Dice el santo Padre que "por muchas Misas de domingo ..." ¡precisamente hoy día, en que el número de cristianos que van a Misa brilla por su ausencia! Tal vez esa expresión hubiese tenido algún sentido hace cincuenta años cuando las Iglesias se llenaban de gente los domingos. Hoy, todos lo sabemos muy bien, no es el caso. Los cristianos, particularmente los jóvenes, han abandonado la Misa, siendo muy pocos los que aún siguen asistiendo a Misa los domingos. ¿Si estos pocos dejaran de acudir los domingos a la santa Misa serían, entonces, más solidarios?
Sí, ya sé que el Papa no ha dicho eso ... pero al hablar del modo en que lo ha hecho, la Misa ha quedado mal parada y reducida a algo accesorio y banal, de lo que -en cierto modo- puede prescindirse ... ¡siempre que se sea solidario!
Con todos mis respetos -sinceros- para el santo Padre, pienso que ha cometido un error citando la santa Misa en esos términos (no entro en sus intenciones que doy por supuesto que son buenas). Era algo innecesario, y no venía a cuento el nombrar la santa Misa en ese contexto pues ello da lugar a un mensaje ambiguo con diversas interpretaciones, lo que no es bueno; desde luego no es así como hablaría Jesucristo.
Porque, además -para colmo, y esto es una lástima- son muy pocos -y cada vez menos- los católicos que conocen el significado esencial de la Misa como lo que realmente es, a saber, el mismo Sacrificio de Cristo en la Cruz.
El carácter sacrificial de la santa Misa, que le es esencial, es prácticamente desconocido por una inmensa cantidad de católicos, que no conocen su propia fe. El Sacrificio de Cristo que tiene lugar en cada Misa no es un nuevo Sacrificio, pues "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más" (Rom 6, 9).
Cristo murió una única vez; pero, y esto es lo que muchísimos cristianos desconocen, en la santa Misa tiene lugar, se hace presente el mismo y único Sacrificio de Cristo en la Cruz. No es ningún recuerdo de algo que pasó.
Hay un Sacrificio real de Jesucristo; no es que Cristo muera de nuevo en cada Misa (¡sabemos que Cristo murió una sola vez y ya no muere más!). No es eso, sino que lo que ocurrió allí y entonces de modo cruento (con derramamiento de sangre), está teniendo lugar aquí y ahora, de modo incruento (sin derramamiento de sangre). El mismo y único Sacrificio de Cristo en la Cruz que ocurrió allí y entonces está teniendo lugar (el mismo, que no otro) aquí y ahora: se actualiza, se hace presente.
Esta "actualización" no se trata de un recuerdo de lo que allí pasó. En la santa Misa asistimos a la Pasión y Muerte del Señor, no en memoria, ni en figura, ni en recuerdo sino "in re", real y verdaderamente. Esto es una verdad de fe. No tenemos más que leer el Catecismo [o bien el Catecismo de la Iglesia Católica: CIC números 1356, 1357; 1362 a 1368; o bien el Catecismo Mayor de san Pío X o el del Concilio de Trento]
Como Señor que es del espacio y del tiempo, sólo Él puede atravesar esas fronteras espacio temporales. Y así cuando se celebra la santa Misa, en un determinado lugar y momento actuales, en ella está ocurriendo realmente y exactamente (aunque de modo incruento) la misma Pasión y Muerte del Señor que tuvo lugar en el pasado y en otro lugar de la Tierra.
Él tiene ese Poder para hacerlo, pues es Dios; y nosotros, en la santa Misa, tenemos la posibilidad (que se nos ha concedido por pura gracia) de asociarnos y unirnos "in re" a su Sacrificio, si estamos en estado de gracia, padeciendo verdaderamente con Él y en Él, haciéndonos así corredentores con Cristo y salvando al mundo de sus pecados, incluidos los nuestros, por supuesto.
[Hablar de este tema nos llevaría al gran misterio del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, cuya Cabeza invisible es el propio Jesucristo y nosotros somos sus miembros. Y en un cuerpo todo lo que le ocurre a cualquier miembro es experimentado por todos los miembros de ese cuerpo como suyo propio. Esa es la razón por la que san Pablo podía decir: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). ]
Si Cristo, siendo el Justo entre los justos, padeció y murió por unos pecados que no había cometido -y lo hizo para salvarnos- ¿qué cosa más normal que también nosotros, unidos a Él, padezcamos y muramos por unos pecados que sí que hemos cometido?. Anterior a su venida, estos sufrimientos de los justos no servían de mucho, pues las puertas del Cielo estaban cerradas, debido al pecado de nuestros primeros padres. Pero una vez que el nuevo Adán, Jesús, vino al mundo y dio su vida por nosotros, el pecado quedó destruido. Y fuimos redimidos: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20).
No debemos olvidar, sin embargo, que esa redención objetiva del pecado, gracias al Amor de Jesucristo, que afecta a todos los hombres, debe transformarse en redención subjetiva en cada uno de nosotros, mediante un acto libre y consciente de fe por nuestra parte; y haciendo realidad, en nuestra vida, su propia Vida. En el Amor son dos los que cuentan: Dios y cada uno de nosotros. Él ya ha puesto su parte y la sigue poniendo en cada instante. Ahora nos toca a nosotros responder como conviene para hacer posible esa Salvación que Jesús vino a traernos.
Si bien es cierto que dijo Jesús: "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5); de modo que la tarea de la salvación nos parecería -y sería, de hecho- imposible, también son ciertas las palabras de san Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13). Solos no podemos; está fuera de nuestro alcance. Es algo sobrenatural. Pero, unidos a Él, podemos tener la plena confianza de que jamás nos dejará si nosotros no queremos.
Como tantas veces he repetido en este blog, Dios no salvará a nadie que no quiera ser salvado, es decir, que no ponga los medios que Él ha dispuesto para que podamos ser salvos. Y así, según sea el uso que hagamos de la libertad que Dios nos ha dado, puesto que su voluntad de salvarnos es clara y manifiesta, depende enteramente de nosotros el salvarnos, aunque tal salvación nos sea concedida por Él.
De manera que -y esta es la idea clave- el que no está unido a Cristo, por mucha que sea la "solidaridad" que diga tener para con los demás, eso no le va a servir de nada: "Aunque repartiera todos mis bienes en alimentos ... si no tengo caridad de nada me sirve" (1 Cor 13, 3).
Una "solidaridad" sin caridad suele ser, casi siempre, una pura farsa. Sería, en el mejor de los casos, simple filantropía; y se quedaría en el terreno de lo meramente humano. Pero el que está unido a Jesucristo, por la fe y el amor, ese sí que tiene la capacidad de ayudar a los demás (dándole a la palabra ayudar su pleno sentido). ¿Por qué? Pues, porque en Cristo -y sólo en Cristo- los demás no nos son extraños, sino que son verdaderamente nuestros hermanos, hijos de un mismo Padre. Unidos a Jesús, nos hacemos realmente, por pura gracia, hijos de Dios, "hijos en el Hijo" y, por lo tanto, hermanos.
Pues bien: es en la santa Misa donde se lleva a cabo esa unión con Jesucristo, al participar de los méritos de la Pasión y de la Muerte del Señor. Los demás son, entonces (y sólo entonces) nuestros verdaderos hermanos en Cristo; y nos convertimos así en corredentores con Jesucristo para salvar al mundo. En la santa Misa el Espíritu de Jesús, que es el Espíritu Santo, nos une en un solo cuerpo: el Cuerpo Místico de Cristo. Conservando cada uno su personalidad, es capaz de amar a todos y de ayudarles de verdad, porque dándoles a Jesús les está dando lo más hermoso y lo más grande que podría darles.
Esa sí que es la "solidaridad" verdadera, a saber la "solidaridad" cristiana que es, en definiva, la caridad cristiana, hecha posible gracias a la santa Misa. De ahí la enorme y vital importancia del sacrificio de la Misa, como muestra del mayor amor posible cual es el de dar la vida, tal y como hizo Jesús.
Y de ahí la inconsistencia o la imprudencia - si se quiere- de la frase papal: "Por más Misa de los domingos, si no tienes un corazón solidario..." ¡Pues, con todo el respeto del mundo, Su Santidad, va a ser que no! Si nos quitan la Misa, nos quitan a Jesús. Y entonces, ¿qué me importan a mí los demás? ¿Qué son los demás para mí? Absolutamente nada ... que es lo que está ocurriendo hoy en día en casi todo el mundo, porque la gente, en masa, influida por los medios de comunicación, está cayendo, cada vez más, en la apostasía y en el rechazo de Dios.
Está más que demostrado por la historia: cuando el hombre se olvida de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se vuelve inhumano.
José Martí