Este artículo está basado en una entrevista hecha a John Vennari, editor del periódico católico Catholic Family News, en el que se explican las razones por las cuales una inmensa mayoría de católicos han perdido su identidad y son incapaces de enfrentarse contra actitudes anti-católicas por parte del gobierno, de los media, e incluso de la misma Iglesia. Aquí nos limitaremos a resumir el contenido de la entrevista sin hacer referencia directa a las palabras de los interlocutores.
Nadie puede amar ni servir lo que no conoce, y mucho menos defenderlo. Uno de los grandes problemas del Catolicismo actual es que sus miembros son incapaces de identificar y mucho menos de responder o enfrentarse a ciertas actitudes y comportamientos tanto de católicos como de no-católicos. El catolicismo ha perdido su identidad como resultado de un proceso de descomposición en el seno de la Iglesia y de una pobrísima labor de catequización a partir del Concilio Vaticano II.
Los católicos necesitamos crecer en nuestra fe y recibir instrucción para poder conocer lo que siempre ha enseñado la Iglesia en materia doctrinal y moral; saber que las verdades enseñadas por el Magisterio son verdades objetivas dadas por Dios, que no cambian, y que no coartan nuestra libertad sino que nos libran de los miles de errores que nos rodean; saber que todas estas verdades de nuestra fe no son sólo un grupo de fórmulas en las que creer, sino que son perfectamente razonables y cohesionadas las unas con las otras. Junto con esto, el católico debe también ser educado en la oración y en los sacramentos, en el modo de recibirlos dignamente y en la reverencia hacia lo sagrado.
Para esto se necesita que la Jerarquía eclesiástica, especialmente la que reside en el Vaticano, tenga entre sus prioridades la de educar al pueblo católico, ofreciéndole buenos maestros en colegios, universidades, seminarios. Para lo cual es preciso que antes haya buenos y santos maestros espirituales, obispos, cardenales, etc.
Sin embargo, desde el Concilio Vaticano II esta estructura ha desaparecido por completo y los católicos ya no son instruidos en su fe. La Iglesia adoptó posturas totalmente contrarias a las anteriores al Concilio. Tal vez lo que más contribuyó a esto fue la idea modernista de que la verdad es susceptible al cambio, y que había que adaptarla al hombre moderno. Se abandonó por completo la precisión de la teología y filosofía tomista a la par que la Iglesia prefirió adherirse a un ecumenismo en el que ya no se trataba de convertir a nadie, sino de converger con todos en Cristo. Los pastores ya no se oponían a los gobernantes que propagaban crímenes contra Cristo y la Ley Natural. Se pasó a dialogar con ellos. A todas luces parecía como si este nuevo espíritu de aggiornamiento hubiera eclipsado la Iglesia de Cristo y la hubiera sumergido en las tinieblas y en la confusión.
Muchas actitudes de gobernantes y políticos que deberían causar respuesta y oposición masiva entre los católicos, pasan totalmente silenciadas por parte de éstos. Por poner un ejemplo, hace unas semanas el Gobernador del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo, declaraba en una entrevista que todos aquellos que se opusieran a la legislación y estuvieran en contra del aborto y del matrimonio homosexual, “no tenían cabida en el Estado de Nueva York.” Esta declaración debió haber recibido la respuesta masiva por parte de los católicos con sus obispos a la cabeza. Sin embargo, no sólo ésta no fue masiva, sino que ni siquiera hubo respuesta. Pero, ¿dónde queda la enseñanza de la Iglesia? ¿Dónde están los Pastores que cuiden de su rebaño?
La Iglesia anterior al Concilio combatía contra la tiranía de los gobernantes y del Estado. Pío XII, por ejemplo, en señal de oposición ante la tiranía Hitleriana, mandó cerrar todas las iglesias, librerías e instituciones católicas cuando Hitler visitó Italia durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy la tiranía opera de modo distinto, pero sigue siendo tiranía.
- Es tiránico un Estado que dice que el asesinato masivo de los no-nacidos está bien, porque así está legislado.
- Tiranía es también obligar a instituciones católicas a financiar la anticoncepción y esterilización, so pena de hacerlas desaparecer.
Y ante esta tiranía en la que el Estado asume total control de la vida íntima de las personas, ¿cuál es la actitud de los Pastores? Ciertamente no es la de Pío XII. Todo lo contrario. Así, por ejemplo, se ve al Cardenal Dolan riéndose y fotografiándose con Cuomo y con Obama, enemigos acérrimos de Cristo.
Aquella actitud combativa de la Iglesia de antaño ha quedado totalmente eliminada y se ha pasado a una actitud de mano tendida al enemigo.
Los Obispos, si quisieran, ciertamente tendrían el poder de hacerse oír, y de parar este tipo de situaciones, o por lo menos de detener ciertos procesos. Lo mínimo que podrían hacer contra estos políticos pseudo-católicos y pro-abortistas es negarles la comunión cuando éstos vienen descaradamente a recibirla –quebrantando así la Ley Canónica y cometiendo un gravísimo sacrilegio.
Sin embargo, la inactividad por parte de la Jerarquía es abrumadora, y los fieles una vez más se quedan sin la doctrina clara de que un pecador público o quien esté en pecado mortal no puede acercarse a la comunión so pena de cometer un sacrilegio. El sacerdote que, sabiendo esto, distribuye la Sagrada Hostia a un pecador público es cómplice en el sacrilegio y también es culpable del pecado de escándalo al mostrar que algo malo es algo bueno. Pero a la Jerarquía actual no parece preocuparle nada de esto.
Lo mismo sucede con el tema de la homosexualidad. A los católicos ya no se les enseña que Dios los creó hombre y mujer, y que el fin del matrimonio y del acto marital es, en primer lugar, la procreación y educación de los hijos y, en segundo lugar, una muestra del amor mutuo de los cónyuges. Sin embargo, el hombre de hoy desconoce esto. Para él, todo acto carnal es una mera expresión de amor, entendido éste como autosatisfacción, que se puede llevar a cabo con cualquier persona, ya sea del mismo sexo o del sexo opuesto. Y mientras tanto la Iglesia calla, no emite juicios.
El mismo Santo Padre a su regreso de la Jornada Mundial de la Juventud, cuando se le preguntó por qué no había hablado a los jóvenes del aborto y de la homosexualidad, respondió que “no era necesario hablar de eso, sino de las cosas positivas que abren camino a los chicos. Además, los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia.” Pero la triste verdad es que no lo saben, porque nadie les ha adoctrinado.
Con todo, hay todavía sacerdotes, obispos y cardenales que tienen las ideas claras y se oponen a esto, pero son perseguidos, acusados de tradicionalistas, de retrógrados, de no estar en sintonía con la Iglesia moderna; con frecuencia se les transfiere, en el mejor de los casos, a asilos de ancianos, donde puedan hacer el menor "daño" posible. El Cardenal Burke, por ejemplo, a instancias del obispado Americano, fue depuesto de uno de sus cargos en Roma más importantes, por insistir en que hay que negar la comunión a políticos corruptos promotores de inmoralidad.
A causa del nuevo rumbo que ha adoptado la Iglesia en estos últimos años, muchos católicos carentes de todo alimento doctrinal actúan más bien movidos por sus sentimientos y por lo que les dicta el corazón. Se ha pasado, por decirlo así, de una religión fundada en el dogma y el magisterio a una religión puramente sentimentalista, centrándose principalmente en el aspecto humanitario de la misma.
Nuestro Santo Padre es quien mejor ejemplifica este giro humanitario que ha dado la Iglesia, pues no es tanto un hombre de doctrina como un hombre de acción, que se vuelca en sentimientos hacia los demás. Bien es cierto que nuestro Señor dijo: “Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo” (Mt. 22, 36-40) , pero en este mandamiento lo primero es Dios, amarlo a Él. Y amar a Dios es conocer su doctrina, obedecerla, aceptarla, y vivir según sus mandamientos. Y una vez hecho esto, la consecuencia inmediata es amar al prójimo.
Pero hoy lo que tenemos es un énfasis exagerado en el aspecto humanitario. Hasta tal punto esto es así que nuestro Santo Padre llegó a decir que: “los males más graves que afligen al mundo en estos años son el desempleo de los jóvenes y la soledad en la que son abandonados los viejos.” ( Entrevista de Eugenio Scalfari, director de La Repubblica de Italia al Papa Francisco, publicada el 1 de octubre de 2013).
Nuestro Papa ha insinuado que la Iglesia Católica nunca se ha preocupado del aspecto humanitario en toda su larga historia. Lo cual no es más que una muestra del orgullo y la arrogancia de los revolucionarios del Vaticano II. Todos hablan de humildad, pero esto no es más que orgullo, arrogancia, e ignorancia. Y estas cualidades no son las que uno espera de un líder. ¿Qué hay entonces del trabajo de miles de misioneros que vinieron a América a evangelizar y que tuvieron que pasar por incontables penurias y calamidades? La Iglesia actual cree que es la única en la historia que ejerce la caridad con el prójimo.
Otro tema desconcertante es el desprecio general que los obispos, con el Santo Padre a la cabeza, muestran por la Tradición, junto con el rechazo de todos aquéllos que buscan estabilidad y certidumbre en la doctrina. El Papa se mofa de éstos y, sin embargo alaba a aquellos que justifican la homosexualidad como al difunto Cardenal Martini, a quien llama Padre de toda la Iglesia, y de quien el mismo Francisco ha tomado muchas de sus ideas.
Definitivamente hemos perdido nuestras raíces, pero sólo hasta cierto punto, porque la Iglesia y la fe católica no han desaparecido.
Vivimos tiempos oscuros en los que da la impresión que el sol ya no brilla, y que todo parece perdido. Pero esto, en vez de desanimarnos, nos debería llenar de esperanza, porque el triunfo de Cristo y de su Iglesia están más cercanos. Y este triunfo será el triunfo sobre el Vaticano II, sobre el Modernismo, y sobre todos aquellos que, por omisión, permiten a los enemigos de Cristo causar tanto daño a la Iglesia.
Tenemos la promesa de Jesucristo de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. (Mt. 16, 18). Lo que nos queda a nosotros es rezar y aferrarnos más que nunca a la Tradición y a la Enseñanza doctrinal y moral trasmitida por la Iglesia durante siglos; es ahí donde encontraremos la verdad.
- Es tiránico un Estado que dice que el asesinato masivo de los no-nacidos está bien, porque así está legislado.
- Tiranía es también obligar a instituciones católicas a financiar la anticoncepción y esterilización, so pena de hacerlas desaparecer.
Y ante esta tiranía en la que el Estado asume total control de la vida íntima de las personas, ¿cuál es la actitud de los Pastores? Ciertamente no es la de Pío XII. Todo lo contrario. Así, por ejemplo, se ve al Cardenal Dolan riéndose y fotografiándose con Cuomo y con Obama, enemigos acérrimos de Cristo.
Obama y cardenal Dolan riéndose juntos |
Y esto causa muchísima confusión entre los fieles, pues ven a sus Pastores dialogando y riéndose con los lobos y, como es natural, los fieles creen que eso está bien y ellos mismos se acercan al lobo y son devorados.
Aquella actitud combativa de la Iglesia de antaño ha quedado totalmente eliminada y se ha pasado a una actitud de mano tendida al enemigo.
Los Obispos, si quisieran, ciertamente tendrían el poder de hacerse oír, y de parar este tipo de situaciones, o por lo menos de detener ciertos procesos. Lo mínimo que podrían hacer contra estos políticos pseudo-católicos y pro-abortistas es negarles la comunión cuando éstos vienen descaradamente a recibirla –quebrantando así la Ley Canónica y cometiendo un gravísimo sacrilegio.
Sin embargo, la inactividad por parte de la Jerarquía es abrumadora, y los fieles una vez más se quedan sin la doctrina clara de que un pecador público o quien esté en pecado mortal no puede acercarse a la comunión so pena de cometer un sacrilegio. El sacerdote que, sabiendo esto, distribuye la Sagrada Hostia a un pecador público es cómplice en el sacrilegio y también es culpable del pecado de escándalo al mostrar que algo malo es algo bueno. Pero a la Jerarquía actual no parece preocuparle nada de esto.
Lo mismo sucede con el tema de la homosexualidad. A los católicos ya no se les enseña que Dios los creó hombre y mujer, y que el fin del matrimonio y del acto marital es, en primer lugar, la procreación y educación de los hijos y, en segundo lugar, una muestra del amor mutuo de los cónyuges. Sin embargo, el hombre de hoy desconoce esto. Para él, todo acto carnal es una mera expresión de amor, entendido éste como autosatisfacción, que se puede llevar a cabo con cualquier persona, ya sea del mismo sexo o del sexo opuesto. Y mientras tanto la Iglesia calla, no emite juicios.
El mismo Santo Padre a su regreso de la Jornada Mundial de la Juventud, cuando se le preguntó por qué no había hablado a los jóvenes del aborto y de la homosexualidad, respondió que “no era necesario hablar de eso, sino de las cosas positivas que abren camino a los chicos. Además, los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia.” Pero la triste verdad es que no lo saben, porque nadie les ha adoctrinado.
Con todo, hay todavía sacerdotes, obispos y cardenales que tienen las ideas claras y se oponen a esto, pero son perseguidos, acusados de tradicionalistas, de retrógrados, de no estar en sintonía con la Iglesia moderna; con frecuencia se les transfiere, en el mejor de los casos, a asilos de ancianos, donde puedan hacer el menor "daño" posible. El Cardenal Burke, por ejemplo, a instancias del obispado Americano, fue depuesto de uno de sus cargos en Roma más importantes, por insistir en que hay que negar la comunión a políticos corruptos promotores de inmoralidad.
A causa del nuevo rumbo que ha adoptado la Iglesia en estos últimos años, muchos católicos carentes de todo alimento doctrinal actúan más bien movidos por sus sentimientos y por lo que les dicta el corazón. Se ha pasado, por decirlo así, de una religión fundada en el dogma y el magisterio a una religión puramente sentimentalista, centrándose principalmente en el aspecto humanitario de la misma.
Nuestro Santo Padre es quien mejor ejemplifica este giro humanitario que ha dado la Iglesia, pues no es tanto un hombre de doctrina como un hombre de acción, que se vuelca en sentimientos hacia los demás. Bien es cierto que nuestro Señor dijo: “Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo” (Mt. 22, 36-40) , pero en este mandamiento lo primero es Dios, amarlo a Él. Y amar a Dios es conocer su doctrina, obedecerla, aceptarla, y vivir según sus mandamientos. Y una vez hecho esto, la consecuencia inmediata es amar al prójimo.
Pero hoy lo que tenemos es un énfasis exagerado en el aspecto humanitario. Hasta tal punto esto es así que nuestro Santo Padre llegó a decir que: “los males más graves que afligen al mundo en estos años son el desempleo de los jóvenes y la soledad en la que son abandonados los viejos.” ( Entrevista de Eugenio Scalfari, director de La Repubblica de Italia al Papa Francisco, publicada el 1 de octubre de 2013).
Nuestro Papa ha insinuado que la Iglesia Católica nunca se ha preocupado del aspecto humanitario en toda su larga historia. Lo cual no es más que una muestra del orgullo y la arrogancia de los revolucionarios del Vaticano II. Todos hablan de humildad, pero esto no es más que orgullo, arrogancia, e ignorancia. Y estas cualidades no son las que uno espera de un líder. ¿Qué hay entonces del trabajo de miles de misioneros que vinieron a América a evangelizar y que tuvieron que pasar por incontables penurias y calamidades? La Iglesia actual cree que es la única en la historia que ejerce la caridad con el prójimo.
Otro tema desconcertante es el desprecio general que los obispos, con el Santo Padre a la cabeza, muestran por la Tradición, junto con el rechazo de todos aquéllos que buscan estabilidad y certidumbre en la doctrina. El Papa se mofa de éstos y, sin embargo alaba a aquellos que justifican la homosexualidad como al difunto Cardenal Martini, a quien llama Padre de toda la Iglesia, y de quien el mismo Francisco ha tomado muchas de sus ideas.
Definitivamente hemos perdido nuestras raíces, pero sólo hasta cierto punto, porque la Iglesia y la fe católica no han desaparecido.
Vivimos tiempos oscuros en los que da la impresión que el sol ya no brilla, y que todo parece perdido. Pero esto, en vez de desanimarnos, nos debería llenar de esperanza, porque el triunfo de Cristo y de su Iglesia están más cercanos. Y este triunfo será el triunfo sobre el Vaticano II, sobre el Modernismo, y sobre todos aquellos que, por omisión, permiten a los enemigos de Cristo causar tanto daño a la Iglesia.
Tenemos la promesa de Jesucristo de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. (Mt. 16, 18). Lo que nos queda a nosotros es rezar y aferrarnos más que nunca a la Tradición y a la Enseñanza doctrinal y moral trasmitida por la Iglesia durante siglos; es ahí donde encontraremos la verdad.
Ortiz de Zárate