Sabemos que los tiempos que corren son difíciles y que hay mucha confusión en el seno de la misma Iglesia. Por eso, es necesario pedirle al Señor, con insistencia y sin desfallecer, que nos envíe "buenos pastores", pastores que conozcan a sus ovejas y que las guíen por buenos pastos. Y, sobre todo, y más que ninguna otra cosa, necesitamos "santos", verdaderos santos, personas enamoradas de Jesucristo hasta la médula de los huesos, y que consuman su vida en que Cristo sea conocido y amado por todos. Ellos son la savia que la Iglesia necesita para no descomponerse.
Es verdad que tenemos la palabra de Cristo de que "las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18). Pero es igualmente cierto que Dios ha querido contar con nosotros en el cumplimiento de esa misión tan importante, como es la supervivencia de la Iglesia. Dios nos necesita para que su Iglesia no desaparezca de la faz de la tierra, que es lo que hoy en día se está procurando con tanto ahínco.
Nunca la Iglesia Católica ha sido tan atacada como lo es hoy: está desapareciendo (de modo alarmante) la Fe en lo sobrenatural; las virtudes de la Esperanza y la Caridad brillan por su ausencia; los niños y los jóvenes ignoran su propia Religión, porque ésta no se les enseña o se les enseña mal e incompleta, cuando no de manera errónea. Se escamotean verdades fundamentales de la fe, que están ahí y de las que casi nunca se habla (No se las niega, pero se las ignora, como si no existieran).
Siempre los mismos temas: los pobres, el ecumenismo, los hermanos separados, etc...; lo que está muy bien, pero se habla muy poco o casi nada de la divinidad de Jesucristo, de su Presencia real en la Eucaristía, del pecado como misterio de iniquidad y de la Redención; no se toca nunca el tema de la existencia del infierno (que no está vacío, precisamente), etc...
Está bien hablar de los temas sociales que son acuciantes en la sociedad en que vivimos. Hay muchas injusticias, de todo tipo, que es preciso denunciar, pero teniendo siempre en cuenta que es el pecado la causa de todos los males que padecemos y sin olvidar nunca la misión sobrenatural de la Iglesia. Se podrían poner muchos ejemplos: Con respecto a los pobres, cuando María ungió los pies de Jesús con un perfume de nardo, muy caro, Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que le iba a entregar, le dice a Jesús: "¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?" Jesús le contesta: "Pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre" (Jn 12,7). Con respecto a la justicia social, cuando uno de la muchedumbre le dijo a Jesús: "Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo", Él le respondió: "Hombre, ¿quién me ha hecho juez y repartidor entre vosotros? " (Lc 12, 13-14), etc, etc.
Una cosa es clara: el Papa actual es el Papa legítimo y, por lo tanto, merece todo nuestro acatamiento, cariño y respeto. Es cierto que hay algunas frases y expresiones (salidas de su boca) que no entiendo y que me hacen sufrir -y así lo expreso en este blog- pero ello no obsta, en modo alguno, para que obedezca y acate aquello que el Papa diga o haga. Yo no soy quien para juzgarlo, en el sentido de hacer una valoración moral de su persona. Eso es algo que no me compete a mí: sólo Dios -y únicamente Dios- conoce la verdad completa; y sólo Él puede juzgar acerca de todas y cada una de las personas que en este mundo estamos.
Ahora bien: pensar es algo de lo que no podemos prescindir pues hemos sido creados por Dios como personas inteligentes, y tenemos la obligación de actuar como tales. De modo que si lo que el Papa dice o hace no se opone a las verdades dogmáticas claramente definidas como tales por los Papas anteriores al Concilio Vaticano II, verdades que se corresponden con el sentir de la Tradición de la Iglesia de veinte siglos (¡y no lo ha hecho, al menos que yo sepa!) sólo queda obedecer. Y con alegría. Como sabemos una de las misiones de los Papas es la de mantener, con firmeza, el depósito recibido.
Ningún Papa puede ir en contra de lo que se ha definido dogmáticamente por los Papas anteriores a él. Así es que en ese sentido no deberíamos preocuparnos demasiado ni entristecernos cuando algunas cosas no las entendamos. HAY ALGO QUE ES PROVIDENCIAL. Y es que el Concilio Vaticano II nació como un Concilio Pastoral y no Dogmático ; así fue definido por el Papa Juan XXIII. Y es que sigue siendo cierto que "todas las cosas contribuyen al bien de los que creen en Dios" (Rom 8,28).
Juan XXIII, en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II dijo muy claramente que se trataba de en Concilio Pastoral en el que no se pretendía imponer nada, pues todos los dogmas estaban ya muy bien definidos: las verdades mantenidas por la Iglesia hasta ese momento quedaban incólumes y no se podían tocar.
Ésta es la razón por la que digo que se trata de algo providencial, porque si nos vemos obligados a elegir, doctrinalmente hablando, ante determinadas declaraciones del Papa que nos puedan dejar algo confusos, entonces lo tenemos muy fácil: nos atenemos a lo seguro, que es el Magisterio Infalible de casi dos mil años, el anterior al Concilio Vaticano II. ¿Por qué? Pues porque ése es el Magisterio auténtico; ahí está todo muy claro. Nada se ha tocado de él; y ése sí que se hizo con voluntad de obligar a todos los católicos. Y ningún Papa, en ningún caso, desde Pío XII hasta el momento actual, se ha pronunciado haciendo uso de la infalibilidad. El Magisterio no ha cambiado (al menos, en lo que se refiere a lo que está escrito. Otra cosa son algunos de los hechos que se están produciendo. Es otro tema sobre el que quiero hablar en otro momento)
Así pues: ante la duda, me atengo a lo seguro. Puesto que el Papa actual no impone nada, y dado que el Magisterio actual no puede contradecir el Magisterio anterior (y éste sí que imponía) y dado que hay, en realidad, un único Magisterio (al haber una única Iglesia), que es el que ha mantenido la Iglesia durante veinte siglos, si, a veces, el Papa dice o hace algunas cosas que "parece" que se apartan de la fe católica de siempre, como no las impone como obligatorias, yo lo seguiré respetando, como Papa legítimo que es, pero actuaré en conformidad con lo que siempre ha dicho la Iglesia.
Eso sí: lo que no se puede admitir, bajo ningún concepto, es el insulto. Yo puedo estar disconforme con la Jerarquía en aquellos puntos en los que ésta se aparte de la Verdad mantenida por la Tradición eclesial durante veinte siglos. Lo que no puedo hacer nunca es insultar, como hacen algunos, o ser irreverente o irrespetuoso. Eso nunca. Actuar así desautoriza automáticamente a quien procede de ese modo. Sencillamente, se hace un paréntesis en ese punto, en el que uno no está conforme, y ya está. Y luego, rezar, rezar mucho e insistentemente para que Dios ilumine al Papa, por su bien y por el bien de toda la Iglesia.
José Martí