Y, sin embargo, "si alguno piensa ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo" (Gal 6,3), pues "nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3,5). Nadie puede vanagloriarse de sí mismo porque podría oír cómo el apóstol Pablo le recrimina: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4,7). "El que se gloría, que se gloríe en el Señor" (2 Cor 10,17). Hagamos un poco de historia para situarnos luego, de nuevo, en el momento actual. Y veremos que, en el fondo, no hay tanta diferencia entre lo que ocurrió entonces y lo que está ocurriendo ahora, aunque hoy la culpa es mayor: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado -decía Jesús- , no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22). Repasemos brevemente nuestros orígenes.
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Cuando Dios creó al hombre "lo colocó en el jardín del Edén para que lo trabajara y lo guardara; y el Señor Dios impuso al hombre este mandamiento: De todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás" (Gen 2, 15-17). Luego creó a la mujer. "Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, y no sentían vergüenza" (Gen 2,25). Y los bendijo y les dijo: "Creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra" (Gen 1,28)La situación del ser humano, antes del pecado, era realmente buena: gozaba de inocencia y de la amistad de Dios, en cuya presencia vivía, pues todos los días "se paseaba por el jardín a la hora de la brisa" (Gen 3,8); esta situación se hubiera transmitido a toda su descendencia. [Obsérvese, de paso, que la misión de trabajar es connatural al hombre: el trabajo no fue un castigo de Dios (sólo la pena que, a partir de entonces -no antes-, fue inherente al trabajo). También lo es la misión de procrear, transformándose así, hombre y mujer, en colaboradores de Dios en la hermosa tarea de traer nuevos seres humanos a este mundo. ¡Todo todo esto ocurrió antes del pecado! ... de modo que ni el trabajo ni la procreación son castigos de Dios sino realidades inherentes a la naturaleza del ser humano]
Sin embargo, tanto la mujer como el hombre se dejaron engañar. Echaron en olvido el mandato de Dios, y se dejaron seducir por el Diablo, que en forma de serpiente, los predispuso contra Dios: "No moriréis en modo alguno; es que Dios sabe que el día que comáis de él [del fruto del árbol que está en medio del jardín] se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 5).
Hicieron caso de la serpiente y desoyeron la voz de su Creador y amigo. Prefirieron la "libertad" antes que estar sometidos a ningún tipo de mandato por parte de Dios: la propuesta de la serpiente les pareció "apetitosa": si desobedecían a Dios, entonces serían ellos mismos los que decidirían lo que estaba bien y lo que estaba mal, sin que hubiese una autoridad exterior a ellos (aunque fuese su Creador y su Señor) que les advirtiera acerca de lo bueno y de lo malo. A sabiendas de que estaban siendo engañados hicieron caso a la serpiente, es decir, al Diablo. Conocemos las consecuencias: el pecado original se transmitió a toda su descendencia. Todos nacemos con este pecado, que no es un pecado personal [en el caso de Adán y Eva sí lo fue] puesto que no somos responsables de él: nosotros no lo cometimos ... pero sí lo hemos heredado: "Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así la muerte ha pasado a todos los hombres, por cuanto [en Adán] todos pecaron..." (Rom 5,12).
En Adán estaba representada toda la humanidad que existía en aquel tiempo, reducida a dos personas: nuestros primeros padres. Su pecado personal, que les acarreó la muerte, se transmitió a toda su descendencia, que nace en pecado [pecado original, pecado de naturaleza, no personal] y que sufre también sus consecuencias, entre ellas el dolor y la muerte. Por este pecado las puertas del Cielo están cerradas para nosotros, cuando nacemos; este pecado imposibilita la visión de Dios. Como sabemos, con la venida de Jesucristo, nuevo Adán, tenemos -de nuevo- la posibilidad de ver a Dios y de salvarnos. EL REMEDIO [para ser librados de ese pecado y poder formar parte de la gran familia de los hijos de Dios; y convertirnos en miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, con posibilidad de salvarnos] ES EL BAUTISMO. Por eso es tan importante que los niños sean bautizados cuanto antes, pues de morir sin bautizar irían al Limbo, un lugar en donde serían felices, pero sólo con una felicidad natural. Les habríamos privado, por nuestra negligencia, de la visión de Dios (Sobre el limbo ya he hablado en este blog).
En la raíz, en el origen de cualquier pecado personal hay siempre, de una manera u otra, un pecado de soberbia. Si lo pensamos, cada vez que pecamos tenemos tendencia a justificar nuestras acciones. ¿y esto por qué? Pues porque, en el fondo, lo que se busca, al pecar, es "liberarse" de la autoridad de Dios. Ésta es considerada como una ataque a nuestra "libertad".
Así les ocurrió a nuestros primeros padres: "pensaron" que si le hacían caso a la "serpiente" llegarían a ser, no solo iguales a Dios, sino incluso más que Dios; pues, en adelante, serían ellos (y no Dios, cuyo lugar ocuparían) los que decidirían lo que está bien y lo que está mal: afán de poder, de dominio, de ser "ellos mismos", sin que nadie les diga lo que tienen que hacer: la autoridad es considerada como algo que "oprime"; y ellos quieren ser "libres" y no estar oprimidos. El engaño que permitieron, al ceder a la tentación y pecar, fue tremendo: hasta tal punto llegaron a creer que eso era así, que transmitieron esa creencia -ese engaño- a toda su descendencia; y sigue siendo así en la actualidad: en el origen de todo pecado está el rechazo a Dios, a quien se considera como un opresor de nuestra conciencia, y a quien, por lo tanto, hay que eliminar de la faz de la tierra. Un objetivo diabólico, como se puede ver.
Aunque, claro está: "De Dios nadie se burla. Y lo que el hombre siembre eso mismo cosechará" (Gal 6,7). Si hay algo que estamos comprobando a diario, en nuestro propio cuerpo, es que "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Esa aparente "libertad" (nacida de la mentira 'libremente' consentida) nos esclaviza. SÓLO LA VERDAD LIBERA. Pero no cualquier verdad, sino una verdad muy concreta. Oigamos a Jesús: "Si permanecéis en mi palabra seréis en verdad discípulos míos; y conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32).
Con bastante frecuencia se nos pasa por la mente la famosa frase de Pilato: "¿Y qué es la verdad?" (Jn 18,38). Pero conocemos muy bien la respuesta a esa pregunta; una respuesta que, como siempre, proviene de Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Por lo tanto, la verdad a la que Jesús se refiere es Él mismo. [No es una verdad matemática ni conceptual: es una Persona]. Si le tenemos a Él estamos en la verdad y [junto a Él -y en Él-] somos auténticamente libres. Y lo somos porque si Él está en nosotros, es que su Espíritu está en nosotros, pues "donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2 Cor 3,17). El Espíritu de Jesucristo, como sabemos, es el Espíritu Santo, ese Gran Desconocido que se identifica con el Amor que Padre e Hijo se tienen mutuamente en el seno de la Trinidad; y del que somos hechos partícipes, por pura gracia. "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado"
(Rom 5, 5)
De donde la Verdad se nos revela como Amor en Jesucristo. Y eso es lo único que produce en nosotros la verdadera liberación, que es la liberación del pecado y la unión con Dios. La libertad se nos ha dado para que lo elijamos a Él sin ningún tipo de coacción. Pero esa libertad alcanza su perfección cuando la elección que hacemos viene motivada por el Amor, cuando no concebimos nuestra vida si no es unidos a Jesucristo, mediante su Espíritu.
No es el egoísmo sino el amor, y el amor entendido como Dios lo entiende, lo único que nos puede liberar de verdad. Todo lo que nos aparte de Jesucristo (verdadero Dios y verdadero hombre) nos aparta de la Verdad, nos aparta de una vida con sentido, nos aparta del amor y nos hace desgraciados, porque el pecado siempre esclaviza, por más que se crea libre quien lo comete. Éste es el gran engaño del Diablo, el "Príncipe de este mundo" (Jn 12,31), que está consiguiendo su propósito de que los hombres renieguen de Dios y se transformen en unos auténticos monstruos.
(Continuará)