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La democracia que no respeta los derechos fundamentales y los principios innegociables queda deslegitimada y se transforma en otro tipo de tiranía, mucho peor que la de una dictadura, porque diluye su responsabilidad en el pueblo y no en una persona concreta. Quien esté en el Poder esgrimirá siempre como argumento para justificar su mala gestión o su mal proceder que fue la mayoría del pueblo quien lo colocó en el Poder para que los representara, en lugar de admitir que se ha equivocado o mejor aún, dimitir si considera, con honradez, que no es capaz de llevar adelante su proyecto y que, por lo tanto, no debe defraudar a quienes le votaron.
La libertad será otra farsa porque se aplicará la ley del embudo: libertad sólo para aquéllos que dicen amén a todas las ocurrencias del Gobierno de turno; ataque duro y opresión contra los que discrepan del pensamiento único, el llamado "políticamente correcto", que es el único que será permitido.
De manera que si quitamos la separación de poderes, suprimimos el derecho natural y eliminamos la libertad de expresión, lo que queda de la llamada Democracia, cuando es así entendida, es un Estado injusto, arbitrario y, en definitiva, totalitario: sin libertad y sin justicia no puede haber paz, sino odios, resentimientos, discordias, guerras y empobrecimiento de la Nación, que es lo que ocurre en todos los totalitarismos: Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Rusia, China, etc... que, por cierto, son todos anticristianos y más aún, anticatólicos.
Y si esto es así, ¿qué sentido tiene hablar del voto útil? Útil ... ¿para quién? Un voto tiene sentido cuando quien vota lo hace en conciencia. Y la conciencia de un católico le impide votar a partidos pro-abortistas. De manera que si vemos que el Sistema falla, lo que habría que hacer es cambiarlo por otro o bien, modificarlo y mejorarlo. Lo que no se puede hacer -y, sin embargo, se hace- es votar en contra de nuestra conciencia ... por un miedo muchas veces indeterminado, pero que contriibuye, ineludiblemente, a que el Sistema siga igual, es decir, igual de corrupto ... o más.
La democracia, como cualquier otra forma de gobierno, si se pervierte, deja de ser válida y legítima. De manera que si se quiere mantener el Sistema democrático, porque pensamos que es el más acorde al tiempo en el que vivimos, es preciso que cambiemos la postura del avestruz, que es a la que estamos acostumbrados, por otra más valiente, que se enfrente con la realidad, y que llame a las cosas por su nombre.
No pueden ponerse en tela de juicio aquellos principios que forman parte de la naturaleza humana. Si no hay acuerdo sobre esa base, que debe de ser inamovible, porque responde a la realidad de las cosas, entonces no tiene ya ningún sentido hablar de eliminar la corrupción, o hablar de derechos humanos, de diálogo, etc ... porque todo será una gran mentira y un enorme montaje: desde el momento en que el fundamento tambalea, el edificio entero se desmorona. Y no le demos más vueltas.
¿Qué es lo que queremos, en realidad? ¿Por qué tanto miedo y por qué se cede en aquellos principios, que no son políticos ni consensuables, sino propios de la naturaleza del ser humano y, por lo tanto, intocables?
¿Por qué tomar la mentira acerca de la realidad como base y fundamento para el recto funcionamiento de la sociedad? ¿A qué estamos jugando? El hombre de hoy, representado por los políticos a quienes vota, pretende, por todos los medios, burlarse de la naturaleza (aunque parezca mentira) llamando negro a lo que es blanco, blanco a lo que es negro, malo a lo que es bueno y bueno a lo que es malo ... y así con todo. Y se queda tan pancho, como si nada.
Por otra parte, la sociedad no reacciona, está como adormecida, atontada. Una gran mayoría de ciudadanos, incapaces de pensar por sí mismos (éste es uno de los grandes logros de la LOGSE) deja que sean los demás quienes piensen por ellos. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
(Continuará)