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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Discurso de clausura del Sínodo - 11 (Análisis crítico)



Continúa diciendo el Papa lo siguiente:


- Queridos Hermanos: La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón.

- Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas: son necesarias; la importancia de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54).

- Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).


Habla el Papa de los defensores de la doctrina, pero no queda claro aquí quienes son los verdaderos defensores de la doctrina. Por una parte, según el Papa son los que defienden el espíritu y al hombre y no la letra y las ideas ... son aquéllos que no se quedan en las fórmulas (las cuales, por otra parte, son necesarias) sino que se acogen a la gratuidad del amor de Dios y a su perdón ... Y hay en todo ello parte de verdad, pero es conveniente matizar ... y decir toda la verdad, para no ser inducidos a engaño.

Y así, por ejemplo, si acudimos a la cita de Lc 11 37-54, a la que el Papa alude, en la que se habla de la hipocresía de los escribas y fariseos, esos "que limpian por fuera la copa y el plato, pero su interior está lleno de rapiña y maldad" (Lc 11, 39) no puede uno menos que quedarse sorprendido, puesto que da la impresión de que el Papa equipara a los fariseos de la Antigua Alianza con los fariseos de la Nueva Alianza.

Respecto a la Antigua Alianza están muy claras las afirmaciones de Jesús ... Realmente, los fariseos de entonces abusaban de la Ley y se inventaban preceptos que imponían a los demás y que ellos mismos no cumplían ... se quedaban en la pura letra de la Ley. De ahí que Jesús les recriminara llamándoles hipócritas, sepulcros blanqueados y raza de víboras (Mt 23, 27.33).

Sin embargo, con relación a la Nueva Alianza, no está tan claro quiénes son los fariseos. Oigamos las palabras del Señor: "Quien acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21) ... La guarda de "sus" mandamientos y el amor están íntimamente relacionados, hasta el punto de que quien no cumple esos mandamientos es señal de que en él falla el amor de Dios ... Y es que, como Él mismo dijo en otra ocasión: "Mis Palabras son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63).

No se puede establecer una equiparación entre la Antigua y la Nueva Alianza, en lo que a la Ley se refiere. En la Nueva Ley van unidos, de modo inseparable, el amor a Jesucristo y el cumplimiento de sus mandamientos: el cumplimiento de la Ley (o de la letra, si queremos llamarla así) no es hipocresía sino manifestación de amor; cumpliendo los mandamientos manifestamos la veracidad de nuestro amor a Jesús, un amor que no se queda así en meras palabras o en declaración de intenciones. Y, por supuesto, el mandamiento mayor que todos, y que los engloba a todos, que es es el del amor: "Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34).

Ciertamente existe una relación entre ambas Alianzas; a ello se refiere Jesús cuando dice: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 17). Y aquí es importante prestar mucha atención. En Jesucristo se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento. Él es el Mesías prometido, el Mesías durante tanto tiempo esperado, el que anunciaban los profetas de la Antigua Alianza. Con su venida, esas profecías se hicieron realidad (Lc 4, 21).

Es sólo a la luz del Nuevo Testamento como el Antiguo Testamento debe de ser interpretado, si es que se quiere entender algo. De ahí los matices que Jesús va dando con relación a ciertos aspectos de algunos mandamientos de la Ley mosaica ... Y por lo que concierne al tema que nos ocupa, éstas son las palabras que salen de su boca: "Habéis oído que se dijo: 'No cometerás adulterio'. Pero Yo os digo: todo el que mira a una mujer, deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28). Y su doctrina es muy clara y no admite excepciones: "Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 12) ... hasta el punto de que sus propios discípulos llegaron a decirle: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse" (Mt 19, 10) ... Todavía les queda mucho que aprender sobre la verdadera misericordia, lo que ocurrirá a partir de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo, que el Padre enviará en Su Nombre: "Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que Yo os he dicho" (Jn 14, 26)

Estas palabras acerca de la indisolubilidad del matrimonio han sido dichas nada menos que por Jesucristo, que es rico en misericordia y que es comprensivo como ninguno de nosotros lo es ni lo será nunca: ¡esto no debemos de olvidarlo! ...

De manera que el concepto de misericordia y de comprensión que usamos los hombres, con tanta frecuencia, en tanto en cuanto se aparte del concepto que tiene Dios acerca de la misericordia, sería una falsa misericordia y una falsa comprensión ... pues iría contra la Verdad.

¡Pues Dios, que es misericordioso, es igualmente justo ... y nos recuerda que "no todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7,21).

Ambas cosas deben de ser tenidas en cuenta, sin que una de ellas vaya en detrimento de la otra: en Dios -dada su simplicidad- son lo mismo, se identifican. No así en nosotros que necesitamos distinguier entre ellas, para entendernos; pero lo que no podemos hacer -y, por desgracia, se está haciendo- es ignorar una de ellas, como si no existiera, en beneficio de la otra. Eso es un grave error y un grave pecado, pues no es conforme a la Ley de Dios, según la cual ni justicia sin misericordia, ni misericordia sin justicia.

Con la excusa del año de la Misericordia estamos asistiendo a situaciones que pueden aparecer, a una mirada superficial, como un ejercicio de la misecordia ... cuando no hay tal misericordia ... sólo la hay -hay que insistir en ello- si va unida al cumplimiento de la Palabra de Dios: una misericordia que alejara de Dios, que es la Verdad, sería falsa, por más rimbombancia que se le diera, pues son los juicios de Dios -y no los de los hombres- los que realmente importan, los únicos que cuentan.

Y es que, en el Nuevo Testamento, a diferencia del Antiguo, la hipocresía y el fariseísmo no van unidos al cumplimiento de la Ley sino justamente lo contrario: quien cumple la Ley y los mandamientos de Dios ése es el que agrada a Dios; en ése no hay engaño ni fariseísmo (Jn 14, 21) ... Esta verdad está siendo hoy olvidada por muchos cristianos que no han sido debidamente instruidos.

En la Nueva Ley, la que Cristo nos trajo, los fariseos son aquellos que, so capa de misericordia, quieren hacer prevalecer "sus palabras" y "sus opiniones personales" (que son palabras muertas) sobre "las palabras de Jesucristo" (que son palabras de Vida). Y es preciso estar muy despiertos para no dejarse engañar, pues quienes hacen tales afirmaciones sacan siempre a relucir palabras bíblicas; incluso usan también las palabras de Jesús ... eso sí: tergiversándolas y sacándolas del contexto en el que fueron pronunciadas. Y, por supuesto, escamoteando otras palabras del Nuevo Testamento, necesarias para la recta comprensión del mensaje de nuestro Señor. De ahí la importancia fundamental de la formación en nuestra fe.

Para aclararnos: si nos encontramos con alguien que habla continuamente de misericordia y misericordia y más misericordia ... y alude al Evangelio y al Nuevo Testamento, en donde se refleja que, efectivamente, Dios es rico en misericordia (Ef 2, 4) y hace llover sobre buenos y malos (Mt 5, 45) ... en ese caso es preciso estar atentos a si quien así habla omite esa otra cara de la moneda que debe de ser conocida ... y es que, de la misma manera que Dios es Misericordioso, es también Justo.

Así habla san Pablo al referirse a Dios, como "justo Juez que dará a cada cual según sus obras: vida eterna a los que, por la perseverancia en la buenas obras, buscan gloria, honor e incorruptibilidad; pero a los rebeldes y desobedientes a la verdad, dóciles a la injusticia: ira e indignación. Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obre el mal ...; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien" (Rom 2, 6-10).

No podemos ni debemos dejarnos engañar: la Palabra de Dios ha de ser enseñada íntegramente. Y esa Palabra, que es Vida, asumida en nuestro corazón con docilidad, es la única que nos puede salvar ... que es, precisamente, lo que Dios desea que hagamos. Y de este modo, aunque es cierto que la salvación viene sólo de Él y que es pura gracia, una vez que ha querido contar con nosotros, como lo ha hecho, resulta que sólo se salvará aquél que quiera ser salvado, aquél que no rechace su Amor. Su amor es claro y manifiesto. El nuestro no lo es tanto. En la medida en que le abramos nuestro corazón Él inundará nuestra vida, ya desde ahora: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él y él cenará conmigo" (Ap 3, 20) ... Él no desea otra cosa que nuestro amor, pero ... ¿se lo damos? ¿Le abrimos la puerta de nuestro corazón? Sólo entonces experimentaremos de verdad la auténtica misericordia, como un fruto más del Amor verdadero, que es Dios mismo.

(Continuará)