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jueves, 8 de enero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (2) [Modernismo y autoengaño]

El gran peligro que se cierne hoy sobre el mundo es el del modernismo, que se ha infiltrado también en la Iglesia y que amenaza con destruirla, desde dentro. El papa San Pío X lo calificaba, en su encíclica "Pascendi", como la suma de todas las herejías. 

Y es que los modernistas rechazan todo lo sobrenatural, comenzando por la propia divinidad de Jesucristo. De la historicidad de los Evangelios, que está más que probada, se pone en duda el testimonio de los Apóstoles, plasmado en los Evangelios, como si ellos se hubieran inventado lo que allí hay escrito. Y no es así. San Juan lo expresa con total claridad: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de Vida (...) os lo anunciamos también a vosotros" (1 Jn 1-3). Y, además, ¿cómo es posible que dieran su vida, en martirio, por algo que ellos mismos ingeniaron? No tiene ningún sentido. 




Pero cuando se ha decidido no creer, como ocurre en el caso de los modernistas, siempre se buscan y se encuentran "argumentos" que "avalen" la decisión tomada, en un intento de justificar lo injustificable, a base de mentiras. El método que usan comúnmente es el retorcimiento de la "retórica", en la que suelen ser muy "buenos" maestros. Son capaces de hablar durante mucho tiempo y no decir, prácticamente, nada. Incurren en contradicciones, pero las adornan para que no lo parezcan. 


Propiamente hablando no tienen argumentos sólidos a partir de los cuales defender sus tesis. Si los hay son muy pobres, y fáciles de rebatir. Por eso nunca entran en ese terreno. en el que saldrían vencidos, pues no es el interés por la verdad lo que les mueve sino tan solo su propio interés. Se mueven en la mentira, como pez en el agua. Y así engañan a muchos, pues acaban creyéndose sus propias mentiras.

Ante cualquier intento de rebatirlos con argumentos lógicos y coherentes su única defensa -pues no tienen otra- se limita a descalificar a quienes los contradicen, llegando incluso al insulto, si es necesario. Todo esto lo hacen para no verse en la tesitura de tener que dar algún tipo de respuesta, pues no sabrían hacerlo, al no tener argumentos sólidos, en cuyo caso se descubriría su mentira, lo cual procurarán evitar como sea. Llevan muy bien a la práctica la frase, atribuida a Nicolás Maquiavelo de que "el fin justifica los medios".

Su táctica preferida consiste en apelar a los "sentimientos" de la gente y no a su "razón". Pese a su cinismo, conocen bastante bien la naturaleza humana y saben perfectamente que siempre habrá gente que los escuchará. Y que, además, serán muchos, pues muchos son -por desgracia- los que prefieren la mentira a la verdad: "Ellos son del mundo: por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los escucha" (1 Jn 4, 5).  


Aducirán que sus palabras han sido tergiversadas; o que no querían decir lo que todo el mundo entendió que dijeron; que se les había interpretado mal; y que ellos actúan con rigor científico (lo que es falso y fácilmente demostrable) y movidos por el deseo de conocer la verdad (lo que supone un grado de cinismo difícil de superar). De este modo, se granjean el favor de la gente (que suele ser, con frecuencia, bastante ignorante), adoptando el papel de víctimas y lanzando la pelota al contrario, a quien insultan y difaman, pero -eso sí- siguen sin definir lo que piensan y lo que realmente se proponen

Aparecen como defensores de lo bueno cuando, en realidad de verdad, ocultan sus auténticas intenciones, que son pérfidas y mentirosas. Son expertos en el arte de la careta y de la fachada exterior, y teniendo en su favor prácticamente todos los poderes mediáticos, fingen (muy bien, por cierto) "bondad" y "comprensión" por todos y hacia todos. Y así engañan a muchos ... aunque es preciso decir que sólo serán engañados realmente aquellos que hayan optado en su corazón por la mentira. El que ama la verdad (¡de verdad!) puede tener la seguridad de que no será engañado.

Éste es uno de los grandes peligros a los que debemos de hacer frente: Si el mal apareciera con su verdadero rostro, nadie lo admitiría y todos lo rechazarían. Y puesto que el mal no tiene consistencia en sí mismo y necesita del bien para parecer atractivo, hará uso de todos los recursos a su alcance -conociendo los puntos flacos de la naturaleza humana- para aparecer como bien, aun no siéndolo. Que es lo mismo que ocurre con la mentira, que necesita de la verdad para poder actuar. A nadie le gusta que lo engañen, pero los modernistas son muy hábiles en el arte de hacer pasar por verdad lo que claramente es falso y mentira.


De igual modo, también la fealdad requiere de la belleza. De toda la vida, el auténtico arte, que es belleza, tiene el poder de atraer. Esa atracción es connatural a toda belleza, sea cual fuere el modo en el que ésta se manifieste: música, pintura, escultura, buenos libros, etc... El falso arte, en cambio, repele, aburre, nos deja vacíos. Curiosamente éste es el que está hoy de moda. Y se exhibe en los museos como si se tratase de auténtico arte: el "feísmo" actual se ha transformado en arte.


Es más: el que se atreva a decir que es incapaz de apreciar esa "belleza", ipso facto, es considerado inculto. Y la mayoría de la gente, con tal de no aparecer como ignorantes ante los demás, muestra su "admiración" por este "arte" que, en realidad, no entiende. De nuevo el poder de la apariencia. Esta especie de "adoración" por el falso arte, por la fealdad -en definitiva- es un síntoma más del extremo al que estamos llegando en nuestra apreciación de la realidad. 

Soy consciente de que no ocurre así en todos los casos, por fortuna...[ ¡aunque abundan! ] y que quedan aún muchos que no han perdido su sensibilidad y que, si son sinceros consigo mismos, percibirán -muy pronto- que algo no funciona. 

Sería suficiente con que se dejaran ganar por la sencillez y por la verdad: que adquiriesen de nuevo -si la han perdido- la capacidad de llamar a las cosas por su nombre. Entonces aparecerían a sus ojos las cosas como en realidad son.

Desde la caída de Adán así "funcionamos" los seres humanos ... y esto lo saben muy bien las "cabezas pensantes" del modernismo, que son quienes manejan, en verdad, a la gente, como si fuesen marionetas, haciéndoles creer que lo bueno, lo bello y lo verdadero, se encuentra en lo que cualquier niño pequeño o cualquier persona sencilla, con un mínimo de sentido común, lo vería como lo que es, en verdad: malo, feo y mentiroso. Hay cientos de ejemplos que ilustran lo que digo y que aparecen continuamente en los medios de comunicación. Citaré sólo dos: 


- La gente ya va viendo como algo "normal" -e incluso como señal de "progreso" - que se hable de "matrimonio" entre homosexuales; y dicen, con toda naturalidad, que el vecino Felipe "se ha casado" con su novio Filomeno; o que la farmacéutica Floripondia "se casó el otro día" con su novia Casiopea...¡Como si tal cosa! Y, sin embargo, el matrimonio lo es sólo entre un hombre y una mujer que, al casarse, forman "una sola carne", y cuyos fines son la procreación y el bien de la prole, así como la fidelidad y el amor entre los esposos, hasta que la muerte los separe. Así funciona la naturaleza. Así hizo Dios las cosas. Y la ley natural no se puede cambiar. El intento de hacerlo -y además, justificarlo- es una aberración que, sin lugar a dudas, más tarde o más temprano, pasará cuentas, pues "de Dios nadie se ríe" (Gal 6, 7)

- De igual modo, se habla del aborto "como si tal cosa", con toda normalidad, como un "derecho" que tiene la madre, aduciendo que la mujer es dueña de su cuerpo [lo que es falso de toda falsedad, pues todo lo tenemos como recibido. Y si nadie es dueño de su propio cuerpo, mucho menos lo será del cuerpo de los demás] ¡Y así lo recoge la ley, para colmo! [como si el aborto se convirtiese, de ese modo, en algo bueno siendo, como es, un crimen horrendo]  El error no tiene derechos¿Desde cuándo se tiene derecho  a lo que es intrínsecamente malo? La cuestión del aborto no es opinable. En el aborto tiene lugar el asesinato, con premeditación, de un ser humano, indefenso e inocente; lo que, en sí, es sumamente grave: gravedad máxima, si se tiene en cuenta que se da con el consentimiento de la madre y con el apoyo del Gobierno de turno. Y acto seguido, la hipocresía de llevarnos las manos a la cabeza ante la espiral de violencia y de crímenes que se están produciendo en el mundo: ¡Pero si somos nosotros mismos quienes los fomentamos, con estas acciones! 

¡Actuemos con lógica y coherencia! Y no nos engañemos a nosotros mismos: por más que cambiemos el nombre de las cosas éstas seguirán siendo lo que son. Nuestras mentiras no cambian la gravedad del hecho, por más que cambiemos el nombre del hecho para adormecer así nuestra conciencia. La admisión del aborto como algo normal lleva [aunque esto se niegue] a admitir también como normal cualquier tipo de violencia: robos, violaciones, muertes, etc... [ciertamente, nadie reconocerá como verdadera esta afirmación; y, sin embargo, si se aplica la lógica, tal conclusión no es tan disparatada]. 

No es bueno el autoengaño: por nuestro propio bien, tanto físico como mental, moral, espiritual y sobrenatural. 


(Continuará)