Sucede, sin embargo, que cuando he intentado -de nuevo- responder a la pregunta de por qué la Religión católica es la verdadera, me he percatado de que dar una respuesta -lo más completa posible- era una tarea bastante ardua, que requeriría de muchas entradas en este blog. Así que, aun cuando tengo en mi mente el hacerlo, voy a hacer uso tan solo de dos entradas. En ésta haré algunos matices que creo que son importantes y en la siguiente me limitaré -con algún ligero retoque- a escribir, sin más, la segunda parte de la contestación que le di a mi amigo por e-mail: ciertamente es más corta, y soy consciente de que queda incompleta; pero, por otra parte, pienso que por muchos estudios que se hagan al respecto, siempre quedarán cosas por decir, como no puede ser de otro modo, máxime en el presente caso en el que nos estamos refiriendo a las Sagradas Escrituras. Pero es que, además, aun cuando se tuviera todo el conocimiento posible, no valdría de nada si no se tiene fe. Ésta es la condición fundamental - la fe - sin la cual es imposible tener la seguridad absoluta de que, en efecto, la Religión Católica es la verdadera.
De ahí que, cuando proclamamos el Credo en la Santa Misa, decimos: "CREO en la Iglesia" ... pues la Iglesia es verdaderamente un misterio, sólo accesible -en la medida en la que esto es posible en esta vida- a aquellos que -ayudados por la gracia, que nunca faltará a quien la pida sinceramente- se han dejado penetrar por las palabras de Jesús y que, como hacía nuestra Madre, la Virgen María, las meditan continuamente -y sin cansancio- en su corazón.
La pregunta que me hace mi amigo está relacionada con el "diálogo" con las demás religiones, un "diálogo" al que ya me he referido . Tal "diálogo" es imposible si supone, por parte de la Iglesia -como parece que es el caso- el que ésta ceda en verdades fundamentales. Como decía otro amigo mío: "¡Eso es imposible ... y, además, no puede ser! ... porque entonces la Iglesia perdería su propia identidad... En otras palabras, se destruiría a sí misma y desaparecería, puesto que el Mensaje recibido por su Fundador habría sido adulterado, tergiversado y cambiado ... Lo que quedara -si es que se pudiera decir que habría quedado algo- no sería ya la Palabra de Dios -que es Verdad, Espíritu y Vida -, sino palabras vacuas de hombres de inteligencia corrompida ... o sea, ¡absolutamente nada! ... sólo mentira y confusión.
Como digo, caer en la cuenta de que la Religión Católica es la verdadera sólo es posible mediante la fe. La misión que Jesucristo dio a sus apóstoles, poco antes de subir a los cielos, fue muy clara: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar TODO cuanto os he mandado" (Mt 28, 19-20b). Es preciso, pues, anunciar el mensaje de Jesucristo a todas las gentes. Se trata de un mandato expreso: Dios ha venido al mundo, en Jesucristo, para que el mundo se salve por Él, creyendo en Él, pues "en ningún otro hay salvación" (Hch 4,12).
Así nos lo cuenta el autor de la carta a los Hebreos: En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el Universo. Él, que es resplandor de su Gloria e impronta de su sustancia y que sustenta todas las cosas con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó en los cielos a la diestra de la Majestad (Heb 1, 1-3).
De modo que lo primero que debemos de tener muy claro, en la mente y en el corazón, es que Jesucristo, que se hizo realmente uno de nosotros y que, por lo tanto, es verdadero hombre, también es verdadero Dios, el Único Dios: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). "Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí; y si no, creed por las obras mismas" (Jn 14,10). La obra fundamental, en la que se hace patente la divinidad de Jesucristo es su Resurrección: "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que durmieron" (1 Cor 15,20). Por eso nos fatigamos y luchamos con la esperanza puesta en el Señor, "pues Dios no es injusto para olvidarse de vuestras obras y del amor que habéis mostrado a su Nombre en el servicio que prestasteis y prestáis a los santos" (Heb 7,10). ¿Qué sentido tendría, si no, nuestra lucha, si todo acabase con la muerte? Y esa es la razón por la que - así lo dice San Pablo- "si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,19). De modo tal que "si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos" (1 Cor 15,32) [la expresión citada en rojo es del profeta Isaías: (Is 22,13)]. Decía el famoso escritor ruso Fédor Dostoyevski que "si Dios no existe, todo está permitido". Y así es: las mayores aberraciones -de todo tipo- en la historia de la humanidad se han dado, precisamente, en el mundo pagano y ateo que se ha erigido a sí mismo como Dios (las más recientes las tenemos en los campos de concentración nazi y en los gulags comunistas, por citar algún ejemplo que todos conocen) ... ¡y es preocupante que el mundo actual va camino de la apostasía universal!
Dando por sentado como un DATO HISTÓRICO CIERTO, la divinidad de Jesucristo (dato apoyado por infinidad de testimonios escritos de personas dignas de toda confianza); conociendo, además, que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos" (Heb 13,8), puesto que es Dios; y sabiendo, por lo tanto, que "todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1,3), sólo resta admitir -lo que es de sentido común- que sus palabras poseen siempre actualidad y son válidas para todos los tiempos y todos los lugares. Y en concreto, son válidas para hoy, que es lo que, en este momento, nos interesa. El contenido de la fe está dado ya, de una vez por todas y para siempre. Y nadie (y al decir nadie quiero decir NADIE) puede cambiarlo. En palabras del apóstol Pablo: "Aunque nosotros o un ángel del cielo, [¡o el mismo Papa! -diría yo] os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1,8), es decir, ¡maldito!.
Sólo Jesucristo, que es Dios, puede decir con verdad: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán" (Mt 11,35). Y sólo de su divina boca han podido surgir estas sublimes y maravillosas palabras: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14,6). "Mis Palabras son Espíritu y Vida" (Jn 6,63). Todas estas frases no se entienden si Jesucristo no es Dios ... a menos que sea un farsante, pero está demostrado que no es así ... Su Resurrección de entre los muertos es la prueba más concluyente de su Divinidad.
La Iglesia Católica, instituida por Jesucristo, tiene que dar testimonio de Él, sin avergonzarse de sus palabras y predicando íntegro el Mensaje. Es cierto que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16,18), pero eso no nos exime de la responsabilidad que tenemos de "consolar a cuantos están afligidos con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios" (2 Cor1,4). En ese sentido somos imprescindibles para Dios. Él cuenta con nosotros para realizar SU obra en el mundo.
Al ser Dios el autor de la Verdad Revelada, contenida en las Sagradas Escrituras, en particular en el Nuevo Testamento, sus palabras siempre son actuales, como ya se ha dicho. Y hoy más que nunca. El mundo necesita oír el Mensaje auténtico que viene sólo de Dios, manifestado en Jesucristo... ¡pero no lo oye! ... Se necesitan buenos pastores que hablen al pueblo cristiano de Jesucristo... Sin embargo, Jesucristo es cada vez menos conocido ... entre otras cosas, porque no abundan esos buenos pastores; más bien, con demasiada frecuencia, nos encontramos con malos pastores (lobos disfrazados de ovejas) que predican un mensaje que no es la Palabra de Dios, sino que es mundano. [Y, por desgracia, muchas veces, lo hacen impunemente, sin ser amonestados por sus superiores]
Hacen falta pastores como Jesús quien "al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9,36). El mundo está necesitado de buenos pastores. ¿Qué podemos hacer? Como siempre, el Señor no nos deja solos y nos da la respuesta precisa en el momento preciso: "Entonces dijo a sus discípulos: 'La mies es mucha, pero los obreros pocos. ROGAD, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies' " (Mt 9,37). ¿Por qué la oración es el remedio? Pues porque el que ora posee la misma fuerza de Dios. Es Dios quien actúa y quien pone solución a todo, pero aunque conoce todas nuestras necesidades quiere que le pidamos, que contemos con Él y hablemos con Él, como un amigo habla con otro amigo; en este caso, se trata de hablar con el Amigo (con mayúscula), que siempre está disponible y nos escucha, dándonos siempre aquello que necesitamos, aunque no coincida con lo que le pedimos: "Bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis" (Mt 6,8). Y tenemos la seguridad de que nos concederá siempre lo que más nos conviene.
Él no se olvida de nosotros, aunque bien es verdad aquello que decía el profeta Isaías, refiriéndose a Dios: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos" (Is 55,8). Lo que nosotros pensamos que es lo mejor no siempre es así; y al revés. De ahí la necesidad de la confianza en la Providencia: "Así que no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis ansiosos. Porque son las gentes del mundo las que se afanan por estas cosas. Bien sabe vuestro Padre que las necesitáis. Buscad ante todo su Reino que esas otras cosas se os darán por añadidura" (Lc 12, 29-31). Y también: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11,13)
Dada la tremenda actualidad de la palabra de Dios, cuyo seguimiento es el único camino que existe para alcanzar la felicidad -la felicidad verdadera, se entiende-, es de urgencia vital que la Iglesia no capitule ante el mundo: es el mundo el que debe abrirse a la Palabra de Dios, manifestada en Jesucristo, Nuestro Señor y, de ese modo, encontrar la paz (la paz de Cristo, no la que da el mundo). Cualquier otro camino que se siga está abocado al más rotundo fracaso. Ahí están las palabras del Señor: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6,26). Y las del apóstol Santiago: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? Por tanto, quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4,4)
(Continuará)