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8. Hay ciertos
pecados que no son condenados de modo explícito; el caso más conocido es el de
la homosexualidad. No se dice que no sea pecado (¡no
podría decirse!). Se sabe que es un pecado contra natura, pero
quien diga tal cosa es inmediatamente condenado por el mundo. Políticamente
hablando no es correcto, luego el tema de los gay se omite como tabú, por miedo
al enfrentamiento. El mismo papa Francisco, cuando fue preguntado sobre este
asunto respondió: " Si una persona es gay y busca al Señor con
buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?" (Pinchar aquí).
Sin embargo, cuando habló a los mafiosos les dijo: "El poder y el
dinero que tenéis ahora por muchos negocios sucios, por crímenes mafiosos, está
lleno de sangre. ¡Convertíos! ¡Aún estáis a tiempo de convertíos y de no ir al
infierno". (Ver noticia aquí).
Estas palabras del Papa enfrentándose a la mafia suponen una gran valentía,
diciéndoles la verdad y lamentándose de su conducta criminal, condenándolos,
además, al infierno si no se arrepienten (como sabemos, el infierno es un dogma
de fe). El papa cumple con su deber al juzgarlos, porque han pecado y, además,
los condena al infierno, si no se arrepienten. Y les suplica:
"¡Convertíos!" Esto es
la doctrina católica de siempre.
Lo que no acabo de entender es por qué el mismo papa no contestó con igual (o
parecida) contundencia cuando le preguntaron por el caso de los homosexuales,
pues la respuesta es parecida; una respuesta que está en conformidad con lo que
ya San Agustín decía, en el siglo IV: que "es necesario odiar el
pecado y amar al pecador".
La misericordia con el pecador es fundamental, pero tiene que venir
acompañada de la verdad. De no ser así no hace bien: es injusta y
falsa. Ciertamente es verdad que no podemos juzgar a nadie "en
concreto", en el sentido de condenarlo, porque sólo Dios conoce todos los
datos y los corazones de las personas; lo que no obsta para que sí se pueda (¡y
se deba!) "juzgar" acerca de la homosexualidad como tal, genéricamente
hablando. Ésta, como sabemos, es un pecado contra naturaleza, no
porque yo lo diga: Lo dice San Pablo y es, por lo tanto, palabra de Dios. Una
palabra que es Verdad y que nos habla por nuestro bien, para que nos
salvemos: "No os engañéis: ni los fornicarios, ni
los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni
los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos,(...) heredarán
el Reino de Dios" (1 Cor 6, 9-10). Pero continúa diciendo San
Pablo: "Y esto erais algunos, pero habéis sido lavados, habéis
sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de
Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor
6,11).
Dos verdades, pues, que no se deben ocultar. No se puede hablar
de una sola y omitir la otra. Por una parte, debemos ser conscientes acerca de la
gravedad de los distintos pecados a los que estamos esclavizados. Esta
gravedad no debe ser ocultada porque es el único modo de que podemos ser
libres y felices ya en esta vida, según las palabras del mismo Señor
Jesús: "Todo el que comete pecado es esclavo del
pecado" (Jn 8,34). Por otra parte, no se puede ocultar la misericordia.
No hay pecado que no pueda ser personado, desde el momento en que el que ha
pecado reconoce su pecado como tal, lo lamenta en lo más íntimo de su ser y
pide sinceramente perdón a Dios: "Dios,
que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos
amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo" (Ef
2,4-5). Cuando sinceramente nos arrepentimos de nuestros pecados, somos
perdonados por la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo. Dichos pecados son perdonados
y eliminados, como si nunca hubieran existido.
Decir la verdad completa es fundamental. A la
pecadora adúltera arrepentida, a la que querían apedrear los judíos, Jesús la
defiende, pero no defiende su pecado. De hecho cuando todos se han ido y se han
quedado solos, Él y la mujer, la mira con inmenso cariño y le
dice: " 'Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te condenó?'. Ella contestó:
'Ninguno, Señor'. Jesús le dijo: 'Tampoco Yo te condeno. Vete y no
peques más' " (Jn 8, 10-11). Por eso las declaraciones que hizo
el Papa acerca de los gays, al no haber ido acompañadas de una condena
explícita del pecado han sembrado una gran confusión entre los católicos; y
mientras tanto, los enemigos de la Iglesia se frotan las manos. Una buena
prueba de ello la tenemos en que la publicación The Advocate, la
más influyente de la comunidad LGBT de los Estados Unidos, eligió a Francisco
como «Persona
del año2013», y se deshizo en alabanzas hacia él por su actitud de
apertura, de comprensión y de tolerancia hacia los homosexuales.
Esto nos tiene que dar qué pensar. La teoría de la Iglesia ya se sabe: la homosexualidad es un grave
pecado (al igual que hay
otros pecados graves) y merece el odio y la condena, porque extravía y hace
desgraciadas a las personas. No así el
homosexual concreto que debe ser escuchado con respeto y
cariño, como una persona que es y amada, por lo tanto, por Nuestro Señor.
No cabe duda de que si realmente una determinada persona gay busca al Señor,
con sincero corazón, y tiene buena voluntad (usando la misma expresión del
Santo Padre), entonces se arrepentirá de sus pecados y no los
justificará, aunque tenga que sufrir, porque así se salvará. Esta idea
del arrepentimiento y de la no
condena de la homosexualidad como tal es
lo que le faltó al Santo Padre. Lo que dijo fue una verdad a medias.
Lógicamente, esto fue inmediatamente aprovechado por aquellos que están
luchando para que la realidad gay sea reconocida como normal y digna (incluso)
de elogio; y el ser gay sea reconocido como un derecho. Así está ocurriendo ya
en multitud de lugares de la tierra.
Por la vía de los hechos, al no condenar la homosexualidad,
como tal, la gente (entre
ellos, los mismos cristianos) podría
llegar a pensar que la homosexualidad es algo normal y natural, lo que está
en total desacuerdo con la realidad de la naturaleza humana. Otra cosa es la
realidad social: la sociedad, en su conjunto, se ha apartado de Dios y no es
capaz ya de distinguir el bien del mal, porque todo está bien, siempre que uno
sienta que está bien. La primacía de los sentimientos sustituyendo a la
realidad objetiva que es aquella que está conforme a lo que piensa acerca de
ella Aquél que es su autor... ya hemos podido leer lo que está escrito en la
Sagrada Escritura.
El mundo de hoy, que se ha vuelto de
espaldas a Dios, proclama "el orgullo gay". Y bien podría ocurrir
que de facto se introdujera la homosexualidad en el mismo seno
de la Iglesia católica (a base de considerarla como algo normal y de no condenarla). Yo tengo la
esperanza de que eso no ocurra. No quiero ni pensarlo. ¡Sería una
monstruosidad, que daría al trasto con todo lo que la Iglesia siempre ha
predicado durante veinte siglos! Si la Iglesia se "mundanizara" es
que estaría en vías de desaparecer ... Y como "las
puertas del infierno no pueden prevalecer contra ella" (Mt 16,18), tal vez lo que está ocurriendo podría ser una señal de que nos estamos acercando
al final de los tiempos, uno de cuyos signos es, precisamente, la apostasía universal, (también
en la Iglesia). Y esto llegará hasta el extremo de que los verdadero
cristianos, aquellos que siguen a su Maestro y sienten con la Iglesia de
siempre, sean perseguidos por las estructuras jerárquicas del momento actual: "Se acerca la hora en la que
quien os dé muerte piense que así sirve a Dios" (Jn 16,2) . "Os digo esto para que cuando
llegue la hora os acordéis de ello, de que ya os lo anuncié" (Jn 16,4)
En fin, que Dios ilumine nuestras
mentes y que fortalezca nuestros corazones; porque está escrito y no nos puede
pillar de sorpresa que: "vendrá un tiempo en que los
hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, dejándose llevar de sus
caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos; y se
apartarán de la verdad volviéndose a las fábulas" (2 Tim
4, 3-4). Una realidad ante la que hemos de reaccionar con serenidad y alzar
nuestra cabeza porque es señal de que la segunda venida de Jesús no puede estar
ya muy lejos. Mientras tanto, lo que tenemos que hacer queda muy bien explicado
en el consejo que daba San Pablo a Timoteo: "Tú
vigila en todo, afánate en
el trabajo, haz labor de evangelista, desempeña bien tu ministerio" (2 Tim
4,5)
(Continuará)