Reproduzco aquí un artículo de Cesáreo Marítimo, quien escribe en el blog Germinans germinabit. Y lo reproduzco íntegro, porque me parece preocupante la deriva que está tomando el Opus Dei, cada vez más alejada, al menos en apariencia, tanto de la de su fundador San José María Escrivá de Balaguer como de la del beato Alvaro del Portillo.
Tenemos muy reciente el caso de Monseñor Liviéres, miembro del Opus Dei, depuesto por el Papa Francisco de su cargo al frente de la diócesis de Ciudad del Este, en Paraguay, por razones de fidelidad a la Tradición, y al que han dejado en la estacada, señalando que sus declaraciones son de su entera responsabilidad; y no importando si lo que ha dicho es o no es verdad. Sinceramente, no lo acabo de entender. Y luego está el siguiente artículo, del que dejo el enlace, en donde aparece monseñor Mariano Fazio como acérrimo defensor del Papa: "La Obra -dice- está para servir a la Iglesia, siguiendo el camino que marca el Papa". Mi querido monseñor, con todos mis respetos, el Papa puede equivocarse; e incluso incurrir en herejía. ¿También, entonces, habría que seguir al Papa? Esa idea de que todo lo que el Papa dice es "palabra de Dios" es completamente errónea. Si se acepta a rajatabla se incurriría en una idolatría, a la que podríamos llamar "Papolatría". Sólo si el Papa está en comunión con la Iglesia de siempre y no intenta alterar la doctrina, se le debe fidelidad y obediencia. Hay que hablar, entonces, para expresarse con rigor, de fidelidad al Papado ; y ésta sí que debe de ser total.
Monseñor Fazio, nuevo Vicario General del Opus Dei |
Se está dando estos días extensa circulación a un artículo que escribió monseñor Fazio en Clarín hace 3 años. El párrafo más llamativo de ese artículo, y el que ha levantado más comentarios, es el que sigue: “Vivimos días de búsqueda, en los que palabras como indignación, revuelta, manifestación, insatisfacción, poseen una especial resonancia. La sociedad de consumo no logra saciar al hombre, y los jóvenes lo denuncian. Ese es nuestro eclipse. Sin embargo, los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes, queremos gritar con fuerza lo mismo que hace tantos años “¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!”. No queremos ceder al cinismo o al conformismo.”
¿Tiene sentido poner en tela de juicio la idoneidad de este monseñor por haber escrito estas palabras? La lástima, una verdadera lástima, es que sí tiene sentido lamentar estas palabras de monseñor Fazio, porque son nada más y nada menos que el grito de guerra de la Ilustración contra la Iglesia. Y que un miembro destacado de la Iglesia al que se le ha destacado más aún como altísimo dirigente de la misma, utilice como santo y seña de su apostolado el grito de guerra contra la Iglesia, es ciertamente preocupante. Parece que últimamente a la Iglesia le están creciendo los enanos. ¿Qué hace un supuestamente respetable monseñor, abanderando la supuesta modernización de la Iglesia con el grito de guerra de sus más feroces enemigos?
Siendo ésta una maniobra genial de la masonería contra la Iglesia, siendo tan cierta la autoría de esa frase, algunos se han apresurado a relacionar a monseñor Fazio con esta sociedad secreta; porque efectivamente la Iglesia está infiltrada por la masonería y por otras organizaciones que persiguen su destrucción. Pero para soltar semejante desatino no se necesita ser masón: basta ignorar la historia del pensamiento anticristiano. Basta ignorar la relación entre la revolución francesa y el exterminio de católicos en la Vendée (una carnicería tan atroz que ha sido ocultada cuidadosamente por la historia oficial).
La Ilustración, que alimentó ideológicamente a la revolución, quiso ocupar el lugar de la Iglesia no atacándola y destruyéndola directamente (que también), sino compitiendo con ella en la búsqueda del bien del pueblo. Por eso desbancó a Dios (al que desfiguró y descristianizó con el nombre de “El Ser Supremo”) y en su lugar colocó al hombre cuya inclinación natural era la bondad, según el "Emilio" de Rousseau. Y como por naturaleza era bueno, no necesitaba para nada la bondad de Dios. Al hombre de la Ilustración y de la Revolución francesa bastaba ofrecerle, como dice monseñor Fazio, ideales grandes para que con el fuego de esos ideales transformase el mundo. Es lo mismo que hicieron luego el socialismo y el comunismo: buscar el bien del hombre, pero no sólo sin Dios, sino contra Dios. Y no nos han faltado clérigos que abrazasen esos movimientos que así promovían la fraternidad convertida en solidaridad.
¿Acaso no hubiesen sonado igual de bien las palabras de monseñor en el periódico de Marat (¡El amigo del pueblo!) o en boca de Robespierre o en los escritos de Rousseau? “Vivimos días de búsqueda, en los que palabras como indignación, revuelta, manifestación, insatisfacción, poseen una especial resonancia. El pueblo de París le hubiese aplaudido a rabiar. La sociedad de consumo no logra saciar al hombre, y los jóvenes lo denuncian. Ese es nuestro eclipse. Cambiemos la “sociedad de consumo” por “la sociedad feudal” y seguirán resonando los aplausos de los hombres de la revolución. Sin embargo, los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes, queremos gritar con fuerza lo mismo que hace tantos años “¡Libertad, Igualdad,Fraternidad!”.
Una maniobra más de acercamiento al mundo, sin duda. Son los signos de los tiempos. Estamos exhibiendo un amor tan intenso al pecador, que finalmente compartimos con él hasta el pecado. De hecho es el amor más perfecto. ¿Cómo podemos decir que amamos sinceramente al pecador si detestamos su pecado? Dos que se aman intensamente no se miran el uno al otro, sino que miran ambos en la misma dirección. Es que dejarse atraer por el pecador y pegar nuestro corazón al suyo sin que esto degenere en apego también a su pecado, sólo está al alcance de cristianos muy acrisolados, con una intensa vida interior que los mantiene unidos a Cristo. Pero no es ése el modelo que hoy se lleva, no es el más frecuente, sino el que nos indica el lema de la revolución francesa. Ejercer el bien pero sin Dios. El nuevo estilo de la Iglesia (no tenemos más que ver la laicización de Cáritas y de la mayoría de oenegés católicas): ni se les nombra a Dios, ni se les bendice en nombre de Dios, no vaya a ser que se sientan ofendidos los no creyentes a los que sirve la Iglesia.
Y así tenemos que el clérigo que afirma que “queremos gritar con fuerza ¡Libertad, Igualdad,Fraternidad!”, porque “los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes”, ha sido ascendido a uno de los más altos niveles directivos de la Iglesia. Ideales grandes son para este clérigo la “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de la Ilustración y de la revolución Francesa. Ciertamente, cada una por separado son tres grandes virtudes. ¿Pero juntas y exactamente en ese orden? ¿De verdad que no ha sido capaz ese clérigo de encontrar en el Evangelio otros “ideales grandes” que no sean los que promovió la masonería? Es como si la Iglesia se dedicase hoy a promover como sus grandes ideales la Eugenesia y la Eutanasia. ¿Acaso no son cosas buenas y santas nacer bien y morir bien? ¡Claro que lo son! Pero no con el significado perverso que le da el mundo al “nacer bien” y al “morir bien”: un significado tan perverso como el que le dio al grito de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
Si con estos bueyes hemos de arar, ¿cuál será la cosecha?
Cesáreo Marítimo
¿Acaso no hubiesen sonado igual de bien las palabras de monseñor en el periódico de Marat (¡El amigo del pueblo!) o en boca de Robespierre o en los escritos de Rousseau? “Vivimos días de búsqueda, en los que palabras como indignación, revuelta, manifestación, insatisfacción, poseen una especial resonancia. El pueblo de París le hubiese aplaudido a rabiar. La sociedad de consumo no logra saciar al hombre, y los jóvenes lo denuncian. Ese es nuestro eclipse. Cambiemos la “sociedad de consumo” por “la sociedad feudal” y seguirán resonando los aplausos de los hombres de la revolución. Sin embargo, los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes, queremos gritar con fuerza lo mismo que hace tantos años “¡Libertad, Igualdad,Fraternidad!”.
Pues de eso se trata, según monseñor Fazio, de gritar lo mismo que hace tantos años. De robarles la doctrina que usaron para expulsar al cristianismo de Europa. Y ahora que prácticamente lo han conseguido, ahora que en una parte importantísima de Europa sólo quedan sacerdotes muy ancianos cuya única misión parece ser la de ayudar a bien morir a la Iglesia en su territorio, precisamente ahora viene un alto jerarca de la Iglesia a hacer suyo el lema que emplearon sus mayores enemigos para acabar con ella.
Una maniobra más de acercamiento al mundo, sin duda. Son los signos de los tiempos. Estamos exhibiendo un amor tan intenso al pecador, que finalmente compartimos con él hasta el pecado. De hecho es el amor más perfecto. ¿Cómo podemos decir que amamos sinceramente al pecador si detestamos su pecado? Dos que se aman intensamente no se miran el uno al otro, sino que miran ambos en la misma dirección. Es que dejarse atraer por el pecador y pegar nuestro corazón al suyo sin que esto degenere en apego también a su pecado, sólo está al alcance de cristianos muy acrisolados, con una intensa vida interior que los mantiene unidos a Cristo. Pero no es ése el modelo que hoy se lleva, no es el más frecuente, sino el que nos indica el lema de la revolución francesa. Ejercer el bien pero sin Dios. El nuevo estilo de la Iglesia (no tenemos más que ver la laicización de Cáritas y de la mayoría de oenegés católicas): ni se les nombra a Dios, ni se les bendice en nombre de Dios, no vaya a ser que se sientan ofendidos los no creyentes a los que sirve la Iglesia.
Y así tenemos que el clérigo que afirma que “queremos gritar con fuerza ¡Libertad, Igualdad,Fraternidad!”, porque “los hombres y las mujeres de hoy no renunciamos a los ideales grandes”, ha sido ascendido a uno de los más altos niveles directivos de la Iglesia. Ideales grandes son para este clérigo la “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de la Ilustración y de la revolución Francesa. Ciertamente, cada una por separado son tres grandes virtudes. ¿Pero juntas y exactamente en ese orden? ¿De verdad que no ha sido capaz ese clérigo de encontrar en el Evangelio otros “ideales grandes” que no sean los que promovió la masonería? Es como si la Iglesia se dedicase hoy a promover como sus grandes ideales la Eugenesia y la Eutanasia. ¿Acaso no son cosas buenas y santas nacer bien y morir bien? ¡Claro que lo son! Pero no con el significado perverso que le da el mundo al “nacer bien” y al “morir bien”: un significado tan perverso como el que le dio al grito de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
Si con estos bueyes hemos de arar, ¿cuál será la cosecha?
Cesáreo Marítimo