Lo señalado anteriormente es muy importante, porque la fidelidad y la obediencia de un católico es debida sólo a Cristo y al Papado como Institución que Él fundó, constituyendo como primer Papa al apóstol Pedro: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré MI IGLESIA" (Mt 16, 18). La misión del Papa es la de guardar el depósito recibido (1 Tim 6,20). Las Sagradas Escrituras y la Tradición de la Iglesia multisecular (fiel intérprete de la Palabra Revelada) son la base sobre la que debemos edificar nuestra vida como católicos que, si lo somos es por pura gracia de Dios y no por nuestros méritos personales.
Nadie puede cambiar la doctrina que ha recibido por otra diferente: "Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado ¡sea anatema!" (Gal 6,8). Y continúa, acto seguido: "Como hemos dicho, y ahora vuelvo a decirlo, si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema!" (Gal 6,9). La palabra anatema significa maldito de Dios (excomulgado).
San Pablo insiste en este punto que es central para la supervivencia de la Iglesia como la auténtica Iglesia, aquella de la que dijo Jesús que "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18b). Y así será, por mucho que sea combatida: "El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35).
De modo que nadie -absolutamente nadie- (¡y el Papa menos que nadie!) puede cambiar un ápice acerca de la doctrina que ha recibido (¡que no es suya!). Los dogmas definidos, de una vez para siempre, por la verdadera y única Iglesia, que es la Católica, son intocables. No debemos olvidar que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos" (Heb 13,8)
Esa labor "pastoral" (de apertura al mundo y de "aggiornamiento") que comenzó hace ya más de cincuenta años con el Concilio Vaticano II (y que-sin duda- habrá sido realizada con la mejor de las intenciones), sin embargo, ha producido frutos nefastos. Esto son hechos indiscutibles, el más importante de los cuales, a mi entender, es que el número de católicos que conocen su fe ha disminuido de modo alarmante ... porque ya no se les habla de Jesucristo ... y no se les habla de Jesucristo porque una gran mayoría de los que tienen la misión de hacerlo no creen ya en Jesucristo ... sino en "otra cosa", en algo que nada tiene que ver con la Palabra de Dios contenida en los Evangelios y Revelada en Cristo Jesús para nuestra salvación.
Son muchos los "católicos" que se han dejado llevar por los "malos pastores" y que están, por lo tanto, fuera del Camino y alejados del único verdadero Pastor que es Jesucristo, aquel que conoce a sus ovejas y que es conocido por ellas, según dice san Juan: "Yo soy el buen Pastor; conozco las mías y las mías me conocen a Mí" (Jn 10, 14). Se trata de ovejas que han pasado a pensar como el mundo y a actuar con los criterios del mundo, criterios que son incompatibles con la fe ... "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?. Por tanto, el que desee ser amigo de este mundo, se hace enemigo de Dios" (Sant 4,4). Hay muchos "católicos" que piensan que lo son cuando, en realidad, hace ya mucho tiempo que dejaron de serlo ... porque aquello en lo que creen no tiene nada que ver con lo que la Iglesia infalible siempre ha dicho, a lo largo de casi dos mil años.
Por eso el católico de hoy, y esto con más urgencia que nunca, tiene la obligación de conocer su fe, su verdadera fe, acudiendo a los buenos pastores, que siempre los hay, aquellos que, de verdad, se preocupan por sus ovejas y que, como su Maestro, están dispuestos a dar su vida por ellas. Y leyendo, y meditando, en la presencia de Dios (a ser posible delante del Sagrario) la Sagrada Biblia, en particular el Nuevo Testamento, a cuya luz puede comprenderse el Antiguo. De no hacerlo así, corre el riesgo -y más que riesgo- de perderse entre el marasmo de falsas ideas que están en el ambiente y la confusión que reina en casi todos los ámbitos, también los religiosos.
Por desgracia, hay "pastores" que han claudicado y de los que se podría decir, sin miedo a equivocarnos, que han acabado perdiendo la fe; y así resulta que no predican a Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre, sino "doctrinas" humanas, que nada tienen que ver con la verdadera Palabra de Dios, contenida en los Evangelios.
Esa es una de las razones -y no la menos importante- por las que hay tan poca asistencia a misa entre los cristianos: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31). Al faltar la fe se enfría la caridad. Y Jesús no seduce a los jóvenes porque no se predica sobre Él ... ¡no lo conocen y están perdiendo lo más maravilloso de la vida! ¿Por qué, si no, surgen hoy tan pocas vocaciones entre los jóvenes? ¿Es que Dios ha enmudecido y no llama ya a nadie a embarcarse en la gran aventura que supone seguirlo?...
¡Dios sigue llamando ... pero son muchas las distracciones que nos impiden oírlo! Necesitamos hacer silencio en nuestro corazón. Y leer el Evangelio junto al Sagrario, con total disponibilidad y sin ningún temor a lo que Él nos quiera pedir. Necesitamos oír su Voz, su auténtica voz, no aquellas "voces que aturden" y que, en realidad, nos alejan de Jesús, aunque no paren de hablar de Él, porque lo que nos presentan es un Jesús desfigurado, un Jesús que es pura invención humana. Nos ocultan al Jesús verdadero, el que aparece en los Evangelios, el único que puede conmover los corazones, sobre todo los de los jóvenes, que suelen ser los más generosos y los más dispuestos ...
Lo que subyuga, lo que atrae, lo que seduce, lo que llena el alma, lo único capaz de hacernos felices, ya en este mundo, con la máxima felicidad de la que aquí somos capaces, es sólo, única y exclusivamente la figura y la Persona de Jesucristo. Lo que ocurre, para nuestro mal y nuestra desgracia, es que los jóvenes no conocen a Jesús ... no lo conocen porque no oyen hablar de Él pues lo que oyen, con demasiada frecuencia, no es su Palabra, la cual suele ser escamoteada, en el mejor de los casos. Y si no lo conocen, ¿cómo se van a enamorar de Él? En muchas "pastorales" se ha cambiado la fe en Jesucristo por la fe en el hombre, pensando que así van a atraer más gente: ¡craso y grave error, que está teniendo consecuencias muy graves!
Este mundo sólo pueden salvarlo los santos; y todos los cristianos estamos llamados a la santidad, es decir, a conformar nuestra vida con la vida de Jesús. Pero, ¿cómo será eso posible si no nos hemos encontrado con Él, si no lo conocemos, si nadie nos ha hablado de Él? De ahí la importancia de adquirir una mayor formación en el conocimiento de nuestra fe, la fe de la Iglesia de veinte siglos -que está siendo olvidada- la única fe que puede vencer al mundo (1 Jn 5,4). Y luego -y sobre todo- la gran receta que Jesús mismo nos dio para estos casos, y en realidad, para todos: la oración: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. ROGAD, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Lc 10, 2). La oración es la debilidad de Dios y la fuerza del hombre. Si le rogamos insistentemente, con confianza plena y sin ningún resquicio de duda, Él nos escuchará y hará que surjan esos santos que la Iglesia de hoy tanto necesita para sobrevivir.
(Continuará)