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El tema es cansino y un servidor de ustedes está ya hasta los mismísimos. El mal menor es un mal con un calificativo que lo relativiza. Punto. Nunca es un bien. Y ya pueden venir los pusilánimes y los fariseos con milongas: un católico debe aspirar al bien mayor. Y también punto. Y seguido.
Grábense este párrafo del Santo Padre en el alma: “El respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables”. BENEDICTO XVI. Exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum Charitatis”. 2007, § 83.
Yo no sé qué parte de “no son negociables” no comprenden los católicos españoles. Tampoco sé qué entienden por “votar en conciencia” y, aún menos, qué entienden por una “conciencia bien formada”. Lean el Catecismo, que es lo mínimo exigible a un católico, porque luego llega cualquier político charlatán, cualquier intelectualillo de medio pelo o un testigo de Jehová de tres al cuarto y los pone en aprietos, a los católicos oficiales, digo.
Los católicos españoles no conocen la historia del Cristianismo
Los católicos españoles no conocen la historia del Cristianismo. Aquel puñado de incultos pescadores de Galilea tenía menos futuro en el Imperio Romano que el más pequeño de los partidos españoles de hoy. Y, por si faltase algo, en cuanto empezaron a hacerse notar, los mataban sin demasiadas contemplaciones. Supongo que el “voto útil” y el “mal menor” hubieran sido postrarse un poquito ante la estatua del César y ya; después, en casita, a rezar el Padrenuestro.
Los católicos españoles, tan aburguesados, no quieren luchar. La vida terrena de Cristo, esa que hay que imitar, concluye en el Calvario, o sea, en el fracaso total. La Resurrección, queridos, no es de este mundo. Aquí se viene a luchar. “No pretenderás defender La Comarca sin lucha, sentado en un rincón gimoteando”, le dice Gandalf a Frodo.
Sólo los santos hacen las verdaderas revoluciones. Y se cuentan por decenas los fundadores que empezaron con cuatro seguidores y medio, y todas las penalidades posibles. Luego, una vez la fundación crece, llegan los que medran y “la organización” mata al espíritu y cuenta más conservar edificios que salvar almas. Quien dice edificios, dice cargos, poltronas, prebendas y comisiones en dinero negro, claro. Pero el Rosario en latín, faltaría más, oiga, que somos muy piadosos y tal y cual. Váyanse a la mierda, con perdón. Y sin él, también.
[Ciertamente esto es una opinión muy personal del autor de este artículo porque hoy en día no sólo no se reza el Rosario en latín sino que ni siquiera se reza el Rosario; y hay que poner todos los medios, también los sobrenaturales: una forma de lucha que -a la larga, si no es hipócrita- es mucho más efectiva. Lo sobrenatural supone lo natural. Quedarse sólo en lo natural no sería bueno, como no lo sería tampoco quedarse sólo en lo sobrenatural. Pero, en fin: salvo esta salvedad, todo lo demás que dice el redactor de este artículo es muy verdad]
Es la falacia de los comienzos ínfimos, como si todo lo grande, lo verdaderamente grande y bello, no empezara con algo nimio, humilde, sencillo y pobre hasta la invisibilidad.
Dios alabó la generosidad de la viuda
Y así, Dios, el Cristo, alabó la generosidad de la viuda: aquellas monedas miserables que eran todo su capital y que poco –o nada—podían aportar a la economía del Templo.
La viuda votó en conciencia.
Y así, Dios, el Cristo, que ve en lo secreto de nuestras conciencias, alabará la limpieza y la generosidad de nuestro voto. Y miren: tengan la absoluta seguridad de que no lo medirá por el número de escaños.
Y añado que una sociedad, un Sistema, que permite el asesinato de más de cien mil niños no nacidos cada año, es una sociedad tan enferma que solo merece esa eutanasia que quiere, también, legalizar. Para vomitar, oigan. Para vomitar, como hacían por placer los viejos romanos.
Francisco Segarra