propios "hermanos" en Cristo, comenzando por aquel cuya obligación es la de "confirmar en la fe a sus hermanos" (Lc 22, 32). Están haciendo realidad en su vida aquellas palabras que dijo Jesús: "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5, 11-12).
Éstos son los verdaderos "pobres", los que sufren y padecen necesidad, los que necesitan misericordia y les es negada por quien tanto la proclama y es considerado como "el papa de los pobres". Como Papa que es, yo lo respeto; pero es una persona que, excepto cuando habla ex cathedra (lo que no ha hecho hasta ahora) puede equivocarse. Su función de Papa no lo inmuniza contra el error. Sabemos, además, por la Historia, que no todos los Papas han sido modelos de vida, por desgracia. En este caso, la situación es aún más grave porque parece que se ponen en tela de juicio doctrinas que son dogmas de fe y, por lo tanto, intocables.
Ante esta situación no debemos de asustarnos, pues tenemos a nuestro alcance la doctrina de la Iglesia de dos mil años, que no puede ser modificada. Y a eso es a lo que debemos de atenernos, si no queremos equivocarnos. La "pastoral" nunca puede contradecir la Doctrina. Pueden cambiar los enfoques para que llegue mejor a la gente el mensaje de Jesús ... ¡pero este mensaje no se puede escamotear ni tergiversar ni, por supuesto, cambiar! Si tal cosa ocurriera, nuestra obligación como cristianos no podría ser otra que la desobediencia, pues "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29).
No olvidemos que antes que los Papas -y por encima de ellos- está Jesucristo, quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Si un Papa actúa contra la verdad está actuando contra Jesucristo y, por lo tanto, no debe ser obedecido en ese punto concreto. Su misión no es la de inventar la Doctrina, sino la de transmitir íntegro el depósito de la fe que ha recibido.
Por eso, los Franciscanos de la Inmaculada son testigos vivientes de Jesucristo, auténticos mártires. Y su sufrimiento y el castigo que están soportando, por parte de la Jerarquía eclesiástica, redundará, sin duda, en un florecimiento de la Iglesia, la auténtica Iglesia, no la inventada por los hombres: ésta tiene los días contados. Aunque aparezca aplaudida por casi todos y cuente con la mayoría de los poderes mediáticos de este mundo, sin embargo, esta Iglesia mundanizada y triunfalista no podrá destruir a la verdadera Iglesia, aquella que fue fundada por Jesucristo y que, cada día con más furor, está siendo rechazada incluso por sus propios "pastores".
La prueba a la que ya están sometidos -y estarán- los que desean mantenerse fieles a Jesucristo y viven seguros de su fe (es decir, los verdaderos cristianos), una prueba que es sólo el comienzo de lo que se avecina- será muy dura y serán muchos los que apostatarán de su fe. Por eso, con humildad y confianza, debemos pedirle al Señor que nos conceda la gracia de la perseverancia, porque sin Él, sin su ayuda, no podríamos mantenernos firmes. Imposible. Pero
"fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13).
En este sentido, si ponemos todo de nuestra parte, podemos tener la seguridad de que la ayuda de Dios nunca nos va a faltar, por muy difíciles que sean las pruebas a las que nos veamos sometidos. Jesús es Dios y sus palabras son Verdad. Él mismo es la Verdad y no puede engañarnos. Esa es la seguridad que tenemos: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). Y lo que ahora nos está diciendo es que "el que persevere hasta el fin, ése se salvará" (Mt 24, 13).
El testimonio de los Franciscanos de la Inmaculada, al igual que el de otros muchos cristianos que son igualmente perseguidos, por la misma o parecida razón, ese testimonio de auténtica vida cristiana es, en realidad, digno de envidia (en el mejor sentido de esta palabra) y nos puede -y debe- servir como acicate para imitarlos, sin miedo de ninguna clase: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28).
Al igual que ellos también nosotros, los cristianos de a pie, debemos de luchar "hasta la sangre", si es preciso, pero no contra los demás: Tal ocurre en el caso de los que sí son realmente fundamentalistas (en el genuino sentido de esa palabra), como judíos y musulmanes, en tanto en cuanto son fieles al Talmud y al Corán, libros cuyo lenguaje es, en sí mismo, violento, pues hablan del "ojo por ojo" y de "matar al infiel", respectivamente. No así el Nuevo Testamento, que es el mensaje del Amor que Dios al hombre y del amor que espera recibir de nuestra parte. Por eso los que queremos ser cristianos tenemos que estar dispuestos a dar nuestra vida, por amor a Jesús, si tal fuera su voluntad con relación a nosotros ...Y es que el seguimiento de Jesús no es ninguna broma: si lo seguimos (¡y lo seguimos de verdad!), nos lo tenemos que tomar muy en serio, pues nos jugamos en ello nuestra propia Salvación eterna: "Tengo por cierto que los sufrimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rom 8, 18). Un cristiano tiene que vivir sin complejos y ser una persona alegre y valiente, con la confianza puesta completamente en las palabras del Señor, que son "Espíritu y Vida" (Jn 6, 63). Él jamás nos defraudará. De eso podemos estar completamente seguros.
(Continuará)