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¿Cristianos fundamentalistas y violentos? Tal como suena y sobreentendiendo por violencia la que se ejerce contra los demás para hacerles daño, es absurdo hablar de esa manera; esa expresión sólo tiene algún sentido si quitamos la palabra "cristianos" y la sustituimos por "musulmanes" o por "judíos". Y, sin embargo, el santo Padre: (1) Habla de que existe también un fundamentalismo cristiano.(2) Equipara este fundamentalismo cristiano, al que no define, con los otros dos.
Ya se ha indicado en otras entradas que, si admitimos como hipótesis la expresión de "fundamentalistas", aplicada a los cristianos, éstos no pueden ser otros que aquellos que han puesto el fundamento de su vida en Cristo, y que vienen como un ejército, cargados de armas -aunque no las del mundo- para destruir, en sí mismos, todo aquello que se opone a la Verdad, que es Jesucristo. Los pasajes del Evangelio, que se han citado ya anteriormente, los repito aquí de nuevo, para refrescar la memoria: "En cuando al fundamento, nadie puede poner otro fuera del que ya está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3, 11)
[Por eso prefiero usar la palabra "fundamentistas", para referirme a ellos, aunque se trate de un término que he inventado, y no la de fundamentalistas, que origina confusión; de todos modos, para el caso viene a ser lo mismo, según quien sea el que las use. Por eso, es lo más probable que yo mismo haga uso de dicho término ("fundamentalista") dando por hecho que ya se han leido las aclaraciones previas correspondientes].
Y también: "El Reino de los Cielos padece violencia; y son los violentos los que lo arrebatan" (Mt 11, 12)
[Obsérvese el verbo usado: "padecer" violencia -que no "ejercer" violencia-; y la palabra "violentos" es entendida (se verá más adelante) como los "esforzados", "los que luchan" contra aquellos enemigos que pretenden apartarles del Señor (que no son las personas, sino el mundo, el demonio y la carne, según el catecismo), los que "se hacen violencia a sí mismos" y, por lo tanto, "toman su cruz" para poder así seguir a Jesús, único modo eficaz de seguirlo si se quiere dar fruto cristiano. Hablaremos ahora de la importancia capital y fundamental que tiene esta "violencia" (a la que vamos a denominar "lucha") en la vida de un cristiano que se quiera tomar en serio su amor al Señor, pues mediante ella le demuestra que su amor hacia Él es auténtico y no una mera palabra carente de contenido]
Esta lucha "a muerte" que debe de practicar un cristiano, una lucha que está dispuesto a mantener por amor a Jesús, tiene que manifestarse -¡hoy más que nunca!- en la fidelidad al depósito de la fe que ha recibido. Tal depósito se encuentra en las Sagradas Escrituras ( en particular en el Nuevo Testamento), así como en la Tradición, confirmada -a su vez- por el Magisterio de la Iglesia durante dos milenios.
[Como ya sabemos no basta la "sola escritura", como afirman los protestantes, la cual cada uno la interpreta a su manera, según su "conciencia"]
Esa es la puerta por la que debemos entrar los cristianos si queremos llegar a buen puerto. Somos conscientes de la dificultad, pero estamos preparados para la lucha, no teniendo ningún miedo de las pruebas a las que, necesariamente, tendremos que enfrentarnos, pues contamos con la fuerza de Dios y en Él ponemos toda nuestra esperanza - y no en nosotros mismos. De lo contrario, podríamos darnos ya por perdidos. Pero no: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4).
Es preciso que sigamos el consejo del Señor, que es el Único que es Luz que ilumina nuestra mente y ensancha nuestro corazón: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14). No hay otro camino: siempre el mensaje de la Cruz, que es el mensaje del Amor que Dios nos tiene: "Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí" (Mt 10, 38). "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto" (Jn 12, 24).
Estamos ya advertidos de que en la aventura que supone siempre la vida cristiana, seriamente vivida, vamos a tener muchas heridas, algunas muy graves, a consecuencia de las batallas que tendremos que librar contra los enemigos, que son muchos; nuestra propia concupiscencia, que tendremos que dominar, los embates del mundo, que serán continuos y, sobre todo, el propio Satanás: "Porque nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los Principados, las Potestades, las Dominaciones de este mundo de tinieblas , y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6, 12).De modo que no podemos dormirnos: "Ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13, 11) -nos dice san Pablo.
Esta lucha no puede ser realizada de cualquier manera, pues está en juego nuestra salvación eterna y la de muchos que dependen de nosotros. Se trata de una lucha a muerte: "Todavía no habéis resistido hasta derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4), de una lucha continua y perseverante, sin volver la vista atrás y poniendo toda nuestra confianza en el Señor, porque sólo así será segura la victoria. Sabemos muy bien que solos no podríamos: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5), decía Jesús. Pero si ponemos todos los medios a nuestro alcance, colaborando con Él en cualquier cosa que nos pida, entonces todo lo podremos: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13).
Merece la pena luchar así, junto al Señor: el trabajo, el dolor, el sufrimiento e incluso la muerte adquieren significado: nuestra vida tiene ahora sentido, el más hermoso de los sentidos: nos hace conscientes de que "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la venidera" (Heb 13, 14). Y las palabras de san Pablo son consoladoras y esperanzadoras: "Ya no sois extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, sobre quien toda edificación bien trabada se alza para ser templo santo en el Señor" (Ef 2, 19-21)
Esta realidad, así creída y vivida, nos capacita para ser felices, ya aquí, en esta tierra, en la medida en la que eso es posible; con una alegría -eso sí- que nada tiene que ver con la que da el mundo, la cual es falsa - a todas luces- y deja el corazón vacío. La alegría -la auténtica- es patrimonio de los cristianos que viven unidos a Jesucristo (¿y qué otra cosa se puede pedir de un cristiano sino eso, precisamente?). San Pablo en su primera carta a los Corintios, en el capítulo 15, nos dice unas palabras muy alentadoras, que nos indican lo que tiene que ser siempre la actitud de un cristiano ante cualquier circunstancia que la vida nos presente: "Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor" (1 Cor 15, 57-58)
(Continuará)