Es preciso recordar que, según el principio de laicidad, (piedra angular del pensamiento iluminista), Dios es excluido de la esfera pública y el Estado es emancipado de la Revelación Divina y del Magisterio Eclesiástico en el ejercicio de sus funciones, y es habilitado para actuar de manera totalitaria, quedando absolutamente desligado de cualquier tipo de trascendencia espiritual o ética a la que someterse para mantener y conservar su legitimidad, pues no reconoce otra legitimidad como no sea la emanada de la llamada voluntad general y que, por ende, se funda únicamente en la ley positiva que los hombres se dan a sí mismos.
Resultado lógico de este principio es la separación de la Iglesia y del Estado: la sociedad políticamente organizada se exonera ... de respetar la ley divina en su legislación y de someterse a la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y de moral ... La laicidad conculca el orden natural existente entre el poder temporal y el espiritual y erige al Estado en poder absoluto, transformándolo así en una maquinaria de guerra con vistas a la descristianización de las instituciones, de las leyes y de la sociedad en su conjunto
Esta supuesta independencia del poder temporal respecto al poder espiritual no debe confundirse con la legítima autonomía de la que goza la sociedad civil en relación a la autoridad religiosa en su propio ámbito de acción, esto es, en la búsqueda del bien común temporal, el cual a su vez se halla ordenado a la búsqueda del bien común sobrenatural, a saber, la salvación de las almas. Esta es la doctrina católica tradicional de la distinción de los poderes espiritual y temporal y de la subordinación indirecta de éste respecto de aquél.
El gran artesano de la pretendida neutralidad religiosa del Estado es la francmasonería, enemigo jurado de la civilización cristiana. Dicha neutralidad no es más que una superchería (...) El Estado laico no es neutro sino en apariencia (...). Sin embargo, en un discurso dirigido a la clase dirigente brasilera el 27 de julio de 2013, durante el transcurso de las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en Río de Janeiro, Francisco realizó un elogio entusiasta de la laicidad y del pluralismo religioso, a punto tal de regocijarse por la función social desempeñada por las «grandes tradiciones religiosas, que ejercen un papel fecundo de levadura en la vida social y de animación de la democracia.» , para continuar diciendo que «la laicidad del Estado (…) sin asumir como propia ninguna posición confesional, es favorable a la cohabitación entre las diversas religiones.» Laicismo, pluralismo, ecumenismo, relativismo religioso, democratismo: el número y la magnitud de los errores contenidos en esas pocas palabras, condenados formalmente y en múltiples ocasiones por el Magisterio, requeriría una prolongada exposición que excedería ampliamente los límites de este artículo.
[Para quienes deseasen profundizar la doctrina católica en la materia, he aquí los documentos esenciales: Mirari vos (Gregorio XVI, 1832),Quanta cura, con el Syllabus (Pío IX, 1864); Immortale Dei y Libertas (León XIII, 1885 y 1888); Vehementer nos y Notre chargeapostolique (San Pío X, 1906 y 1910); Ubiarcano y Quas primas (Pío XI, 1922 y 1925); Ci riesce (Pío XII, 1953)]
(...) La lectura de estos textos del Magisterio permite comprender que el Estado laico, supuestamente neutro, no confesional (...) no es más que una aberración filosófica, moral y jurídica moderna, una monstruosidad política, una mentira ideológica que pisotea la ley divina y el orden natural. La distinción –sin separación- de los poderes temporal y espiritual es algo muy diferente de la pretendida independencia del temporal respecto del espiritual en relación con Dios, la Iglesia, la ley divina y la ley natural: eso tiene nombre, y se llama la apostasía de las naciones.
Esta apostasía es el fruto maduro del Iluminismo, de la francmasonería, de la Revolución Francesa y de todas las sectas infernales que de ella proceden (liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc.) Esos son los enemigos despiadados de Dios y de su Iglesia (...) La sociedad moderna, secularizada y apóstata, llega al paroxismo de revolverse contra todo lo que se encuentra por encima de su propia voluntad autónoma y soberana (...).
Pensemos, por no citar sino un puñado de ejemplos representativos, en esas aberraciones inimaginables que son el matrimonio homosexual, la adopción homo-parental, el derecho al aborto, la legalización de la industria pornográfica, la escuela sin Dios pero con teoría de género y educación sexual obligatorias para corromper la infancia y mancillar la inocencia de las almas inocentes…
Reitero que en esta pretensión insensata de la criatura de prescindir de su Creador radica la característica definitoria de la modernidad, la que constituye la raíz del mal moderno, desvarío metafísico que se manifiesta con una actitud de repliegue del individuo sobre su propia subjetividad, acompañada por el rechazo categórico de un orden objetivo (...) Esta actitud modernista adopta múltiples facetas: Nominalismo, Voluntarismo, Subjetivismo, Individualismo, Humanismo, Racionalismo, Naturalismo, Protestantismo, Liberalismo, Relativismo, Utopismo, Socialismo, Feminismo, Homosexualismo.
En todas ellas la raíz es siempre la misma: el sujeto autónomo pretendiendo emanciparse del orden objetivo de las cosas y cuyo desenlace trágico e inevitable es el proyecto descabellado de proponerse crear una civilización que, tras haber expulsado a Dios de la sociedad, se funde exclusivamente en el libre arbitrio soberano del hombre, convertido en fuente de toda legitimidad.
Esta supuesta independencia del poder temporal respecto al poder espiritual no debe confundirse con la legítima autonomía de la que goza la sociedad civil en relación a la autoridad religiosa en su propio ámbito de acción, esto es, en la búsqueda del bien común temporal, el cual a su vez se halla ordenado a la búsqueda del bien común sobrenatural, a saber, la salvación de las almas. Esta es la doctrina católica tradicional de la distinción de los poderes espiritual y temporal y de la subordinación indirecta de éste respecto de aquél.
El gran artesano de la pretendida neutralidad religiosa del Estado es la francmasonería, enemigo jurado de la civilización cristiana. Dicha neutralidad no es más que una superchería (...) El Estado laico no es neutro sino en apariencia (...). Sin embargo, en un discurso dirigido a la clase dirigente brasilera el 27 de julio de 2013, durante el transcurso de las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en Río de Janeiro, Francisco realizó un elogio entusiasta de la laicidad y del pluralismo religioso, a punto tal de regocijarse por la función social desempeñada por las «grandes tradiciones religiosas, que ejercen un papel fecundo de levadura en la vida social y de animación de la democracia.» , para continuar diciendo que «la laicidad del Estado (…) sin asumir como propia ninguna posición confesional, es favorable a la cohabitación entre las diversas religiones.» Laicismo, pluralismo, ecumenismo, relativismo religioso, democratismo: el número y la magnitud de los errores contenidos en esas pocas palabras, condenados formalmente y en múltiples ocasiones por el Magisterio, requeriría una prolongada exposición que excedería ampliamente los límites de este artículo.
[Para quienes deseasen profundizar la doctrina católica en la materia, he aquí los documentos esenciales: Mirari vos (Gregorio XVI, 1832),Quanta cura, con el Syllabus (Pío IX, 1864); Immortale Dei y Libertas (León XIII, 1885 y 1888); Vehementer nos y Notre chargeapostolique (San Pío X, 1906 y 1910); Ubiarcano y Quas primas (Pío XI, 1922 y 1925); Ci riesce (Pío XII, 1953)]
(...) La lectura de estos textos del Magisterio permite comprender que el Estado laico, supuestamente neutro, no confesional (...) no es más que una aberración filosófica, moral y jurídica moderna, una monstruosidad política, una mentira ideológica que pisotea la ley divina y el orden natural. La distinción –sin separación- de los poderes temporal y espiritual es algo muy diferente de la pretendida independencia del temporal respecto del espiritual en relación con Dios, la Iglesia, la ley divina y la ley natural: eso tiene nombre, y se llama la apostasía de las naciones.
Esta apostasía es el fruto maduro del Iluminismo, de la francmasonería, de la Revolución Francesa y de todas las sectas infernales que de ella proceden (liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc.) Esos son los enemigos despiadados de Dios y de su Iglesia (...) La sociedad moderna, secularizada y apóstata, llega al paroxismo de revolverse contra todo lo que se encuentra por encima de su propia voluntad autónoma y soberana (...).
Pensemos, por no citar sino un puñado de ejemplos representativos, en esas aberraciones inimaginables que son el matrimonio homosexual, la adopción homo-parental, el derecho al aborto, la legalización de la industria pornográfica, la escuela sin Dios pero con teoría de género y educación sexual obligatorias para corromper la infancia y mancillar la inocencia de las almas inocentes…
Reitero que en esta pretensión insensata de la criatura de prescindir de su Creador radica la característica definitoria de la modernidad, la que constituye la raíz del mal moderno, desvarío metafísico que se manifiesta con una actitud de repliegue del individuo sobre su propia subjetividad, acompañada por el rechazo categórico de un orden objetivo (...) Esta actitud modernista adopta múltiples facetas: Nominalismo, Voluntarismo, Subjetivismo, Individualismo, Humanismo, Racionalismo, Naturalismo, Protestantismo, Liberalismo, Relativismo, Utopismo, Socialismo, Feminismo, Homosexualismo.
En todas ellas la raíz es siempre la misma: el sujeto autónomo pretendiendo emanciparse del orden objetivo de las cosas y cuyo desenlace trágico e inevitable es el proyecto descabellado de proponerse crear una civilización que, tras haber expulsado a Dios de la sociedad, se funde exclusivamente en el libre arbitrio soberano del hombre, convertido en fuente de toda legitimidad.
(Continuará)