(Los subrayados y negritas son míos. Añado a continuación un vídeo para que se entienda mejor lo que dice Fray Gerundio en este artículo. Ver desde 0:08 hasta 1:11 min)
Porque mi nariz frailuna sabe oler bien, y sabe que este tipo de científicos ilustrados, investigan y hacen teología con el rabillo del ojo y con la lengua en el lugar adecuado, para ser aclamados por el mundo y por las modas reinantes. El cardenalato bien vale una misa. Y quién sabe si estos habrían sido más intransigentes que el mismo Torquemada, al que tanto denigran. Yo estoy seguro de ello. Ya he visto muchos ejemplos similares en mi larga vida.
El caso que suscita mi admiración es el hecho de que el Papa, con caída de baba y con simpatías de ayudante de cátedra hacia el teutón, dice con palabras nerviosas que le agradece su teología serena, que es teología de rodillas.
Las rodillas, efectivamente, sirven para adorar a Dios y para postrarse ante Él en actitud de arrepentimiento o de sumisión y respeto. Pero no hay que olvidar que las rodillas son también síntoma de postrarse ante los ídolos-falsos dioses, e incluso ante el Diablo. Por eso Satanás tentaba a Jesucristo con la posesión de todos los reinos del mundo, si postrado le adoraba. O por eso el Apocalipsis habla de los varones que no han doblado su rodilla ante Baal y por su valentía y gallardía han sido escogidos y amados por Dios. Así que la pura expresión teología de rodillas puede significar tanto el hacer teología sometida a Dios, como una teología sometida al Diablo o al Mundo en que él mismo reina como Príncipe. O sea, que ya vamos aclarando las cosas.
Yo siempre estudié de jovencito –y he constatado de viejo–, que la teología hay que hacerla sobre todo y en primer lugar con fe. Luego ya, si se aplican las rodillas o los tobillos o las vértebras lumbares, tiene menos importancia. Pero por muchos codos y muchas rodillas, por mucha masa encefálica gastada, por muchos papiros consultados y por mucho humo que salga de la cabezota… como no tenga fe, el teólogo de turno hará un churro, una pifia, un pastiche y una herejía. Por mucho que la adorne con doctorados en la Ponti, en Roma, en el Instituto Bíblico de Jerusalén o en un cursillo de fin de semana en Taizé.
No soy nada original al decir esto. Lo dijo ya la Iglesia en varias ocasiones. Me limitaré a citar el Concilio Vaticano I –al que tanto odian éstos–, que dice sin lugar a dudas:
"La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí también que hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de este sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia". (D, 1800).
Y claro está que para guardar el depósito, para custodiar los sagrados dogmas, hay que tener fe. Sin fe, los dogmas son verdades históricas pasajeras, que pueden ser remodeladas a gusto del primer chiquilicuatre que meta sus patazas en el trabajo teológico. Un teólogo que no tenga fe en los dogmas es como un matemático que no confíe en la tabla de multiplicar, pero con el agravante de que el matemático será considerado como un ignorante y puede salvarse; mientras el teólogo es un hereje y puede acabar en ese lugar que no existe o que está vacío. Ya me entienden.
En este discursito de teología serena y de rodillas, se pone en tela de juicio con muchas razones históricas la indisolubilidad del matrimonio, digan lo que quieran. A mí no me la pegan. Por muchas razones pastorales que aduzcan, por muchos casos especiales que se presenten. Lo que está en juego –y lo que nos quieren imponer–, es que el matrimonio es indisoluble a la de dos, pero no a la de una. Como si esto fuera el juego de la Oca.
Y también está en juego el desprecio por la Sagrada Eucaristía, que podrán recibir sin haberse arrepentido de tal unión, por mucho que estén sufriendo.
Estos señores están volviendo del revés el razonamiento del Señor. Porque Jesucristo dijo que Moisés había permitido el divorcio “por la dureza de vuestros corazones, pero al principio no fue así” (Mt 19,8). Pero estos descreídos –con dureza de corazón–, vienen a decir que tampoco está tan mal volver a las normas de Moisés para algunos casos especiales. Total, tampoco es para tanto si hay de por medio una situación dolorosa, lastimera y dramática.
Yo le recomendaría a Kasper que haga teología en la postura que quiera. Pero por favor, que la haga con fe. Aunque le hayan nombrado este semana oficialmente Doctor de la Iglesia.
El caso que suscita mi admiración es el hecho de que el Papa, con caída de baba y con simpatías de ayudante de cátedra hacia el teutón, dice con palabras nerviosas que le agradece su teología serena, que es teología de rodillas.
Las rodillas, efectivamente, sirven para adorar a Dios y para postrarse ante Él en actitud de arrepentimiento o de sumisión y respeto. Pero no hay que olvidar que las rodillas son también síntoma de postrarse ante los ídolos-falsos dioses, e incluso ante el Diablo. Por eso Satanás tentaba a Jesucristo con la posesión de todos los reinos del mundo, si postrado le adoraba. O por eso el Apocalipsis habla de los varones que no han doblado su rodilla ante Baal y por su valentía y gallardía han sido escogidos y amados por Dios. Así que la pura expresión teología de rodillas puede significar tanto el hacer teología sometida a Dios, como una teología sometida al Diablo o al Mundo en que él mismo reina como Príncipe. O sea, que ya vamos aclarando las cosas.
Yo siempre estudié de jovencito –y he constatado de viejo–, que la teología hay que hacerla sobre todo y en primer lugar con fe. Luego ya, si se aplican las rodillas o los tobillos o las vértebras lumbares, tiene menos importancia. Pero por muchos codos y muchas rodillas, por mucha masa encefálica gastada, por muchos papiros consultados y por mucho humo que salga de la cabezota… como no tenga fe, el teólogo de turno hará un churro, una pifia, un pastiche y una herejía. Por mucho que la adorne con doctorados en la Ponti, en Roma, en el Instituto Bíblico de Jerusalén o en un cursillo de fin de semana en Taizé.
No soy nada original al decir esto. Lo dijo ya la Iglesia en varias ocasiones. Me limitaré a citar el Concilio Vaticano I –al que tanto odian éstos–, que dice sin lugar a dudas:
"La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí también que hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de este sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia". (D, 1800).
Y claro está que para guardar el depósito, para custodiar los sagrados dogmas, hay que tener fe. Sin fe, los dogmas son verdades históricas pasajeras, que pueden ser remodeladas a gusto del primer chiquilicuatre que meta sus patazas en el trabajo teológico. Un teólogo que no tenga fe en los dogmas es como un matemático que no confíe en la tabla de multiplicar, pero con el agravante de que el matemático será considerado como un ignorante y puede salvarse; mientras el teólogo es un hereje y puede acabar en ese lugar que no existe o que está vacío. Ya me entienden.
En este discursito de teología serena y de rodillas, se pone en tela de juicio con muchas razones históricas la indisolubilidad del matrimonio, digan lo que quieran. A mí no me la pegan. Por muchas razones pastorales que aduzcan, por muchos casos especiales que se presenten. Lo que está en juego –y lo que nos quieren imponer–, es que el matrimonio es indisoluble a la de dos, pero no a la de una. Como si esto fuera el juego de la Oca.
Y también está en juego el desprecio por la Sagrada Eucaristía, que podrán recibir sin haberse arrepentido de tal unión, por mucho que estén sufriendo.
Estos señores están volviendo del revés el razonamiento del Señor. Porque Jesucristo dijo que Moisés había permitido el divorcio “por la dureza de vuestros corazones, pero al principio no fue así” (Mt 19,8). Pero estos descreídos –con dureza de corazón–, vienen a decir que tampoco está tan mal volver a las normas de Moisés para algunos casos especiales. Total, tampoco es para tanto si hay de por medio una situación dolorosa, lastimera y dramática.
Yo le recomendaría a Kasper que haga teología en la postura que quiera. Pero por favor, que la haga con fe. Aunque le hayan nombrado este semana oficialmente Doctor de la Iglesia.