Hay una serie de cosas que deberían quedar muy claras: una, que el Papa no puede inventar la Iglesia, otra, que la Iglesia no comenzó a existir hace cincuenta años, a raíz de la celebración del Concilio Vaticano II, sino que tiene una historia de dos milenios. De hecho las canonizaciones de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, que se están preparando para el domingo, 27 de abril de 2014, vienen a ser, en el fondo, un intento de "canonizar" el Concilio Vaticano II (Concilio del que habría mucho que hablar, aunque no es éste el momento de hacerlo); o, al menos, podría interpretarse así, lo que llevaría a un aplauso generalizado por parte del mundo que podría llevar a considerar que todo lo dicho en el Concilio II está en conformidad con la Iglesia de toda la vida, lo que es completamente falso. De hecho hay determinados puntos del Concilio que deberían ser revisados pues su lectura da lugar a interpretaciones diversas, lo que siempre es un peligro. En la Iglesia debe haber una claridad total en todos sus enunciados, para no confundir a los fieles. [Los puntos a los que me refiero son, entre otros, los relativos al ecumenismo, la libertad religiosa y el diálogo interreligioso].
¡La Iglesia no debería tener ningún tipo de complejo de inferioridad ante el mundo! Su misión no es la de tener contentas a todas las personas, lo que es imposible, sino la de transmitir íntegro y sin adulterar el mensaje recibido, como dice San Pablo: "Si aún tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gal 1,10)
Por lo tanto: Si alguien, sea quien fuere, basándose en el Concilio, dijera algo en contra de los dogmas ya establecidos como tales por la Iglesia, no tenemos por qué preocuparnos (en el sentido de no hacer de ello un problema de conciencia); el Concilio Vaticano II nació como concilio pastoral y con ese espíritu debe ser leido. Si, en algún momento, al leer con detenimiento los documentos del Concilio, se detecta la existencia de algún punto de tipo doctrinal que se oponga a lo ya establecido como dogma por la Iglesia en Concilios anteriores, está claro que dicho punto debe ser condenado como falso y como herético.
Esto es y ha sido así siempre: un concilio nunca puede contradecir lo que dogmáticamente se ha definido de modo obligatorio en un concilio anterior: los dogmas no evolucionan ni cambian. Sólo se puede profundizar en su conocimiento. ¡Qué bueno sería que los fieles conocieran estas cosas, pero suelen ignorarlas normalmente, porque nadie les habla sobre ellas!