-----
Apenas habían transcurrido tres meses cuando, en vistas del cariz que tomaban las cosas, cogió de nuevo la pluma. Esta segunda carta, fechada el 17 de junio de 1973, mantenía a sus hijos al tanto de los innumerables errores que se estaban infiltrando en la doctrina y en las costumbres. De modo que la Iglesia se encontraba en medio de una borrasca tremenda; y —como explicaba el Padre, animando apostólicamente a sus hijos— en esta larga temporada de tempestad y de naufragio, debemos ser para muchos un arca de salvación.
Muchos cristianos, por desgracia, habían perdido la visión sobrenatural, ya no vivían con los ojos puestos en la eternidad hacia la que todos nos encaminamos. Deslumbrados por los espejuelos de lo temporal adoptaban posturas críticas contra la tradición y de rebeldía contra el dogma. Eran partidarios de un equívoco cristianismo adulto.
[¿Acaso no es eso lo que está ocurriendo hoy en día en la Iglesia, de una manera descarada y sin el más mínimo empacho?]
A éstos les invitaba el Padre a meterse en el Evangelio y escuchar la voz del Señor: «En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18, 3).
Era cada vez mayor el número de quienes predicaban una vida despojada de fe sobrenatural, intentando suplantar a Dios en todas partes:
Especialmente con el marxismo, que es la suma de todos los errores, estamos asistiendo a una subversión total:
Era cada vez mayor el número de quienes predicaban una vida despojada de fe sobrenatural, intentando suplantar a Dios en todas partes:
Especialmente con el marxismo, que es la suma de todos los errores, estamos asistiendo a una subversión total:
- La Eternidad es sustituida por la historia
- Lo Sobrenatural por la naturaleza
- Lo Espiritual por la materia
- La Gracia divina por el esfuerzo humano [...].
Para algunos, parece como si en lugar de ser la Iglesia —la Iglesia de siempre, la que fundó Jesucristo y a la que Jesucristo ha asistido continuamente en estos veinte siglos— la salvación para el mundo, hubiera de ser el mundo la salvación para la Iglesia
En la Navidad de 1973, al felicitar a sus hijas y a sus hijos, seguía comentando el tema central de estas dos extensas cartas de meses anteriores. Porque, insistía, tengo la obligación de deciros estas tristes verdades, de preveniros, de abriros los ojos a la realidad, a veces tan penosa.
Para algunos, parece como si en lugar de ser la Iglesia —la Iglesia de siempre, la que fundó Jesucristo y a la que Jesucristo ha asistido continuamente en estos veinte siglos— la salvación para el mundo, hubiera de ser el mundo la salvación para la Iglesia
En la Navidad de 1973, al felicitar a sus hijas y a sus hijos, seguía comentando el tema central de estas dos extensas cartas de meses anteriores. Porque, insistía, tengo la obligación de deciros estas tristes verdades, de preveniros, de abriros los ojos a la realidad, a veces tan penosa.
Luego, les prometía un tercer escrito: Os escribiré pronto: haré sonar de nuevo la campana gorda, para que nadie sea vencido por un mal sueño.
[Se está refiriendo a la tercera campanada, que es la que publicaré en las dos o tres entradas siguientes]
Pero no era cosa de entristecerse, porque no es la Navidad ocasión de amargura, ni de pesimismo. Hemos de colmarnos de serenidad, de sobrenatural esperanza, de fe: el Señor vendrá, es seguro.
Roma, 17 de junio de 1973