San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII (antes del Concilio Vaticano II) San Juan XXIII, Beato Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco (después del Concilio Vaticano II) |
Era yo todavía muy joven y ya llegaban a mis oídos esas expresiones que, a primera vista y no pensando demasiado, aparecen como agradables al oído, por esa idea de "lo nuevo" a la que solemos tender la mayoría de los hombres: Es preciso cambiar. Renovarse o morir. No podemos ser retrógrados y quedarnos en la antigüedad. Tenemos que vivir en el tiempo en el que nos ha tocado vivir, etc... En el caso del cristianismo todo ello se concretaba en una expresión un tanto especial: el "aggiornamento" (que surgió posteriormente a la celebración del Concilio Vaticano II).
Traducido al lenguaje ordinario significaba -en teoría- que el cristiano debía de ser un hombre de su tiempo y hablarle a la gente con el lenguaje que la gente utilizaba para poder ser así entendido por ellos. Si no se actuaba de esa manera, entonces el atractivo del Evangelio quedaría difuminado, la mayoría no entendería nada del mensaje de Jesucristo y éste sería sólo para unos pocos cristianos de élite, pero no para la gran mayoría de las personas. Es preciso modernizarse y no quedarse anclado en el pasado -se decía. Sólo así se podría atraer a la gente al Señor, que de eso se trataba.
Y algo de verdad había en ello. Es más: en cierto modo, tenían toda la razón del mundo, pues ¿cómo va a seguir la gente a Jesucristo si no entiende tu lenguaje cuando les hablas de Él? ... Sin embargo, como suele ocurrir en casi todas las cosas, también aquí había gato encerrado. Este tipo de argumentación, al que acabamos de aludir, esconde un sofisma, que es incluso desconocido, a veces, por quien argumenta ... Y es que el lenguaje que la gente entiende (
¡de verdad!) no es tanto el del significado de las palabras que, por supuesto, es esencial, cuanto el de los hechos, pues éste no engaña nunca. Las palabras, por bellas que sean, si se quedan sólo en palabras, producen un gran desencanto en quien las escucha: no le llegan al corazón; y entonces no sirven absolutamente para nada; desencanto que es tanto mayor cuanto más bello es lo que se anuncia.
¡de verdad!) no es tanto el del significado de las palabras que, por supuesto, es esencial, cuanto el de los hechos, pues éste no engaña nunca. Las palabras, por bellas que sean, si se quedan sólo en palabras, producen un gran desencanto en quien las escucha: no le llegan al corazón; y entonces no sirven absolutamente para nada; desencanto que es tanto mayor cuanto más bello es lo que se anuncia.
Dejando aparte las intenciones de quienes pusieron en marcha ese movimiento de "aggiornamento" o "modernización" de la Iglesia que, sin lugar a dudas, es de suponer que fueron buenas (¡nadie conoce el corazón de las personas, excepto Dios!) lo cierto y verdaderamente importante son los frutos producidos (o no producidos, como en el presente caso): los hechos son los que cantan, se suele decir. Y aunque esto es algo de sentido común, dado que la mente de las personas tiende a oscurecerse, a causa del pecado, nuestro Señor nos lo recuerda para que lo tengamos siempre en cuenta. Éste es el criterio definitivo para discernir entre lo bueno y lo malo: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20)
Pues bien: después del Concilio Vaticano II, los frutos que se produjeron al intentar llevar a la práctica esa idea de mayor acercamiento a la gente, ese "aggiornamento" no fueron precisamente los que se habían anunciado. El efecto producido fue exactamente el contrario al que, teóricamente, se esperaba. A modo de ejemplo, sin ánimo de ser exhaustivo, me viene rápidamente a la memoria, lo siguiente:
- Hubo una gran deserción en masa de sacerdotes que se secularizaron y se casaron.
- Disminuyó el número de vocaciones, hasta el punto de que a día de hoy los seminarios están casi vacíos ... Y esto parece que es sólo el comienzo
- Disminuyó el número de vocaciones, hasta el punto de que a día de hoy los seminarios están casi vacíos ... Y esto parece que es sólo el comienzo
- Las sotanas se abandonaron, por aquello de que el sacerdote era un hombre como los demás y tenía que vestir también igual que los demás; así podría acercarse más a ellos para hacerse entender ... olvidando lo que dice el autor de la carta a los hebreos: "Todo sumo sacerdote, elegido de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres, para las cosas relativas a Dios" (Heb 5, 1). Cierto que el sacerdote es un hombre como los demás, pero ha sido elegido entre los hombres (elección que supone una cierta separación, con vistas a una misión cual es la de hacer bien a los hombres y conducirles hasta Dios), ..., a consecuencia de lo cual la gente dejó de acudir a los sacerdotes, quienes perdieron el respeto que siempre se había tenido hacia ellos; y disminuyó el número de confesiones, hasta el punto de que hoy en día es muy poca -y cada vez menos- la gente que se confiesa. Lo que tiene cierto sentido, puesto que hoy no se habla -o se habla muy poco- de la realidad tremenda del pecado y de la necesidad de conversión. Y si no hay pecado, ¿qué necesidad hay de confesarse? ¡Qué mal se entiende hoy el concepto de misericordia! La gente piensa que todo el mundo se salva, porque Dios es misericordioso -y es Padre- y no puede consentir que ninguno de sus hijos vaya al Infierno ... un Infierno en el que, por cierto, tampoco se cree.
-Se cambió la liturgia, suprimiendo la misa en latín: de este modo la gente se enteraría mejor del contenido de la misa. Pues bien: ahora que la gente entiende el idioma ... ¡apenas si van a misa! ... y, en particular los jóvenes. El resultado fue justo el contrario del que se pretendía.
[En honor a la verdad, hay que decir que aquél que quería podía enterarse perfectamente de la misa pues había misales, con su correspondiente traducción del latín a la lengua vernácula. El dar tantas facilidades a la gente suele ser pernicioso, a la larga ... y también a la corta. Además, no hay que olvidar que las homilías siempre han sido pronunciadas, tanto antes como ahora, en el idioma que la gente usa, según sea su país de origen. Hacerlo de otra manera sería absurdo]
- El sacerdote comenzó a decir la misa de cara al pueblo cuando antes, tanto él como la gente que asistía a Misa, se dirigían todos a Dios, a Jesucristo, que está oculto, pero verdaderamente presente, en el sagrario. La centralidad ha pasado de Dios al pueblo, cuando es Dios -y no el pueblo- el centro de la vida cristiana y hacia Él tienen que converger todas las miradas. Esto ahora no ocurre.
[En honor a la verdad, hay que decir que aquél que quería podía enterarse perfectamente de la misa pues había misales, con su correspondiente traducción del latín a la lengua vernácula. El dar tantas facilidades a la gente suele ser pernicioso, a la larga ... y también a la corta. Además, no hay que olvidar que las homilías siempre han sido pronunciadas, tanto antes como ahora, en el idioma que la gente usa, según sea su país de origen. Hacerlo de otra manera sería absurdo]
- El sacerdote comenzó a decir la misa de cara al pueblo cuando antes, tanto él como la gente que asistía a Misa, se dirigían todos a Dios, a Jesucristo, que está oculto, pero verdaderamente presente, en el sagrario. La centralidad ha pasado de Dios al pueblo, cuando es Dios -y no el pueblo- el centro de la vida cristiana y hacia Él tienen que converger todas las miradas. Esto ahora no ocurre.
-Se pasó a que todo el que quisiera pudiera comulgar en la mano, perdiéndose así, en gran medida, el sentido de lo sagrado y la esencialidad de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, una Presencia en la que mucha gente ya no cree. Los sagrarios fueron relegados a capillas laterales, como todavía continúan en la mayoría de los templos católicos.
Y habría que seguir añadiendo un largo etcétera, pero la muestra pienso que es significativa. Son muchos los que dijeron, al principio, que todas estas cosas que ocurrieron no fueron a causa del Concilio, aunque sucedieran después del Concilio, y que hubo una interpretación errónea del mismo. Esta idea, como digo, fue usada sólo en los primeros años posteriores al Concilio, pero hoy ya no se sostiene, a la vista de los hechos que son claros y contundentes.
Durante los últimos cincuenta años, curiosamente se ha estado hablando, de modo insistente, en lo que se conoció como la "Primavera de la Iglesia" (en tiempos de Juan Pablo II) así como del "Nuevo Pentecostés" (en la época de Benedicto XVI) ... ¡como si la Iglesia estuviese pasando ahora por sus mejores momentos y, además, como consecuencia de la aplicación de los documentos del Concilio Vaticano II ! ... cuando lo cierto y verdad es que estamos atravesando una de las mayores crisis, por no decir la mayor, en toda la historia de la Iglesia. Los hechos, de nuevo -y siempre- los hechos, demuestran que nunca la fe de los cristianos - sobre todo en Europa, aunque extensible al resto del planeta- ha sido tan pequeña como hoy en día: vivimos en una época de apostasía generalizada y de olvido y de rechazo de Dios: yo no le llamaría primavera a esta situación eclesial, porque no lo es, en absoluto.
[Siendo tan complicado el proceso de canonización, no deja de llamar la atención el hecho consumado de que prácticamente todos los Papas relacionados con el Concilio Vaticano II han sido canonizados por el papa Francisco. Lo fueron Juan XXIII y Juan Pablo II el 27 de abril de 2014 (el primero sin esperar a la confirmación de un segundo milagro). También fue beatificado el papa Pablo VI el 19 de octubre de 2014. Francisco pasa así a ser el primer Papa en haber proclamado santos a tres Papas (en realidad, sólo a dos, pues Pablo VI fue proclamado beato. No me extrañaría, sin embargo que, con motivo del año de la misericordia, que comienza el 8 de diciembre de 2015, fecha en la que concluyó el Concilio Vaticano II (hace 50 años, el 8 de diciembre de 1965, con una misa presidida por el papa Pablo VI), se procediera también, a la canonización del ya beato Pablo VI. Esto es sólo una intución personal. Si tal cosa ocurriese -y, en realidad, aunque no ocurriese- sería, a mi modo de ver, una manera de canonizar el propio Concilio Vaticano II, si es que tiene algún sentido hablar así ... un Concilio que nació siendo puramente pastoral y en el que aparecen algunos puntos muy discutibles, desde un punto de vista dogmático. En particular aquellos que se refieren al ecumenismo y al diálogo interreligioso, entre otros ... Y, sin embargo, se congelan las canonizaciones de Pío IX y Pío XII, que hoy serían tenidos por políticamente incorrectos en muchos aspectos de Doctrina. Hay que dar paso a los hombres del Concilio Vaticano II y su espíritu modernista. Así están las cosas].
Los hechos han demostrado -y siguen demostrando- con claridad meridiana, que esa idea de acercamiento al mundo, de "aggiornamento" y de modernización de la Iglesia, tal y como se llevó a la práctica dicho acercamiento (que es tal y como se entendió), ha producido y está produciendo efectos catastróficos en el seno de la Iglesia Católica. Mi pregunta es: Si los frutos del Concilio Vaticano II son los que estamos viendo hoy en la Iglesia ... ¡y no son buenos frutos! ... ¿por qué se quiere "canonizar" este Concilio? ... Sencillamente, no logro entenderlo. O quizás sí. Pero la profundización en ese otro aspecto rebasa los límites de lo que nos hemos propuesto en este artículo.
[Siendo tan complicado el proceso de canonización, no deja de llamar la atención el hecho consumado de que prácticamente todos los Papas relacionados con el Concilio Vaticano II han sido canonizados por el papa Francisco. Lo fueron Juan XXIII y Juan Pablo II el 27 de abril de 2014 (el primero sin esperar a la confirmación de un segundo milagro). También fue beatificado el papa Pablo VI el 19 de octubre de 2014. Francisco pasa así a ser el primer Papa en haber proclamado santos a tres Papas (en realidad, sólo a dos, pues Pablo VI fue proclamado beato. No me extrañaría, sin embargo que, con motivo del año de la misericordia, que comienza el 8 de diciembre de 2015, fecha en la que concluyó el Concilio Vaticano II (hace 50 años, el 8 de diciembre de 1965, con una misa presidida por el papa Pablo VI), se procediera también, a la canonización del ya beato Pablo VI. Esto es sólo una intución personal. Si tal cosa ocurriese -y, en realidad, aunque no ocurriese- sería, a mi modo de ver, una manera de canonizar el propio Concilio Vaticano II, si es que tiene algún sentido hablar así ... un Concilio que nació siendo puramente pastoral y en el que aparecen algunos puntos muy discutibles, desde un punto de vista dogmático. En particular aquellos que se refieren al ecumenismo y al diálogo interreligioso, entre otros ... Y, sin embargo, se congelan las canonizaciones de Pío IX y Pío XII, que hoy serían tenidos por políticamente incorrectos en muchos aspectos de Doctrina. Hay que dar paso a los hombres del Concilio Vaticano II y su espíritu modernista. Así están las cosas].
Los hechos han demostrado -y siguen demostrando- con claridad meridiana, que esa idea de acercamiento al mundo, de "aggiornamento" y de modernización de la Iglesia, tal y como se llevó a la práctica dicho acercamiento (que es tal y como se entendió), ha producido y está produciendo efectos catastróficos en el seno de la Iglesia Católica. Mi pregunta es: Si los frutos del Concilio Vaticano II son los que estamos viendo hoy en la Iglesia ... ¡y no son buenos frutos! ... ¿por qué se quiere "canonizar" este Concilio? ... Sencillamente, no logro entenderlo. O quizás sí. Pero la profundización en ese otro aspecto rebasa los límites de lo que nos hemos propuesto en este artículo.
(Continuará)