El pueblo cristiano se sintió huérfano al escuchar atónito al primer papa de la historia –digan lo que quieran los historiadores hermenéuticos al uso-, que tira la toalla, que abandona sus graves responsabilidades y renuncia a seguir guiando el rebaño a él encomendado. Sólo Dios conoce los pensamientos y los secretos últimos de los corazones, es verdad; pero a la vista de los acontecimientos, y sin saber todavía lo que nos esperaba, muchos dijimos ya en aquel aciago día que algo estaba sucediendo entre bambalinas, perfectamente programado por los directores de la obra escénica. Sean cuales fueran, el Príncipe de este Mundo se constituía en Mentor y Patrono de lo que habría de venir. No me cabe la menor duda, independientemente de los casuales rayos que pudieran caer por aquí o por allá. Y elegir el día de la Virgen de Lourdes para tal representación, añadía todavía más gravedad al tema: dos veces desde entonces, ha quedado completamente anegada la gruta de Lourdes, como en una especie de protesta sencilla, pero anunciadora del desastre.
Me he referido a la superficialidad e irreponsabilidad de muchos, que acogieron la nueva elección con una euforia desmedida desde la filas católicas; al tiempo que desde los asientos anticatólicos, ateos, escépticos y por supuesto los claramente heréticos y blasfemos, se enorgullecían de la noticia y cantaba loas a la Nueva Era que llegaba, cerrando para siempre una etapa oscura e inquisitorial.
Los cardenales electores, bien apiñados antes y después en torno a la perversa situación, iban en la cabeza de la manifestación y del alboroto entusiasta, al tiempo que se diluían entre la multitud de corifeos aduladores, tanto del Recién Elegido, como de esa parte del Mundo Blasfemo que lo aclamaba. Ni uno sólo de estos cardenales ha salido al paso de la tremenda situación. Ni siquiera un San Atanasio que -sin abandonar la Iglesia-, hubiera dado ejemplo de gallardía y nobleza.
Las anécdotas de cambios menores, clamorosamente aireadas por los medios, no eran sino la cáscara de los auténticos cambios que se avecinaban. Cambios en los modos y maneras –jubilosa e irreflexivamente aceptados-, anunciaban cambios en el fondo, presentados con la etiqueta de la comprensión hacia los que sufren, misericordia divina para todos sin conversión previa, redención de todos sin distinciones y en definitiva una serie de gestos y mensajes implícitos a todo el mundo no católico, a la par que otra serie de mensajes mucho más explícitos de dureza y excesiva severidad, para con los pocos sacerdotes y fieles que denunciaban tales cambios.
La doctrina de la Iglesia, después de este año, ha quedado herida de muerte. Lo estaba ya en la práctica. Los católicos llevaban tiempo permitiéndose opinar y vivir conforme a las exigencias del mundo. Muchos de ellos, con sus Pastores a la cabeza – alemanes y no alemanes-, ya vivían fuera de las normas más elementales del dogma y la moral católicos. Pero todavía quedaba -como un leve punto de referencia-, la mirada hacia Roma. Los hijos pervertidos, temían que su padre les amonestara y les recordara el texto de la doctrina. Ahora, es el padre quien anima a los hijos a pervertirse. No se puede interpretar de otro modo las continuas llamadas a comprender a los que cometen los pecados más graves denunciados y castigados por Dios en la Sagrada Biblia, mientras no se dice una palabra acerca de la gravedad de los mismos. A comprender a los homosexuales, los divorciados, los blasfemos, los ateos, los que no tienen fe, los que pisotean los dogmas eternos de la Santa Iglesia… en tanto no se dice una sola palabra sobre los pecados en cuestión.
El Pontificado se ha vaciado de contenido, de prestigio (todavía más), de estilo, de clase, de pose, de autoridad en definitiva. Uno más entre la muchedumbre, podría haber sido el lema del escudo, superado ya el clásico Servus servorum Dei, que ahora se interpreta en clave ramplonamente marxista.
Pero insisto en que todo esto no es más que un nuevo capítulo del guión. Y me importa un bledo lo que puedan pensar mis novicios, también entusiasmados y claramente manipulados. El guión empezó a escribirse hace mucho. No han faltado quienes lo denunciaran a su tiempo, entonces y ahora. Pero el guión sigue. El dimitido Benedicto XVI, ya decía hace 40 años lo que iba a suceder. Los tontorrones y malvados de turno (que coinciden casi siempre), lo interpretan en clave profética. Yo lo interpreto en clave programática. No es profeta quien dice a sus oyentes: si hacemos las cosas de este modo, va a pasar esto, y esto, y esto. Y se pone a la cabeza de los actores (aunque eso sí, con la prudencia y la precaución debidas). Todo estaba programado en general, con añadidos programáticos al hilo de la actualidad. El Gran Teatro del Mundo, cada uno con su papel específico, puesto en marcha para destruir lo que quedaba de la Iglesia. Incluso el papel de Pontífice Emérito, al que el Papa Francisco llamaba estos días Su Santidad Benedicto XVI. Malicia sobre malicia.
Si todo esto ha pasado en el corto plazo de un año, veremos lo que nos espera a lo largo del año venidero. Los estragos acumulativos son siempre exponenciales, porque destruir es más sencillo que edificar. Vamos a ver lo que organizan los nuevos gestores nombrados para ayudar al Papa, quien a pesar de tantas declaraciones en contra de la autoridad que representa, tiene ahora más Autoridad Destructiva que nunca, bajo capa de permisividad, pobreza y humildad.
No me gusta ser agorero, ni futurista, ni alarmista, pero debemos pedir a Dios la ayuda de su gracia para mantenernos fieles ante las siguientes fases de destrucción que se avecinan. Me gusta recordar la llamada que hacía San Pedro a la conversión (palabra olvidada o maliciosamente interpretada en nuestros días):
No tarda el Señor en cumplir su promesa, como algunos piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan. Pero como un ladrón llegará el día del Señor. Entonces los cielos se desharán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados, y lo mismo la tierra con lo que hay en ella. Si todas estas cosas se van a destruir de este modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y apresuráis la venida del día de Dios, cuando los cielos se disuelvan ardiendo y los elementos se derritan abrasados! (2 Pet. 3, 9-12)
Claro que algunos piensan que la conducta santa y piadosa a la que se refiere San Pedro es la comprensión con el pecado, el olvido de la ascesis y el compadreo con las religiones falsas. Es que san Pedro, sin saberlo, era pelagiano. Que Dios nos ayude
Las anécdotas de cambios menores, clamorosamente aireadas por los medios, no eran sino la cáscara de los auténticos cambios que se avecinaban. Cambios en los modos y maneras –jubilosa e irreflexivamente aceptados-, anunciaban cambios en el fondo, presentados con la etiqueta de la comprensión hacia los que sufren, misericordia divina para todos sin conversión previa, redención de todos sin distinciones y en definitiva una serie de gestos y mensajes implícitos a todo el mundo no católico, a la par que otra serie de mensajes mucho más explícitos de dureza y excesiva severidad, para con los pocos sacerdotes y fieles que denunciaban tales cambios.
La doctrina de la Iglesia, después de este año, ha quedado herida de muerte. Lo estaba ya en la práctica. Los católicos llevaban tiempo permitiéndose opinar y vivir conforme a las exigencias del mundo. Muchos de ellos, con sus Pastores a la cabeza – alemanes y no alemanes-, ya vivían fuera de las normas más elementales del dogma y la moral católicos. Pero todavía quedaba -como un leve punto de referencia-, la mirada hacia Roma. Los hijos pervertidos, temían que su padre les amonestara y les recordara el texto de la doctrina. Ahora, es el padre quien anima a los hijos a pervertirse. No se puede interpretar de otro modo las continuas llamadas a comprender a los que cometen los pecados más graves denunciados y castigados por Dios en la Sagrada Biblia, mientras no se dice una palabra acerca de la gravedad de los mismos. A comprender a los homosexuales, los divorciados, los blasfemos, los ateos, los que no tienen fe, los que pisotean los dogmas eternos de la Santa Iglesia… en tanto no se dice una sola palabra sobre los pecados en cuestión.
El Pontificado se ha vaciado de contenido, de prestigio (todavía más), de estilo, de clase, de pose, de autoridad en definitiva. Uno más entre la muchedumbre, podría haber sido el lema del escudo, superado ya el clásico Servus servorum Dei, que ahora se interpreta en clave ramplonamente marxista.
Pero insisto en que todo esto no es más que un nuevo capítulo del guión. Y me importa un bledo lo que puedan pensar mis novicios, también entusiasmados y claramente manipulados. El guión empezó a escribirse hace mucho. No han faltado quienes lo denunciaran a su tiempo, entonces y ahora. Pero el guión sigue. El dimitido Benedicto XVI, ya decía hace 40 años lo que iba a suceder. Los tontorrones y malvados de turno (que coinciden casi siempre), lo interpretan en clave profética. Yo lo interpreto en clave programática. No es profeta quien dice a sus oyentes: si hacemos las cosas de este modo, va a pasar esto, y esto, y esto. Y se pone a la cabeza de los actores (aunque eso sí, con la prudencia y la precaución debidas). Todo estaba programado en general, con añadidos programáticos al hilo de la actualidad. El Gran Teatro del Mundo, cada uno con su papel específico, puesto en marcha para destruir lo que quedaba de la Iglesia. Incluso el papel de Pontífice Emérito, al que el Papa Francisco llamaba estos días Su Santidad Benedicto XVI. Malicia sobre malicia.
Si todo esto ha pasado en el corto plazo de un año, veremos lo que nos espera a lo largo del año venidero. Los estragos acumulativos son siempre exponenciales, porque destruir es más sencillo que edificar. Vamos a ver lo que organizan los nuevos gestores nombrados para ayudar al Papa, quien a pesar de tantas declaraciones en contra de la autoridad que representa, tiene ahora más Autoridad Destructiva que nunca, bajo capa de permisividad, pobreza y humildad.
No me gusta ser agorero, ni futurista, ni alarmista, pero debemos pedir a Dios la ayuda de su gracia para mantenernos fieles ante las siguientes fases de destrucción que se avecinan. Me gusta recordar la llamada que hacía San Pedro a la conversión (palabra olvidada o maliciosamente interpretada en nuestros días):
No tarda el Señor en cumplir su promesa, como algunos piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan. Pero como un ladrón llegará el día del Señor. Entonces los cielos se desharán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados, y lo mismo la tierra con lo que hay en ella. Si todas estas cosas se van a destruir de este modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y apresuráis la venida del día de Dios, cuando los cielos se disuelvan ardiendo y los elementos se derritan abrasados! (2 Pet. 3, 9-12)
Claro que algunos piensan que la conducta santa y piadosa a la que se refiere San Pedro es la comprensión con el pecado, el olvido de la ascesis y el compadreo con las religiones falsas. Es que san Pedro, sin saberlo, era pelagiano. Que Dios nos ayude