Aunque él no lo sabe, esta expresión latina significa lo mismo que el nombre de la formación política liderada con tanta desenvoltura por Pablo Iglesias. Como tampoco sabe –menos aún–, que fue pronunciada hace ya veinte siglos por dos de los apóstoles más encumbrados de Jesucristo: nada menos que Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo. Siento mucho quitarle el protagonismo a este nuevo Salvador de la Humanidad. Aparte de que Obama con su ya famoso ¡Yes, we can! también ensombreció la aureola del nuevo mesías. Claro que hay algunas diferencias semánticas entre la frase pronunciada por el neo-diputado y la expresión apostólica. Como siempre ocurre. Y es que nadie puede descubrir el Mediterráneo sin que otro haya llegado primero.
Para estos parlamentarios cogidos por sorpresa (porque ni se olían que podrían salir elegidos), su ¡Podemos! significa que son capaces de cargarse el Sistema y todo lo que se les ponga por delante, pero desde dentro del propio Sistema y utilizando las ventajas del propio Sistema. Se quejan de la corrupción de las Instituciones, de las injusticias sociales, de los desequilibrios económicos y de la casta política. Y por eso mismo, se introducen en el seno de las Instituciones, del Sistema Económico y del Poder Político, se meten de lleno en la casta política para destruirlas desde ahí. Vamos, como si uno se prostituyera y se alojara en un burdel, para desde ahí destruir la prostitución, mientras cobra por los servicios prestados y goza de los privilegios de la casta del burdel… aunque la palabra casta no se suele utilizar mucho en un prostíbulo.
Muchos de mis novicios modernistas, andan estos meses descabezados y deslumbrados, por las palabras mitineras del nuevo Pablo Iglesias del siglo XXI. Les he dicho que tienen que estudiar un poquitín de historia, especialmente la más cercana a nosotros, para poder vislumbrar en estos libertadores, la figura de siempre: la de dictadorzuelos de salón, que acaban convirtiendo sus propuestas de reforma económica en la más absoluta de las pobrezas y miserias que jamás pudiera imaginarse. Por eso son sus ídolos los nuevos tiranos de la nueva izquierda, que han empobrecido países enteros y han acabado con las libertades más elementales.
Yo tengo ya muchos años y veo en los ojos de este neo-eurodiputado una ambición ilimitada que –de tanta sed–, no puede disimular las ganas de beber. Ya quisiera verse ungido como Presidente de España (del Gobierno o de la República, da igual) dictando normas y promulgando decretos que acabaran con todo el Sistema, menos con el palo y el euro que deben quedar bajo sus pies, para no caerse. He visto esos ojos de ambición en sus primeras palabras en el Europarlamento (criticando al Europarlamento), en las tertulias, en las entrevistas, en los insultos cuando se ve acorralado, en la demagogia verbal bien aprendida en sus negados contactos con el chavismo, o en sus archinegadas conversaciones con el terrorismo y cómo no, en su ya primera propuesta de amordazamiento de la prensa adversa y de todo aquel que no esté dispuesto a claudicar ante él.
Pero lo que más me ha llamado la atención (aunque ya lo esperaba, claro está) es que una de sus primeras declaraciones ha sido dejar claro ante el mundo que le escucha arrobado, que él es pobre, que ama la pobreza y que todo lo que hace, lo hace en pobreza: no sé cuántos miles de euros no irán a parar a sus bolsillos, los privilegios los ha eliminado, no se alojan en los hoteles del centro de Bruselas, sino que comparten habitación cinco eurodiputados en un hostalete de las carreteras más alejadas de la ciudad. Claro que luego tendrán que llamar a un taxi para que los lleve al Centro. Pero bueno, eso es otro tema. Y mientras canta la pobreza como si fuera un juglar del Languedoc o un trovador medieval, las revistas se lo rifan, las cadenas televisivas se lo disputan, los partidos de izquierda que habían llegado antes que él lo intentan imitar, la derecha se acompleja y justifica y todos, todos, todos…. lo adoran. Y él, se siente cómodísimo, siendo el pobre del año.
No sé por qué –les he dicho a mis novicios–, esta música me suena y este populismo de pobreza que rechaza todo lo establecido hasta ahora, me resulta familiar.
Cuando Santiago y Juan gritaron con entusiasmo ¡Podemos!, estaban justamente en el polo contrario al que acabamos de describir. Lo decían contestando a la pregunta que les hizo el Señor: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Querían decir con ello que nada ni nadie les podría separar de su fidelidad a la persona de Jesucristo.
Este grito no pretendió acabar con los Sistemas entonces vigentes, sino con el pecado. Y por eso, andando el tiempo, estos dos discípulos darían la vida anunciando la buena nueva y la doctrina. No tuvieron que pensar en hacerse centuriones para derrocar desde dentro al Imperio Romano, ni en introducirse en la casta de los fariseos para acabar con el Sanedrín; tampoco tuvieron que dar ruedas de prensa para declararse pobres ante la humanidad. Sencillamente lucharon contra la corrupción del pecado en sus mismas vidas. Como el Señor mismo, que se entregó y vertió Su Sangre para destruir el pecado y redimirnos.
Esto le decía yo a los novicios, porque les veo ensimismados con todo lo que suena a destrucción del Sistema, en un alarde de anarquismo eclesial, que pretende acabar con todo, en lugar de luchar contra la verdadera corrupción, que si no me equivoco el mismo Jesucristo la personificaba en el pecado. Por eso les decía a los fariseos que ellos eran hijos del Diablo, porque eran esclavos del pecado. La promoción del derrumbe de la Ley Natural en todas sus formas y expresiones, no preocupa a los populistas de turno, mientras que sí que andan obsesionados por la ecología o la utilización de los recursos naturales. Qué paradoja.
Así que al final les he dado un consejo de oro: Muchos tenéis que espabilaros, queridos hermanos. Santiago evangelizó España y supo sembrar la fe profunda y consistente que luego evangelizó América, y que dio tantos mártires y santos.
Aquellos chicos del ¡podemos! de entonces, no eran los del podemos de hoy. Ni en la política, ni en la Iglesia.
Fray Gerundio