Anteriormente hemos visto cómo el cristiano y, de modo muy especial, el sacerdote, debe de ser para los demás, "el buen olor de Cristo". Si un cristiano refleja, en su propia vida, la vida de su Maestro, no cabe la menor duda de que serán muchos los que serán atraídos y se convertirán. Eso es lo que el mundo de hoy necesita: cristianos que se tomen en serio su ser de cristianos. Si actuásemos conforme a lo que realmente somos -hijos de Dios en Jesucristo- Cristo se haría patente en este mundo, que tan necesitado está de buenos pastores; de esos pastores que "huelan" a Cristo y no que "huelan" a oveja. Es a esos a los que seguirán las ovejas, porque su voz no les sonará "extraña". Los cristianos estamos llamados a ser "fermento" en la masa.
Según Bernanos, la alegría es el verdadero secreto del cristiano ... una alegría que proviene del contacto íntimo y sincero con el Señor. Y para eso no se requiere "armar lío" sino estar más tiempo en intimidad con el Señor en la oración, para conocerlo mejor; y, a ser posible, hacerlo junto al Sagrario, donde Él se encuentra con Presencia Real: un tiempo dedicado a la lectura meditada de los Evangelios y del Nuevo Testamento, que nos conducirá a querer al Señor de verdad, pues es ahí donde se encuentra su Palabra; y donde se encuentra Él mismo, realmente presente en la sagrada hostia.
Tenemos todas las indicaciones de la Iglesia de casi dos mil años de historia (hasta el Concilio Vaticano II), es decir, tenemos el Magisterio de la Iglesia, que debemos de conocer para no incurrir en errores en nuestra lectura de los Evangelios: esto es lo que sucede en el caso de los protestantes, quienes interpretan los Evangelios a su manera, cada cual como mejor le parece, lo que no está en conformidad con el deseo del Señor: Él es la Verdad, y ésta no puede ser diferente para cada persona o no sería tal.
Por la gracia de Dios, que nunca apreciamos suficientemente, tenemos acceso a todo el tesoro de los Padres de la Iglesia así como a la recta interpretación de aquellos pasajes evangélicos controvertidos que pueden dar lugar a discusiones inútiles entre los cristianos ... y de ahí la necesidad -y la obligación- de conocer bien nuestra doctrina, la doctrina católica, la doctrina de siempre, aquella que sirve para todos los tiempos y para todos los lugares y culturas, manteniéndose siempre idéntica en lo esencial. Las palabras de Jesús son Espíritu y son Vida y siempre iluminan la mente y avivan el corazón para proceder como conviene; y para que no caigamos en el error ... y esto es así independientemente de la época en la que nos haya tocado vivir. Es preciso tener siempre "in mente" que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8)
Recordemos las palabras de Jesús: "Al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36). Hoy, más aún que en tiempos de Jesús, la gente se encuentra también abatida, como "ovejas sin pastor", porque no reconoce en sus pastores a Jesucristo [al menos, no en todos ellos; hay que buscar con lupa para encontrar un pastor que sea, de verdad, un hombre de Dios ... pues eso es lo que las ovejas andan buscando en un pastor; y no otra cosa]. Lo que escuchan, sin embargo, son -con demasiada frecuencia- palabras meramente humanas ... y eso no les atrae. ¡No puede atraerles!
Recordemos a María Magdalena, de pie, llorando junto al sepulcro de Jesús, porque no se encontraba allí el cuerpo del Señor. Entonces un hombre le pregunto: "Mujer, ¿por qué lloras?. ¿A quién buscas?" (Jn 20, 15a). Ella no sabía que era Jesús quien le estaba hablando, aturullada como estaba; y pensando que era el hortelano, le dijo: "Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré" (Jn 20, 15b).
Toda la tristeza de María desapareció en el preciso momento en el que oyó pronunciar su nombre por Jesús: "¡María!" (Jn 20, 16a). ¡El amor, la ternura, con la que Jesús pronunció su nombre, fue más que suficiente, pues inmediatamente María Magdalena "volviéndose, le dice, en hebreo, '¡Rabboni!', que quiere decir 'Maestro' " (Jn 20, 16b). Eso -y no otra cosa- es lo que necesita nuestro mundo para salvarse: el encuentro íntimo -de tú a tú- con el Señor. Y no hay otro camino: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6). La gente que no conoce al Señor - o se separa de Él - se sitúa, por lo tanto, fuera del Camino y anda extraviada y perdida, viviendo una vida carente de sentido.
Hoy estamos acusando fuertemente, en el seno de la misma Iglesia, los resultados nefastos a los que han conducido las famosas "razones pastorales" de acercamiento al mundo que dieron lugar al Concilio Vaticano II, hace ya cincuenta años, un Concilio que fue definido por el papa Juan XXIII como meramente pastoral.
Siendo esto así, no deja de ser curioso, sin embargo, el valor, fuera de lo normal, que gran número de eclesiásticos, en el seno de la Iglesia, le atribuyen ... hasta tal punto de que pareciera que dicho Concilio es el único que ha tenido la Iglesia en sus dos mil años de historia: veinte Concilios más lo preceden; y éstos sí que fueron todos dogmáticos. Esa idea de la pastoralidad, en sí misma, sin tocar la doctrina, es exclusiva del Concilio Vaticano II. Pero aquí debemos de estar muy atentos: ¿en realidad, de verdad, no se ha modificado ningún punto doctrinal? ¿Es cierto que la doctrina católica no ha cambiado en nada? ¿Se puede afirmar que la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar son la misma Iglesia ... y que no ha habido ningún tipo de cambios en lo doctrinal?
Bueno, en teoría, tal vez sí. El anterior Papa -y hoy cardenal Ratzinger, aunque mal denominado papa emérito- hablaba de una hermenéutica de la continuidad. Pero de una continuidad que él mismo negó cuando era cardenal, antes de ser Papa, y que siendo Papa no desmintió, pues afirmó que la Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre el mundo contemporáneo, que es el último de los documentos del Concilio Vaticano II, es un auténtico Anti-Syllabus .
[Para que entendamos bien la gravedad de esa expresión, debemos de tener en cuenta que el Syllabus del papa Pío IX, redactado por el cardenal Antonelli, junto con la encíclica Quanta Cura, el 8 de diciembre de 1864, constituye un catálogo de los principales errores de aquella época, señalándose ochenta. Lo contrario de esos errores es la verdad católica. Y todos ellos fueron definidos también como tales errores, graves errores, en el Concilio Vaticano I; no de un modo meramente pastoral, sino dogmático. Siendo eso así su negación supone incurrir en herejía, ya que la Iglesia en su conjunto, con el Papa, a la cabeza, se ha definido sobre ellos con toda claridad. Sólo cabe el asentimiento a la Doctrina]
Y, sin embargo, esos errores condenados por el papa Pío IX corresponden, según el cardenal Ratzinger, a circunstancias históricas de aquellos tiempos que hoy han dejado de tener validez. Esto es historicismo puro. Pero entonces, ¿qué ocurre? ¿Estamos, entonces, en una Iglesia "nueva" que ya no es la misma de siempre? ¿Puede la Iglesia cambiar sus dogmas o, si se quiere, sus verdades fundamentales, admitidas a lo largo de toda su historia?. De ser así, ya no es una nueva Iglesia, adaptada a los tiempos, lo que tenemos ante nosotros... sino una Iglesia "nueva", en el sentido de diferente. Ya no estaríamos ante la Iglesia fundada por Jesucristo, sino ante una Iglesia racionalista, inventada por el hombre ... pero eso es otra cosa.
Un vez realizada esa afirmación, de la que no se ha desmentido cuando era Papa, ¿cómo es posible afirmar que la Iglesia de hoy, la Iglesia postconciliar, es la misma que la Iglesia preconciliar? ... ¡Pero si se ha negado expresamente, al decir que la Gaudium et Spes es un contra-Syllabus! Dios nos pide que tengamos fe, pero no nos puede pedir que actuemos en contra de nuestra razón. No nos puede pedir que admitamos afirmaciones contradictorias. No nos puede pedir que digamos de algo que es negro y blanco al mismo tiempo. O es negro, o es blanco. No podemos negar, aunque queramos, el principio de no contradicción. Lo sobrenatural no anula lo natural, no es antinatural. La fe supone la razón y la perfecciona, pero no la destruye.
Se nos quiere hacer creer que la Iglesia anterior al Concilio es la misma que la Iglesia posterior al Concilio, aunque todos los hechos indican que eso no es así. Si Jesucristo es la Verdad, la fidelidad a la verdadera Iglesia, a la Iglesia de siempre, pasa por la fidelidad a la verdad y a la razón. No se puede admitir lo que es irracional. Eso sí, dentro del máximo respeto y del cariño a la legítima Iglesia, aunque esta Iglesia se encuentre enferma, sobre todo en sus más altos grados de Jerarquía eclesiástica. Son éstos tiempos de prueba, pero la barca de Pedro no puede naufragar, a pesar de que todo parezca indicar lo contrario.
Tal vez, un modo de explicarlo, para entenderlo, sería pensar en la trayectoria filosófica del cardenal Ratzinger: "Joseph Ratzinger es un pensador que depende por completo de los filósofos idealistas alemanes. Estudioso y entusiasta, desde sus años de Seminario, del agnosticismo de Kant (considerado el padre del modernismo), sufrió luego la influencia del idealismo de Husserl, del existencialismo de Heidegger, y de otros pensadores como Max Scheler (teoría de los valores, personalismo cristiano), Buber, etc. Aunque quizá habría que poner en primer lugar, dentro del terreno de las influencis, al historicismo de Dilthey, que ejerció un influjo capital en su pensamiento." (De la Gloria del Olivo (II), por el padre Alfonso Gálvez )
Es éste uno de los grandes males que afecta a la Iglesia de hoy: el historicismo (Dilthey), según el cual las verdades son relativas a las épocas. Y lo que en un determinado momento fue verdad en otro momento posterior deja de serlo; de modo tal que la verdad es una quimera. No tiene sentido hablar de verdad, puesto que dicha verdad es relativa al momento en el que ha sido pronunciada, pudiendo ser modificada en momentos posteriores; lo que valdría igualmente para todo lo dicho en el Concilio Vaticano II: dentro de unos años, lo que hoy se considerase "verdad", perdería toda validez ... y así indefinidamente: un relativismo absoluto, en el que la Palabra de Dios quedaría reducida a nada. Frente a esto están las palabras de Jesús: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). ¿A quién le hacemos caso?
(Continuará)