Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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domingo, 2 de marzo de 2014
Razón del rechazo a Dios (2 de 2) [José Martí]
Y no vale decir que lo que importa es la "misericordia". Sí, eso está muy bien; por supuesto que sí, pero siempre que ésta sea entendida e interpretada al modo divino y no al modo humano. Porque es bien cierto que "Dios es rico en misericordia" (Ef 2,4), pero también lo es que "cada cual recibirá la recompensa según su trabajo" (1 Cor 3,8). El mismo Jesús lo dice con toda claridad: "Mira que vengo pronto y conmigo mi recompensa para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22,12) es decir, según su amor (porque esa es la obra que el Padre quiere). Dios ha querido hacernos partícipes de su Amor y sin correspondencia a ese Amor por nuestra parte, no se podría hablar propiamente de amor, pues el amor no se impone, es esencialmente libre. Dios cuenta con nuestra respuesta amorosa, que es la que hace posible nuestra salvación. Y esto porque Él así lo ha querido: ni más ni menos. Recordemos lo que decía el gran San Agustín: "Dios, que te creó sin tí, no te salvará sin tí".
En Dios se da, al mismo tiempo, el ser infinitamente misericordioso y el ser infinitamente justo, hasta el punto de que, en Dios ambas, la Justicia y la Misericordia, son una y la misma cosa, pues Dios es simplicísimo. En su misericordia manifiesta su justicia, y en su juicio se hace patente su misericordia. Para nosotros esto es un misterio, pero es que los Misterios y lo sobrenatural son esenciales en la Religión Católica.
Nunca, bajo ningún concepto, ni por razones pastorales ni por nada, se pueden decir mentiras acerca de Dios. O dicho de otro modo, nunca se puede (¡nunca se debe!) decir sólo una parte de la verdad. Las verdades a medias son mentiras a medias. En definitiva son peores que las mentiras claras y manifiestas, pues éstas se descubrirían enseguida, por evidentes. En cambio, las otras (las que se nos presentan con apariencia de verdad) son más perniciosas, produciendo en los cristianos una gran confusión, lo que es mucho peor.
El trasfondo de todo lo que está sucediendo hoy es que el hombre es incapaz de concebir y de aceptar el hecho, histórico por lo demás, de que Dios se haya rebajado, haciéndose un hombre como nosotros y, además, sufriendo una muerte de cruz reservada sólo para los criminales. No puede admitir, de ninguna de las maneras, que Dios, siendo Dios, el Creador del Universo, por amor a nosotros, se haya revelado en la pequeñez. Desde luego los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is, 55,8). Por eso Jesús exclamó: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido" (Mt 11, 25-26).
El hombre "sabio" de hoy en día, puesto que no puede entender estos misterios (¿y quién los iba a entender?... ¡dejarían de ser tales misterios!) HA DECIDIDO que no existen los misterios. Y acude a "explicaciones" absurdas que son más inverosímiles que los mismos misterios. Hemos vuelto a caer, una vez más, en la vieja tentación en la que cayó Eva, (y posteriormente Adán) cuando comieron del árbol que estaba en medio del jardín (y del que Dios les había prohibido comer a ambos para probar su fidelidad y su amor hacia Él). En lugar de vivir agradecidos por todo lo que habían recibido, prestaron atención al Diablo dándole más crédito que a Dios, que los había creado, y cayeron en el más terrible de los pecados, el pecado de soberbia.
Hicieron caso de las palabras diabólicas y mentirosas de Lucifer: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5) y desobedecieron a Dios, pensando que ahora ellos serían incluso más que Dios, pues podrían decidir lo que está bien y lo que está mal, sin estar sometidos a nadie. Ya sabemos el resultado. Fueron expulsados del Paraíso y se les cerraron las puertas del Cielo. Como consecuencia, el hombre trabajaría "con el sudor de su frente" y la mujer daría a luz "con dolor".
Lo peor de todo, en cambio, fue el haber dicho no al amor de Dios, pensando egoístamente en sí mismos, en ser ellos más que Dios, sin tener que contar con Él para nada, pues ahora podrían tomar decisiones acerca de lo bueno y de lo malo. Nadie habría por encima de ellos que tomase esas decisiones. Se avergonzaron de su condición de criaturas, de seres creados y dependientes de Dios. No aceptaron esa dependencia amorosa de Dios, no quisieron saber nada con Él. Ése fue su pecado: el mismo pecado que el del arcángel Luzbel y sus secuaces, los ángeles rebeldes, que clamaron: "Non serviam" ('No serviré'): "Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles que luchaban contra el dragón. Pelearon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó ya más lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado aquel gran dragón, la antigua serpiente que se llama Diablo y Satanás, que engaña al todo el universo; lanzado fue a la tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él" (Ap 12, 7-9)
Y ése es también el pecado del hombre actual. Quiere destronar a Dios y colocarse en lugar de Dios, estableciendo él mismo las leyes que deben seguirse, aunque sean contra natura y abominables. Dios no existe. Ahora es el triunfo del hombre, por fin. ¡Craso error!, pues "de Dios nadie se burla: lo que el hombre siembre eso mismo cosechará" (Gal 6, 7)
Seríamos mucho más felices si, olvidándonos de nosotros mismos, nos fiáramos de Dios; si amáramos nuestra condición de criaturas, creadas por Dios a su imagen y semejanza; si leyéramos el Evangelio con sencillez y al completo, aceptando con humildad, y meditándolo en nuestro corazón (como hizo la Virgen María, nuestra Madre) aquellas cosas que no comprendiéramos; si respetáramos que Dios es Dios y que es Él, y no nosotros, quien dispone que las cosas sean como son.
Las leyes de Dios gobiernan el universo y a las personas. El conocimiento de esas leyes, cuando se procede con rectitud, nos debería llevar a Dios, que es el autor de todo cuanto existe. Sin embargo, siendo esto así, como lo es, y dada nuestra naturaleza caída y debilitada por el pecado de origen (con el que todos nacemos), en razón del libre albedrío que Dios ha concedido al hombre, es muy posible (¡y real!) que, lleno de soberbia, el hombre, haciendo de nuevo caso del Diablo, Padre de la mentira y de todos los mentirosos, intente desplazar a Dios de su trono para colocarse en su lugar.
Esto es, precisamente, lo que está ocurriendo hoy en día. Pues bien: que sepa, quien así actúa, que tiene la batalla perdida pues "Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Sant 4,6). Y que, al contrario de lo que sucede con nosotros, las palabras de Dios son verdaderas, y siempre se cumplen. Tenemos su promesa. Y Él es el amigo que nunca falla: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35)
Razón del rechazo a Dios (1 de 2) [José Martí]
El mundo de hoy rechaza abiertamente a Dios: el ataque al cristianismo en la actualidad está cobrando unas dimensiones como jamás se recuerda en la historia, desde que Dios se hizo hombre. Y no se trata de un rechazo a cualquier religión, pues la mayoría de ellas son inventos humanos. No hay nada contra ellas; al contrario: se habla de Alianza de civilizaciones... El problema lo tienen los católicos que quieren mantenerse fieles al depósito Revelado y a la Tradición recibida. Hacia ellos van dirigidos todos los ataques. Para ellos no hay ningún tipo de "misericordia", sino una intransigencia total. Y esto ocurre incluso en el seno de la misma Iglesia, en su Jerarquía que, desgraciadamente, está impregnada de la herejía modernista, condenada de un modo contundente por el Papa San Pío X.
Hoy la gente se está fabricando su propia religión, una religión cambiante en función de los tiempos (los llamados "signos de los tiempos"): una religión del hombre (por llamarla de alguna manera) que pretende sustituir al verdadero Dios, el cual debe desaparecer de la faz de la tierra, para que así se produzca el verdadero "progreso". Se trata, además, de una lucha atroz y sin tregua, con un odio como jamás se ha conocido. No deberíamos asustarnos. De esto ya nos avisó San Pedro, en su momento: "Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar." (1 Pet 5,8). Este aviso nos sirve para ahora de un modo especial.
¿Por qué está sucediendo esto? Lo que yo veo es que la idea del amor hasta dar la vida, la idea de la cruz y del sacrificio como manifestación de amor, es completamente rechazada por el mundo actual. No se admite que pueda haber verdades absolutas. Todo lo que suene a sobrenatural es rápidamente ridiculizado o silenciado. Sencillamente no se habla de ciertos temas, aunque no se niegue tampoco nada, expresamente. Esto es el modernismo puro y duro, que se ha infiltrado peligrosamente en el seno de la misma Iglesia, de manera tal que pocos lo perciben. Y así nos encontramos, en las manifestaciones de las más altas Jerarquías eclesiásticas, con el uso de expresiones que pueden tener diversas interpretaciones, de modo que si yo les doy una determinada interpretación siempre me podrían decir que esa interpretación no era la correcta, que no es eso lo que ellos querían decir. La ambigüedad como procedimiento de actuación en el mismo Colegio Cardenalicio (tal y como hacen los políticos). Pero no era ése el modo de hablar de Jesús: "Sea, pues, vuestra palabra: 'Sí, sí', 'No, no'. Lo que pasa de esto del Maligno procede" (Mt 5,37).
Por otra parte, hoy se hace hincapié en unas cuantas ideas, buenas en principio, pero de contenido meramente humano: que si los pobres (algo que, a base de tanto bombo y platillo, da la impresión de tratarse, más bien, de un montaje), que si el ecumenismo (por cierto, mal entendido), que si el diálogo interreligioso (que no tiene ningún sentido, a mi entender), que si la libertad religiosa (entendida como libertad para elegir cualquier religión, como si todas fueran iguales, lo que es completamente falso) etc... Parece que éstos fueran los verdaderos problemas de la Iglesia, siendo así que lo que realmente ocurre es que se ha perdido la fe en un amplio sector de cristianos que piensan ser católicos, cuando, en realidad, no lo son.
La Religión católica se compara con las demás, como si se tratase de una más siendo, como es, la única verdadera, la única poseedora del depósito íntegro de la fe, que se nos ha entregado, de una vez para siempre, para no cambiarlo. Se dice expresamente en el Apocalipsis: "Si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre el las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19).
Hoy apenas si se habla del pecado (excepto del pecado "social" y de la falta de "solidaridad") y, por supuesto, no se toca nunca el tema del infierno, como si se tratara de algún mito o leyenda, muy desagradable, por otra parte, y ante la cual lo mejor es taparse los ojos y no hablar de ella, como si no existiera. Eso sí, por razones pastorales, no vaya a ser que la gente se aparte de la doctrina cristiana. Eso es un grave error. La verdad, enseñada por Jesucristo y mantenida durante casi dos mil años, no cambia: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13, 8).
Los misterios del Cristianismo le son esenciales. Sin ellos el Cristianismo dejaría de ser lo que es. Hay una serie de Dogmas muy bien establecidos de los que apenas se habla, de modo que los "católicos" de hoy desconocen su fe. Y eso es muy grave. Y no vale lo de adaptarse a los tiempos. Son los tiempos los que deben adaptarse a la Iglesia y ésta debe ser fiel a la Tradición recibida. No nos podemos inventar una nueva religión.
(Continuará)
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