Cuando el espíritu impuro ha salido de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de descanso, pero no lo encuentra. Entonces dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Y al llegar la encuentra vacía, bien barrida y ordenada.
Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando se instalan allí. Con lo que la situación final de aquel hombre es peor que la primera.
En cuanto al texto de cabecera, es una transcripción de palabras del mismo Jesucristo contenidas en el Evangelio de San Mateo[2]. Muy elocuentes por cierto y bastante actuales, como ahora veremos. Aunque, por otra parte, sea bien sabido que este tipo de afirmaciones no tienen ahora mucho sentido, después de que la Iglesia modernista ha decidido que la Biblia ya no tiene valor objetivo, puesto que ha de ser interpretada según el momento histórico y la mentalidad del hombre moderno. Incluso avanzando más todavía, hasta pretende que las palabras de Jesucristo deben ser entendidas de acuerdo con los avances de la ciencia moderna y las investigaciones de los teólogos, tanto protestantes como católicos modernistas; los cuales, si bien es cierto que no ponen precisamente su confianza en nada que se refiera a contenidos sobrenaturales, se encuentran sin embargo acordes con los avances de una Antropología y de una Psicología absolutamente humanísticas que rechazan como anticientífica toda idea de Dios.
De todos modos, y habida cuenta de los acontecimientos actuales, tal vez valdría la pena considerar las enseñanzas de Jesucristo y llevar a cabo su confrontación con los sucesos que están conmocionando al mundo, y de un modo especial a Europa. Siempre podría suceder encontrar en ellas una referencia que tal vez sirviera de clave que explicara las últimas razones de la situación actual.
Según el texto aludido, cuando un espíritu inmundo sale de un hombre vaga por lugares áridos buscando descanso. Al no hallarlo, decide volver a la casa de donde había salido para encontrarla ahora vacía, barrida y ordenada. Busca entonces otros siete espíritus peores que él y ocupan de nuevo el lugar; resultando que la situación de aquel hombre es ahora peor que la primera. Y añade Jesucristo unas palabras muy esclarecedoras: Lo mismo le sucederá a esta generación perversa.
Por supuesto que Jesucristo se refiere a un espíritu inmundo. Pero es evidente que tal acotación se puede generalizar y extender a situaciones con circunstancias similares. La afirmación final del texto, en la que Jesucristo asegura que eso es precisamente lo que sucederá a esta generación perversa, da un sentido más general a sus palabras y justifica esta interpretación.
Con respecto a los atentados terroristas de París ---y desgraciadamente, con los que les sucederán después--- se están dando, como siempre muchas interpretaciones y demasiadas explicaciones. Los medios de información internacional no se han visto en otra, como suele decirse, y en cuanto a los políticos, no encuentran tiempo suficiente para prorrumpir en torrentes de palabras indignadas y de declaraciones altisonantes. Y tal como suele suceder en estas circunstancias, ni las explicaciones alcanzan jamás el fondo de la cuestión, ni los políticos tienen la menor intención de llevar a cabo acciones y reacciones que sean verdaderamente eficaces.
El Presidente de la República francesa, señor Hollande, decía públicamente, a las pocas horas de producirse la horrible masacre de París, que los terroristas buscaban difundir el miedo. Lo cual es tan cierto como insuficiente. Un adagio ya antiguo hablaba de tomar el rábano por las hojas, que es lo que sucede cuando se adelanta una explicación que, por ser puramente superficial y no descender a las verdaderas razones, casi se convierte en falsa. Difundir el miedo, por supuesto; pero ¿por qué y para qué? Supóngase el caso de un pobre enfermo, aquejado de un grave cáncer terminal de hígado que lo devora y que es visitado por un médico; el cual lo examina y lo ausculta y al fin dictamina su diagnóstico: lo que le ocurre a este enfermo ---dice--- es que le duele el vientre; sin más. Pero ¿por qué siente el enfermo tan tremendos dolores?, seguramente alguien preguntaría. ¿Y qué es lo que pretenden los terroristas al crear una situación de pánico?
Y la respuesta no es difícil: Destruir Europa y con ella a todo el Occidente postcristiano. Y de nuevo la pregunta: ¿Por qué desea el Islam acabar con el Occidente postcristiano? Ante todo, porque el Mundo musulmán sigue creyendo ---equivocadamente, por cierto--- que el Occidente continúa siendo cristiano. Y se trata precisamente de destruir hasta las raíces todo vestigio de la civilización cristiana. Todos quienes no crean en Alá y en Mahoma su profeta deben ser destruidos y eliminados por completo; así el Corán, así todos sus seguidores, y así es como se predica todos los días en las mezquitas de todo el Mundo. Aunque todo esto, dicho de este modo, suene a escándalo y nadie se atreva a reconocerlo de esta manera; que por algo existe el miedo, y para eso proporciona el lenguaje toneladas de eufemismos y posibilidades de jugar con las palabras a fin de fabricar falacias a discreción..., para engaño de los ingenuos.
Europa arrojó por la borda todas sus creencias cristianas en las cuales se fundamentó siempre su vida y su existencia. La Constitución de la Unión Europea, puesta por escrito por los mismos políticos franceses y aprobada por todos los gobernantes europeos, es masónica, atea y anticristiana. Los principios formulados por la Revolución Francesa ---Libertad, Igualdad y Fraternidad --- tan universalmente aclamados como creencia inconmovible e irrefutable, incluso han sido actualmente consagrados y convertidos en dogma por la actual Iglesia Católica, que los ha acogido con entusiasmo. Sin que importe para nada que el mundo no conozca la verdadera libertad ---aparte de oír hablar constantemente de ella---, ni mucho menos la auténtica igualdad ni por supuesto lo que significa la fraternidad. Por otra parte, la Iglesia ha proclamado la primacía de la conciencia individual, la cual no puede ser coaccionada por nada ni por nadie, poniendo así en cuestión cualquier sentido de heteronomía[3].
Europa ha renunciado y renegado de todas sus creencias cristianas, siendo lo más admirable el hecho de que la misma Iglesia se haya apresurado a vaciar la Casa de toda clase de dogmas, creencias tradicionales, moral evangélica, sacramentos, culto a los santos, liturgia, etc., etc.
Nada tiene de extraño, según dice el Daily Mail, que precisamente en los momentos en los cuales fue atacada y se produjo la tremenda masacre en la Discoteca de París, fue cuando se comenzaba a interpretar por la banda que dirigía el concierto, coreado por toda la concurrencia, la canción Besa al Diablo; exactamente la misma que llega a decir que Amaré al Diablo y canto su canción.
De manera que Europa se encuentra sin principios con los que defenderse. Y una nación que carece de principios, por muchos armamentos y ejércitos que posea, está irremediablemente perdida. Porque efectivamente la Casa se encuentra tan radicalmente vacía que todo lo que la sustentaba como sus fundamentos ha sido enteramente barrido. Es enteramente lógico, por lo tanto, que llegue el enemigo y no encuentre obstáculo alguno para apoderarse de ella.
Y puestos a profundizar en toda la verdad, el problema no consiste meramente en que Europa haya renegado de Dios y arrojado por la borda todos sus principios cristianos. La realidad es más grave todavía, puesto que se ha vuelto a sus propios ídolos y se ha puesto a adorarlos. Por supuesto que el Islam también tiene sus propios ídolos, como es Mahoma y como el falso Alá que algunos se empeñan en decir que es el mismo Dios Cristiano (el Islam considera el dogma de la Trinidad como blasfemia; a propósito de lo cual conviene recordar que, según el Apóstol San Juan, quien niega a Jesucristo se confiesa como el mismo Anticristo). Alguien dirá que tampoco al Catolicismo le faltan sus ídolos: la Madre Teresa de Calcuta rezaba y adoraba a Buda, cosa que también hizo el mismo Papa Juan Pablo II en Asís; aunque nadie se atreverá a defender que ni la Madre Teresa ni Juan Pablo II creían en Buda, sino que simplemente se limitaban a creer en lo que tal culto podía suponer para ellos en beneficio de la caridad (o de la filantropía, según se empeñan los expertos en decir que la Madre Teresa amaba a los pobres por ellos mismos, y no a través de Jesucristo) o de la Evangelización (Juan Pablo II). Pero el ídolo al cual se ha convertido la Sociedad Occidental, secundada de algún modo por la misma Iglesia, es sin duda alguna el peor y el más peligroso de todos: en cuanto que el hombre moderno se ha deificado a sí mismo y solamente cree en sí mismo. De ahí el culto a la conciencia individual como regla suprema y la conversión en Religión puramente natural lo que siempre había sido la verdadera Religión Sobrenatural y cristiana, fundada y predicada por Jesucristo.
Y es efectivamente el culto a sí mismo por parte del hombre es el peor de los pecados. En cuanto que es una emulación del mismo pecado cometido por Satanás antes de la creación del mundo, cuando quiso erigirse a sí mismo como único Dios, por encima del verdadero. Con lo cual recibió el mayor castigo que puede concebirse para la soberbia y el más temido por parte de quien la sufre, cual es su conversión en payaso, que es exactamente lo mismo que hacer el ridículo. Tal fue lo que ocurrió con el Engreído Supremo quien, para su absoluta vergüenza, se convirtió para siempre en el Payaso Eterno, digno de todas las burlas y desprecios los cuales durarán para siempre. ¿No podría ocurrir con la nueva Iglesia modernista, con sus intentos de centralizar y resumirlo todo en el hombre que es en lo que algunos quieren convertir la Iglesia Católica, que al fin se acabe transformando también en la más Gigantesca Payasada hasta ahora imaginada y edificada por el hombre?
De ahí que todas las alarmas despertadas en Europa, coreadas por tantas declaraciones de Gobernantes, políticos y Jerarcas prometiendo tan sonadas medidas, aunque ninguna de ellas referente a lo que habría de conducir a las verdaderas soluciones, no son otra cosa que el croar de las ranas en una noche de verano. Al que nadie inteligente se molesta en escuchar, y si por alguien con sentido común es oído bien que se apresura a volver la cabeza, mostrando el mismo interés y aparentando la misma la misma indiferencia que merecerían lo que es absolutamente inane.
Mientras tanto, Cardenales y Obispos de la Iglesia, siempre inclinados a creer que es su obligación la de practicar el buenismo ---otro eufemismo que sustituye al vocablo más chabacano de la tontuna--- seguirán proclamando que hay que practicar la misericordia, la comprensión y, por supuesto, la acogida; que así como deben evitarse los sentimientos de venganza y nada soluciona la violencia, deben en cambio facilitarse el diálogo y abrirse vías de acercamiento, etc. etc. A muchos de ellos parecería cuadrarles como anillo al dedo lo que decía el Profeta Jeremías: Pariter insipientes et fatui sunt; doctrina vanitatis eorum lignum est [4].
[1] Ga 6:7.
[2] Mt 12: 43--45.
[3] Algunas declaraciones del Concilio Vaticano II poseen la suficiente ambigüedad como para ser interpretadas en el sentido de una completa autonomía por parte del individuo. La libertad religiosa ---dice la Declaración Dignitatis Humanae, uno de los puntos doctrinales clave de esta cuestión--- consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público (Número 2). Porque la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social (Número 3).
[4] Jer 10:8