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La voluntad de su Padre era la norma de su vida, y a ella fue siempre fiel incluso en los momentos de mayor sufrimiento: "Padre, si quieres aparta de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42). Y así en múltiples ocasiones: "Yo no busco mi gloria" (Jn 8, 50). "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera" (Jn 17, 4). "He manifestado tu Nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, Tú me los confiaste y ellos han guardado tu Palabra" (Jn 17, 6). "Las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que Yo salí de Tí, y han creído que Tú me enviaste" (Jn 17, 8).
Jesús, gran conocedor de la Palabra de Dios -Él es la Palabra- no se deja engañar. Y ésta es la contestación que dio al Diablo: "Escrito está: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios' " (Mt 4, 4, que cita Dt 8, 3b).
Que "el discípulo no está por encima de su Maestro ... sino que le basta ser como su Maestro" (Mt 10, 24-25) fue una lección que los discípulos de Jesús aprendieron muy bien; en concreto, en lo que se refiere al sentido de la vida como servicio: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Así, escribe san Pedro: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10). Y san Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7). "Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Porque ya vivamos, ya muramos, del Señor somos" (Rom 14,7-8). "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10, 8b), decía el Señor a sus discípulos. Y el ángel que se apareció a los pastores les dijo: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor ... " (Lc 2, 10-11)
Hay infinidad de citas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, en las que se pone de manifiesto, primero que Dios es el centro de todo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6,5). Y, segundo, que lo que ha revelado a unos pocos -su Amor- no es sólo para ellos sino que tienen el deber de darlo a conocer a todos para que todos se pueden enriquecer y encontrar un sentido a sus vidas: "Que estas palabras que Yo te dicto estén en tu corazón. Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés sentado en casa y al ir de camino, al acostarte y al levantarte" (Dt 6, 6-7). La palabra de Dios no es para guardársela uno para sí mismo, sino para comunicarla a los demás: "Observad que no he trabajado sólo para mí, sino para cuantos buscan la instrucción" (Eclo 33, 18)
Todo esto no es sino una manifestación concreta del segundo de los dos grandes mandamientos, a saber: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Dt 6, 18b). Jesús hace referencia a los dos grandes mandamientos del Amor: el amor a Dios y el amor al prójimo y afirma que "de ellos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 36-40). También san Pablo dijo que "el Amor es la plenitud de la Ley" (Rom 13, 10b). Y es el Amor -y no otra cosa- la razón principal -la única, diría yo- por la que Jesús no usó nunca el Poder que tenía en beneficio propio, pues su misión era la de manifestar al mundo el inmenso Amor y predilección que tenía Dios por todos y por cada uno de los seres humanos, sin excepción.
Todo el Nuevo Testamento está en perfecta consonancia con la enseñanza de Jesucristo: los discípulos de Jesús- todos y cada uno- vivieron la Vida de Jesús en sí mismos, sin perder, por ello, su propia personalidad. Este amor que experimentaron tenían también que transmitirlo de alguna manera al resto de la gente, asistidos por el Espíritu Santo, que lo haría posible. Y es así que san Pablo pudo decir, en acción de gracias: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (...) que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a cuantos están afligidos, con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios" (2 Cor 1, 3-4)
El falso profeta sólo busca su propio interés y medrar; piensa en sí mismo -en escalar puestos, en su comodidad, etc...-, de modo que "ve venir al lobo, deja las ovejas y huye- y el lobo las arrebata las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas" (Jn 10, 12-13). Contra ellos nos previene Jesús: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15). Y no sólo nos previene sino que nos da la solución para que podamos saber, sin miedo a equivocarnos, si nos encontramos ante un falso profeta o no. Y la "receta" es muy sencilla: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16). De ahí la enorme importancia que tiene seguir el consejo del Señor: "Vigilad y orad para no caer en la tentación; pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41).
De manera que sin la oración y el trato con el Señor estamos perdidos. Debemos poner todos los medios a nuestro alcance y el Señor pondrá el resto. Él nunca abandona a aquellos que le buscan con buena voluntad. Si así lo hacemos, podemos estar tranquilos y no perder la paz, por muy difíciles que sean las pruebas a las que tengamos que ser sometidos; las cuales servirán, además, para purificar nuestras intenciones y para fortalecernos en lo que verdaderamente importa: nuestra voluntad firme de estar siempre junto al Señor, amándolo y dejándonos amar por Él.
(Continuará)