[Se recuerda, otra vez, que este libro de Brunero Gherardini iba dirigido al antiguo papa Benedicto XVI. El papa Francisco, con mayor razón aún, bien podría darse por aludido, pues lo está, y actuar, a la sazón, como Dios manda ... nunca mejor dicho, en este caso concreto]
Gherardini sigue afirmando: «Me apresuro a decir que ni la Lumen gentium ni ningún otro documento del Vaticano II albergó el propósito de formular ni siquiera una sola definición dogmática. El Concilio, conviene no olvidarlo, no habría podido tampoco proponerla, puesto que que se negó a ponerse en la línea trazada por los Concilios anteriores» (págs. 49-50).
A la objeción de que se calificaron de “dogmáticas” las constituciones Lumen gentium y Dei Verbum, el autor responde diciendo que ninguna de las dos «echó mano de los acostumbrados cánones de condena, lo cual evidencia que renunciaban a dar carácter dogmático a sus doctrinas respectivas. ¿Por qué se habla entonces de “constituciones dogmáticas”? Evidentemente, porque recogieron dogmas definidos con anterioridad» (pág. 50).
Además, Juan XXIII aseveró explícitamente el 11 de octubre de 1962 que el Concilio «no se había convocado para condenar errores y formular nuevos dogmas, sino para manifestar la verdad de Cristo al mundo contemporáneo. (…) Es lícito, por consiguiente, reconocerle al Vaticano II una índole dogmática sólo en los lugares en que propone de nuevo como verdades de fe dogmas definidos en concilios precedentes. En cambio, las doctrinas que le son propias no podrán considerarse en absoluto como dogmáticas porque carecen de las ineludibles formalidades definitorias y, por ende, de la correspondiente voluntas definiendi» (pág. 51).
CONCILIO Y POSTCONCILIO
«El Vaticano II no prestó nunca su ayuda directa» a la debilitación ni, aún menos, a la superación de las posiciones doctrinales, disciplinares, litúrgicas y pastorales de la Iglesia preconciliar. Fue el postconcilio el que pensó en ello» (pág. 74). No obstante, el Concilio prestó una «ayuda indirecta» (loc. cit.) a tal vuelco, y «los interesados en la obra de debilitación y superación mencionada hicieron de esa ayuda indirecta una "regla hermenéutica" denominada "espíritu del Concilio"» (loc. cit.). Ahora bien, observa Gherardini, aunque «hablando formalmente» el espíritu conciliar no podía elevarse a la categoría de criterio interpretativo del Vaticano II, sin embargo «se daban las premisas materiales para ello» (p. 75).
Los principios del espíritu del Concilio, «aunque eran ajenos formalmente a la letra del Concilio (…), provenían de sus patrocinadores más o menos ocultos y habían sido injertados por éstos en el tronco conciliar e introducidos a título pleno entre sus instrumentos de interpretación» (pp. 75-76). De ahí que, en opinión de los mismos, «quien no extrajese de ello las debidas consecuencias innovadoras hasta llegar a la creación de una religión nueva (…) demostraría no saber moverse cual se debe en el denso y oscuro laberinto de las antinomias conciliares y, sobre todo, postconciliares. Se dio, de hecho, y sigue dándose todavía, una hermenéutica de la ruptura» (pág. 76)
[Esto tiene una especial importancia y es altamente preocupante]
El autor califica de «verdadero modernismo» tal interpretación del Vaticano II (pág. 77), razón por la cual le pide al Papa que sustituya la hermenéutica de la ruptura, o la de la continuidad aseverada pero aún no probada, por una hermenéutica teológica «que determine el valor, el significado, la vitalidad, la originalidad y las finalidades del Vaticano II a la luz de los principios citados» (pág. 84), que son los “teológicos” (pág. 87), para «poder así valorar el significado (…) y el alcance eclesial del pasado Concilio» (loc. cit.). Una hermenéutica auténticamente teológica debe responder a la PREGUNTA DECISIVA: «El Vaticano II ¿se inscribe sí o no en la Tradición ininterrumpida de la Iglesia desde sus inicios hasta hoy?» (pág. 84).
LA "HERMENÉUTICA DE LA CONTINUIDAD, NO DE LA RUPTURA"
Tocante a la «hermenéutica de la continuidad, no de la ruptura, como única hermenéutica que ha de adoptarse» para el Vaticano II (Benedicto XVI, 22-XII-2005, discurso a la curia romana), Gherardini escribe lo siguiente: «Confieso que dicha afirmación, aunque importante, no me pareció ni original ni satisfactoria del todo» (pag. 87), dado que el problema real que había que afrontar, la «demostración que quedaba por hacer», estribaba en «PROBAR que el Concilio no se situó fuera del surco de la Tradición» (pág. 87). Y una vez llegado a este punto es cuando añade: «Recién terminado el Vaticano II (…) hablé primero de "continuidad evolutiva" y luego escribí sobre la misma (…) para hallar, mediante esta fórmula, la posibilidad de vincular el Vaticano II (…) a la Tradición precedente. Con eso y todo, confieso que nunca he dejado de preguntarme si el pasado Concilio salvaguardó, en todo y por todo, la Tradición de la Iglesia y si, por ende, la hermenéutica de la continuidad evolutiva constituye un mérito suyo innegable del que se puede dar fe» (loc. cit.).
En cuanto a los grandes teólogos “nuevos” y “novísimos” que participaron como “peritos” en el Concilio, el autor que comentamos admite que aunque Rahner, Schillebeeckx, Küng y Boff asestaron «hachazos directos» a la Tradición (pág. 90), otros «célebres peces gordos, en cambio, como von Balthasar, de Lubac, Daniélou, Chenu y Congar» (loc. cit.), se los asestaban «indirectos» (loc. cit.).
En efecto, «algo nuevo había nacido, que se extendió desde 1965 en adelante, aunque no carecía de raíces en el periodo 1962-1965 [durante el propio Concilio]; algo que destruía sistemáticamente los puentes que unían con la linfa vital de la Tradición (…). Fue el humus del Vaticano II el que amacolló lo "nuevo", y fue su placet el que lo elevó al rango de lema y seña» (pág. 99).
Así que no se trata tan solo del postconcilio, sino también del propio Concilio, de su terreno, de su ambiente, de su asentimiento a la ruptura sistemática con la Tradición.
Gherardini quiere ser claro y prosigue diciendo en la misma línea: «aun si pudiera probarse que [el Concilio] careció de responsabilidad directa, es cierto, de todos modos, que la tuvo indirecta y que, a consecuencia de ello, el debate teológico del postconcilio se desentendió de la Tradición y la interpretó a su conveniencia» (pág. 103).
El autor aborda en su libro las cuestiones de la divina Tradición, la Colegialidad, la Libertad religiosa, el Ecumenismo y la Reforma litúrgica para mostrar los puntos que las oponen, al menos materialmente, a la doctrina católica comúnmente enseñada hasta 1965.
Hace ver que la Dignitatis humanae (la declaración sobre la libertad religiosa) y la Nostra aetate (la declaración sobre el diálogo con las religiones acristianas, especialmente con el judaísmo) se concibieron juntas, sobre todo por obra de Monseñor E. de Smedt, el 19-XI-l963, y que por eso un mismo lazo «une el ecumenismo con la libertad religiosa», como si la Palabra divina «no hubiese establecido que la libertad depende de la verdad» (pág. 189).
EPÍLOGO Y SÚPLICA AL SANTO PADRE
El problema de fondo que el Papa es el único que puede resolver (puede hacerlo incluso por sí solo) es el de PROBAR si hay continuidad o discontinuidad entre el Vaticano II y los veinte concilios que le precedieron, o sea, si el postconcilio contribuyó o no a alejar al Vaticano II de la Tradición (pág. 243). Es menester PROBAR -no basta con limitarse a afirmarlo- que se da una continuidad homogéneamente evolutiva (eodem sensu eademque sententia) entre el Vaticano II y los otros veinte Concilios (pág. 244).
Monseñor Gherardini escribe: «Está a la vista de todos (…) el cambio radical de mentalidad que, habiéndose iniciado con el modernismo en los primeros años del siglo pasado, triunfó en los pródromos del Vaticano II, en el aula conciliar y, sobre todo, en el desastroso transcurso del postconcilio. Quien lo negara (…) demostraría que vive en las nubes» (pág. 246).
Sigue una súplica al Santo Padre en la cual el autor pide «claridad a la hora de responder a la pregunta sobre su continuidad [la del Concilio] con los restantes Concilios, y una continuidad no aseverada enfáticamente, sino demostrada (…). [Pide asimismo] un análisis científico de los documentos en particular, de su conjunto y de cada tema que toquen, de sus fuentes próximas y remotas (…).
Será necesario PROBAR -más allá de cualquier aseveración enfática- que la continuidad es real: una continuidad tal sólo se manifiesta en la identidad dogmática de fondo. Cuando ésta no pueda probarse científicamente, en todo o en parte, será menester decirlo con franqueza y serenidad en respuesta a las exigencias de claridad, claridad que se desea y espera desde hace casi medio siglo (…). [Ahora sí que hace ya medio siglo]
Se podrá así saber si, en qué sentido y hasta qué punto, el Vaticano II, y sobre todo el postconcilio, pueden interpretarse en la línea de una continuidad indiscutible con los demás Concilios, aunque sólo sea a título [homogéneamente] evolutivo o si, por el contrario, son ajenos a éstos e incluso hostiles a los mismos» (pág. 257).
El libro que comentamos va precedido de dos cartas introductorias y de apoyo:
La primera es del obispo de Albenga, Monseñor Mario Oliveri, quien se une toto corde (pág. 8) a la súplica de Gherardini y expresa su firme convicción según la cual «si una hermenéutica teológica católica descubriese que algunos pasajes (…) no sólo hablan nove (de manera nueva en cuanto al modo), sino que también dicen nova (cosas nuevas en cuanto a la sustancia) y respecto de la Tradición perenne de la Iglesia, no estaríamos ya ante un desarrollo homogéneo del Magisterio: se tendría allí una enseñanza no irreformable, ciertamente no infalible» (pág. 7). La otra carta es de Monseñor Albert Malcom Ranjith, arzobispo, secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
De ahí que podamos afirmar que dos miembros de la Iglesia docente le piden al Papa, junto con el teólogo Brunero Gherardini, que dirima “autoritativamente” la cuestión que el Concilio Vaticano II le plantea a la conciencia de los católicos desde hace cincuenta años.
[Traducción por tradicioncatolica.es. Los pasajes del libro son sobre la versión italiana]
El libro puede pedirse en español aquí