Ningún cristiano, que lo sea de veras, puede tener complejo ante el mundo. De hecho, ha sido en una "matriz cristiana" donde ha tenido lugar de modo efectivo casi todo el desarrollo y el avance del que disfrutamos hoy en día (incluidos la mayoría de los avances técnicos) Ante lo cual -como reacción esquizofrénica y difícil de comprender- nos encontramos con el hecho de que Europa reniega de sus raíces cristianas. Es como si un hijo renuncia de sus padres ... ¡no por eso deja de ser hijo, aunque no quiera a sus padres! Hay evidencias, más que suficientes, acerca de las raíces cristianas de Europa. No hay más que contemplar la infinidad de monasterios, catedrales y obras de arte de motivos religiosos históricos para que el que quiera ver pueda ver. Sin embargo, se niega la evidencia.
No deja de ser curioso, por ejemplo, que la llamada "época oscura" -como se suele denominar a la Edad Media- sea, en realidad [con sus limitaciones y errores, ciertamente, como los hay en cualquier otra época histórica] una de las épocas más luminosas por las que ha atravesado la humanidad, a lo largo de su historia; así lo atestiguan infinidad de documentos que suelen ocultarse; desde luego, fue mucho más luminosa que la época de la Ilustración en el siglo XVIII, el llamado "siglo de las luces", que hizo un "dios" de la razón, aunque de una "razón" que prescindía, muchas veces, de hechos evidentes y del sentido común (y, por supuesto, de Dios); de modo que era, en verdad, más irracional que aquella otra razón a la que combatía porque armonizaba la fe y la ciencia.
[El filósofo más influyente fue el idealista alemán Kant (1724-1804), con su teoría de la moral autónoma. Nadie tiene que decirle al hombre lo que éste tiene que hacer; cada uno tiene su propia autonomía; y decide lo que es bueno y lo que es malo para él. El hombre se convierte en un "dios" para sí mismo. La libertad es, realmente autonomía; y la responsabilidad, si la hay, es sólo ante la propia conciencia. Y los deberes (en cuanto que son una imposición externa) son sustituidos por los derechos (sin deberes, naturalmente). De manera que la Ilustración, en realidad, no acabó a finales del siglo XVIII, pues sus "ideales" siguen vigentes en la actualidad. Para dar una explicación más adecuada -y detallada- de lo que acabo de decir, se requiere de un análisis detenido y riguroso, pero no vamos a entrar en ello en esta entrada del blog. El que desee una mayor información acerca de la Ilustración puede leer el libro "Kant y la Ilustración" de Rafael Corazón González (2004)].
Por cierto: aquí sí que vendría bien una ley de memoria histórica que hiciera honor a la verdad, tanto en lo bueno como en lo malo, y que llamara a las cosas por su nombre. Entonces veríamos por qué digo que la Edad Media fue mucho más luminosa que la época de la Ilustración, en contra de la opinión generalizada (o pensamiento único impuesto). La gente sólo conoce de esa época lo que los enemigos de Dios y de la Iglesia, es decir, los que detentan el poder en este mundo, quieren darle a conocer que, por lo común, suele ser una sarta de mentiras, con algún dato histórico concreto real para que lo falso posea algún viso de credibilidad. Aconsejo la lectura del libro "El espíritu de la filosofía medieval", del gran conocedor de esa época que fue Etienne Gilson. Es altamente esclarecedor y objetivo, nos sitúa de lleno en esa época, sin prejuicios, y está muy bien documentado.
La época en que vivimos sobresale por sus adelantos técnicos pero la gente es muy poco crítica con la información que recibe siendo, por lo tanto, fácilmente manipulable. Las causas de esta recepción acrítica por parte de la gran mayoría de las personas del siglo XXI -y en particular, de los jóvenes de menos de treinta años- son varias. Aunque, a mi entender, una de las más importantes es el hecho -comprobable- de que en la educación que recibieron en su infancia, no se les enseñó a pensar que es, exactamente, lo que sigue sucediendo hoy en día. Y en ese sentido, al menos, la época actual no supone un "progreso" sino un "retroceso" con relación a la mal denominada "época oscura", que es la Edad Media.
Lo que escribo a continuación, entrecomillado, esta tomado del libro "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental", de Thomas E. Woods, Ed. Ciudadela, año 2007; págs 264 y 265. De su lectura se deduce la enorme influencia de la Edad Media en el progreso real. Sobre el tema del progreso se puede leer algo en este mismo blog, pinchando aquí y aquí
Un cristiano jamás tiene miedo del progreso. El auténtico progreso no nos separa de Dios. Más bien es lo contrario. La existencia de Dios puede ser demostrada por la recta razón, si no existe mala voluntad en el corazón del hombre que razona. En cambio, nadie ha demostrado nunca (y repito: ¡nadie!) la no existencia de Dios. Quien diga lo contrario miente como un bellaco. Por eso, los adelantos de la técnica, como todo lo que suponga un mayor y mejor conocimiento de la realidad son siempre bienvenidos, porque son un acercamiento a la verdad ... [¡a Dios, en definitiva!] según decía Jesús: "todo el que es de la verdad escucha mi voz" (Jn 18, 37). El conocimiento de las cosas haciendo un uso recto de la razón, que conduce a la ciencia y a la técnica, cualquier actividad que suponga una mejor comprensión de la realidad, todo ello puede y debe llevar al hombre hasta Dios. La ciencia, en sí misma, no aparta al hombre de Dios: por eso nos encontramos con científicos creyentes y científicos que no lo son. Pero lo que tiene que quedar claro es que el hecho de que un científico sea creyente o ateo no tiene a la ciencia como causa, sino que se debe a una opción personal que el tal científico ha realizado (bien a favor o bien en contra de Dios); y esto vale para cualquiera, sea o no científico.
Ciencia y Religión no sólo no están reñidas, sino que se armonizan en la consecución del mismo fin que es el conocimiento de la realidad; esto es, la posesión de la verdad por parte del hombre ... No tiene absolutamente ningún sentido que la Iglesia se arrodille o se incline ante el mundo, porque es en el seno de la verdadera Iglesia de Cristo donde se halla el máximo progreso posible, tanto a nivel personal como a nivel social.
Cuando se conoce "algo" de Jesús, aunque sea un "poquito" -y si se ama la verdad- se llega al convencimiento inequívoco de que en Él la humanidad ha llegado a su plenitud, a su perfección máxima. Claro está que estamos hablando del Jesús real (y no del inventado por los hombres), el que es perfecto hombre [es un hombre igual que nosotros, además de ser Dios: dos naturalezas, la humana y la divina unidas en una sola Persona divina, el Hijo: misterio insondable de la unión hipostática que se da en Jesucristo] y hombre perfecto, Aquél que más ha amado, que en esto consiste la máxima perfección y el verdadero progreso del hombre: en el amor, entendido éste como tal y como Dios lo entiende, que es tal y como es realmente, a saber, como donación de la propia vida, pues "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Jesús dio su vida por amor a nosotros, a todos y a cada uno. Dado que en Jesús la humanidad llegó a su máxima perfección el hombre se perfeccionará y progresará en tanto en cuanto se asemeje a Jesús y se identifique con Él.
El hombre tiende a actualizar sus potencialidades y a dar de sí todo lo que le sea posible. Esto, que es lo propio de cualquier persona, lo es aún más de un cristiano, y de una manera muy especial, pues "cada cual recibirá la recompensa según su trabajo" (1Cor 3, 8); o lo que es igual, según su amor, manifestado en el trabajo. [Se puede leer, a este respecto, la parábola de los talentos en Mt 25, 14-30)]. El cristiano debe hacer rendir sus talentos al máximo y dar cuenta a Dios de todo lo que haya hecho con su vida, por sí mismo y por los demás, tal como nos dice el apóstol Pedro: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10).
(Continuará)